21 de julio de 2009

¿Por qué no hemos de creerles a ellos?



Antes de que se pusiera en marcha la campaña de calumnias y denigración contra Pío XII con el estreno en 1963 de la pieza teatral Die Stellvertreter (El Vicario) de Rolf Hochhuth (y alimentada por los sectores liberales y rupturistas del Catolicismo), la opinión que de este papa se tenía era generalmente muy buena; también en el mundo hebreo, cuyas personalidades más destacadas alabaron sin ambages al que consideraban un benefactor de las víctimas de la persecución nazista y del holocausto. Es altamente significativo el que aquella generación de testigos de primera mano –a los que nadie tenía que contar lo que pasó porque o lo vivieron ellos directamente o lo supieron de los propios sobrevivientes– sean unánimes en su apreciación positiva de la figura de Eugenio Pacelli. Cientos y cientos de judíos desfilaron durante años por el Palacio Apostólico Vaticano para darle las gracias por la ayuda que consideraban haber recibido de la Iglesia y de su jefe visible. ¿Por qué no vamos a creerles? Hay quien aduce hoy que los que lograron salvarse de morir quedaron tan traumatizados que su visión de los hechos quedó distorsionada y por eso no se dieron cuenta del verdadero papel del Papa ante la Shoah, pero como muy bien apunta el R.P. Pierre Blet, este torpe argumento invalida también el testimonio de esas personas sobre sus propios padecimientos o la crueldad nazi.

Reflexionemos un poco sobre algunos datos interesantes. El Estado de Israel se constituyó en 1948. Ya antes contaba con servicios secretos de una grandísima eficacia informativa y logística. Desde 1951 actúa el Mossad (Hamosad Lemodi'ín Uletafkidim Meyujadim), es decir el Instituto Central de Operaciones y Estrategias Especiales. En 1953, esta organización se apoderó del discurso de Nikita Kruschev en el que éste criticaba a Stalin, cosa inaudita si se tiene en cuenta que se hubo de burlar a la MVD y a la MGB, departamentos soviéticos de inteligencia y de policía política, impenetrables e implacables, antecesores inmediatos de la KGB y que se hallaban bajo la dirección del siniestro y omnipotente Lavrenti Beria. Algunos años después, en 1964, el Mossad volvería a asombrar con el golpe maestro que fue la localización y secuestro del nazi Adolf Eichmann, llevado desde Argentina a Israel, donde fue juzgado y ejecutado como criminal de guerra. Pues bien, ¿no cabe pensar que si el Estado de Israel hubiera tenido dudas sobre la actuación de Pío XII en los años negros de la persecución habría hecho funcionar su maquinaria de inteligencia para poner en evidencia al Papa? Sin embargo, no fue así. Y ello porque ante el prácticamente unánime reconocimiento de las víctimas directas e indirectas del holocausto a la labor benéfica de la Iglesia a su favor, hubiera parecido insensata una iniciativa del género. Pero aun si se llevó ésta a cabo es claro que nada se halló que pudiera incriminar a Pacelli; de otro modo, ya se habría publicado a los cuatro vientos.

Consideremos ahora de quién vino el primer ataque frontal a la memoria del Pastor Angelicus. No vino de un judío, ni de una víctima de las leyes antisemitas, ni de un sobreviviente de los campos de exterminio. Vino de un alemán de pura cepa, que ni siquiera estuvo en el frente porque tenía catorce años apenas cumplidos cuando acabó la Segunda Guerra Mundial. Todo lo que podía saber sobre la persecución contra los judíos y su exterminio en lo que se llamó eufemísticamente “la solución final” le vendría sólo de oídas y aun así se podría poner en duda, ya que el pueblo alemán experimentó después del conflicto una amnesia colectiva: nadie se había enterado, nadie podía imaginarse, se cumplían órdenes sin preguntar, etc. Quizás fue precisamente para exorcizar ese complejo de culpa de los alemanes por lo que Hochhuth escribió El Vicario. Era fácil encontrar un chivo expiatorio en un pontífice romano al que, en los tiempos que corrían, no estimaban los sectores más avanzados del catolicismo y de cuya supuesta pasividad se habían quejado católicos insospechables como Paul Claudel y François Mauriac. La calumnia nació, pues, fuera del ámbito judío y fue ajena por completo al de las víctimas de la Shoah, es decir los principales y directos interesados en el asunto.


Desgraciadamente, es muy cierto aquello de Voltaire: “Calumnia, calumnia, que algo queda”. Una vez puesta en marcha la rueda de la mentira que todo lo apisona, ya no iba a haber paz para Pío XII, a pesar de que llevaba ya casi cinco años en el sepulcro. La calumnia es como una bola de nieve que, corriendo pendiente abajo por una ladera va adquiriendo mayor volumen y fuerza hasta convertirse en una avalancha que todo lo destroza. La reputación más consolidada no puede dejar de verse afectada por ella y eso fue lo que pasó con la de aquel papa extraordinario que murió en general opinión de santo. Ni siquiera el hecho de que su calumniador sea conocido hoy como un revisionista recalcitrante, amigo de David Irving (el británico que ha reescrito la historia de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de Hitler), ha ayudado a que se deshaga la especie de un Eugenio Pacelli cómplice de los nazis por un silencio culpable sobre el holocausto. Hoy, desgraciadamente, también hay personalidades del mundo judío que dan por válida la hipótesis de trabajo de una pieza dramática, que como tal hipótesis no tiene necesidad de probarse porque en teatro todo es válido y se permiten las licencias históricas y literarias. Pero la ficción que puede ser buena como clave de una obra de literatura o una representación no es en absoluto admisible para dilucidar cuestiones históricas. A esos judíos que hoy condenan sin pruebas a Pío XII habría que decirles: ¡escuchad a vuestros mayores!



Dr. Louis Filkenstein (1895-1991), rabino estadounidense, talmudista y experto en la Ley Mosaica. Fue profesor y canciller del Seminario Teológico Judío de América, el primero del Judaísmo conservador en Norteamérica.

«No ha habido reproche más vivo al Nazismo que el que vino de Pío XI y su sucesor Pío XII».

(marzo de 1940).




Albert Einstein (1879-1955), físico alemán nacionalizado suizo y estadounidense. Nobel de Física en 1921 por su explicación del efecto fotoeléctrico, formulador de la teoría de la Relatividad y descubridor de la fisión nuclear.

«Siendo un amante de la libertad, cuando llegó la revolución a Alemania miré con confianza a las universidades sabiendo que siempre se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades fueron acalladas. Entonces miré a los grandes editores de periódicos, que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas semanas. Sólo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacer frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella un gran afecto y admiración, porque sólo la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral. Debo confesar que lo que antes despreciaba ahora lo alabo incondicionalmente».

Time Magazine, 23 de diciembre de 1940, p. 40.



Chaim Azriel Weizmann (1874-1952), químico británico, primer presidente del Estado de Israel (febrero 1949-abril 1951). Fue líder del movimiento sionista, al que imprimió moderación. En política se mantuvo cercano a la Gran Bretaña y era partidario de la acción diplomática.

«La Santa Sede está prestando su poderosa ayuda allí donde puede para mitigar la suerte de mis correligionarios perseguidos».

(1943).




Maurice Perlzweig (1895-1985), rabino polaco naturalizado canadiense, dirigente de la Sección Británica del Congreso Mundial Judío y miembro del Congreso Judío Americano.

«Las reiteradas intervenciones del Santo Padre a favor de las comunidades judías en Europa han provocado los más profundos sentimientos de aprecio y gratitud de los judíos de todo el mundo».

Carta a Mons. Amleto Cicognani, delegado apostólico en Washington, D.C., de 18 de febrero de 1944.



Dr. Alexandru Şafran (1910-2006), Gran Rabino de Rumanía entre 1939 y 1948. Rumano de nacimiento y suizo de adopción tras su huida del comunismo en 1948. Intervino con inusual éxito ante el gobierno pro-fascista de Ion Antonescu a favor de muchos judíos. Murió como Rabino Jefe en Ginebra.

«En las horas más difíciles por las que han atravesado los judíos de Rumanía, la generosa asistencia de la Santa Sede fue decisiva y saludable. No es fácil para nosotros encontrar las palabras adecuadas para expresar el calor y el consuelo que experimentamos gracias a la preocupación del Sumo Pontífice, quien ofreció una gran suma de dinero para aliviar los sufrimientos de los deportados judíos… Los judíos de Rumanía nunca olvidarán estos hechos de importancia histórica».

Nota a monseñor Andrea Cassulo, nuncio apostólico de Su Santidad en Rumanía, de 7 de abril de 1944.


Joseph Meyer Proskauer (1877-1971), juez de la Corte de Apelaciones del Estado de Nueva York y presidente del Comité Judío Americano (1943-1949).

«Hemos oído cuán gran papel ha desempeñado el Santo Padre en la salvación de los refugiados judíos en Italia y sabemos por fuentes fidedignas que este gran papa ha logrado extender su poderosa y acogedora mano a los oprimidos de Hungría».

Discurso en el Madison Square Garden del 31 de julio de 1944.



Yitzhak HaLevi Herzog (1889-1959), polaco de nacimiento, Gran Rabino de Irlanda entre 1921 y 1936, Gran Rabino de los Azhkenazi entre 1936 y 1948 (bajo el Mandato Británico) y Gran Rabino de Israel desde 1948 hasta su muerte. Su hijo Chaim Herzog fue presidente del Estado de Israel entre 1983 y 1993 y su nieto Isaac Herzog es miembro del Knesset.

«El pueblo de Israel nunca olvidará lo que su Santidad y sus ilustres delegados, inspirados por los principios eternos de la religión, que constituye el verdadero fundamento de la civilización, están haciendo por nuestros infortunados hermanos y hermanas en la hora más trágica de nuestra historia, lo cual es una prueba de la acción de la Divina Providencia en este mundo».

Carta a Monseñor Angelo Giuseppe Roncalli, nuncio apostólico en Francia, de marzo de 1945.



Moshe Sharett (1894-1965), político y estadista judío de origen ucraniano. Participó en las negociaciones entre el movimiento sionista y el Mandato Británico de Palestina que llevaron a la fundación del Estado de Israel. Primer Ministro de Israel entre 1953 y 1955.

«Le dije [al Papa] que mi primer deber era agradecerle y, a través de él, a toda la Iglesia Católica de parte del público judío por todo lo que han hecho enlos distintos países para salvar a los judíos… Estamos agradecidos a la Iglesia Católica».

Declaraciones al salir de una audiencia con Pío XII en 1945, apenas terminada la guerra.



Israel Maurice Edelman (1911-1975), político y escritor británico de familia rusa judía, miembro del Partido Laborista y representante de Coventry en la Cámara de los Comunes desde 1950 hasta su muerte. Presidente de la Asociación Anglo-Judía.

«Agradezco a Su Santidad de parte de la comunidad judía de Inglaterra por haber salvado decenas de miles de judíos».

Audiencia con Pío XII en 1945.




William Rosenwald (1903-1996), hombre de negocios y filántropo judío estadounidense, dirigente del Comité Judío Americano y del Consejo de Federaciones Judías.

«Deseo aprovechar esta oportunidad para rendir homenaje al papa Pío por su llamado a favor de las víctimas de la guerra y de la opresión. Él proporcionó ayuda a los judíos de Italia e intervino a favor de los refugiados para aligerar sus pesadas cargas».

Conferencia ante desplazados de guerra judíos en 1946.



Golda Meir (1898-1978), política, diplomática y estadista israelí, ucraniana de nacimiento. Fue primera ministro del Estado de Israel entre 1969 y 1974 por el Partido Laborista. De familia judía tradicionalista, ella misma no era religiosa, pero respetaba las formas. Su gran triunfo fue la Guerra del Yom Kippur (1973).

«Compartimos el dolor de la humanidad (...). Cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó en favor de sus víctimas. La vida de nuestro tiempo se enriqueció con una voz que habló claramente sobre las grandes verdades morales por encima del tumulto del conflicto diario. Lloramos la muerte de un gran servidor de la paz ».

Telegrama de condolencias por la muerte de Pío XII enviado al Decano del colegio Cardenalicio, cardenal Eugenio Tisserant, en octubre de 1958.




Leonard Bernstein (1918-1990), compositor, músico y director de orquesta judío estadounidense de fama internacional.

«Pido un minuto de silencio por la muerte de un auténtico gran hombre: el papa Pío XII».

Momentos previos a un concierto de la Orquesta Filarmónica de Nueva York en octubre de 1958.




Elio Toaff (1915), rabino italiano, considerado la máxima autoridad espiritual y moral judía en Italia, Gran Rabino de Roma entre 1951 y 2001.

«Más que ninguna otra persona, hemos tenido ocasión de experimentar la gran bondad y magnanimidad del papa durante los infelices años de la persecución y del terror, cuando parecía que para nosotros no habría ninguna salvación. La comunidad israelí de Roma, donde siempre ha sido muy vivo el sentimiento de gratitud por lo que la Santa Sede ha hecho a favor de los judíos romanos, nos autoriza a referir de manera explícita la convicción de que cuanto hizo el clero, los institutos religiosos y las asociaciones católicas para proteger a los perseguidos, no puede haber tenido lugar sino con la expresa aprobación de Pío XII».

Mensaje de condolencia por la muerte de Pío XII, en octubre de 1958.



Pinchas Lapide (1922-1997), teólogo y diplomático israelí, que sirvió como cónsul de Israel en Milán. Autor de más de 35 libros.

«La Iglesia Católica, bajo el pontificado de Pío XII, fue decisiva en la salvación de al menos 700.000, pero probablemente tantos como 860.000 judíos de una muerte segura a manos de los Nazis».

Three Popes and the Jews, 1967.


¿Por qué no tendríamos que creerles?


11 de julio de 2009

¿Depende la causa de Pío XII del dictamen de los historiadores?


Hace dos semanas nos hacíamos eco de las declaraciones del R.P. Peter Gumpel sobre el proceso de beatificación de Pío XII. Pues bien, el tema volvió a ser de primera actualidad cuando el 2 de julio pasado Mons. Sergio Pagano (foto), prefecto de los Archivos Secretos Vaticanos, anunció que los documentos relativos al pontificado de Pío XII no se podrían desclasificar hasta dentro de cinco o seis años y entonces la decisión de hacerlos accesibles al público corresponderá al Papa. El prelado dijo que una veintena de archivistas se hallan actualmente trabajando en los más de 15.000 lotes de material, que constan de millones de páginas.

La ingente documentación comprende no sólo las actas y los papeles de la secretaría de Estado y de los diferentes dicasterios de la Curia Romana, sino también los informes de las nunciaturas apostólicas. Debido a la norma –que data de Urbano VIII– de tratar sobre una sola cuestión en cada despacho, los archivos diplomáticos son particularmente voluminosos, aunque obviamente más fáciles de ordenar. Los correspondientes al período de la Segunda Guerra Mundial fueron, como se sabe, en parte ya desclasificados y publicadas sus Actas y documentos hace algunas décadas por iniciativa de Pablo VI. Ya entonces se comprobó la enorme dificultad de avanzar en medio de una masa descoordinada de toda clase de carpetas y legajos.

Existe también un importante fondo documental de propiedad de la Compañía de Jesús: el archivo personal del R.P. Robert Graham, S.I. (1912-1997), precisamente uno de los cuatro jesuitas a quienes encargó el papa Montini el trabajo al que nos acabamos de referir. El Padre Graham, gran defensor de la memoria de Pío XII, llegó a recopilar 25.000 documentos relativos al período bélico de su pontificado (1939-1945). Recientemente se corrió la voz de que el Prepósito General de la Compañía, R.P. Adolfo Nicolás, había autorizado su publicación, especie que fue desmentida públicamente el pasado 24 de abril por la Oficina de Prensa e Información de la Orden y por el Servicio Vaticano de Información. De lo que sí se trataba es de la luz verde a la catalogación y digitalización del archivo Graham, que en ningún caso se hará público antes que la Santa Sede haga lo propio con los Archivos Secretos del pontificado de Pío XII.

Hay quienes han puesto en relacíón el anuncio de monseñor Pagano y las declaraciones del Padre Lombardi de hace dos semanas (respondiendo sin nombrarlo al R.P. Gumpel) para ver una confirmación de los rumores que circulan insistentemente sobre un largo aplazamiento de la causa de beatificación de Pío XII, alimentados por unas declaraciones del rabino ortodoxo David Rosen, director del Instituto Heilbrunn para el Entendimiento Interreligioso Internacional y destacado miembro del Comité para el Diálogo Interreligioso Judeo-Católico amén de caballero pontificio, el cual, a la salida de una audiencia papal en octubre del año pasado dijo a la prensa que un miembro de su delegación había pedido a Benedicto XVI no beatificar a Pío XII hasta que no se conocieran los archivos secretos de su reinado, a lo que el Santo Padre habría respondido que “se lo estaba pensando”. A la luz de los acontecimientos, ¿debemos concluir que la información del rabino tenía fundamento? Pero, ¿es normal que la causa de un Siervo de Dios se haga depender del dictamen de los historiadores?

Si ello es así podemos, para decirlo coloquialmente, esperar sentados. Serán necesarios cinco o seis años hasta que se abran los archivos al público (uno menos de lo que se decía en octubre pasado el Padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, aunque entonces el proceso de beatificación de Pacelli no se vinculaba necesariamente a esta apertura). Podría acortarse el plazo si hubiera más personal dedicado a la ímproba labor de clasificación y puesta en orden de la documentación, pero no parece de momento que se vaya a emplear a más archivistas. Sin embargo, recién dentro de ese plazo de cinco a seis años será cuando comiencen las consultas de los investigadores y esto puede tardar bastantes más. Pero, además, ¿con qué criterio se podría dar por válido y definitivo un veredicto histórico sobre Pío XII? Existen cuestiones históricas que llevan siglos discutiéndose (por ejemplo el tema de los Borgia) y hasta ahora no se ha dicho una palabra concluyente sobre ellas aunque se vaya afinando cada vez más el conocimiento de las mismas. Y es que la Historia no es una ciencia exacta y está siempre sujeta a revisión.

En realidad, a la suposición de que no se pueda dar vía libre a la causa de beatificación de Pío XII hasta que no se abran todos los archivos sobre su pontificado subyace un criterio más positivista que propiamente religioso. Para saber que una persona es santa basta averiguar que su vida ha sido ejemplar y que sus escritos –si los hay– no contienen cosas contrarias a la fe católica o escandalosas. Este es el trabajo que toca a la postulación de la causa. Como ya tuvimos ocasión de señalar (pero vale la pena repetirlo aquí), cuando se ha averiguado que no hay nada que desmienta la fama de santidad del candidato a los altares, el relator redacta la positio y la expone ante la congregación ordinaria de cardenales y obispos para su aprobación y la consiguiente firma por el Papa del decreto de heroicidad de virtudes, lo que confiere al Siervo de Dios el título de Venerable. Normalmente se da por satisfactorio el trabajo del postulador y el relator, sin que sean necesarias ulteriores investigaciones. En este punto del proceso la santidad del venerable debe ahora ser ratificada por pruebas inequívocas de orden sobrenatural: dos milagros (uno para la beatificación y otro para la canonización). Mientras no haya milagro no avanza la causa. ¿Por qué no dejar, pues, que sea Dios quien se pronuncie sobre la santidad de Pío XII mediante el signo de su poder de intercesión ante Él?

Abrir los archivos del pontificado pacelliano puede ser, sin duda, muy útil para el estudio de la Historia y para una mejor comprensión del período más difícil del siglo XX, pero no creemos que sea necesario para esclarecer la santidad de Pío XII, de la que hubo convicción moral desde el momento mismo de su muerte e incluso antes. Dos papas del siglo XX ya han subido a los altares: Pío X (beatificado y canonizado precisamente por Eugenio Pacelli) y Juan XXIII (beatificado por Juan Pablo II). Para ninguno de ellos se consideró necesaria la desclasificación de los archivos de su pontificado. Bastó la indudable fama de santidad en la que murieron y fueron tenidos y el normal trámite del proceso canónico. Prevalecieron los criterios religiosos, como debe ser. También prevalecieron los criterios religiosos respecto a la causa de Pío IX (beatificado también por Juan Pablo II), con la que se pretendió obrar como con la de Pío XII. Y es que al papa Mastai no le perdonan la Quanta cura y el Syllabus ni un supuesto antisemitismo.

Quizás este último dato nos dé la clave de lo que realmente hay detrás de los obstáculos puestos en el camino del papa Pacelli a los altares. Porque no sólo está la oposición de amplios sectores oficiales del mundo hebreo debido a la acusación –muy divulgada pero nunca probada– de complicidad pasiva en el Holocausto (lanzada curiosamente por un alemán reconvertido hoy al revisionismo); está también la de todos aquellos que consideran a Pío XII como la encarnación de un modelo de Iglesia que rechazan (tridentina, triunfalista, monolítica e intolerante). Son los mismos que propugnan la hermenéutica de la ruptura denunciada por Benedicto XVI. Constituyen el sector autodenominado “progresista” de la Iglesia y gozan de poder en la Curia Romana. Son los que intentan sabotear las medidas del actual pontífice, al que consideran un retrógrado y cuya muerte esperan ansiosos para que haya un cambio de tornas. Pacelli como Ratzinger son sus bêtes noires. Y si pudieran descanonizar al antimodernista san Pío X sin duda lo harían. Así pues, las razones por las que la causa de beatificación de Pío XII no avanza hay que buscarlas en prejuicios de orden político e ideológico.

Existe un hecho, sin embargo, que nos parece de enorme relevancia. A nuestro entender hay un testigo cualificado como ninguno a favor de la santidad de Eugenio Pacelli: su sucesor Pablo VI. Giovanni Battista Montini fue miembro de la Curia Romana desde 1924, en el que ingresó en la Secretaría de Estado como minutante. Desde 1930, año en el que el entonces cardenal Pacelli fue nombrado secretario de Estado por Pío XI, estuvo en contacto con aquél y la relación fue aún más estrecha desde que en 1937 Montini fue promovido a Substituto de la Secretaría de Estado y secretario de la Cifra. Cuando Pacelli se convirtió en papa, estuvo a las órdenes del cardenal Maglione y, a la muerte de éste en 1944, él y monseñor Domenico Tardini fueron los que despacharon directa y regularmente con Pío XII en calidad de substitutos. Monseñor Montini acompañó al Santo Padre en su salida del Vaticano para confortar a las víctimas del bombardeo sobre un barrio populoso de Roma y fue con la Madre Pascualina uno de los que más ayudó, por disposición de Pacelli, a las víctimas de la guerra. Cuando en 1954 fue a Milán como arzobispo había pasado 24 años de su vida cerca de Pío XII (con un trato constante y prácticamente diario durante la Segunda Guerra Mundial). De hecho, de él aprendió a ser papa.

Pues bien, si Montini hubiera tenido alguna duda sobre el comportamiento moral de Pío XII, sobre todo en la cuestión de sus supuestos “silencios”, ¿cómo es que se erigió en su ardiente defensor? Él, como ninguno, pudo saber por su asiduidad con Pío XII, si el Papa tenía su lado obscuro. Si así hubiera sido, habría corrido un tupido velo sobre su predecesor. Pero hizo todo lo contrario. Ya antes de entrar en el cónclave del que saldría elegido (época por la que estalló el escándalo de El Vicario) escribió un carta enérgica al diario inglés The Tablet defendiendo la memoria de Pacelli. Ya papa no sólo dispuso la publicación de las Actes et documents du Saint Siège rélatifs à la Seconde Guerre Mondiale, sino que en 1965 incoó el proceso de beatificación de Pío XII, al que no ahorró elogios cada vez que tuvo ocasión (en su peregrinación a Tierra Santa, en el décimo aniversario de la muerte y el centenario del nacimiento de Eugenio Pacelli). ¿No basta esta conducta positiva de un papa (testigo, además, de primera mano) a favor de su predecesor para que se ahorre un tiempo de espera innecesario a un causa que ya debería estar en la fase de los milagros?

No seremos nosotros, por supuesto, los que queramos “forzar” a Benedicto XVI (como dice el Padre Lombardi) en este asunto (ya hay quienes lo intentan, aunque en sentido contrario), pero sí es lícito que, así como unos le piden (y hasta se atreven a exigirle) al Papa que frene la beatificación de su “amado predecesor”, otros le pidamos con toda humildad y sumisión que le dé curso cuanto antes para que la Iglesia pueda gozar del don de un nuevo santo en la figura del Pastor Angelicus.


Oremos por la pronta beatificación del Pastor Angelicus