29 de diciembre de 2009

Un activista judío contra el antisemitismo habla con ponderación sobre Pío XII

Serge Klarsfeld, activista contra el antisemitismo y caza-nazis


Publicamos hoy una interesantísima entrevista aparecida el día de Nochebuena en el diario francés Le Point. El tema es de actualidad y candente: la firma que Benedicto XVI puso el 19 de diciembre último al decreto de heroicidad de virtudes del Siervo de Dios Pío XII, el cual, por este hecho, pasa a ser acreedor al título de Venerable. Se desbloqueaba así la causa de beatificación de Eugenio Pacelli, que llevaba en el limbo más de dos años, desde que en mayo de 2007 el decreto en referencia estuvo expedito para su aprobación por el Papa. Parece ser, sin embargo, que la medida no ha caído bien en medios del mundo hebreo, desde los cuales se han elevado voces críticas y desaprobatorias. Y es que el prejuicio anti-pacelliano, alimentado por una intensa propaganda de desprestigio y desautorización moral del hoy Venerable Pío XII, sigue siendo fuerte, a pesar de que nadie hasta el momento ha podido probar una sola de las acusaciones lanzadas contra el pontífice y, al contrario, los existen testimonios fehacientes y nunca desmentidos de los principales interesados en la cuestión, a favor no sólo de la inocencia de Eugenio Pacelli, sino de una positiva y eficaz acción, gracias a la cual se salvaron innumerables vidas (más de 800 mil, si hemos de creer a los cálculos del diplomático israelí Pinchas Lapide).

A pesar de la nota de prensa emanada por el R.P. Lombardi, portavoz oficial vaticano, explicando los alcances de la declaración de las virtudes heroicas del Venerable Pío XII y afirmando categóricamente que ésta no constituye de ningún modo un acto de hostilidad contra el pueblo judío, algunos de sus dirigentes no se han dado por satisfechos y la polémica sigue su curso. Afortunadamente, al lado de tomas de posición completamente fuera de lugar (en un asunto que, después de todo, sólo atañe a la Iglesia Católica), también ha habido intervenciones ponderadas y razonables, como la que reproducimos. Su valor y su autoridad son tanto mayores cuanto que se trata de las declaraciones, hechas a una periodista francesa, por una eminente personalidad judía: Serge Klarsfeld, célebre caza-nazis juntamente con su esposa Beate y creador de la Fundación Beate Klarsfeld, de la que depende la Asociación de Hijos e Hijas de los Deportados Judíos en Francia, fundada asimismo por la pareja. Los Klarsfeld participaron en el desenmascaramiento y posterior detención de destacados dirigentes nazis que habían logrado escapar de la justicia, entre ellos los criminales de guerra Alois Brunner, Klaus Barbie y Maurice Papon. También se involucraron en causas no directamente relacionadas con el mundo judío, como la persecución de los responsables del genocidio de la Guerra de los Balcanes. Serge Kalrsfeld es asimismo vicepresidente de la Fundación para la Memoria del Holocausto con sede en Francia. Estas credenciales hacen que sus palabras estén por encima de cualquiera sospecha de parcialidad a favor del Venerable Pío XII.



Benedicto XVI venera a su "amado predecesor" después de la
Misa papal en el 50º aniversario de Pío XII (8.X.2008)


Serge Klarsfeld : "No hay ninguna razón por la cual Pío XII no pueda convertirse en santo"


Entrevista realizada por Ségolène Gros de Larquier



La luz verde dada por Benedicto XVI a la beatificación del papa Pío XII está suscitando numerosas protestas en el seno de las comunidades judías. La decisión del papa Ratziger, sin embargo, “no es chocante en absoluto” para el historiador Serge Klarsfeld, fundador de la Asociación de Hijos e Hijas de los deportados judíos de Francia.


P. ¿Qué piensa usted de la próxima beatificación de Pío XII?

R. ¡Es un asunto interno de la Iglesia! Casi le podría decir que esta decisión me deja indiferente. ¡No hay ninguna razón por la cual Pío XII no pueda convertirse en santo! Hay, en cambio, otras cosas que me ofenden más: la publicación de las cartas antisemitas de Céline en la colección La Pléiade de Gallimard. Aunque Louis-Ferdinand Céline esté considerado como un genio literario, lo encuentro chocante. Además, si se habla tanto de Pío XII, ¿por qué no se fijan también en el general De Gaulle? ¡En Francia se le considera como si fuera un santo! Pues bien, durante el verano de 1942, después de la Redada del Velódromo de Invierno, el general De Gaulle no alzó su voz. Sin embargo, siguieron a continuación muchas otras redadas, llevadas a cabo únicamente por militares franceses y habiendo sido organizadas por la administración prefectoral. El general De Gaulle no abrió la boca ni para advertirles, por ejemplo: “¡Atención funcionarios!: si arrestáis a los judíos, vosotros seréis arrestados y entregados a la justicia”.


P. ¿Cuál es el juicio que le merece la postura de Pío XII durante la Segunda Guerra Mundial?

R. Pío XII desempeñó un papel decisivo contra Hitler, pero también contra el comunismo en Europa del Este. El polaco Karol Wojtyla, futuro Juan Pablo II, es el resultado de la voluntad de Pío XII de lanzar este movimiento de resistencia. El papel de Pío XII fue, además de diplomático, ideológico: fue él quien redactó la encíclica de 1937 condenando el nazismo y publicada por su predecesor.


P. Sin embargo, se le reprocha a Pío XII su silencio mientras tenía lugar la Shoah…

R. Todo ello es muy difícil de ponderar. No ocultemos el hecho de que Pío XII tuvo gestos discretos y eficaces para ayudar a los judíos. Citemos, por ejemplo, lo sucedido en Roma. Unos mil judíos fueron arrestados en el curso de una redada sorpresa. Pío XII no protestó en voz alta, pero ordenó a los establecimientos religiosos abrir sus puertas. Resultado: otros miles de judíos pudieron salvarse. Si el Papa hubiera protestado formalmente, ¿cuáles habrían sido las consecuencias? ¿Habría ello cambiado las cosas para los judíos? Probablemente no. Ya sus quejas en defensa de los católicos no habían sido escuchadas, pues en Polonia fueron muertos dos millones de ellos. Una pública declaración por parte de Pío XII, no obstante, seguramente habría mejorado su propia reputación en el día de hoy.


P. Hay en el seno del mundo judío quienes son más virulentos que usted…


R. Algunos como yo tratan de tener en cuenta cuáles eran la realidad histórica y el contexto de la época. Otros, en cambio, no piensan ni un segundo en los millares de católicos muertos, sino sólo en los rabinos y los judíos masacrados durante la Shoah. Pero el Papa es ante todo el papa de los católicos. La prioridad de Pío XII era la de proteger a los católicos de los regímenes nazi y comunista.


P. ¿Qué piensa, pues, usted de esta polémica?

R. Esta controversia no me sorprende. Me parece normal en la medida en que los archivos del Vaticano no han sido abiertos a pesar de las promesas. Y ya han pasado más de 60 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Debería haber libre acceso a los archivos para que constatemos por nosotros mismos cuáles fueron los gestos y las reacciones de Pío XII.


N.d.t.: Ya explicó el P. Lombardi en más de una ocasión que los Archivos Vaticanos relativos al Venerable Pío XII no es que permanezcan cerrados por un supuesto afán de ocultar información. Se irán abriendo progresivamente, aunque no con la rapidez deseada porque la desclasificación de la inmensa masa de documentos que contienen implica un trabajo de cuidadosa catalogación que puede llevar años enteros. Y todo buen bibliotecónomo y archivista sabe perfectamente que la única manera de no perder documentos es catalogándolos. De hecho hay ya una parte de los archivos disponibles al público, que tiene libertad para investigar en ellos. Aquí, no obstante, cabe observar que, como denunció en su momento el R.P. Gumpel, relator de la causa de beatificación de Eugenio Pacelli, algunos estudiosos acuden con ideas preconcebidas y, en conmsecuencia, con el propósito de encontrar a toda costa pruebas inculpatorias contra este papa. Cuando pasan semanas sin haber hallado nada se cansan y se excusan con el cómodo pretexto –falso por lo demás– de que se les oculta información.



24 de diciembre de 2009

Discurso del Santo Padre Pío XII al Sacro Colegio y a la Prelatura Romana con motivo de las felicitaciones de Navidad (24 de diciembre de 1939)




Pacelli: "Pax coeli": la verdadera paz
no viene del mundo, sino de Dios

Este mensaje de Pío XII, que lleva por título In questo giorno y que fue pronunciado en italiano a los cardenales y prelados romanos que acudieron el 24 de diciembre de 1939 a cumplimentar al Papa con motivo de la Navidad, es el primero de un ciclo de discursos que, en las trágicas circunstancias de la Segunda Guerra Mundial, trazan la doctrina política e internacional pontificia. Hace setenta años, Eugenio Pacelli comenzaba un pontificado cuyos seis primeros años iban a estar marcados por la laceración de la Humanidad hasta límites insospechados de monstruosidad. El olvido del derecho natural y de los principios que sustentan la convivencia y el verdadero progreso de las personas y las naciones es señalado por el Vicario de Cristo como la principal causa de la ruina y desolación en la que se vio inmersa Europa y, con ella, la civilización occidental entre 1939 y 1945. Por eso, como heraldo del que es Príncipe de la Paz, aprovechó la ocasión de la Navidad, festividad de la paz y del bien, para recordar en cada uno de esos años a los hombres de todo el mundo los fundamentos de un orden justo.

En este primer mensaje de 1939, el Santo Padre Pío XII establece los cinco puntos sobre los que se asienta una paz justa: 1) el respeto de la independencia de todas las naciones, grandes y pequeñas; 2) el desarme efectivo de todos los beligerantes, desarme tanto material como espiritual; 3) el establecimiento de instituciones jurídicas que garanticen el respeto de los tratados; 4) el respeto a las justas exigencias de las naciones, los pueblos y las minorías étnicas, salvaguardando el debido equilibrio entre todos, y 5) la vuelta a un espíritu de responsabilidad, justicia y buena voluntad, sin el cual cualquier tratado es letra muerta. Es interesante señalar que este mensaje tuvo una importante resonancia fuera del catolicismo, ya que al año siguiente altos dignatarios de la Comunión Anglicana y del consejo federal de las Iglesias libres firmaban una carta publicada por el
Times de Londres, en la que se declaraban de acuerdo con los cinco puntos expuestos por el Romano Pontífice. A pesar de que hayan transcurrido siete décadas desde la publicación de este discurso, su actualidad es mayor que nunca, en nuestro mundo contemporáneo que se debate por la paz, pero no es capaz de encontrarla porque no la busca en Dios, que es de quien procede la paz verdadera.


Postulados fundamentales de una paz justa

1. En este día la santa y suave alegría, venerables hermanos y queridos hijos, en el cual el ansia de nuestro espíritu, anhelante con la espera del acontecimiento divino, va a saciarse en la dulcísima contemplación del misterio del nacimiento del Redentor, nos sirve como preludio de tan gran gozo, la íntima alegría de ver reunidos en torno a Nos a los miembros del Sacro Colegio y de la Prelatura Romana y de escuchar de los elocuentes labios del eminentísimo cardenal decano, querido y venerado por todos, los sentimientos tan exquisitamente afectuosos y las felicitaciones que —acompañados y levantados hasta lo alto por el vuelo de las fervorosas oraciones dirigidas al celestial Niño— nos son ofrecidos por tantos corazones fieles y devotos en esta alegre solemnidad del santo nacimiento, la primera del ciclo del año litúrgico y primera fiesta navideña de nuestro pontificado.

2. Nuestro espíritu se eleva con vosotros desde este mundo hacia una esfera espiritual iluminada por la gran luz de la fe; con vosotros se exalta, con vosotros goza, con vosotros profundiza en el sacro recuerdo del misterio y sacramento de los siglos, escondido y manifiesto en la gruta de Belén, cuna de la redención de todas las gentes, revelación de la paz entre el cielo y la tierra, de la gloria de Dios en lo más alto de los cielos y de paz en la tierra a los hombres de buena voluntad; comienzo de la nueva carrera de los siglos, que adorarán este divino misterio, gran don de Dios y gozo de toda la tierra. Alegrémonos, os decimos a todos vosotros con las palabras del gran predecesor nuestro el santo pontífice León Magno: «Exultemos en el Señor, dilectísimos, y alegrémonos con espiritual regocijo, porque amaneció para nosotros el día de la redención nueva, de la reparación antigua, de la felicidad eterna. Pues cada año se nos ofrece de nuevo el sacramento de nuestra salvación, prometido desde el principio, realizado al fin para permanecer sin fin, en el cual es justo que, con los corazones levantados, adoremos el divino misterio, para que lo que se realiza por don grande de Dios, se celebre por la Iglesia con grandes alabanzas» (San León Magno, In Nativ. Domini II, sermo 22, c. I: PL 54, 193-194).

3. En la celebración de este divino misterio, la alegría de nuestros corazones se levanta hacia lo alto, se espiritualiza, se ensalza en lo sobrenatural y tiende a lo sobrenatural, volando hacia Dios con la excelsa expresión de la oración de la Iglesia: «ut inter mundanas varietates ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gaudia: para que, en medio de los cambios temporales, queden fijados nuestros corazones allí donde están los verdaderas gozos» (Misal romano, oración del domingo cuarto después de Pascua). En medio del choque y del tumulto de las variadas vicisitudes del mundo, el verdadero gozo se refugia en la imperturbabilidad del espíritu, en la cual, como en torre indestructible por las tormentas, se fija con confianza en Dios y se une con Cristo, principio y causa de toda alegría y de toda gracia. ¿No es acaso éste el sacramento del Rey de nuestras almas, del Dios Niño del pesebre de Belén? Cuando este secreto real penetra y anida en las almas, entonces la fe, la esperanza y el amor se levantan en el éxtasis del Apóstol de las Gentes, que grita al mundo: «Vivo yo, ya no yo; vive en mí Cristo» (Gál 2,20). Al transformarse el hombre en Cristo, Cristo en persona viste de sí mismo al hombre, humillándose hasta él para elevarlo hasta sí en aquel gozo de su nacimiento que es perenne fiesta navideña, a la cual la liturgia de la Iglesia no cesa en todo tiempo de llamarnos, invitarnos y exhortarnos, para que en nosotros se cumpla su promesa de que nuestro corazón se gozará, y nadie nos arrebatará nuestra alegría (cf. Jn 16,22 )

4. La luz celestial de esta alegría y de este consuelo sostiene la confianza de aquellos en quienes vive y brilla; ni, puede quedar obscurecida o perturbada por algún afán o fatiga, por alguna ansiedad o sufrimiento que brote o germine de este mundo, semejante a aquella «...alondra que en el aire se pasea, primero cantando, y luego calla, contenta de la última dulzura que la sacia» (Dante Alighieri, Paraíso, 20, 73.). Mientras otros se asustan, mientras las amargas aguas de la aflicción y de la desesperación sumergen a los pusilánimes, las almas en que vive Cristo lo pueden todo, y se elevan sobre los desórdenes y las tormentas del mundo, con siempre igual coraje y ardor, al cántico de las disposiciones, de las justificaciones y de las magnificencias de Dios. Bajo las tempestades se sienten superiores a las borrascas, a la tierra que pisan y a los mares que surcan, más que por su espíritu inmortal, por la elevación de sus corazones hacia Dios, Sursum corda, por su oración y unión con Dios, Habemus ad Dominum.

5. Y hacia Dios, misericordioso y omnipotente, venerables hermanos y queridos hijos, Nos elevamos nuestra mirada y nuestra súplica, como la mejor y más eficaz expresión de nuestra gratitud por vuestros fervorosos votos navideños, que son al propio tiempo oración dirigida al Padre celestial, «de quien viene toda buena gracia y todo don perfecto» (St 1,17). Haga El que, en esta unión de oraciones, cada uno de vosotros obtenga junto al pesebre de su unigénito Hijo, hecho carne y que habita entre nosotros, «aquella medida buena apretada, colmada, rebosante» (Lc 6, 38), de gozo navideño que sólo El puede dar; de forma que, corroborados y aliviados por tanto gozo, podáis generosamente y varonilmente, como soldados de Cristo, proseguir vuestro camino a través del desierto de la vida terrena hasta aquel ocaso en que, ante vuestra anhelante mirada, resplandezca en la aurora de la eternidad el monte del Señor, y que en cada uno de vosotros, renacido a nueva vida de gozo indefectible, se cumpla la oración navideña de la Iglesia, «de contemplar con confianza como juez a aquel Unigénito que con alegría acogemos ahora como Redentor» (Misal romano, oración de la vigilia de Navidad).

6. Pero en esta hora en que la vigilia de la santa Navidad nos proporciona la dulce alegría de vuestra presencia, al gozo se mezcla y revive en Nos, y sin duda no menos en vosotros, el triste recuerdo de nuestro glorioso predecesor de santa memoria (tan piadosamente evocado por nuestro venerable hermano el cardenal decano) y de las palabras —ha pasado solamente un año—, palabras inolvidables, solemnes y graves, que brotaban de lo profundo de su corazón paterno, que vosotros escuchasteis con Nos llenos de angustia, como el Nunc dimittis del santo anciano Simeón; palabras pronunciadas en esta sala, en igual vigilia, cargadas con el peso del presentimiento, por no decir de la profética visión, de la inminente desventura; palabras de exhortación y de aviso, de heroico sacrificio de sí mismo, cuyos ahogados acentos todavía hoy enternecen nuestras almas.


La tragedia de la guerra

7. La indecible desgracia de la guerra, que Pío XI preveía con profundo y sumo dolor, y que con la indomable energía de su noble y altísimo espíritu quería, por todos los medios, alejar de las contiendas de las naciones, se ha desencadenado y ahora es ya una trágica realidad. Ante su estruendo, una inmensa amargura inunda nuestro ánimo, triste y preocupado porque el santo nacimiento del Señor, del Príncipe de la Paz, habrá de celebrarse hoy entre el funesto, fúnebre tronar de los cañones, bajo el terror de bélicos aparatos volantes, en medio de las amenazas y de las asechanzas de los navíos armados. Y como parece que el mundo ha olvidadlo el pacificador mensaje de Cristo, la voz de la razón, la fraternidad cristiana, hemos tenido, desgraciadamente, que asistir a una serie de actos inconciliables tanto con las prescripciones del derecho internacional positivo como con los principios fundamentales del derecho natural y con los mismos sentimientos más elementales de la humanidad, actos que demuestran en qué caótico círculo vicioso se desenvuelve el sentido jurídico, desviado por puras consideraciones utilitarias. En esta categoría entran: la premeditada agresión contra un pueblo pequeño, laborioso y pacífico, con el pretexto de una amenaza ni existente ni querida y ni siquiera posible; las atrocidades (quienquiera que las haya cometido) y el uso ilícito de medios de destrucción incluso contra los no combatientes y los fugitivos, contra los ancianos, las mujeres y los niños; el desprecio de la dignidad, de la libertad y de la vida humana, del cual derivan actos que claman venganza en la presencia de Dios: «La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra» (Gen 4, 10); la siempre más extendida y metódica propaganda anticristiana e incluso atea, principalmente entre la juventud.

8. A preservar la Iglesia y su misión entre los hombres de todo contacto con tal espíritu anticristiano nos mueve nuestro deber, que es también intima y sagrada voluntad, de Padre y Maestro de la Verdad; y por esto dirigimos cálida e insistente exhortación sobre todo, a los ministros del santuario y a los «distribuidores de los misterios de Dios» (1Cor 4, 1. ), para que sean siempre vigilantes y ejemplares en la enseñanza y en la práctica del amor y no olviden jamás que en el reino de Cristo no hay precepto más inviolable ni más fundamental y sagrado que el servicio de la verdad y el vínculo de la caridad.

9. Con viva y angustiosa ansia nos vemos obligados a contemplar manifiestas ante nuestros ojos las ruinas espirituales que se van acumulando sin cesar a causa de un intenso diluvio de ideas que, más o menos intencionadamente o veladamente, entenebrece y deforma la verdad en las almas de tantos individuos y pueblos, envueltos o no en la guerra; por ello pensamos qué inmenso trabajo será necesario —cuando el mundo, cansado de guerrear, quiera restablecer la paz— para abatir los muros ciclópeos de la aversión y del odio, que en el ardor de la lucha se han hecho tan grandes.

10. Conscientes de los excesos a que abren camino y llevan inexorablemente las doctrinas y los hechos de una política despreocupada de la ley de Dios, Nos, como sabéis bien, cuando las diferencias se tornaron amenazadoras, con todo el ardor de nuestro ánimo procuramos hasta el final evitar el máximo mal y persuadir a los hombres en cuyas manos estaba la fuerza y sobre cuyas espaldas gravitaba una pesada responsabilidad a que se alejasen de un conflicto armado y ahorrasen al mundo imprevisibles desgracias. Nuestros esfuerzos y los que, convergentes, venían de otras partes, no lograron el efecto esperado, sobre todo porque apareció inmovible la profunda desconfianza, que, agigantándose en los ánimos durante los últimos años, llegó a elevar entre los pueblos infranqueables barreras espirituales.

11. No eran insolubles los problemas que se agitaban entre las naciones; pero aquella desconfianza, originada por una serie de circunstancias particulares, impedía, como con fuerza irresistible, que se prestase ya fe a la eficacia de eventuales promesas y a la duración y vitalidad de posibles acuerdos. El recuerdo de la vida efímera y discutida de semejantes intentos o acuerdos terminó paralizando todo esfuerzo para promover una solución pacifica.

12. No nos quedó, venerables hermanos y amados hijos, sino repetir con el profeta: «Esperábamos paz, todo son infortunios; y a la hora del alivio sólo se presenta la angustia» (Jer 14, 19) y dedicarnos entretanto a aliviar, en cuanto nos era posible, las desventuras derivadas de la guerra, si bien tal acción ha sido no poco impedida por la imposibilidad, hasta ahora no superada, de llevar el socorro de la caridad cristiana a regiones donde más viva y urgente se siente su necesidad. Con indecible angustia, desde hace cuatro meses venimos observando que esta guerra. iniciada y continuada en circunstancias tan insólitas, acumula trágicas ruinas. Y si hasta ahora —exceptuando el suelo ensangrentado de Polonia y de Finlandia— el número de las víctimas puede considerarse inferior al que se temía, la suma de los dolores y de los sacrificios ha llegado a tal punto, que provoca viva ansiedad en quien se preocupa del futuro estado económico, social y espiritual de Europa, y no solamente de Europa. Cuanto más el monstruo de la guerra se apropia, absorbe y se adjudica los medios materiales que inexorablemente quedan puestos al servicio de las necesidades guerreras, crecientes de hora en hora, tanto más agudo se hace para las naciones, directa o indirectamente sacudidas por el conflicto, el peligro de una, podríamos decir, anemia perniciosa y se consolida la acongojante pregunta: ¿Cómo podrá, cuando la guerra acabe, una economía exhausta o extenuada encontrar los medios necesarios para la reconstrucción económica y social, entre las dificultades que de todas partes se verán aumentadas extraordinariamente, y de las cuales las fuerzas y las artes del desorden, que se mantienen ocultas, procurarán aprovecharse, con la esperanza de poder asestar el golpe decisivo a la Europa cristiana?

13. Semejantes consideraciones acerca del presente y acerca del porvenir deben tener preocupados, aun en medio de la fiebre de la lucha, a los gobernantes y a la parte sana de todos los pueblos, y moverlos y excitarlos a examinar sus efectos y a reflexionar sobre los objetivos y sobre la finalidad justificable de la guerra.

Puntos fundamentales de una paz justa y honrosa

14. Y pensamos que quienes con ojo vigilante miren estas graves perspectivas y consideren con mente tranquila los síntomas que en muchas partes del mundo señalan esta evolución de los acontecimientos, se mantendrán, a pesar de la guerra y de sus duras necesidades, dispuestos interiormente a definir, en el momento oportuno y propicio, claramente, en cuanto les corresponda, los puntos fundamentales de una paz justa y honrosa, y no rehusarán caprichosamente las gestiones en cualquier ocasión que se presenten con las necesarias garantías y cautelas.

1º Un postulado fundamental de una paz justa y honrosa es asegurar el derecho a la vida y a la independencia de todas las naciones, grandes y pequeñas, poderosas y débiles. La voluntad de vivir de una nación no debe equivaler nunca a la sentencia de muerte para otra. Cuando esta igualdad de derechos es destruida, o herida o puesta en peligro, el orden jurídico exige una reparación, cuya medida y extensión no ha de ser determinada por la espada o el arbitrio egoísta, sino por las normas de la justicia y de la recíproca equidad.

2º A fin de que el orden de este modo establecido pueda tener tranquilidad y duración, ejes de una verdadera paz, las naciones deben quedar liberadas de la pasada esclavitud de la carrera de armamentos y del peligro de que la fuerza material, en vez de servir para tutelar el derecho, se convierta en tiránica violadora de éste. Los tratados de paz que no atribuyesen fundamental importancia a un desarme mutuamente consentido, orgánico, progresivo, tanto en el orden práctico como en el espiritual, y no cuidasen de realizarlo lealmente, revelarían, tarde o temprano, su inconsistencia y falta de vitalidad.

3º En toda reordenación de la convivencia internacional, sería conforme a las máximas de la humana sabiduría que todas las partes interesadas dedujeran las consecuencias de las lagunas o de las deficiencias del pasado; y al crear o reconstruir las instituciones internacionales, que tienen una misión tan alta, pero al mismo tiempo tan difícil y llena de gravísima responsabilidad, se deberían tener presentes las experiencias que resultaron de la ineficacia o del defectuoso funcionamiento de anteriores iniciativas semejantes. Y, como a la debilidad humana es tan dificultoso, casi podríamos decir tan imposible, preverlo todo y asegurarlo todo en el momento de los tratados de paz. cuando es tan difícil verse libre de las pasiones y de la amargura, la constitución de instituciones jurídicas que sirvan para garantizar el leal y fiel cumplimiento de tales tratados, y, en caso de reconocida necesidad, para revisarlas y corregirlas, es de importancia decisiva para una honrosa aceptación de un tratado de paz y para evitar arbitrarias y unilaterales lesiones e interpretaciones de las condiciones de los referidos tratados.

4º En particular, un punto que debería reclamar la atención, si se quiere una mejor ordenación de Europa, se refiere a las verdaderas necesidades y las justas exigencias de las naciones y de los pueblos, como también de las minorías étnicas; exigencias que, si no bastan siempre para fundamentar un estricto derecho, cuando están en vigor tratados reconocidos y sancionados u otros títulos jurídicos que se opongan a ellas, merecen, sin embargo, un benévolo examen para solucionarlas por métodos pacíficos y también, cuando sea necesario, por medio de una equitativa, prudente y concorde revisión de los tratados. Reconstituido así un verdadero equilibrio entre las naciones, restablecidas las bases de una mutua confianza, se evitarían muchas tentaciones para recurrir a la violencia.

5º Pero incluso las regulaciones mejores y más cumplidas serán imperfectas y condenadas en definitiva al fracaso si los que dirigen la suerte de los pueblos, y los pueblos mismos, no se dejan penetrar cada vez más de aquel espíritu del que únicamente puede provenir la vida, autoridad y obligatoriedad a la letra muerta de los párrafos de los ordenamientos internacionales; es decir, de aquel sentido de íntima y aguda responsabilidad que mira y pondera los estatutos humanos según las santas e indestructibles normas del derecho divino; de aquella hambre y sed de justicia que es proclamada como bienaventuranza en el sermón de la Montaña, y que tiene como condición natural previa la justicia moral ; de aquel amor universal que es el compendio y el término más avanzado del ideal cristiano, y por esto tiende un puente incluso a quienes no tienen la dicha de participar en nuestra misma fe.

Los obstáculos de la paz

15. No desconocemos cuán graves son las dificultades que se interponen para conseguir estos fines, que Nos hemos trazado a grandes líneas, para fundar, llevar a cabo y conservar una justa paz internacional. Pero, si alguna vez ha habido un ideal digno de la cooperación de todos los espíritus nobles y generosos, si alguna vez ha habido ansia de una cruzada espiritual que con nueva verdad hiciese resonar el grito «Dios lo quiere», es verdaderamente este altísimo ideal y esta cruzada y lucha de corazones puros y magnánimos, emprendida para reconducir los pueblos de las turbias cisternas de los intereses materiales y egoístas a la fuente viva del derecho divino, el cual es el único que puede dar aquella moralidad, nobleza y estabilidad cuya falta y necesidad se han echado tan de menos y durante tan largo tiempo, con grave daño de las naciones y de la humanidad.

16. Nos creemos y esperamos que todos cuantos nos están unidos por los vínculos de la fe, cada uno en su puesto y dentro de los límites de su misión, tengan abierta su mente y su corazón a estos ideales, que son al mismo tiempo los fines reales de una verdadera paz en la justicia y en el amor, para que así, cuando el huracán de la guerra esté a punto de cesar y desaparecer, surjan en todos los pueblos y en todas las naciones espíritus previsores y puros, animados de un valor que sepa y sea capaz de oponer al tenebroso instinto de la baja venganza la severa y noble majestad de la justicia, hermana del amor y compañera de toda verdadera prudencia.

17. De esta justicia que es la única capaz de crear la paz y de asegurarla, Nos, y con Nos todos cuantos escuchan nuestra voz, no ignoramos dónde nos es dado encontrar el sublime ejemplar, el íntimo impulso y la segura promesa. «Transeamus usque Bethlehem et videamus» ( Lc 2,15). Vayamos a Belén. Allí encontraremos recostado en el pesebre al nacido «Sol de la justicia, Cristo, Dios nuestro», y a su lado la Virgen Madre, «Espejo de la justicia» y «Reina de la paz», con el santo custodio José, «el hombre justo». Jesús es el esperado de las gentes. Los profetas lo señalaron y cantaron sus futuros triunfos: «y se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz (Is 9,6).

18. Cuando nació este celestial Niño, otro príncipe de la paz se asentaba sobre las orillas del Tíber y había con solemnes ceremonias dedicado un Ara Pacis Augustae, cuyos maravillosos pero quebrados restos, sepultados durante siglos bajo las ruinas Roma, han levantado la cabeza en nuestros días. Sobre aquel altar Augusto sacrificó en honor de dioses que no salvan. Pero es lícito pensar que el verdadero Dios y eterno Príncipe de la Paz, que pocos años después apareció entre los hombres, haya escuchado el anhelo de aquel tiempo por la paz y que la paz de Augusto haya sido como una figura de aquella paz sobrenatural que sólo El puede dar, y en la que se halla necesariamente comprendida toda paz terrena; aquella paz conquistada no con el hierro, sino con el leño de la cuna de este Infante Señor de la paz y con el leño de su futura cruz, de muerte, rociada con su sangre, sangre no de odio y de rencor, sino de amor y de perdón.

19. Vayamos, pues, a Belén y a la gruta del recién nacido Rey de la paz, cantada sobre su cuna por los coros de los ángeles, y de rodillas ante El, en nombre de esta humanidad inquieta y sacudida, en nombre de los innumerables hombres, sin distinción de pueblo o de nación, que se desangran y mueren, o han caído en el llanto y en la miseria, o han perdido la patria, dirijamos nuestra invocación de paz y concordia, de ayuda y de salvación, con las palabras que la Iglesia pone en estos días sobre los labios de sus hijos: «O Emmanuel, Rex et legifer noster, exspectatio Gentium et salvator earum, veni al salvandum nos, Domine, Deus noster» (Brev. rom.).

20. Mientras con esta plegaria desahogamos nuestra aspiración insaciada por una paz en el espíritu de Cristo, Mediador de paz entre el cielo y la tierra, con su benignidad y humanidad aparecida en medio de nosotros, y exhortamos cálidamente a los fieles cristianos a asociar con nuestras intenciones también sus sacrificios y sus oraciones, impartimos, venerables hermanos y queridos hijos, a vosotros y a todos los que lleváis en vuestro corazón, a todos los hombres de buena voluntad que se hallan diseminados sobre la faz de la tierra, especialmente a los que sufren, a los angustiados perseguidos, a los prisioneros, a los oprimidos de toda región y país, con inmutado afecto, como prenda de gracias de y de consolaciones y alivios celestiales, la bendición apostólica.


OPVS IVSTITIAE PAX
"La paz es obra de la justicia"


23 de diciembre de 2009

NOTA VATICANA SOBRE EL DECRETO DE VIRTUDES HEROICAS DE PIO XII


El P. Lombardi habla sobre la causa
del Pastor Angelicus



CIUDAD DEL VATICANO, 23 DIC 2009 (VIS).- El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, S.I., dio a conocer hoy la siguiente nota sobre la firma del decreto sobre las virtudes heroicas del Siervo de Dios Pío XII:

La firma por parte del Papa del decreto "sobre las virtudes heroicas" de Pío XII ha suscitado diversas reacciones en el mundo judío, probablemente porque se trata de una firma cuyo significado está claro en el ámbito de la Iglesia católica y de los "expertos en materia", y merece una explicación para un público más amplio, en particular el judío, comprensiblemente muy sensible por cuanto respecta al período histórico de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto.

Cuando un Papa firma un decreto "sobre las virtudes heroicas" de un Siervo de Dios confirma la valoración positiva que la Congregación para las Causas de los Santos ya ha votado. Naturalmente se tienen en cuenta en esta valoración las circunstancias en las que ha vivido la persona; es necesario, pues, un atento examen desde el punto de vista histórico, pero la valoración se refiere esencialmente al testimonio de vida cristiana que ha dado esa persona (su intensa relación con Dios y la continua búsqueda de la perfección evangélica y no la valoración del alcance histórico de todas sus decisiones operativas.

Con motivo de la beatificación de Juan XXIII y Pío IX, Juan Pablo II decía: "La santidad vive en la historia y todo santo no se sustrae a los límites y condicionamientos propios de nuestra humanidad. Beatificando a uno de sus hijos, la Iglesia no celebra las opciones históricas particulares que haya efectuado, sino más bien lo indica para la imitación y la veneración por sus virtudes en alabanza de la gracia divina que resplandece en ellas".

Con esto no se pretende limitar en absoluto la discusión sobre las opciones concretas que llevó a cabo Pío XII en la situación en que se encontraba. Por su parte, la Iglesia afirma que se efectuaron con la pura intención de desarrollar lo mejor posible el servicio de altísima y dramática responsabilidad del pontífice. En cualquier caso, la atención y la preocupación de Pío XII por el destino de los judíos -algo que ciertamente es relevante para la valoración de sus virtudes- son ampliamente reconocidas y atestiguadas también por numerosos judíos.

Por tanto, sigue estando abierta también en el futuro la investigación y la valoración de los historiadores en su campo específico. Y en el caso concreto se comprende la petición de tener abiertas todas las posibilidades de investigación sobre los documentos. Para la apertura completa de los archivos -como ya se ha dicho otras veces- es necesario el ordenamiento y la catalogación de una gran cantidad de documentos, que exige un tiempo técnico de varios años.

Por lo que respecta al hecho de que los decretos sobre las virtudes heroicas de los Papas Juan Pablo II y Pío XII hayan sido promulgados el mismo día, no significa un "acoplamiento" de las dos causas a partir de ahora, ya que son totalmente independientes y cada una seguirá su propio camino. Por tanto, no hay ningún motivo para pensar en una eventual beatificación contemporánea.

Está claro que la reciente firma del decreto no hay que interpretarla como un acto hostil contra el pueblo judío y es de desear que no sea considerada un obstáculo en el camino del diálogo entre el judaísmo y la Iglesia católica. Es más, se espera que la próxima visita del Papa a la Sinagoga de Roma sea una ocasión para reafirmar y consolidar con gran cordialidad estos vínculos de amistad y de estima.

OP /DECRETO PIO XII/LOMBARDI VIS 091223 (620)



Pío XII es ya venerable pese a quien le pese
y será declarado santo si Dios quiere



19 de diciembre de 2009

Venerabilis Pie XII, ora pro nobis!





Esta mañana el Santo Padre Benedicto XVI ha puesto su firma en varios decretos presentados por la Congregación romana para las Causas de los Santos. Entre ellos se encontraba el de heroicidad de virtudes de dos papas contemporáneos: Pío XII y Juan Pablo II. El decreto del primero llevaba ya dos años expedito para la confirmación papal después de haber sido aprobada por unanimidad en el seno de la comisión ordinaria de cardenales y obispos del citado dicasterio. Razones de prudencia dictaron en su momento la espera. El año pasado, con motivo de los cincuenta años del piadoso tránsito del papa Pacelli, su sucesor Benedicto XVI quiso realzar la efeméride mediante la celebración de una capilla papal en su memoria, el 9 de octubre. En su homilía, el Pontífice hizo el encomio de la persona, la obra y el pontificado de su “amado y venerado predecesor”, siguiendo en ello la tradición marcada por el beato Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Habiendo ello provocado nuevas controversias acerca de la oportunidad o no de la beatificación de Pío XII, la Santa Sede publicó, a través de su portavoz, el P. Lombardi, una nota en la cual se decía que la firma del decreto de heroicidad de virtudes por parte del papa Benedicto era “objeto, por parte suya, de profundización y reflexión, y en esta situación no es oportuno tratar de ejercer presiones sobre él, ya sea en un sentido o en otro”. Hoy podemos comprobar que esa profundización y reflexión han madurado y dado óptimo fruto. El Santo Padre felizmente reinante demuestra una vez más su inteligencia y sabiduría y hoy podemos ya invocar a Pío XII con el título de Venerable.

Pero, como muy bien ha declarado el R.P. Peter Gumpel, S.I., relator de la causa de beatificación, “el camino aún es largo”. Falta, en efecto, la verificación y aprobación de un milagro atribuido a la intercesión de Pío XII para que pueda darse curso a aquélla. Y en eso somos ahora los fieles los que tenemos en gran parte la responsabilidad de que se avance en esta dirección. Desde este humilde blog invitamos a todos a encomendarse a Dios y pedirle gracias por mediación del nuevo Venerable. Es importante que difundamos la devoción a Pío XII ahora más que nunca. Con el decreto de heroicidad de virtudes ya nadie puede honradamente poner en duda la integridad moral del gran Eugenio Pacelli. Se trata de un mentís categórico a la infame campaña que se desatara en 1963 contra su augusta memoria por personas sin escrúpulos, que no temieron echar el lodo de la ignominia sobre quien un lustro atrás concitaba las expresiones de gran admiración y sincero duelo de personalidades de todo el mundo, incluso judías. Ahora debemos concentrarnos preferentemente en una labor positiva de divulgación de la vida, obra y pontificado del Venerable Pío XII, mostrando su grandeza humana y su profunda dimensión sobrenatural. Retomemos la oración que en su día compuso el vicario de la Ciudad del Vaticano, Mons. Petrus Canisius van Lierde, que vivió a su luz y bajo su sombra, y repitámosla cada día en nuestras plegarias para que Eugenio Pacelli suba pronto a los altares (véase al final).



No podemos dejar de recordar aquí por deber de gratitud a las personas que han trabajado y siguen trabajando denodadamente en la causa de beatificación de Pío XII, incoada en 1965 por disposición del papa Pablo VI (que pasó treinta años a su lado y vivió de cerca su pontificado). En primer lugar, el R.P. Paolo Molinari y el R.P. Peter Gumpel, jesuitas, respectivamente postulador y relator de la causa, que tanto han contribuido a que ésta no quedara empantanada por las intrigas de los enemigos de Pío XII. El P. Gumpel se ha mostrado siempre como un intrépido defensor de este gran Pontífice Romano. Ha concedido entrevistas, ha pronunciado conferencias y ha hecho públicas aclaraciones con energía y decisión, pero también con serenidad y con solvencia intelectual y, sobre todo, un gran amor a la verdad de los hechos, a fuer de buen historiador. Por lo que al SIPA respecta, siempre hemos tenido la puerta del P. Gumpel abierta, habiendo animado nuestros humildes comienzos y primeras actividades. También queremos mencionar al R.P. Pierre Blet, S.I., que, junto con otros tres sacerdotes de la Compañía (los RR.PP. Angelo Martini, Burkhart Schneider y Robert A. Graham), se encargó de la titánica labor –que les fuera encomendada por Pablo VI- de publicar la documentación de los archivos secretos vaticanos relativos al paríodo de la Segunda Guerra Mundial. El P. Blet también apoyó al SIPA desde sus inicios y fue siempre un benévolo amigo. Hace tres semanas nos dejó después de una larga y fecunda vida y estamos seguros de que algo habrá intervenido en el cielo para el feliz desenlace de hoy. ¡Bendita sea su memoria! Tampoco podemos olvidar a sor Margarita Marchione, la religiosa ítalo-americana de la congregación de Maestras Pías Filippini, que ha hecho de la defensa de Pío XII la razón de sus esfuerzos y desvelos, mostrándose como una incansable estudiosa e investigadora, una amena conferenciante y una proficua escritora. También tenemos el honor de gozar de su apoyo. Precisamente de ella publicamos el artículo –en su traducción castellana– que ha tenido a bien enviarnos nada más conocer la noticia de la firma del decreto de heroicidad de virtudes por el papa Benedicto XVI y que tenemos el honor de publicar a continuación.


HEROICIDAD DE VIRTUDES DE PÍO XII

Por: Sor Margherita Marchione, Ph.D.




Los católicos de todo el mundo están de plácemes por el acto en virtud del cual Su Santidad Benedicto XVI ha dado vía libre al proceso de beatificación del Siervo de Dios Pío XII, al firmar la mañana de hoy, 19 de diciembre de 2009, el decreto de la heroicidad de sus virtudes. El anuncio fue hecho después de la audiencia concedida al cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Ahora se espera de los fieles que envíen informaciones para ver si algún milagro puede ser atribuido a la intercesión del nuevo Venerable. La causa de beatificación de Pío XII fue inicialmente introducida por Pablo VI a petición de la Conferencia Episcopal Norteamericana, seguida por otras, así como de cientos de miles de fieles alrededor del mundo.

En el 50º aniversario de la muerte de Pío XII, el 9 de octubre de 2009, el Santo Padre Benedicto XVI exhortó a los fieles a rezar para que tenga lugar su beatificación. Hoy, al cabo de catorce meses, después de un cuidadoso y laborioso examen por la Congregación para las Causas de los Santos y tras dos años desde que la positio fuera unánimemente aprobada por la comisión de cardenales y obispos, el anuncio oficial de la firma del decreto correspondiente por el Papa hace avanzar el proceso hacia sus etapas finales.

Poco después de la muerte de Pío XII el 9 de octubre de 1958, su sucesor el beato Juan XXIII se refirió a él en su primer mensaje de Navidad como “Padre y Pontífice nuestro, al que queremos ya contemplar como asociado a los Santos de Dios en las regiones celestiales”. Extraoficialmente “canonizó” a Pío XII y declaró que “bien conviene a su memoria bendita el triple título de doctor optimus, Ecclesiae sanctae lumen, divinae legis amator (Michael Chinigo: The Teachings of John XXIII, 1967). El Venerable Pío XII es, en verdad, digno de estos apelativos: “Doctor óptimo, Luz de la Santa Iglesia, “Amante de la Ley Divina”. Pío XII trabajó con gran dedicación por la causa de la paz, condenó al nazismo antes y durante las hostilidades, alivió los sufrimientos y salvó las vidas de muchos judíos y cristianos víctimas de la guerra. Su vida virtuosa habla por ella misma y está respaldada por abundantes e incontestables pruebas documentales. La verdad acerca de su servicio a la Iglesia y al mundo –primero como diplomático y más tarde como Sumo Pontífice– en momentos particularmente difíciles para la Humanidad está asimismo históricamente establecida.

El papa Pacelli ha sido víctima de una injusta campaña de calumnias durante casi cincuenta años. Ahora, sin embargo, existen pruebas aplastantes que demuestran más allá de toda duda que trabajó sin descanso por la paz, que no buscó otra cosa que ayudar a las víctimas de la guerra en todos los modos posibles (especialmente a los judíos, centenares de miles de los cuales se vieron librados a través de sus esfuerzos) y que advirtió al mundo constantemente acerca de los horrores del nazismo y del comunismo.

El 2 de marzo de 1939, Eugenio Pacelli era elegido al solio de Pedro, tomó el nombre de su predecesor y como Pío XII dirigió al Papado en una incesante búsqueda de la paz en un período de violencia y trastornos sin precedentes (1939-1958). Realzó el prestigio de la Iglesia y ejerció un indisutible liderazgo no sólo sobre los católicos, sino sobre el mundo. Obtuvo mayor admiración y elogio que cualquiera de sus predecesores. La Iglesia no había conseguido, desde los tiempos de la Reforma, tan gran respeto. Buen samaritano y hombre cuya fe en Dios dio esperanza y coraje a millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, salvó más víctimas judías de los nazis que cualquier otra persona, ejército u organización. El cargo del que se le ha llegado a acusar, de haberse mostrado indiferente al destino de las víctimas del holocausto es injusto y se contradice con el testimonio de un vasto número de esas mismas víctimas, que se beneficiaron de su ayuda.

El célebre santo de Pietrelcina, el Padre Pío, fue una de las más carismáticas figuras del siglo XX. En su Diario (p. 225) el místico dejó escrito que cuando murió el papa Pío XII, el 9 de octubre de 1958, fue consolado “por la visión de este pontífice en el hogar celestial”. El 22 de febrero de 2001 Bernard Tiffany citó el siguiente testimonio del P. Dominic Meyer, O.F.M.Cap., secretario del santo fraile: “El Padre Pío me dijo haber visto al Papa durante su misa. Y muchos Milagros en varias partes del mundo fueron atribuidos a su intercesión. El 8 de diciembre de 1958 se publicaron las primeras estampas del difunto papa con una oración [en italiano] por su beatificación, pero hasta ahora no he visto ninguna con la oración en inglés” (30 de junio de 1959). En efecto, inmediatamente después del fallecimiento de Pío XII el mundo en general lo proclamó digno de la santidad. El estadounidense Michael Bobrow, corresponsal de prensa extranjera en Tierra Santa a finales de los Sesenta, es uno de los muchos judíos contemporáneos que están a favor de la canonización de Pío XII. Hace unos años declaró que un primo suyo “fue escondido por monjas católicas y se salvó gracias a las directivas de Pío XII, cuya canonización sería un acto de suprema justicia, caridad y verdad” (Carta a sor Margherita Marchione del 26 de diciembre de 1998).

Pío XII era una persona piadosa, serena y pacífica; hombre moderno, dotado de una memoria extraordinaria. Amigo del físico Guglielmo Marconi, fue de los primeros en usar los modernos medios de comunicación. Su inteligencia superior nunca intimidó a sus colaboradores. Su candor revelaba su alma, que se transparentaba a través de su amable sonrisa. Fue un realista lúcido y especial, con un sentido místico de la existencia humana, siempre en contacto con los más poderosos líderes el mundo. Fue un entendido en las más diversas disciplinas y sus discursos y escritos llenan una veintena de gruesos volúmenes. Siempre se preparaba concienzudamente para cada discurso. Pero a veces, sin tomar notas, improvisaba y se abandonaba a la inspiración del momento. Protegió a la Iglesia del peligro de los errores modernos, pero la preparó, trabajando diligentemente con la asistencia de hombres capaces, para el Concilio Vaticano II. Aunque muy humilde no fue un timorato y estuvo siempre dispuesto a hablar claramente. En todas sus palabras y acciones estuvo guiado por su amor a Dios, su devoción a la Virgen y su concepto de la dignidad del Papado.

Millones de peregrinos y visitantes que afluyeron al Vaticano, edificados por la paternal solicitud de Pío XII, su rostro sonriente y sus inspiradas palabras, experimentaron una fe, una esperanza y un amor a Dios y al prójimo intensos. No tenía miedo a la muerte y estuvo dispuesto a sacrificar su vida en defensa de los derechos de la Iglesia y en el cumplimiento de sus deberes pastorales. Cuando se corrió la voz de que los Nazis pretendían capturarlo y deportarlo y supo de los planes que se estaban haciendo los Aliados para asegurar su incolumidad en el extranjero, el Papa declaró firmemente que no abandonaría el Vaticano y que sólo se lo podrían llevar por la fuerza física. También se rehusó a ir a refugios antiaéreos. En lugar de eso, prefirió la protección de la oración en su capilla del Palacio Apostólico. Durante los dos bombardeos de Roma, dejó el Vaticano para ir al encuentro de los heridos y damnificados, a los que consoló y asistió tanto espiritual como materialmente. Nunca temió por su vida y, abandonándose a la voluntad de Dios, aceptó el sufrimiento al faltarle la salud con cristiana conformidad y fortaleza hasta su muerte en Castelgandolfo tras una larga agonía.

Un telegrama del 9 de marzo de 1944 (nº. 2341) confirma el hecho de que numerosos judíos y otros refugiados se hallaban ocultos en la villa pontificia de Castelgandolfo cuando los Aliados bombardearon la localidad. Soldados nazis con pesado equipamiento military estaban estacionados allí e intercambiaron fuego, de resultas de lo cual, según Allen Dulles, secretario de Estado norteamericano, “1000 personas resultaron heridas y 300 murieron. La Santa Sede protestó por el bombardeo de su territorio” (Hitler’s Doorstep: The Wartime Intelligence Reports of Allen Dulles, 1942-1945).

En todas partes la Iglesia denunció las deportaciones y el trato infligido a los judíos. Hombres de Iglesia valientes desafiaron a Hitler. El 16 de julio de 1942, cuando la policía de ocupación hizo una redada de 13.000 judíos en París, los Obispos franceses publicaron una protesta conjunta: “Nuestra conciencia cristiana clama por el horror. En nombre de la humanidad y de los principios cristianos reivindicamos los derechos inalienables de las personas”. Volúmenes de testimonios confirman las acciones heroicas del papa Pío XII y del clero católico en el mundo convulsionado por la guerra.

Gary Krupp, empresario judío y creador de la fundación Pave the Way para el entendimiento religioso, escribió: “No voy a hacer comentarios sobre un procedimiento católico como es una beatificación. No es algo de mi competencia. Sin embargo, creo que el papa Pío XII debería ser reconocido por el pueblo judío como Justo entre las Naciones en el Yad Vashem de Jerusalén. Gracias a la investigación de pruebas documentales por la Pave the Way Foundation, hemos descubierto que salvó secretamente a más judíos que todos los líderes religiosos y políticos juntos. Y esto lo hizo anónimamente. Nadie supo todo lo que llevó a cabo para salvarlos. En el judaísmo es ésta la más alta forma de caridad según nuestra tradición”.

New Jersey, 19 de diciembre de 2009.