25 de septiembre de 2009

Hace 75 años Eugenio Pacelli visitó Barcelona por primera vez


El cardenal Pacelli, secretario de Estado y legado de Pío XI


Al cumplirse hoy el septuagésimo quinto aniversario de cuando el entonces cardenal Pacelli pisó por primera vez suelo español, el 25 de septiembre de 1934, hemos querido recordar la efemérides reproduciendo la crónica que publicó al día siguiente el diario barcelonés LA VANGUARDIA ESPAÑOLA (hoy llamado simplemente LA VANGUARDIA). Recordemos que el futuro Pío XII viajaba rumbo a la República Argentina para asistir al XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires en calidad de legado pontificio de Pío XI. Estaba previsto que el transatlántico hiciera escala dos veces en su ruta y las dos en territorio español: Barcelona y Las Palmas. La visita de un cardenal secretario de Estado no era cosa corriente (el único precedente en España era el del cardenal Rodrigo de Borja, vicecanciller de la Iglesia Romana, que estuvo en la Península como legado de Sixto IV entre 1471 y 1473) y el paso de Pacelli por la Ciudad Condal fue un gran acontecimiento, que se repetiría con mayor despliegue a su regreso del congreso, el 1º de noviembre siguiente (de lo cual nos ocuparemos próximamente, así como del Congreso Eucarístico Internacional bonaerense).


Barcelona años 30: la ciudad que vio Pacelli



EL CONGRESO EUCARISTICO DE BUENOS AIRES

Viaje del secretario de Estado del Vaticano

A BORDO DEL CONTE GRANDE

Durante su breve estancia en Barcelona, el eminentísimo cardenal Pacelli fue cumplimentado por las autoridades civiles y eclesiásticas y un gran número de fieles. Paseo por la ciudad. Despedida entusiasta

El transatlántico Conte Grande


Llegada del Conte Grande


A bordo del transatlántico italiano Conte Grande, que recaló ayer a las siete y media de la mañana, en nuestro puerto, procedente de Génova, llegó el eminente purpurado, monseñor Eugenio Pacelli, secretario de Estado de la Santa Sede y Legado de S.S. en el Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, que ha de celebrarse en la capital Argentina durante los días 10 al 14 del próximo mes de octubre.

En el palo trinquete del Conte Grande ondeaba la bandera pontificia, ofrenda de la Acción Católica Argentina. Con S.E.R. el cardenal Pacelli, llegaron el Mayordomo del Vaticano, monseñor Caccia Dominioni; el marqués de Sacchetti, monseñor Ruffini, de la congregación de Seminarios; el maestro de ceremonias, monseñor Grano, y el Comendador, monseñor Galeazzi, los cuales forman con el cardenal Pacelli, la Delegación Vaticana en el Congreso de Buenos Aires.

Acompañaban también al Legado Apostólico, cardenal Pacelli, el presidente del Comité Permanente de los Congresos Eucarísticos Internacionales y obispo de Namur, monseñor Heylen; el secretario de S.E.R. el cardenal Pacelli, monseñor Rossignani; Mons. Consilieri, obispo predicador del Vaticano; Mons. Bartolomasi, arzobispo castrense de Italia; los marqueses Pacelli, familiares de S.E.R.; el embajador de la Argentina en el Vaticano, señor Estrada, con su señora; algunos obispos de diferentes países, dignatarios eclesiásticos y buen número de congresistas italianos.

Como enviado especiald e L’Osservatore Romano figura en la expedición el distinguido periodista señor Cesidi Lolli.



Audiencias a bordo


Tan pronto como atracó el buque, S. E. R. el cardenal Pacelli, comenzó a recibir audiencias. Estuvo a bordo con objeto de saludarle el Nuncio de S. S. en España, monseñor Tedeschini, que había llegado procedente de Madrid, la noche anterior, quien iba acompañado de su secretario, monseñor Crespi y del comerciante madrileño, don José López Antolí.

A las nueve, pasaron a cumplimentar al ilustre purpurado, el Excmo, y Rvdmo. señor obispo de Barcelona, Dr. D. Manuel Irurita (foto), con el secretario de Cámara, Canónigo Dr. Ramón Baucells y el canónigo Dr. Vilaseca.

Recibió después la visita del Cardenal-Arzobispo de Tarragona, Dr. D. Francisco Vidal Barraquer. Por el Gobierno de la Generalidad acudió a saludar al Cardenal Pacelli, el consejero de Cultura, don Ventura Gassol, al que acompañaba el jefe de ceremonial, señor Rubi.

En representación del ministerio de Estado, rindió sus respetos a monseñor Pacelli, el se- cretario de embajada, D. José Carner, quien acompañó en todo momento a S. E. R. durante su breve estancia en Barcelona.

Representando al Ayuntamiento de nuestra ciudad, pasó a cumplimentar al Legado del Papa, el vicepresidente de la Asamblea municipal, Dr. Carbonell, acompañado del jefe de ceremonial, señor Ribé.

Saludaron asimismo al Cardenal Pacelli, el Presidente de la Junta Archidiocesana de Acción Católica de Cataluña, don Joaquín M. de Nadal, varios elementos de la citada Junta y el cónsul general de la Argentina en Barcelona, don José Mugía Linares, en representación del embajador y del Gobierno de dicho país.

A pesar de las numerosas audiencias recibidas por S. E. R. el Cardenal Paeelli, conseguimos entrevistarnos con el eminente purpurado, a quien ofrecimos nuestros respetos como representantes de LA VANGUARDIA.

Todas estas audiencias las recibió S. E. R. en su camarote, particular. Poco antes de las once, monseñor Pacelli se trasladó al salón de fiestas, donde recibió el homenaje de todas las representaciones de Congregaciones, Cabildo Catedral, Curia Eclesiástica, Colegio de Párrocos, otras dignidades eclesiásticas y destacadas personalidades de nuestra ciudad.

El Legado Apostólico bendijo a todos los reunidos, pronunciando la frase: «¡Dios bendiga a España¡», y expresando la íntima satisfacción que experimentaba la designación Pontificia que ostentaba.


Excursión al Tibidabo

Acto seguido, el Cardenal Pacelli descendió del buque para efectuar una breve excursión por nuestra ciudad, invitado por el consejero de Cultura de la Generalidad, señor Gassol (foto) . Acompañando a ambas personalidades subieron en el automóvil del señor Gassol, el secretario de Embajada, señor Carner y el cardenal doctor Vidal y Barraquer.

El numeroso público que desde primeras horas de la mañana se había ido estacionando ante la Estación Marítima, tributó al ilustre Prelado fervientes aplausos y cordialísimas muestras de afecto, que dedicaron también al Nuncio de S. S. en España, monseñor Tedeschini, y al Excmo. Prelado de nuestra Diócesis, doctor Irurita, quienes en el automóvil del señor Obispo, acompañaron en su excursión a monseñor Pacelli.

Su Eminencia Reverendísima visitó el Tibidabo, Vallvidrera y otros puntos pintorescos de la ciudad, no pudiendo visitar, por falta de tiempo, la Exposición de Arte de Cataluña, como era su deseo.


Aplausos de despedida

A las doce en punto, hora señalada para la salida del buque, regresó de su excursión monseñor Pacelli, quien expresó a sus acompañantes la gratísima impresión que le habla producido Barcelona.

Su Eminencia Reverendísima subió seguidamente a bordo, adonde se trasladaron a despedirle el Nuncio de S. S., el Excmo. señor Obispo, doctor Irurita; el Cardenal señor Vidal y Barraquer y los señores Carner y Gassol.

A las doce y cuarto, el majestuoso trasatlántico, terminadas las operaciones de desamarre, inició lentamente la marcha con dirección al puerto de Las Palmas, única escala que efectuará durante su viaje.

El público, como despedida, dedicó una estruendosa salva de aplausos a Su Eminencia Reverendísima, quien desde la barandilla del buque, no cesaba de bendecir a los fieles.


El Nuncio de S. S.

El Nuncio de S. S. en España, monseñor Tedeschini (foto anterior), comió ayer al mediodía en casa del industrial madrileño, señor López, con quien ha efectuado el viaje desde la capital de la República. Monseñor Tedeschini se propone regresar a Madrid en el rápido de esta mañana.



12 de septiembre de 2009

Un embajador de España habla sobre Pío XII


El artículo que hoy reproducimos apareció publicado por el periódico regional La Voz de Galicia, en su edición del 24 de mayo ppdo. Su autor es el Excmo. Sr. Don Francisco Vázquez Vázquez, actual embajador de España ante la Santa Sede (cargo que ocupa desde el 10 de febrero de 2006). Se trata de un interesante escrito que condensa en pocas líneas la obra de Pío XII a favor de los Judíos y la gratitud que le testimoniaron éstos en el pasado. Recomendamos su reproducción y difusión.


PÍO XII Y LOS JUDÍOS


Por el Excmo. Sr. D. Francisco Vázquez Vázquez,
Embajador de España ante la Santa Sede


Días pasados he compartido una inolvidable velada con Rita Levi Montalcini (foto), premio Nobel de Medicina en 1986 por sus investigaciones en el campo celular. La Montalcini, como es conocida cariñosamente por los italianos, con cien años cumplidos sigue diariamente trabajando en su laboratorio, dirige la fundación que lleva su nombre dedicada a la educación de las mujeres africanas y aún tiene tiempo para cumplir con sus obligaciones políticas como senadora vitalicia.

Pertenece a una de las grandes familias judías de Italia, los Levi, de origen sefardí, que con ocasión de su expulsión de España se instalaron en Turín. Su primo Pietro Levi, deportado por los nazis, es autor de uno de los más impresionantes testimonios de los campos de exterminio titulado Trilogía de Auschwitz.

Los judíos italianos en su gran mayoría son descendientes de la diáspora de los judíos hispanos. La actual Gran Sinagoga de Roma está construida sobre los antiguos restos de la llamada Sinagoga de Castilla y alberga un museo interesantísimo en el que se recogen testimonios estremecedores de las persecuciones que los hebreos padecieron en Italia como consecuencia de las leyes raciales aprobadas por Mussolini.

Mucho se ha especulado sobre las supuestas responsabilidades contraídas por el papa Pío XII en aquellos tiempos convulsos, acusándolo de pasividad ante el exterminio de los judíos. Frente a las imputaciones que se han vertido contra su conducta, lo cierto es que el Pontífice en todo momento prestó su auxilio y el de la Iglesia a los judíos intentando evitar su hecatombe por los nazis, tal como demuestra la realidad objetiva de los hechos.

Al inicio de la II Guerra Mundial, Pío XII ordenó que las iglesias y conventos de Roma dieran asilo a los fugitivos hebreos. El resultado de su iniciativa trajo como resultado que de los 12.000 judíos censados en Roma en 1939, al fin de la contienda sobrevivieran 10.978, una proporción que no se logró en ningún otro lugar. Los nazis tan solo consiguieron deportar a 1.022 judíos, de los cuales regresaron únicamente 16.

Pero además contamos con una prueba contundente como es la nacida del testimonio personal de las víctimas protagonistas de tan desgraciados sucesos. Sirvan algunos de ejemplo.

El gran rabino de Roma, Israel Zolli (foto), al terminar la guerra se convirtió al catolicismo y pidió en honor del Papa ser bautizado con su mismo nombre, Eugenio. Uno de los principales dirigentes de la comunidad judía romana, el senador Isaías Levi, a su muerte, en agradecimiento por la ayuda recibida, legó su palacio al Vaticano, que es en la actualidad la sede de la Nunciatura Apostólica ante la República de Italia.

El gran rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, envió al Papa una bendición especial agradeciéndole sus esfuerzos por salvar la vida de los judíos, y por las mismas razones el presidente de la Unión de Comunidades Judías Italianas, Giuseppe Nathan, rindió públicamente un homenaje de gratitud a Pío XII. A la muerte del Pontífice la propia Golda Meir, titular de Exteriores y luego primera ministra de Israel, dijo que «la voz del Papa siempre se elevó a favor de las víctimas del martirio que se abatió sobre nuestro pueblo».

En los archivos de guerra alemanes figura una orden del propio Hitler de fecha 8 de septiembre de 1943 dirigida al general Wolff, jefe de las SS en Italia, para que ocupara el Vaticano y llevara preso al Santo Padre como rehén a Liechtenstein, en represalia por la protección que la Iglesia prestaba a los judíos italianos. La orden afortunadamente no fue cumplida.

La postura de Pío XII venía de antiguo. No hay que olvidar que cuando era secretario de Estado en 1937 fue uno de los redactores e impulsores de la encíclica Mit Brennenden Sorge (Con viva preocupación) con la que el entonces papa Pío XI censuraba tajantemente la ideología nazi por sus políticas raciales.

El supuesto silencio del Papa ante el Holocausto fue fruto de una campaña difamatoria impulsada durante la guerra fría como consecuencia de la terminante condena que Pío XII hizo del sistema totalitario soviético, al denunciar la persecución que sufría la llamada Iglesia del Silencio en los países comunistas.

España no fue ajena a este movimiento de ayuda al pueblo hebreo. La biblioteca del palacio de esta Embajada está presidida por un busto de uno de mis antecesores, el embajador Ángel Sanz Briz (foto), que en 1943, cuando ocupaba el cargo de cónsul general de España en Budapest, facilitó la nacionalidad española a miles de judíos húngaros de origen sefardí, que de esta manera se salvaron de ser deportados a los campos de exterminio. Su nombre figura en un lugar destacado en el Jardín de los Justos del Museo del Holocausto de Jerusalén, donde se rinde homenaje a las personas que arriesgaron su vida para evitar el aniquilamiento del pueblo judío.

Ya se decía en las controversias filosóficas de las viejas universidades medievales: «Amicus Plato sed magis amica veritas», esto es: «Soy amigo de Platón pero soy más amigo de la verdad».


Fuente: Parroquias de Ares, Lubre y Cervás, Archidiócesis de Santiago de Compostela




2 de septiembre de 2009

La afición musical de Pío XII


Como nuestros lectores habrán advertido, este blog se ha enriquecido con un hilo musical consistente en la Primera Sinfonía en do mayor, opus 21, de Ludwig van Beethoven (1770-1827). La elección no es casual: Pío XII pidió escucharla en su lecho de muerte y pudo gozar de su primer movimiento antes de sumirse en el letargo precedente a la agonía. Eugenio Pacelli fue un gran melómano y, además, un talentoso violinista desde su niñez. En una composición que hizo a los trece años describiéndose, consignó lo siguiente: “Como amo la música, disfruto tocando algún instrumento en mi tiempo libre, especialmente durante las vacaciones” (Ilse Lore Konopatzki: Eugenio Pacelli, p.24). El P. Burkhardt Schneider, S.I. nos informa que el talento del joven Eugenio Pacelli con el violín era tal que habría podido tocar perfectamente en una orquesta sinfónica, prefiriendo interpretar obras de Bach. Mozart, Beethoven y Mendelssohn (Pio XII, pace, opera della giustizia, Torino, 1984, p. 11).

Como italiano debía ser sensible al gran arte nacional de la lírica (il dramma in música). Como romano no podía por menos de apreciar la riqueza de la escuela polifónica de Palestrina y la organística de Frescobaldi. Como nuncio en Múnich y en Berlín (con doce años de estancia en Alemania), se familiarizó con la gran tradición sinfónica germánica través de sus principales exponentes: Beethoven, Brahms, Brückner. Se sabe que el primero era su preferido, lo cual no es extraño si se considera la afinidad de sus personalidades: ambos, en efecto, eran hombres fundamentalmente solitarios y de una rica y profunda interioridad, sin ser por ello misántropos, sino todo lo contrario. Basta leer el Testamento de Heiligenstadt del maestro de Bonn para darse cuenta de su inmensa humanidad, la misma que Pío XII supo desplegar sobre toda clase de personas, especialmente las más sufrientes.

La predilección de Pío XII por Beethoven era por todos conocida. El 26 de mayo de 1955, la Orquesta Filarmónica de Israel, de gira por Italia, se presentó ante el papa Pacelli para interpretar en su honor la Séptima Sinfonía en la mayor, opus 92. Según reseñaba el diario israelí Jerusalem Post en su edición del 29 siguiente, su director, el maestro Paul Klecki, había querido que su primera actuación en el país anfitrión fuera ante el Romano Pontífice “como gesto de gratitud por la ayuda que su Iglesia había prestado a los perseguidos por el nazi-fascismo”. Pío XII recibió también, entre otras visitas de ilustres directores y de sus orquestas, la de Eugen Jochum (1902-1987) a la cabeza de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Jochum, fervoroso católico, era conocido por su especial maestría en dirigir las nueve sinfonías de Beethoven (cuyas grabaciones se consideran hoy históricas).

Como curiosidad de gran interés para nuestro tema nos permitimos reproducir el texto de un artículo publicado por el diario español ABC en su edición del 15 de octubre de 1958, seis días después del fallecimiento de Pío XII. Su autor es el sacerdote Don Norberto Almandoz Mendizábal (1893-1970), que era también compositor y organista, natural de Guipúzcoa y que entre 1935 hasta su muerte se desempeñó como crítico de música para la edición sevillana del ABC. Fue también un gran animador de la vida musical de la capital hispalense, donde ejerció la mayor parte de su vida el sacerdocio y la docencia. Su artículo empieza y acaba con la referencia a la Primera Sinfonía de Beethoven, última obra que escuchó el Pastor Angelicus antes de partir para la Casa del Padre. Hemos querido también incluir el comentario sobre esta obra del especialista beethoveniano Joseph Schmid-Görg, autor del ya clásico libro del bicentenario (1770-1970), verdadera joya bibliográfica.



Pío XII y la Música

Por Norberto Almandoz
(foto)

Pío XII quiso escuchar en su cámara de enfermo, en la víspera de su muerte, el primer tiempo de la “Primera sinfonía” de Beethoven, escribía en estas mismas páginas, hace unos días, el cronista de Roma Julián Cortés Cavanillas. No pudo imaginarse Beethoven que su juvenil producción estuviera destinada a recrear el espíritu de un excelso Pontífice presto a traspasar los umbrales de la eternidad. Sabemos de él que cultivó la música con ardorosa pasión, fomentándola con su asidua asistencia a los conciertos sinfónicos e interpretando en el violín, con gran sentido artístico selectas composiciones.

Es singular coincidencia –disposición divina– que los tres Papas Píos que han regido la Iglesia durante el presente siglo –San Pío X, Pío XI y Pío XII– hayan dedicado predilecta atención y significadas muestras de interés a la música. El panorama ý circunstancias en que debieron desarrollar esta atención y actividades en Encíclicas y documentos pontificios fueron asaz diversos. A San Pío X le correspondió desbrozar el campo musical religioso de producciones en que el espíritu profano se había infiltrado, dominándole por completo. León XIII había iniciado una regenración, seguida por algunos artistas de buena voluntad. Se imponía una reacción fuerte y pujante para contrarrestar las consecuencias de la invasora corruptela. La publicación del Motu Proprio [Tra le sollecitudini] clareó el enrarecido horizonte con sus sabias disposiciones. Cumplir las normas dictadas contra inveterados abusos constituía empresa heroica. A grandes males, enérgicos remedios.

San Pío X, adaptándose a la música contemporánea, decretó como ejemplo de arte religioso el canto gregoriano y el polifónico, permitió el uso del órgano y aun tolerói el de los instrumentos de cuerda “con permiso del ordinario”. La reforma reclamaba, dado el repertorio reinante de arias, dúos y concertantes, medidas de gran severidad. El mismo empleo del órgano –instrumento eminentemente litúrgico–, el clima del estilo vocal, remedo de absurda influencia teatral, requería saneamiento a toda prueba. El “bel canto” demandaba en una misa las mismas prerrogativas que en una ópera. Reparado el género con producción escrita al dictado de las normas pontificias, compositores italianos, alemanes, franceses, españoles, etcétera, enriquecieron el repertorio sacro con obras de noble porte y altamente dignas de la Casa de Dios.

Pío XI, ante la evolución operada en la música –visiblemente reflejada en la religiosa–, conceptuando el arte vocal como preferido, dio un paso adelante en los instrumentos, empleados siempre con tacto y discreción que no desdigan de su destino. Si el órgano es instrumento que en sí reúne la variedad tímbrica de la orquesta, era lógico que ésta fuera admitida, acatando las cualidades inherentes a su estilo.

Pío XII, sin abolir las sanas intenciones del documento de su predecesor San Pío X, sintiéndose artista y fervoroso amante de la música, brinda en su “Disciplina de la música religiosa” [Musicae Sacrae disciplina] horizontes inéditos, ampliando su criterio en pro del arte sacro. En su glorioso pontificado se rehabilitan autores y obras postergados anteriormente. Obras de Gounod, proscritas en tiempos de San Pío X, son interpretadas en la capilla privada de Pío XII. Su condición de violinista e inteligente melómano y su prolongada estancia en Alemania le familiarizan con obras instrumentales religiosas de severa y noble dignidad. Ensancha su tolerancia sobre los instrumentos. Estudiada la naturaleza de algunos de ellos, dedúcese que permisión o prohibición estriban en el empleo que se haga de ellos. El timbal, instrumento de percusión, realza la brillantez de algunas misas de Griesbecher y Perosi, paladines del arte sacro.

En el uso de la orquesta, más se ha de atender al espíritu de la obra que al material de los instrumentos intérpretes, el violín, por sí, ni es religioso ni antirreligioso: la composición será la que lo desvié a un polo u otro. El mismo órgano, instrumento por excelencia litúrgico, puede convertirse en antilitúrgico si en él se interpretan obras sin espíritu religioso. Conocemos obras, y citamos, entre otras, la magnífica “Misa de Réquiem” de Goller, el gran maestro austríaco, para coros, trompas y trombones, de contenido dogmáticamente religioso y litúrgico.

El consejo de San Pablo: “Atiéndase más al espíritu que a la letra; aquél vivifica y ésta mata”, es aplicable a cualquiera de los actos de la vida humana. Pío XII supo armonizarlo admirablemente.

Ecomendamos al Papa santo, sabio, prudente, caritativo, legislador, políglota, artista y músico, que llevó jirones de la “Primera Sinfonía” de Beethoven hasta las puertas de la celestial Jerusalén, donde los coros celestiales, acompañados de cítaras y arpas –“sin permiso del ordinario” – entonaron el inefable “Al Paraíso te lleven los ángeles” [In Paradisum deducant te Angeli].


Fuente: ABC, edición para Andalucía del miércoles 15 de octubre de 1958.


Comentario sobre la Primera Sinfonía de Beethoven



Con su Primera Sinfonía abrió Beethoven, entonces de 29 años de edad, el siglo XIX en lo musical, un acontecimiento simbólico para la influencia futura de su obra sinfónica en general que constituye un plano de primer rango entre sus creaciones.

La Primera Sinfonía fue escrita presumiblemente el año 1799; el 2 de abril de 1800 se presentó por primera vez al público. Las partes instrumentales, que en 1801 aparecieron impresas, debieron ser dedicadas al protector de Beethoven Max Franz, último Príncipe de Colonia. Pero como murió en julio de ese mismo año, Beethoven dedicó su Sinfonía al bibliotecario de la Corte y apasionado admirador de la música antigua, van Swieten, el hijo del famoso médico de la cámara de la Emperatriz María Teresa.

Las interpretaciones musicales de obras de Bach y Haendel en su casa vieron con frecuencia al joven Beethoven de oyente. Significativa es la siguiente invitación de van Swieten a Beethoven: "Si no tiene Vd. ningún impedimento, quisiera pedirle que venga el próximo miércoles a las ocho y media a mi casa, trayendo consigo su gorro de dormir".

La distribución orquestal se parece mucho a la de las últimas sinfonías de Mozart, pero con el doble de instrumentos de viento de madera, lo que en adelante quedaría como regla fija. La introducción lenta ya era costumbre en Haydn y en la obertura francesa; Beethoven mantuvo esa modalidad también en su Segunda, Cuarta y Séptima Sinfonías. A pesar de lo inocentes que puedan parecernos hoy los doce compases de introducción, supusieron para sus contemporáneos desde el primer acorde a una no pequeña sorpresa: ¡Beethoven empezó con un acorde de séptima! Un comienzo tan disonante pudo ya oirse en un cuarteto para cuerda de Haydn, así como en una canción del maestro de Beethoven, Neefe, incluso en una cantata de Bach, la titulada Widerstehe doch der Sünde (BWV 54), como auténtica simbología barroca.

Beethoven repitió exactamente ese comienzo un año después en su Obertura de Prometeo, empezó una sonata para piano con una disonancia y planeó originariamente también, un acorde de séptima para el comienzo de su Sinfonía Heroica. Se podrá comprender mejor este inicio de la Primera Sinfonía a la luz de otras obras posteriores: como un enmascarimiento de la tonalidad, lo que podemos igualmente observar al comienzo de la Novena Sinfonía, y que más tarde se convertiría en medio estilístico preferido especialmente por el Romanticismo.

El tema del primer movimiento se ha comparado a menudo con la Sinfonía Júpiter de Mozart, aunque el parecido es más bien exterior: igualmente se podría señalar la influencia en la música de la Revolución Francesa, la cual tiene su papel en la obra beethoveniana, como en las Sinfonías Quinta y Séptima, y también en Fidelio. El Andante ha suscitado siempre gran admiración: en el desarrollo de este movimiento se puede apreciar, según Hermann Kretzschmar, "toda la impresionante grandeza de Beethoven, que se reconoce entre miles". Berlioz alabó el minueto como "el primogénito de la familia de aquellos queridos scherzi cuya forma inventó Beethoven". Del minueto queda propiamente aquí sólo el nombre, ya que en el carácter el scherzo beethoveniano es algo muy distinto a la antigua pieza de baile. Pero al mismo Berlioz le pareció el último movimiento de la Sinfonía "una niñería musical", a pesar de que en este final podemos admirar muchas delicadezas de composición. Por eso preferimos adoptar la opinión emitida por Carl Maria von Weber en 1816, cuando calificó a esta Primera como "magnífica, clara, fogosa". Su significación como resumen de lo anterior y presentimiento de lo futuro a la vez, la resumió Kretzschmar de la siguiente forma: es "el canto de cisne instrumental del siglo XVIII, la última manifestación sinfónica de la cultura clásica y por su simplicidad y claridad, una obra aparte ante el Romanticismo por venir, hacia cuyo sentido subjetivo nadie como Beethoven abrió el camino tan decididamente". Aún más válida es esta afirmación para la Segunda Sinfonía, que fue terminada en verano de 1802. De octubre del mismo año data el llamado Testamento de Heiligenstadt, que constituye la conmovedora prueba del comienzo de la sordera del maestro.

La Sinfonía le fue dedicada al Príncipe Karl von Lichnowsky, quizá el mayor admirador de Beethoven entre la nobleza vienesa, y al que ya le habían sido dedicados los tres Tríos para piano Op. 1, así como la Sonata Patética y otras obras.

El estreno público tuvo lugar en el Theater an der Wien el 5 de abril de 1803. Una crítica de la Allgemeine Musikalische Zeitung de Leipzig en 1804, la califica como "llena de nuevas y originales ideas de gran fuerza". En Leipzig mismo, sin embargo, se calificó 24 años más tarde, tras el primer estreno en ese lugar, como "un enorme monstruo, una serpiente antediluviana que se retuerce sin control".

Lo grotescamente que pueda comportarse el mundo se comprobó ya en 1821 en París, donde la Sinfonía fue drásticamente amputada: con el Larghetto, tan original, no sabían qué hacer, de modo que lo sustituyeron por el Allegretto de la Séptima Sinfonía, ¡que hubo de ser repetido! En todos estos disparates había, sin embargo, un fondo positivo: se percibía lo nuevo y personal de esta música.

JOSEPH SCHMIDT-GÖRG
Traducción de Ángel Carrascosa




Grabación de Primera Sinfonía por Eugen Jochum