1 de junio de 2012

LX aniversario del XXXV Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona (1952-2012)






RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII A LOS PARTICIPANTES EN EL XXXV CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL REUNIDOS EN BARCELONA*

Domingo de Pentecostés, 1º de junio de 1952


Sea por siempre bendito y alabado el Santísimo Sacramento del Altar y la Purísima Concepción de María Santísima, concebida sin mancha de pecado original desde el primer instante de su ser natural.

Venerables Hermanos y amados hijos, representantes de todo el orbe católico, que en estos momentos clausuráis en Barcelona las grandiosas jornadas del trigésimo quinto Congreso Eucarístico Internacional.

¿Quién hubiera podido pensar cuando, en la tibia primavera de 1938, dirigíamos Nuestra palabra, en la tan hermosa como desdichada Budapest, al trigésimo cuarto Congreso Eucarístico Internacional, que en el siguiente íbamos a hacer oír Nuestra voz desde esta Sede Apostólica y después de un paréntesis tan largo como doloroso? Cargado estaba el horizonte; y las expresiones que allí se escuchaban eran ya para ponderar lo dichoso que el mundo sería, si quisiera seguir las exhortaciones del Sucesor de Pedro en favor de la paz.

Pero la voz fue desoída; el turbión descargó con estruendo y con estrago; y hoy de nuevo, el grito angustioso, que escapa de todas las gargantas, es el mismo de entonces: ¡la paz!

¡Cuánto se habla hoy de paz y de qué distinta manera! Para algunos, no es más que una formalidad exterior, hecha de palabras, impuesta por una táctica ocasional y constantemente contradicha por sus gestos y sus obras, tan contrarios a todo lo que dicen. Para nosotros no; para nosotros no hay más que una paz verdadera y posible, la de Aquel cuyo nombre es «Princeps pacis» (Is 9, 6) y cuyo Reino no consiste en goces terrenales, sino en el triunfo de la justicia y de la paz : «Non est enim regnum Dei esca et potus, sed iustitia et pax» (Rom 14, 17); una paz que se deduce como un imperativo ineludible de la fraternidad y del amor, que brota de lo más profundo de nuestro ser cristiano y que es el supuesto indispensable para otros bienes mayores y de un orden superior.

Os hablamos desde lejos, pero Nos parece que os vemos y que Nuestro espíritu se regocija al contemplar vuestra Asamblea; porque en torno a la Eucaristía todo habla de paz: el ágape fraterno, el ósculo previo y hasta el mismo símbolo de muchos granos de trigo. La paz es unidad; pues, ¿dónde ir a buscarla sino en este sacramento « totius ecclesiasticae unitatis»?[1]. Es fruto de la caridad; pues entonces, ¿dónde encontrarla, sino en este «sacramentum caritatis, quasi figurativum et effectivum»?[2]. Y si, como bien sabemos, los enemigos de la paz son la soberbia, la codicia y, en general, las pasiones desordenadas, ¿qué mejor remedio podremos anhelar que esta medicina celestial, con la cual crecen la gracia y las virtudes, somos preservados del pecado, se complementa nuestra vida espiritual[3]  y, aumentando en el alma la caridad, son enfrenadas las pasiones?[4]

España ha tenido el alto honor, justo reconocimiento a su catolicismo íntegro, recio, profundo y apostólico, de dar hospitalidad a esta magna Asamblea, que añadirá a sus fastos religiosos una página, que ha de contarse entre las más brillantes de su fecunda historia; y en nombre de la vieja Madre España le ha tocado hacer los honores a la espléndida y próspera Barcelona, de la que no querríamos en estos momentos recordar ni la belleza de su situación, ni su clásica hospitalidad, ni su espíritu abierto siempre a todas las iniciativas grandes, sino más bien su tradición eucarística cifrada en tres nombres: el «Santo de la Eucaristía», que fue S. Ramón Nonato; un apóstol de la comunión cotidiana ya en el siglo XIII, que es Santa María de Cervelló; y un alma que subió a todas las alturas de la mística, nutriéndose algunas veces tan solo de Eucaristía, S. José Oriol.

España y Barcelona, o, mejor dicho, el trigésimo quinto Congreso Eucarístico Internacional, pasará al Libro de Oro de los grandes acontecimientos eucarísticos por su perfecta preparación y organización, por la amplitud y acierto de sus temas de estudio, por la brillantez y riqueza de las Exposiciones y certámenes que lo han adornado, por la imponente concurrencia presente, por el sentido católico que lo ha inspirado, especialmente recordando los hermanos perseguidos, y por el contenido social que se le ha querido dar, tan en consonancia con Nuestros deseos. Pero Nos deseamos mucho más: Nos queremos proponerlo como ejemplo al mundo entero, para que al veros —tantas naciones, tantas estirpes, tantos ritos — «cor unum et anima una» (Act 4,32) pueda comprender dónde está la fuente de la verdadera paz individual, familiar, social e internacional; Nos esperarnos que vosotros mismos, inflamados en este espíritu, salgáis de ahí como antorchas encendidas, que propaguen por todo el universo tan santo fuego; Nos confiamos que tantas oraciones, tantos sacrificios y tantos deseos no serán inútiles; Nos, reuniendo todas vuestras voces, todos los latidos de vuestros corazones, todas las ansias de vuestras almas, queremos concentrarlo todo en un grito de paz, que pueda ser oído por el mundo entero.

«¡Oh Jesús amorosísimo, escondido bajo los tenues velos sacramentales; cordero divino, perpetuamente inmolado por la paz del mundo! Oye finalmente las ardientes plegarias de tu Iglesia que, por boca de tu indigno Vicario, te pide para el mundo el fuego de la caridad, para que en ella se enciendan la unión y la concordia y, al calor de éstas, florezca en nuestra tierra árida y desolada el blanco lirio de la paz.

«¡Que la unción de tu gracia —bálsamo escondido, fármaco suavísimo— sane en las almas las desgarraduras producidas por el odio, para que todos se sientan hermanos, hijos de un mismo Padre, que se nutren en una misma mesa con manjar celestial!

«¡Que tus palabras de paz, que el amor que siempre rebosa de tu corazón inspiren a los regidores de las naciones, a fin de que sepan conducir los pueblos que tu les has confiado por los caminos de la auténtica fraternidad, base indispensable de toda felicidad y todo progreso!».

Hágalo así esa «Moreneta» de Monserrat, patrona del Congreso y madre de Cataluña, a la que desde aquí Nos parece ver en su nido de águilas, volviendo sus ojos maternales hacia vosotros y bendiciéndoos con todo amor; háganlo S. Pascual Bailón y todos vuestros Santos y Ángeles protectores; mientras que Nos, rebosando de gozo por haber podido ver en tan calamitosos tiempos un espectáculo tan hermoso como el que habéis ofrecido, os bendecimos a todos: a Nuestro dignísimo Legado; a Nuestros hermanos en el Episcopado con su clero y pueblo ; a todas las autoridades presentes, a cuantos han colaborado generosa-mente en la preparación y organización del Congreso, a cuantos en este acto final de tan solemne Asamblea, y fuera de él, oyen Nuestra voz; a la Ciudad Condal, a España y al mundo entero, cuyas ansias pacíficas hallan siempre completa correspondencia. en Nuestro corazón de Padre.






* AAS 44 (1952) 478-480.
[1] S. Th. 3 p. q. 83, art. 3, ad 6.
[2] Ib. q. 78, art. 3, ad 6.
[3] Ib. q. 79 et passim.
[4] Cfr. León XIII, Encicl. Mirae caritatis, die 28 Maii 1902, Acta Leonis XIII, vol. 22, 1903, p. 124.





9 de abril de 2012

En ocasión de la Pascua Florida



Dal messaggio Vrbi et orbi del venerabile Pio XII nella Pasqua di 1956:

Come desti dallo squillo di vittoria del divino Risorto e irradiati dai suoi mistici fulgori, voi siete qui convenuti, diletti figli e figlie, per unire i vostri osanna all'esultanza dei cori angelici: Exsultet iam Angelica turba caelorum (Praecon. Pasch.). Il potente coro del vostro giubilo, che riecheggia in questo sacro luogo, così ricco di alte e animatrici memorie cristiane, è una mirabile strofa del perenne inno che la Chiesa canta da due millenni al suo divino Re, vincitore della morte.

È dunque ora degno e giusto che il vostro osanna a Cristo risorto, scaturito da cuori in cui sovrabbonda la letizia per aver trovato in lui la luce, la saldezza, la vita, si diffonda quale messaggio di salute a tutti gli uomini della terra, suscitatore di rinnovate speranze. Vorremmo pertanto che la solennità della Pasqua di quest'anno sia in primo luogo un richiamo alla fede in Cristo, indirizzato ai popoli che ancora ignorano, senza loro colpa, l'opera salvifica del Redentore; a coloro che ne vorrebbero invece cancellato il nome dalle menti e dai cuori dei popoli; in modo particolare, infine, a quelle anime di poca fede che, sedotte da fallaci lusinghe, sono in procinto di permutare gl'inestimabili valori cristiani con quelli di un falso progresso terreno. Si affretti l'ora, in cui tutta la terra, illuminata dai fulgori dell'eterno Re, si rallegri, come voi in questo giorno, per sentirsi affrancata dalla caligine spirituale oggidì così densa : Totius orbis se sentiat amisisse caliginem(loc. cit.).

Però come potrebbe essere convincente e animatore il vostro messaggio, diletti figli di Roma e dell'orbe cattolico, se la vostra stessa fede non fosse sincera e tetragona viva e operante? Voi rappresentate senza dubbio quella « umanità senza paura », che, pur vivendo in mezzo alle bufere del secolo, sa conservare intatta in fondo allo spirito la sostanziale serenità, pronta anzi ad affrontare il male e il disordine per vincerlo nel bene. Ma su che cosa è fondata la vostra serenità? Non certo, o almeno non primieramente, sulla pretesa onnipotenza dell'uomo, nè soltanto sui mezzi di esteriore progresso o sulle crescenti possibilità di organizzazione, e nemmeno unicamente sulla capacità di difesa contro le minacce della natura e degli uomini. La serenità, frutto di acquisita sicurezza, si radica principalmente nella fede in Cristo. Se la paura, così diffusa al presente nel genere umano, non ha dimora nei vostri cuori, voi ne siete debitori a quel « nolite timere »: non temete!, pronunziato da Cristo ai suoi discepoli di ogni tempo; voi lo dovete alla certezza che, come membri del suo Corpo mistico, sarete fatti partecipi della vittoria di lui sul mondo, vale a dire, sul regno di tenebre, d'incertezza, di morte, dal quale siete circondati.

La fede è dunque luce, alimento e usbergo della vita; è il vessillo a cui arriderà la vittoria nel combattimento spirituale, che ogni cristiano è chiamato a sostenere, secondo la esplicita parola dell'Apostolo S. Giovanni: « Questa è la vittoria, che vince il mondo, la nostra fede » (1 Io. 5, 4).

Tuttavia non ad ogni parvenza di fede è assicurata la vittoria, ma a quella fede la quale adora in Cristo crocifisso il Figlio unigenito di Dio, che risorto « ascese al cielo e siede alla destra del Padre, e di nuovo, pieno di gloria, verrà per giudicare i vivi ed i morti »; a quella fede, che si tramuta in opere di piena giustizia, nell'osservanza dei comandamenti e dei doveri; che si concreta, in una parola, nell'amare Dio e, per lui e in lui, i fratelli, gli uomini tutti, specialmente gli umili e i poveri. Sarebbe invece parvenza di fede, destinata alla sconfitta, quel vago senso di cristianesimo, diremmo quasi, molle e vuoto, che non oltrepassa le soglie della persuasione nella mente e dell'amore nel cuore; che non è posto a fondamento e corona della vita nè privata nè pubblica; e che vede nella legge cristiana una mera etica umana di solidarietà e una qualche attitudine a promuovere il lavoro, la tecnica e il benessere esteriore. Coloro che agitano l'ingannevole bandiera di questo vago cristianesimo, lungi dal fiancheggiare la Chiesa nella immane lotta impostale per salvaguardare all'uomo del presente secolo i valori eterni dello spirito, accrescono invece la confusione, facendosi così complici dei nemici di Cristo. Tali in particolare sarebbero quei cristiani che, o tratti in inganno o piegati dal terrore, cooperassero a discutibili sistemi di progresso materiale, i quali esigono, quasi in contropartita, la rinunzia ai principi soprannaturali della fede e ai diritti naturali dell'uomo.

Fondata sulla roccia viva della fede, unica depositaria della sua interezza, la Chiesa ne inalbera il salvifico vessillo in mezzo ai popoli, affinchè i veri ed attivi credenti operino, da lei guidati, la comune salvezza.
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14 de marzo de 2012

75º aniversario de la encíclica “Mit brennender Sorge”



Hace exactamente setenta y cinco años daba el papa Pío XI su encíclica Mit brennender Sorge, en la cual analizaba la situación –precaria a pesar del Concordato de 1933– de la Iglesia en el Reich alemán y condenaba el totalitarismo y el racismo nazis. El documento fue encargado por el Pontífice y su cardenal secretario de Estado Eugenio Pacelli al cardenal Michael von Faulhaber, arzobispo de Munich, buen conocedor de lo que estaba sucediendo en la Alemania de Hitler y decidido opositor de la ideología nazi. Durante semanas los dos purpurados trabajaron de consuno en su elaboración y redacción. Sor Pascualina Lehnert, gobernanta del cardenal Pacelli, da fe de las jornadas intensas de ambos para cumplir diligentemente el encargo papal. En el borrador de la encíclica pueden observarse todavía las correcciones de puño y letra del cardenal secretario de Estado.

Cuando el documento estuvo listo, Pío XI lo aprobó y ordenó su publicación. Cosa inusitada en esta clase de actas papales, la encíclica Mit brennender Sorge fue originalmente dada en alemán y no en latín, lo cual indica clara e inequívocamente a quién iba dirigida especialmente (pues los “venerables hermanos en el episcopado” no tenían problemas con la lengua de Horacio y Virgilio). Era clara la intención de que los jerarcas del Tercer Reich se enterasen. Pero también era necesario que el pueblo alemán y especialmente los católicos oyeran la voz del Vicario de Cristo. Para ello hubo que burlar la censura del régimen. Copias mimeografiadas fueron enviadas de los modos más inverosímiles a la nunciatura de Berlín, la cual tardó unos cuantos días en distribuirlas a todas las parroquias católicas de Alemania, desde cuyos púlpitos fue leída la Mit brennender Sorge el domingo de Ramos, día 21 de marzo, para la mayor ira del gobierno y del partido nacionalsocialistas, que se habían visto burlados por el “agente de Moscú en Roma” (como llamaban al Papa sin tapujos).

Así pues, mientras los gobiernos de Europa practicaban una política de apaciguamiento frente al cada vez más insolente Hitler, la Iglesia Católica, que no se hacía ilusiones sobre la buena voluntad del personaje ni sobre la probidad de su gobierno, fue la primera en alzar su voz para condenar no actos o incidentes aislados, sino la base misma sobre la que descansaba todo el régimen: la ideología nacionalsocialista pagana, panteísta, racista y totalitaria. Y lo hizo son ambages, pero proponiendo como alternativa la filosofía política de la tradición cristiana. Nadie puede decir honestamente, pues, que la Iglesia guardó silencio. Obsérvese, además, que la condenación del nazismo precedió cronológicamente a la del comunismo ateo, siendo así que éste era anterior en el tiempo a aquél. Para que después se diga que a Roma le repugnaba más la hoz y el martillo que la svástica…

La autoría del cardenal Pacelli –juntamente con la del cardenal von Faulhaber– no es una suposición o una piadosa leyenda: está refrendada por el propio testimonio del papa Pío XI, que firmó la encíclica. Cuando se le acercaban sus visitantes para felicitarle por ella, el formidable Achille Ratti invariablemente se volvía hacia su secretario de Estado y respondía: “De él es el mérito”. En realidad, puede decirse que la Mit brennender Sorge fue el producto de la comunión de miras de dos hombres extraordinarios que se sucedieron sobre el sacro solio (Pío XI y el futuro Pío XII) y del trabajo conjunto de los dos cardenales que más conocían a Alemania (Pacelli y von Faulhaber). La Historia demostraría que Eugenio Pacelli, convertido en Pío XII, haría amplio honor a esta línea de acción de la Santa Sede.




A continuación ofrecemos la presentación de la encíclica la Mit brennender Sorge que se hace en el volumen II de Documentos Pontificios publicados por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), correspondiente a los documentos políticos.

La Pascua del año 1937 está señalada por la aparición de tres documentos trascendentales de carácter político: la condenación del racismo nazi en la Mit brennender Sorge, la condenación del comunismo ateo en la Divinis Redemptoris y la regulación de la situación religiosa de Méjico en la Firmissimam constantiam. La Iglesia definía así de nuevo su postura contrara a toda dictadura que desconoce los derechos fundamentales de Dios, de la Iglesia y de la persona humana.

Desde la misma firma del Concordato de 1933 entre la Santa Sede y el Tercer Reich, el gobierno de la República alemana había iniciado la aplicación de una serie escalonada de medidas que resultaban inaceptables para la Santa Sede por violar las cláusulas del pacto establecido y por ser además contrarias a los derechos de la Iglesia. La supresión de las escuelas confesionales y el consiguiente monopolio estatal de la enseñanza orientado en sentido racista; el control arbitrario de la prensa católica y la supresión –tortuosa o encubierta– de toda libertad de expresión y de réplica; los procesos instruidos contra los sacerdotes y la deportación a los campos de concentración, constituyeron algunas de las medidas de carácter totalitario que el gobierno alemán adoptó en contra del Concordato.

Frente a esta actitud astutamente persecutoria del nazismo, el episcopado alemán protestó con enérgica claridad y voz bien alta. Los nombres de Faulhaber y von Galen representan el dique de oposición levantado por la jerarquía católica alemana. Ante la irrupción de los errores nazis. La encíclica de Pío XI fue la confirmación oficial de estas protestas. Este documento tuvo una resonancia mundial de gran alcance, si bien en algunas naciones quedó apagada esta justa resonancia por motivos circunstanciales. Con palabra enérgica y moderada  a la vez, el Papa condena totalmente la ideología nazi y las aplicaciones concretas de esta ideología. Se puede calificar en cierto sentido esta carta como un catálogo de los errores racistas, pero con una característica muy peculiar: la expresión es positiva; los errores aparecen in obliquo. El acento tónico de la encíclica recae directamente sobre las verdades de la doctrina católica, y sólo a la luz de estas verdades se divisan, en segundo plano siempre, los errores de la ideología condenada.

Frente al mito de la sangre y de la raza, el Papa no sólo defiende el orden estrictamente sobrenatural; su encíclica es además una decisiva apología de la razón natural, de la libertad y dignidad naturales de la persona humana. Tres clases de errores señala el Pontífice en la ideología nacionalsocialista: errores dogmáticos, sociales y jurídicos. Dentro de los errores dogmáticos, aparecen subrayadas la concepción panteísta y el teísmo impersonal en el campo ideológico, la negación de la redención cristológica y el rechazo de las tesis eclesiológicas fundamentadas sobre el primado de Pedro, el origen divino de la Iglesia y la universalidad misional de ésta. En el campo de la doctrina moral queda condenado el intento de independizar totalmente la moral de todo vínculo con la religión, y la base puramente subjetivista de una moral utilitaria de carácter colectivo. Y en cuanto al concepto del derecho, se refuta en este documento la identificación de aquél con la utilidad nacional. El derecho es algo objetivo, medido y controlado por un criterio superior dado por la fe religiosa a través de la moral reveladora del orden objetivo en el campo de las relaciones humanas. Por último, precave el Papa a los católicos frente a las deformaciones semánticas, sistemáticamente realizadas, de una terminología religiosa clásica de origen y contenido cristiano: revelación, fe , inmortalidad, pecado original, redención y gracia.

La encíclica de Pío XI tiene su prolongación y conclusión impresionantes en la alocución dirigida por el venerable Pío XII al Sacro colegio el 2 de junio de 1945 sobre la Iglesia y el nacionalsocialismo. Lo que en la Mit brennender Sorge es aviso profético, en la alocución del Papa Pacelli queda convertido en providencialista comprobación histórica.

El texto de la encíclica la Mit brennender Sorge en el sitio oficial del Vaticano:




9 de marzo de 2012

Estatutos del SIPA y solicitud de admisión




1. El SODALITIVM INTERNATIONALE PASTOR ANGELICVS (SIPA) es una asociación civil de laicos con el doble propósito de:

a)      difundir el conocimiento de la vida, obra y pontificado del venerable papa Pío XII, y
b)      colaborar con la autoridad eclesiástica en el avance de la causa de su beatificación y canonización.

2.         § 1. Puede ser socio del SIPA toda persona mayor de 18 años.

§ 2. Existen dos clases de socios:

a)      de pleno derecho: los católicos, y
b)      honorarios: los no católicos, pero simpatizantes de la causa del venerable Pío XII.

3. Para ser socio del SIPA basta pedirlo por escrito a su presidente según el modelo proporcionado por la secretaría.

4. Se espera de todo socio del SIPA que trabaje en la medida de sus posibilidades y medios para el mejor cumplimiento del propósito de la asociación.

5.         § 1. El Consejo Ejecutivo es el órgano administrativo de gobierno.
           
§ 2. Está formado por cuatro miembros: Presidente, Vicepresidente, Secretario y  Tesorero.

§ 3. El Presidente representa plenamente al SIPA ante las autoridades eclesiásticas y civiles.

§ 4. El Consejo Ejecutivo es elegido cada tres años durante la Asamblea General Estatutaria entre los socios de pleno derecho del SIPA, por votación de todos los socios, tanto de pleno derecho como honorarios. Los cargos pueden renovarse sin limitación.

6.         § 1. Se tendrá Asamblea General Estatutaria de todos los socios del SIPA cada tres años, normalmente en la fecha del piadoso tránsito del venerable Pío XII (9 de octubre) y preferentemente en Roma.

            § 2. En caso de verdadera necesidad o en circunstancias extraordinarias el Presidente puede convocar Asamblea General Extraordinaria.

            § 3. Las decisiones sometidas al voto de los socios durante las asambleas se adoptan por mayoría absoluta. El Presidente tiene la prerrogativa de dirimir.

7. Se espera de todo miembro que contribuya al sostenimiento del SIPA y sus actividades mediante una cuota anual, cuyo monto depende de la buena voluntad de cada cual.

8. Se celebrará a expensas del SIPA una misa solemne anual cada 9 de octubre en memoria del venerable Pío XII.

9. El SIPA estará en especial y próximo contacto con el Reverendo Vice-postulador y el Reverendo Relator de la causa de beatificación del venerable Pío XII.

10. Se publicará un boletín trimestral para divulgar las actividades del SIPA y el avance de la causa del venerable Pío XII.


Barcelona, 9 de octubre de 1998.



Modelo de solicitud


Todo el que desee inscribirse como socio del
SODALITIVM INTERNATIONALE PASTOR ANGELICVS
puede enviar la solicitud impresa y firmada a:

Sr. Vargas (Presidente del SIPA)
Apartado de Correos 5496
08080 Barcelona
ESPAÑA

9 de enero de 2012

Nuevos sellos postales y calendario de bolsillo 2012 del venerable Pío XII






Envíos gratuitos de hasta diez calendarios de bolsillo
del venerable Pío XII enviando señas a:

sodalitium@pastorangelicus.org