Hace exactamente setenta y cinco años daba el papa Pío XI su encíclica Mit brennender Sorge, en la cual analizaba la situación –precaria a pesar del Concordato de 1933– de la Iglesia en el Reich alemán y condenaba el totalitarismo y el racismo nazis. El documento fue encargado por el Pontífice y su cardenal secretario de Estado Eugenio Pacelli al cardenal Michael von Faulhaber, arzobispo de Munich, buen conocedor de lo que estaba sucediendo en la Alemania de Hitler y decidido opositor de la ideología nazi. Durante semanas los dos purpurados trabajaron de consuno en su elaboración y redacción. Sor Pascualina Lehnert, gobernanta del cardenal Pacelli, da fe de las jornadas intensas de ambos para cumplir diligentemente el encargo papal. En el borrador de la encíclica pueden observarse todavía las correcciones de puño y letra del cardenal secretario de Estado.
Cuando el documento estuvo listo, Pío XI lo aprobó y ordenó su publicación. Cosa inusitada en esta clase de actas papales, la encíclica Mit brennender Sorge fue originalmente dada en alemán y no en latín, lo cual indica clara e inequívocamente a quién iba dirigida especialmente (pues los “venerables hermanos en el episcopado” no tenían problemas con la lengua de Horacio y Virgilio). Era clara la intención de que los jerarcas del Tercer Reich se enterasen. Pero también era necesario que el pueblo alemán y especialmente los católicos oyeran la voz del Vicario de Cristo. Para ello hubo que burlar la censura del régimen. Copias mimeografiadas fueron enviadas de los modos más inverosímiles a la nunciatura de Berlín, la cual tardó unos cuantos días en distribuirlas a todas las parroquias católicas de Alemania, desde cuyos púlpitos fue leída la Mit brennender Sorge el domingo de Ramos, día 21 de marzo, para la mayor ira del gobierno y del partido nacionalsocialistas, que se habían visto burlados por el “agente de Moscú en Roma” (como llamaban al Papa sin tapujos).
Así pues, mientras los gobiernos de Europa practicaban una política de apaciguamiento frente al cada vez más insolente Hitler, la Iglesia Católica, que no se hacía ilusiones sobre la buena voluntad del personaje ni sobre la probidad de su gobierno, fue la primera en alzar su voz para condenar no actos o incidentes aislados, sino la base misma sobre la que descansaba todo el régimen: la ideología nacionalsocialista pagana, panteísta, racista y totalitaria. Y lo hizo son ambages, pero proponiendo como alternativa la filosofía política de la tradición cristiana. Nadie puede decir honestamente, pues, que la Iglesia guardó silencio. Obsérvese, además, que la condenación del nazismo precedió cronológicamente a la del comunismo ateo, siendo así que éste era anterior en el tiempo a aquél. Para que después se diga que a Roma le repugnaba más la hoz y el martillo que la svástica…
La autoría del cardenal Pacelli –juntamente con la del cardenal von Faulhaber– no es una suposición o una piadosa leyenda: está refrendada por el propio testimonio del papa Pío XI, que firmó la encíclica. Cuando se le acercaban sus visitantes para felicitarle por ella, el formidable Achille Ratti invariablemente se volvía hacia su secretario de Estado y respondía: “De él es el mérito”. En realidad, puede decirse que la Mit brennender Sorge fue el producto de la comunión de miras de dos hombres extraordinarios que se sucedieron sobre el sacro solio (Pío XI y el futuro Pío XII) y del trabajo conjunto de los dos cardenales que más conocían a Alemania (Pacelli y von Faulhaber). La Historia demostraría que Eugenio Pacelli, convertido en Pío XII, haría amplio honor a esta línea de acción de la Santa Sede.
A continuación ofrecemos la presentación de la encíclica la Mit brennender Sorge que se hace en el volumen II de Documentos Pontificios publicados por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), correspondiente a los documentos políticos.
La Pascua del año 1937 está señalada por la aparición de tres documentos trascendentales de carácter político: la condenación del racismo nazi en la Mit brennender Sorge, la condenación del comunismo ateo en la Divinis Redemptoris y la regulación de la situación religiosa de Méjico en la Firmissimam constantiam. La Iglesia definía así de nuevo su postura contrara a toda dictadura que desconoce los derechos fundamentales de Dios, de la Iglesia y de la persona humana.
Desde la misma firma del Concordato de 1933 entre la Santa Sede y el Tercer Reich, el gobierno de la República alemana había iniciado la aplicación de una serie escalonada de medidas que resultaban inaceptables para la Santa Sede por violar las cláusulas del pacto establecido y por ser además contrarias a los derechos de la Iglesia. La supresión de las escuelas confesionales y el consiguiente monopolio estatal de la enseñanza orientado en sentido racista; el control arbitrario de la prensa católica y la supresión –tortuosa o encubierta– de toda libertad de expresión y de réplica; los procesos instruidos contra los sacerdotes y la deportación a los campos de concentración, constituyeron algunas de las medidas de carácter totalitario que el gobierno alemán adoptó en contra del Concordato.
Frente a esta actitud astutamente persecutoria del nazismo, el episcopado alemán protestó con enérgica claridad y voz bien alta. Los nombres de Faulhaber y von Galen representan el dique de oposición levantado por la jerarquía católica alemana. Ante la irrupción de los errores nazis. La encíclica de Pío XI fue la confirmación oficial de estas protestas. Este documento tuvo una resonancia mundial de gran alcance, si bien en algunas naciones quedó apagada esta justa resonancia por motivos circunstanciales. Con palabra enérgica y moderada a la vez, el Papa condena totalmente la ideología nazi y las aplicaciones concretas de esta ideología. Se puede calificar en cierto sentido esta carta como un catálogo de los errores racistas, pero con una característica muy peculiar: la expresión es positiva; los errores aparecen in obliquo. El acento tónico de la encíclica recae directamente sobre las verdades de la doctrina católica, y sólo a la luz de estas verdades se divisan, en segundo plano siempre, los errores de la ideología condenada.
Frente al mito de la sangre y de la raza, el Papa no sólo defiende el orden estrictamente sobrenatural; su encíclica es además una decisiva apología de la razón natural, de la libertad y dignidad naturales de la persona humana. Tres clases de errores señala el Pontífice en la ideología nacionalsocialista: errores dogmáticos, sociales y jurídicos. Dentro de los errores dogmáticos, aparecen subrayadas la concepción panteísta y el teísmo impersonal en el campo ideológico, la negación de la redención cristológica y el rechazo de las tesis eclesiológicas fundamentadas sobre el primado de Pedro, el origen divino de la Iglesia y la universalidad misional de ésta. En el campo de la doctrina moral queda condenado el intento de independizar totalmente la moral de todo vínculo con la religión, y la base puramente subjetivista de una moral utilitaria de carácter colectivo. Y en cuanto al concepto del derecho, se refuta en este documento la identificación de aquél con la utilidad nacional. El derecho es algo objetivo, medido y controlado por un criterio superior dado por la fe religiosa a través de la moral reveladora del orden objetivo en el campo de las relaciones humanas. Por último, precave el Papa a los católicos frente a las deformaciones semánticas, sistemáticamente realizadas, de una terminología religiosa clásica de origen y contenido cristiano: revelación, fe , inmortalidad, pecado original, redención y gracia.
La encíclica de Pío XI tiene su prolongación y conclusión impresionantes en la alocución dirigida por el venerable Pío XII al Sacro colegio el 2 de junio de 1945 sobre la Iglesia y el nacionalsocialismo. Lo que en la Mit brennender Sorge es aviso profético, en la alocución del Papa Pacelli queda convertido en providencialista comprobación histórica.
El texto de la encíclica la Mit brennender Sorge en el sitio oficial del Vaticano:
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