31 de diciembre de 2008

Efemérides Pacellianas en Filatelia




Cerramos el Año Pacelliano 2008 con una selección filatélica conmemorativa del cincuentenario de la muerte de Pío XII. No olvidemos que el 2009 será también un Año Pacelliano: el del Septuagésimo Aniversario de su elección y coronación, que abriremos con el anuncio de un nuevo libro de Sor Margherita Marchione, infatigable defensora del gran Eugenio Pacelli. Desde este blog deseamos a todos nuestros benévolos lectores Paz y Bien en el año entrante. En ocasión de la Jornada Mundial de la Paz, mañana 1º de enero, es oportuno recordar que, como reza el lema del escudo de Pío XII, la Paz es obra de la Justicia: OPVS IVSTITIAE PAX.




Sobre de primer día en la muerte de Pío XII
Vaticano, 9 de octubre de 1958


Sobre de primer día: homenaje a Pío XII
Argentina, 20 de junio de 1959

Sobre de primer día: X Aniversario de la muerte de Pío XII
Vaticano, 9 de octubre de 1968

Sobre de primer día: LXXXVIII Katholikentag de Munich
Homenaje al cardenal Eugenio Pacelli (Pío XII)
Alemania, 19 de junio de 1984




23 de diciembre de 2008

Radiomensaje de Navidad de Su Santidad Pío XII (24 de diciembre de 1942)


Con motivo de estas santas fechas publicamos uno de los más célebres mensajes de Navidad de un Romano Pontífice, un mensaje histórico por las trágicas circunstancias en las que fue pronunciado y trascendental por su contenido, que no sólo fue válido para su época, sino que es particularmente aplicable para nuestros días. Pío XII hace un certero diagnóstico de los males de la sociedad humana y señala los remedios, que sólo puede aportar el respeto a las normas eternas de la ley natural y de la ley revelada. Hoy, cuando precisamente sufren estas normas un ataque virulento, se hace más urgente recordar y volver a escuchar la palabra docta e inspirada del papa Pacelli. Aprovechamos para desear a todos, a nombre del SIPA, una muy feliz y santa Navidad, pidiendo a Dios paz y bien para todos y toda clase de bendiciones en el 2009, en el que veamos avanzar la causa de nuestro bienamado papa Pío XII.


La santa Navidad y la humanidad atormentada

1. Con siempre nuevo frescor de alegría y de piedad, amados hijos de todo el mundo, cada año, al retornar la santa Navidad, resuena desde el pesebre de Belén hasta el oído de los cristianos, reproduciéndose dulcemente en sus corazones, el mensaje de Jesús, luz en medio de las tinieblas; un mensaje que ilumina con el esplendor de verdades celestiales un mundo obscurecido por trágicos errores, infunde alegría exuberante y confiada a una humanidad angustiada por profunda y amarga tristeza, proclama la libertad de los hijos de Adán, aherrojados con las cadenas del pecado y de la culpa; promete misericordia, amor y paz a la infinita muchedumbre de los que sufren y de los atribulados, que ven desaparecida su felicidad y rotas sus energías por el huracán de la lucha y de odios en estos nuestros días borrascosos.

2. Y las sagradas campanas que anuncian este mensaje por todos los continentes, no sólo recuerdan el don divino otorgado a la humanidad en el alba de la edad cristiana, sino que anuncian y proclaman también una consoladora realidad presente, realidad tan eternamente joven como siempre viva y vivificante: la realidad de la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1, 9), y que no conoce ocaso. El Verbo eterno, camino, verdad y vida, al nacer en la estrechez de una cueva y al realzar de esta manera y santificar la pobreza, daba así principio a su misión docente, salvadora y redentora del género humano, y pronunciaba y consagraba una palabra que aun hoy día es palabra de vida eterna, capaz de resolver los problemas más atormentadores, no resueltos e insolubles para quien pretenda resolverlos con criterios o medios efímeros y puramente humanos; problemas que se presentan sangrantes, exigiendo imperiosamente una respuesta, al pensamiento y al sentimiento de una humanidad amargada y exacerbada.

3. El lema misereor super turbam (Mc 8.2) es para Nos una consigna sagrada, inviolable, válida y apremiante en todos los tiempos y en todas las vicisitudes humanas, como era la divisa de Jesús; y la Iglesia se negaría a sí misma, dejando de ser madre, si se hiciera sorda ante el grito angustioso y filial que todas las clases de la humanidad hacen llegar a sus oídos. La Iglesia no pretende tomar partido por una u otra de las formas particulares y concretas con que los varios pueblos y Estados tienden a resolver los gigantescos problemas de orden interior y de colaboración internacional, siempre que respeten la ley divina; pero, por otra parte, la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (1Tim 3,15) y guardiana, por voluntad de Dios y por misión de Cristo, del orden natural y sobrenatural, no puede renunciar a proclamar ante sus hijos y ante el mundo entero las normas fundamentales e inquebrantables, salvándolas de toda tergiversación, oscuridad, impureza, falsa interpretación y error; tanto más cuanto que de su observancia, y no simplemente del esfuerzo de una voluntad noble e intrépida, depende la estabilidad definitiva de todo orden nuevo, nacional e internacional, invocado con tan ardiente anhelo por todos los pueblos. Pueblos cuyas dotes de valor y de sacrificio conocemos, así como también sus angustias y dolores, y a todos los cuales, sin excepción alguna, en esta hora de indecibles pruebas y luchas, nos sentimos unidos por un amor profundo, imparcial e imperturbable y por el ansia inmensa de hacerles llegar todo el alivio y el socorro que de alguna manera esté a nuestro alcance.

Relaciones internacionales y orden interno de las naciones

4. Nuestro último mensaje navideño exponía los principios, inspirados en el pensamiento cristiano, para establecer un orden de convivencia y colaboración internacional conforme a las normas divinas. Hoy Nos queremos ocuparnos, seguros del asentimiento y del interés de todos los hombres honrados, con particular cuidado y con igual imparcialidad, de las normas fundamentales del orden interior de los Estados y de los pueblos. Las relaciones internacionales y el orden interno están íntimamente unidos, porque el equilibrio y la armonía entre las naciones dependen del equilibrio interno y de la madurez interior de cada uno de los Estados en el campo material, social e intelectual. Ni es posibles realizar un sólido e imperturbado frente de paz en el exterior sin un frente de paz en el interior que inspire confianza. Por consiguiente, únicamente la aspiración hacia una paz integral en los dos campos será capaz de liberar a los pueblos de la cruel amenaza de la guerra, de disminuir o superar gradualmente las causas materiales y psicológicas de nuevos desequilibrios y convulsiones.

Doble elemento de la paz en la vida social

5. Toda convivencia social digna de este nombre, así como tiene su origen en la voluntad de paz, así tiende también a la paz; a aquella tranquila convivencia en el orden en la que Santo Tomás, repitiendo la conocida frase de San Agustín (Summa Theologica 2-2 q. 29 a. I ad I; San Agustín, De civitate Dei XIX 13, 1), ve la esencia de la paz. Dos elementos primordiales rigen, pues, la vida social: la convivencia en el orden, la convivencia en la tranquilidad.

I. CONVIVENCIA EN EL ORDEN

6. El orden, base de la vida social de los hombres, es decir, de seres intelectuales y morales, que tienden a realizar un fin conforme a su naturaleza, no es una mera yuxtaposición extrínseca de partes numéricamente distintas; es más bien, y debe ser, la tendencia y la realización cada vez más perfecta de una unidad interior, que no excluye las diferencias, fundadas en la realidad y sancionadas por la voluntad del Creador o por normas sobrenaturales.

7. Una clara inteligencia de los fundamentos genuinos de toda vida social tiene una importancia capital hoy más que nunca, cuando la humanidad, intoxicada por la virulencia de errores y extravíos sociales, atormentada por la fiebre de la discordia de ambiciones, doctrinas e ideales, se debate angustiosamente en el desorden por ella misma creado y se resiente de los efectos de la fuerza destructora de ideas sociales erróneas, que olvidan las normas de Dios o son contrarias a éstas. Y como el desorden no puede ser vencido sino por un orden que no sea meramente forzado y ficticio (lo mismo que la obscuridad, con sus pavorosos y deprimentes efectos, no puede ser disipada sino por la luz, y no por fuegos fatuos), la salvación, la renovación y una progresiva mejora no pueden esperarse y originarse si no es a través del retorno de numerosos e influyentes grupos humanos a la recta ordenación social; retorno que requiere una extraordinaria gracia de Dios y una voluntad inquebrantable, pronta y presta al sacrificio, de las almas buenas y previsoras. Desde estos grupos más influyentes y más dispuestos para comprender y considerar la atractiva belleza de las justas normas sociales, pasará y entrará después en las multitudes la convicción del origen verdadero, divino y espiritual, de la vida social, allanando de esta suerte el camino al resurgimiento, al incremento y a la consolidación de aquellos principios morales sin los cuales aun las realidades más altas serán como una nueva Babel, cuyos habitantes, aunque convivan juntos, hablan lenguas diversas y contradictorias.

Dios, causa primera y fundamento último de la vida individual y social

8. De la vida individual y social hay que ascender hasta Dios, causa primera y fundamento último, como Creador de la primera sociedad conyugal, fuente de la sociedad familiar, de la sociedad de los pueblos y de las naciones. Reflejando, aunque imperfectamente, a su Ejemplar, Dios uno y trino, que con el misterio de la encarnación redimió y ensalzó a la naturaleza humana, la vida social en su ideal y en su fin posee, a la luz de la razón y de la revelación, una autoridad moral y un carácter absoluto, que se hallan por encima del cambiar de los tiempos, y una fuerza de atracción que, lejos de quedar aniquilada o mermada por desilusiones, errores, fracasos, mueve irresistiblemente a los espíritus más nobles y fieles al Señor para comenzar de nuevo, con renovada energía, con nuevos conocimientos, con nuevos estudios, medios y métodos, lo que en vano se había intentado en otros tiempos y en otras circunstancias.

Desarrollo y perfeccionamiento de la persona humana

9. Origen y fin esencial de la vida social ha de ser la conservación, el desarrollo y el perfeccionamiento de la persona humana, ayudándola a poner en práctica rectamente las normas y valores de la religión y de la cultura, señaladas por el Creador a cada hombre y a toda la humanidad, ya en su conjunto, ya en sus naturales ramificaciones.

10. Una doctrina o construcción social que niegue esa interna y esencial conexión con Dios de todo cuanto se refiere al hombre, o prescinda de ella, sigue un falso camino, y, mientras construye con una mano, prepara con la otra los medios que tarde o temprano pondrán en peligro y destruirán su obra. Y cuando, desconociendo el respeto debido a la persona y a su propia vida, no le concede puesto alguno en sus ordenamientos, en la actividad legislativa y ejecutiva, en vez de servir a la sociedad, le daña; lejos de promover y fomentar el pensamiento social y de realizar sus ideales y esperanzas, le quita todo valor intrínseco, sirviéndose de él como de una frase utilitaria, que encuentra resuelta y franca oposición en grupos cada vez más numerosos.

11. Si la vida social exige de por sí unidad interior, no excluye, sin embargo, las diferencias causadas por la realidad y la naturaleza. Pero, cuando se mantiene fiel a Dios, supremo regulador de todo cuanto al hombre se refiere, tanto las semejanzas como las diferencias de los hombres encuentran su lugar adecuado en el orden absoluto del ser, de los valores y, por consiguiente, también de la moralidad. Si, por el contrario, se sacude aquel fundamento, ábrese entre los diversos campos de la cultura una peligrosa discontinuidad, aparece una incertidumbre y variabilidad en los contornos, límites y valores tan grande que sólo meros factores externos, y con frecuencia ciegos instintos, vienen a determinar más tarde, según la tendencia dominante del momento, a quién habrá de pertenecer el predominio de una de las dos orientaciones.

12. A la dañosa economía de los pasados decenios, durante los cuales toda vida social quedó subordinada al estímulo del interés, sucede ahora una concepción no menos perjudicial, que, al mismo tiempo que lo considera todo y a todos en el aspecto político, excluye toda consideración ética y religiosa. Confusión y extravío fatales, saturados de consecuencias imprevisibles para la vida social, la cual nunca está más próxima a la pérdida de sus más nobles prerrogativas que cuando se hace la ilusión de poder renegar u olvidar impunemente la eterna fuente de su dignidad: Dios.

13. La razón, iluminada por la fe, asigna a cada persona y a cada sociedad particular en la organización social un puesto determinado y digno, y sabe, para hablar sólo del más importante, que toda actividad del Estado, política y económica, está sometida a la realización permanente del bien común; es decir, de aquellas condiciones externas que son necesarias al conjunto de los ciudadanos para el desarrollo de sus cualidades y de sus oficios, de su vida material, intelectual y religiosa, en cuanto, por una parte, las fuerzas y las energías de la familia y de otros organismos a los cuales corresponde una natural precedencia no bastan, y, por otra, la voluntad salvífica de Dios no haya determinado en la Iglesia otra sociedad universal al servicio de la persona humana y de la realización de sus fines religiosos.

14. En una concepción social impregnada y sancionada por el pensamiento religioso, la laboriosidad de la economía y de todos los demás campos de la cultura representa una universal y nobilísima fragua de actividad, riquísima en su variedad, coherente en su armonía, en la que la igualdad intelectual y la diferencia funcional de los hombres consiguen su derecho y tienen adecuada expresión; en caso contrario, se deprime el trabajo y se rebaja al obrero.

El ordenamiento jurídico de la sociedad y sus fines

15. Para que la vida social, según Dios la quiere, obtenga su fin, es esencial un ordenamiento jurídico que le sirva de apoyo externo, de defensa y de protección; ordenamiento cuya misión no es dominar, sino servir, tender al desarrollo y crecimiento de la vitalidad de la sociedad en la rica multiplicidad de sus fines, conduciendo hacia su perfeccionamiento a todas y cada una de las energías en pacífica cooperación y defendiéndolas, con medios apropiados y honestos, contra todo lo que es dañoso a su pleno desarrollo. Este ordenamiento, para garantizar el equilibrio, la seguridad y la armonía de la sociedad, posee también el poder de coacción contra aquellos que sólo por esta vía pueden ser mantenidos dentro de la noble disciplina de la vida social; pero precisamente en el justo cumplimiento de este derecho, una autoridad verdaderamente digna de tal nombre jamás dejará de sentir su angustiosa responsabilidad ante el eterno Juez, en cuyo tribunal toda falsa sentencia, y muy singularmente toda trasgresión de las normas dictadas por Dios, recibirá su indefectible castigo y condenación.

16. Las últimas, profundas, lapidarias, fundamentales normas de la sociedad no pueden ser violadas por obra del ingenio humano; se podrán negar, ignorar, despreciar, quebrantar, pero nunca se podrán abrogar con eficacia jurídica. Es cierto que, con el correr del tiempo, cambian las condiciones de vida; pero nunca se da un vacío absoluto ni una perfecta discontinuidad entre el derecho de ayer y el de hoy, entre la desaparición de antiguos poderes y constituciones y el surgir de nuevos ordenamientos. De todas maneras, en cualquier cambio o transformación, el fin de toda vida social permanece idéntico, sagrado y obligatorio: el desarrollo de los valores personales del hombre como imagen de Dios; y permanece la obligación de todo miembro de la familia humana de realizar sus inmutables fines, sea el que sea el legislador y la autoridad a quien obedece. Subsiste, pues, siempre y no cesa por oposición alguna su inalienable derecho, que ha de ser reconocido por amigos y enemigos, a un ordenamiento y a una práctica jurídica que sientan y comprendan su esencial deber de servir al bien común.

17. El ordenamiento jurídico tiene, además, el alto y difícil fin de asegurar las armónicas relaciones ya entre los individuos, ya entre las sociedades, ya también dentro de éstas. A lo cual se llegará si los legisladores se abstienen de seguir aquellas peligrosas teorías y prácticas, dañosas para la comunidad y para su cohesión, que tienen su origen y difusión en una serie de postulados erróneos. Entre éstos hay que contar el positivismo jurídico, que atribuye una engañosa majestad a la promulgación de leyes puramente humanas y abre el camino hacia una funesta separación entre la ley y la moralidad; igualmente, la concepción que reivindica para determinadas naciones, estirpes o clases el instinto jurídico, como último imperativo e inapelable norma; por último, aquellas diversas teorías que, diferentes en sí mismas y procedentes de criterios ideológicamente opuestos, concuerdan, sin embargo, en considerar al Estado o a la clase que lo representa como una entidad absoluta y suprema, exenta de control y de crítica, incluso cuando sus postulados teóricos y prácticos desembocan y tropiezan en la abierta negación de valores esenciales de la conciencia humana y cristiana.

18. Quien considere con mirada limpia y penetrante la vital conexión entre un genuino orden social y un genuino ordenamiento jurídico y tenga presente que la unidad interna, en su multiformidad, depende del predominio de las fuerzas espirituales, del respeto a la dignidad humana en sí y en los demás, del amor a la sociedad y a los fines que Dios le ha señalado, no puede maravillarse ante los tristes efectos de ciertas ideologías jurídicas, que, alejadas del camino real de la verdad, avanzan por el terreno resbaladizo de postulados materialistas, sino que comprenderá inmediatamente la improrrogable necesidad de un retorno a una concepción espiritual y ética seria y profunda, templada por el calor de una verdadera humanidad e iluminada por el esplendor de la fe cristiana, la cual hace admirar en el ordenamiento una refracción externa del orden social querido por Dios, luminoso fruto del espíritu humano, que es también imagen del espíritu de Dios.

19. Sobre esta concepción orgánica, la única vital en la que florecen armónicamente la más noble humanidad y el mas genuino espíritu cristiano, se encuentra esculpida la sentencia de la Escritura comentada por el gran Aquinate: «Opus justitiae pax» (Summa Theologica 2-2 q.29 a.3), que se aplica tanto al aspecto interno como al aspecto externo de la vida social.

20. Esta concepción no admite ni oposición ni alternativa: amor o derecho, sino la síntesis fecunda: amor y derecho.

21. En el uno y en el otro, irradiación ambos del mismo espíritu de Dios, se funda el programa y el carácter de la dignidad del espíritu humano; uno y otro se completan mutuamente, cooperan, se dan vida, se apoyan, se dan la mano en el camino de la concordia y de la pacificación, mientras el derecho allana el camino al amor, el amor suaviza el derecho y lo sublima. Ambos elevan la vida humana a aquella atmósfera social en la que, aun entre las deficiencias, dificultades y durezas de esta vida, se hace posible una fraterna convivencia. Pero haced que domine el malvado espíritu de ideas materialistas; que el ansia del poder y del predominio concentre en sus rudas manos las riendas de los acontecimientos; veréis entonces aumentar a diario sus efectos disgregadores, desaparecer el amor y la justicia, triste presagio de amenazadoras catástrofes sobre una sociedad apóstata de Dios.


II. CONVIVENCIA EN LA TRANQUILIDAD

22. El segundo elemento fundamental de la paz, hacia el cual tiende casi instintivamente toda sociedad humana, es la tranquilidad ¡Oh feliz tranquilidad, tú no tienes nada de común con el aferrarse duro y obstinado, tenaz e infantilmente terco con lo que ya no existe; ni con la repugnancia, hija de la pereza y del egoísmo, a aplicar la mente a los problemas y a las cuestiones que el variar de los tiempos y el curso de las generaciones, con sus exigencias y con el progreso, hacen madurar y traen consigo como improrrogable necesidad del presente! Mas para un cristiano consciente de su responsabilidad aun para con el más pequeño de sus hermanos, no existen ni la tranquilidad indolente ni la huida, sino la lucha, el trabajo frente a toda inacción y deserción en la gran contienda espiritual en la que está puesta en peligro la construcción, aun el alma misma, de la sociedad futura.

Armonía entre tranquilidad y actividad

23. La tranquilidad en el sentido del Aquinate y la ardorosa actividad no se contraponen, sino que más bien se acoplan armoniosamente para quien está penetrado de la belleza y necesidad del fondo espiritual de la sociedad y de la nobleza de su ideal. Y precisamente a vosotros, jóvenes, inclinados a volver la espalda al pasado y dirigir al futuro la mirada de las aspiraciones y esperanzas, os decimos, movidos por vivo amor y por paterna solicitud: el entusiasmo y la audacia no bastan por sí solos si no se hallan puestos, como es necesario, al servicio del bien y de una bandera inmaculada. Vano es agitarse, fatigarse y afanarse sin apoyarse en Dios y en su ley eterna. Debéis estar animados del convencimiento de combatir por la verdad y de hacerle entrega de las propias simpatías y energías, de los anhelos y de los sacrificios; de combatir por las leyes eternas de Dios, por la dignidad de la persona humana y por la consecución de los fines. Cuando los hombres maduros y los jóvenes, anclados siempre en el mar de la eternamente viva tranquilidad de Dios, coordinan la diversidad de temperamentos y de actividad con un espíritu genuinamente cristiano, entonces, si el elemento propulsor se armoniza con el elemento moderador, la diferencia natural entre las generaciones nunca llegará a ser peligrosa, sino que, por el contrario, conducirá felizmente a la realización de las leyes eternas de Dios en el mudable curso de los tiempos y de las condiciones de vida.

El mundo obrero

24. En un campo particular de la vida social, en el que durante un siglo surgieron movimientos y ásperos conflictos, se observa hoy calma, al menos aparente; esto es, en el vasto y siempre creciente mundo del trabajo, en el ejército inmenso de los obreros, de los asalariados y de los empleados. Si se considera el presente, con sus necesidades bélicas, como un hecho real, esta tranquilidad se podrá llamar exigencia necesaria y fundada; pero, si se mira la situación actual desde el punto de vista de la justicia, de un legítimo y regulado movimiento obrero, la tranquilidad no será más que aparente mientras no se obtenga tal fin.

25. Movida siempre por motivos religiosos, la Iglesia ha condenado los varios sistemas del socialismo marxista, y los condena también hoy, porque es su deber y derecho permanente preservar a los hombres de corrientes e influencias que ponen en peligro su eterna salvación. Pero la Iglesia no puede ignorar o dejar de ver que el obrero, en su esfuerzo por mejorar de situación, tropieza con un ambiente que, lejos de ser conforme a la naturaleza, contrasta con el orden de Dios y con el fin que El ha señalado a los bienes terrenos. Por falsos, condenables y peligrosos que hayan sido y sean los caminos que se han seguido, ¿quién, sobre todo siendo sacerdote o cristiano, podría permanecer sordo al grito que se alza de lo profundo, y que en el mundo de un Dios justo invoca justicia y espíritu de fraternidad? Sería un silencio culpable e injustificable ante Dios y contrario al iluminado sentir del apóstol, quien, si inculca que es necesario ser animosos contra el error, sabe también que es menester estar llenos de consideración hacia los que yerran y con ánimo abierto para escuchar sus aspiraciones, sus esperanzas y sus razones.

26. Dios, al bendecir a nuestros progenitores, les dijo: «Creced y multiplicaos y henchid la tierra y dominadla» (Gen 1,28). Y dijo después al primer jefe de familia: «Mediante el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gen 3,19). La dignidad de la persona humana exige, pues, normalmente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual corresponde la obligación fundamental de otorgar a todos, en cuanto sea posible, una propiedad privada. Las normas jurídicas positivas, reguladoras de la propiedad privada, pueden modificar y conceder un uso más o menos limitado; pero, si quieren contribuir a la pacificación de la comunidad, deberán impedir que el obrero que es o será padre de familia se vea condenado a una dependencia y esclavitud económica inconciliable con sus derechos de persona.

27. Que esta esclavitud se derive del predominio del capital privado o del poder del Estado, el efecto no cambia; más aún, bajo la presión del Estado, que lo domina todo y regula toda la vida pública y privada, invadiendo hasta el terreno de las ideas y convicciones y de la conciencia, esta falta de libertad puede tener consecuencias aún más graves, como lo manifiesta y atestigua la experiencia.

Cinco puntos fundamentales para el orden
y la pacificación de la sociedad humana

28. Quien pondera a la luz de la razón y de la fe los fundamentos y los fines de la vida social, que hemos trazado en breves líneas, y los contempla en su pureza y altura moral y en sus benéficos frutos en todos los campos, se convencerá necesariamente de los poderosos principios de orden y pacificación que las energías encauzadas hacia grandes ideales y resueltas a afrontar los obstáculos podrían comunicar, o, digamos mejor, restituir a un mundo interiormente desquiciado, una vez que hubieran abatido las barreras intelectuales y jurídicas creadas por prejuicios, errores e indiferencias y por un largo retroceso de secularización del pensamiento, del sentimiento, de la acción, cuyo resultado fue arrancar y apartar la ciudad terrena de la luz y fuerza de la ciudad de Dios.

29. Hoy más que nunca suena la hora de reparar, de sacudir la conciencia del mundo del grave letargo en que le han hecho caer los tóxicos de falsas ideas ampliamente difundidas; tanto más cuanto que, en esta hora de convulsión material y moral, el conocimiento de la fragilidad y de la inconsistencia de todo ordenamiento meramente humano está ya para desengañar incluso a aquellos que, en días aparentemente felices, no sentían en sí y en la sociedad la falta de contacto con lo eterno y no la consideraban como un defecto esencial de sus sistemas.

30. Lo que aparecía claro al cristiano que, profundamente creyente, sufría por la ignorancia de los demás, nos lo presenta clarísimo el fragor de la espantosa catástrofe del presente desquiciamiento, que reviste la terrible solemnidad de un juicio universal aun a los oídos de los tibios, de los indiferentes, de los despreocupados: una verdad antigua que se manifiesta trágicamente en formas siempre nuevas y que con fragor de trueno resuena de siglo en siglo, de pueblo en pueblo, por boca del profeta: «Todos los que te abandonan serán confundidos. Los que te dejan se cubrirán de vergüenza, porque dejaron a la fuente de aguas vivas, a Yavé» (Jer 17, 13).

31. No lamentos, acción es la consigna de la hora; no lamentos de lo que es o de lo que fue, sino reconstrucción de lo que surgirá y debe surgir para bien de la sociedad. Animados por un entusiasmo de cruzados, a los mejores y más selectos miembros de la cristiandad toca reunirse en el espíritu de verdad, de justicia y de amor al grito de "¡Dios lo quiere!", dispuestos a servir, a sacrificarse, como los antiguos cruzados. Si entonces se trataba de liberar la tierra santificada por la vida del Verbo de Dios encarnado, se trata hoy, si podemos expresarnos así, de una nueva expedición para liberar, superando el mar de los errores del día y de la época, la tierra santa espiritual, destinada a ser la base y el fundamento de normas y leyes inmutables para construcciones sociales de sólida consistencia interior.

32. Para tan alto fin, desde el pesebre del Príncipe de la Paz, confiados en que su gracia se difundirá en todos los corazones, Nos nos dirigimos a vosotros, amados hijos, que reconocéis y adoráis en Cristo a vuestro Salvador; a todos cuantos nos están unidos al menos con el vínculo espiritual de la fe en Dios, a todos, finalmente, cuantos, ansiosos de luz y guía, suspiran por liberarse de las dudas y de los errores; y os exhortamos y os conjuramos con paterna insistencia, no sólo a comprender íntimamente la angustiosa seriedad de la hora actual, sino también a meditar sus posibles auroras benéficas y sobrenaturales y a uniros y trabajar juntos por la renovación de la sociedad en espíritu y en verdad.

33. Fin esencial de esta cruzada necesaria y santa es que la estrella de la paz, la estrella de Belén, brille de nuevo sobre toda la humanidad con su fulgor rutilante, con su consuelo pacificador, cual promesa y augurio de un porvenir mejor, más feliz y más fecundo.

34. Es verdad que el camino, desde la noche hasta una luminosa mañana, será largo; pero son decisivos los primeros pasos en el sendero, que lleva sobre las primeras cinco piedras miliarias, esculpidas con cincel de bronce, las siguientes máximas:


1º Dignidad y derechos de la persona humana

1) Quien desea que la estrella de la paz aparezca y se detenga sobre la sociedad, contribuya por su parte a devolver a la persona humana la dignidad que Dios le concedió desde el principio; opóngase a la excesiva aglomeración de los hombres, casi a manera de masas sin alma; a su inconsistencia económica, social, política, intelectual y moral; a su falta de sólidos principios y de fuertes convicciones; a su sobreabundancia de excitaciones instintivas y sensibles y a su volubilidad;

favorezca, con todos los medios lícitos, en todos los campos de la vida» formas sociales que posibiliten y garanticen una plena responsabilidad personal tanto en el orden terreno como en el eterno;

apoye el respeto y la práctica realización de los siguientes derechos fundamentales de la persona: el derecho a mantener y desarrollar la vida corporal, intelectual y moral, y particularmente el derecho a una formación y educación religiosa; el derecho al culto de Dios privado y público, incluida la acción caritativa religiosa; el derecho, en principio, al matrimonio y a la consecución de su propio fin, el derecho a la sociedad conyugal y doméstica; el derecho de trabajar como medio indispensable para el mantenimiento de la vida familiar; el derecho a la libre elección de estado; por consiguiente, también del estado sacerdotal y religioso; el derecho a un uso de los bienes materiales consciente de sus deberes y de las limitaciones sociales.


2º Defensa de la unidad social y particularmente de la familia

2) Quien desea que la estrella de la paz aparezca y se detenga sobre la sociedad, rechace toda forma de materialismo, que no ve en el pueblo más que un rebaño de individuos que, divididos y sin interna consistencia, son considerados como un objeto de dominio y de sumisión;

procure concebir la sociedad como una unidad interna crecida y madurada bajo el gobierno de la Providencia; unidad que» en el espacio a ella asignado y según sus peculiares condiciones, tiende, mediante la colaboración de las diferentes clases y profesiones, a los eternos y siempre nuevos fines de la civilización y de la religión;

defienda la indisolubilidad del matrimonio; dé a la familia, célula insustituible del pueblo, espacio, luz, tranquilidad, para que pueda cumplir la misión de perpetuar la nueva vida y de educar a los hijos en un espíritu conforme a sus propias y verdaderas convicciones religiosas; conserve, fortifique o reconstituya, según sus fuerzas, la propia unidad económica, espiritual, moral y jurídica; procure que también los criados participen de las ventajas materiales y espirituales de la familia; cuide de procurar a cada familia un hogar en donde una vida doméstica sana material y moralmente llegue a desarrollarse con toda su fuerza y valor; procure que los locales de trabajo y los domicilios no estén tan separados que hagan del jefe de familia y del educador de los hijos casi un extraño en su propia casa; procure, sobre todo, que entre las escuelas públicas y la familia renazca aquel vínculo de confianza y de mutua ayuda que en otro tiempo produjo frutos tan benéficos, y que hoy ha sido sustituido por la desconfianza allí donde la escuela, bajo el influjo o el dominio del espíritu materialista, envenena y destruye todo cuanto los padres habían sembrado en las almas de los hijos.

3º Dignidad y prerrogativas del trabajo

3) Quien desea que la estrella de la paz aparezca y se detenga sobre la sociedad, dé al trabajo el puesto que Dios le señaló desde el principio. Como medio indispensable para el dominio del mundo, querido por Dios para su gloria, todo trabajo posee una dignidad inalienable y, al mismo tiempo, un íntimo lazo con el perfeccionamiento de la persona; noble dignidad y prerrogativa del trabajo, en ningún modo envilecidas por el peso y la fatiga, que se han de soportar, como efecto del pecado original, en obediencia y sumisión a la voluntad de Dios.

El que conoce las grandes encíclicas de nuestros predecesores y nuestros anteriores mensajes, no ignora que la Iglesia no duda en deducir las consecuencias prácticas que derivan de la nobleza moral del trabajo y en apoyarlas con toda la fuerza de su autoridad. Estas exigencias comprenden, además de un salario justo, suficiente para las necesidades del obrero y de la familia, la conservación y el perfeccionamiento de un orden social que haga posible una segura, aunque modesta propiedad privada a todas las clases del pueblo; favorezca una formación superior para los hijos de las clases obreras particularmente dotados de inteligencia y buena voluntad; promueva en las aldeas, en los pueblos, en la provincia, en el pueblo y en la nación el cuidado y la realización práctica del espíritu social que, suavizando las diferencias de intereses y de clases, quita a los obreros el sentimiento del aislamiento con la experiencia confortadora de solidaridad genuinamente humana y cristianamente fraterna.

El progreso y el grado de las reformas sociales improrrogables depende de la potencia económica de cada nación. Sólo con un intercambio de fuerzas, inteligente y generoso, entre los fuertes y los débiles, será posible llevar a cabo una pacificación universal de forma que no queden focos de incendio y de infección, de los que podrían originarse nuevas catástrofes.

Señales evidentes inducen a pensar que, en medio del torbellino de todos los prejuicios y sentimientos de odio, inevitable, pero triste parto de esta aguda psicosis bélica, no se ha apagado en los pueblos la conciencia de su íntima recíproca dependencia en el bien y en el mal, sino que incluso se ha hecho más viva y activa. ¿Acaso no es verdad que profundos pensadores ven, cada vez con mayor claridad, en la renuncia al egoísmo y al aislamiento nacional, el camino de la salvación general, hallándose dispuestos a solicitar de sus pueblos una parte gravosa de sacrificios, necesarios para la pacificación social de otros pueblos? ¡Ojalá que este nuestro mensaje navideño, dirigido a todos los dotados de buena voluntad y generoso corazón, anime y aumente los escuadrones de la cruzada, social en todas las naciones! ¡Y quiera Dios conceder a su pacífica bandera la victoria de la que es merecedora su noble empresa!

4º Reintegración del ordenamiento jurídico

4) Quien desea que la estrella de la paz aparezca y se detenga sobre la vida social, coopere a una profunda reintegración, del ordenamiento jurídico.

El sentimiento jurídico de hoy ha sido frecuentemente alterado y sacudido por la proclamación y por la práctica de un positivismo y de un utilitarismo sumisos y vinculados al servicio determinados grupos, clases y movimientos, cuyos programas señalan y determinan el camino a la legislación y a la práctica judicial.

El saneamiento de esta situación puede obtenerse, cuando se despierte la conciencia de un ordenamiento jurídico, fundada en el supremo dominio de Dios y defendida de toda arbitrariedad humana; conciencia de un ordenamiento que extienda su mano protectora y vindicativa también sobre los inviolables derechos del hombre y los proteja contra los ataques de todo poder humano.

Del ordenamiento jurídico querido por Dios deriva el inalienable derecho del hombre a la seguridad jurídica, y con ello a una esfera concreta de derecho, protegida contra todo ataque arbitrario.

La relación entre hombre y hombre, del individuo con la sociedad, con la autoridad, con los deberes sociales; la relación de la sociedad y de la autoridad con cada uno de los individuos, deben cimentarse sobre un claro fundamento jurídico y estar protegidas, si hay necesidad, por la autoridad judicial. Esto supone:

a) Un tribunal y un juez que reciban sus normas directivas de un derecho claramente formulado y circunscrito.
b) Normas jurídicas claras, que no puedan ser tergiversadas con abusivas apelaciones a un supuesto sentimiento popular y con meras razones de utilidad.
c) El reconocimiento del principio que afirma que también el Estado y sus funcionarios y las organizaciones de él dependientes están obligados a la reparación y a la revocación de las medidas lesivas de la libertad, de la propiedad, del honor, del mejoramiento y de la vida de los individuos.

5º Concepción del Estado según el espíritu cristiano

5) Quien desea que la estrella de la paz aparezca y se detenga sobre la sociedad humana, coopere a formar una concepción y una práctica estatales fundadas sobre una disciplina razonable, una noble humanidad y un responsable espíritu cristiano;

ayude a conducir de nuevo al Estado y su poder al servicio de la sociedad, al pleno respeto de la persona humana y de la actividad de ésta para la consecución de sus fines eternos;

esfuércese y trabaje por disipar los errores que tienden a desviar del sendero moral al Estado y su poder y a desatarlos del vinculo eminentemente ético que los une a la vida individual y social, y a hacerles rechazar o ignorar en la práctica la esencial dependencia que los subordina a la voluntad del Creador;

promueva el reconocimiento y la difusión de la verdad, que enseña, aun en la esfera terrena, cómo el sentido profundo y la última legitimidad moral y universal del «reinar» es el «servir».

Consideraciones sobre la guerra mundial y sobre la renovación de la sociedad

35. ¡Amados hijos! Quiera Dios que, mientras nuestra voz llega a vuestro oído, vuestro corazón se sienta hondamente impresionado y conmovido por la profunda seriedad, por la ardiente solicitud, por el conjuro insistente con que Nos os inculcamos estas ideas, que quieren ser un llamamiento a la conciencia universal y un grito de alarma para todos cuantos se hallan dispuestos a pesar y medir la grandeza de su misión y responsabilidad ante la amplitud de la tragedia universal.

36. Gran parte de la humanidad, y, no rehusamos decirlo, aun no pocos de los que se llaman cristianos, están de algún modo dentro de la responsabilidad colectiva del desarrollo erróneo, de los daños y de la falta de altura moral de la sociedad actual.

37. Esta guerra mundial y todo cuanto a ella se refiere ya sean remotos o próximos, ya sus procedimientos y efectos materiales, jurídicos y morales, ¿qué otra cosa representa sino el derrumbamiento, inesperado tal vez para los despreocupados, pero previsto y temido por quienes con su mirada penetraban hasta el fondo de un orden social que, bajo el engañoso rostro o la máscara de fórmulas convencionales, ocultaba su debilidad fatal y su desenfrenado instinto de ganancia y de poder?

38. Lo que en tiempos de paz estaba reprimido, al estallar la guerra ha explotado en una triste serie de actos contrarios al espíritu humano y cristiano. Los acuerdos internacionales para hacer menos inhumana la guerra, limitándola a los combatientes, para regular las normas de la ocupación y de la prisión de los vencidos, han sido letra muerta en distintos países; y ¿quién es capaz de ver el fin de este progresivo empeoramiento?

39. ¿Quieren tal vez los pueblos asistir impasibles a un avance tan desastroso? ¿No deben más bien, sobre las ruinas de un ordenamiento social que ha dado prueba tan trágica de su ineptitud para el bien del pueblo, reunirse los corazones de todos los hombres magnánimos y honrados en el voto solemne de no darse descanso hasta que en todos los pueblos y naciones de la tierra sea legión el número de los que, decididos a llevar de nuevo la sociedad al indefectible centro de gravedad de la ley divina, suspiran por servir a la persona y a su comunidad ennoblecida por Dios?

40. Este voto la humanidad lo debe a los innumerables muertos que yacen sepultados en los campos de batalla; el sacrificio de su vida en el cumplimiento de su deber es holocausto para un nuevo y mejor orden social.

41. Este voto la humanidad lo debe al interminable y doloroso cortejo de madres, de viudas y de huérfanos que se han visto despojados de la luz y el consuelo y el apoyo de su vida.

42. Este voto la humanidad lo debe a los innumerables desterrados que el huracán de la guerra ha arrancado de su patria y ha dispersado por tierras extrañas; ellos podrían lamentarse con el profeta: «Nuestra heredad ha pasado a manos extrañas; nuestras casas, a poder de desconocidos» (Jer Lam. 5, 2).

43. Este voto la humanidad lo debe a los cientos de millares de personas que, sin culpa propia alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o de raza, se ven destinados a la muerte o a un progresivo aniquilamiento.

44. Este voto la humanidad lo debe a los muchos millares de no combatientes, mujeres, niños, enfermos y ancianos, a quienes la guerra aérea —cuyos horrores Nos ya desde el principio repetidas veces denunciamos—, sin discriminación o con insuficiente examen, ha quitado vida, bienes, salud, casa, asilos de caridad y de oración.

45. Este voto la humanidad lo debe al torrente de lágrimas y amarguras, al cúmulo de dolores y sufrimientos que proceden de la ruina mortífera del descomunal conflicto y claman al cielo, invocando la venida del Espíritu, que liberte al mundo del desbordamiento de la violencia y del terror.

Invocación al Redentor del mundo

46. Y ¿dónde podréis depositar este voto por la renovación de la sociedad con más tranquila seguridad, confianza y fe más eficaz que a los pies del «desideratus cunctis gentibus», que yace ante nosotros en el pesebre con todo el encanto de su dulce humanidad de niño, pero también con el atractivo conmovedor de su incipiente misión redentora? ¿En qué lugar podría esta noble y santa cruzada para la purificación y renovación de la sociedad tener consagración más expresiva y hallar estímulo más eficaz que en Belén, donde en el adorable misterio de la encarnación apareció el nuevo Adán, en cuyas fuentes de verdad y de gracia tiene la humanidad que buscar el agua salvadora si no quiere perecer en el desierto de esta vida? «De su plenitud hemos recibido todos» (Jn 1, 6). Su plenitud de verdad y de gracia, como hace veinte siglos, se derrama también hoy sobre el mundo con fuerza no disminuida; más poderosa que las tinieblas es su luz; el rayo de su amor es más vigoroso que el gélido egoísmo que a tantos hombres retrae de perfeccionarse y sobresalir en lo que tienen de mejor.

Vosotros, cruzados voluntarios de una nueva y noble sociedad, alzad el nuevo lábaro de la regeneración moral y cristiana, declarad la lucha a las tinieblas de la apostasía de Dios, a la frialdad de la discordia fraterna; una lucha en nombre de una humanidad gravemente enferma y que hay que sanar en nombre de la conciencia cristianamente levantada.

47. Nuestra bendición y nuestro paterno auspicio y aliento acompañen a vuestra generosa empresa y permanezca con todos cuantos no rehúyen los duros sacrificios, armas mucho más poderosas que el hierro para combatir el mal que sufre la sociedad. Sobre vuestra cruzada por un ideal social, humano y cristiano, resplandezca consoladora e incitante la estrella que brilla sobre la cueva de Belén, lucero anunciador y perenne de la era cristiana. De su vista ha sacado, saca y sacará fuerzas todo corazón fiel: «Aunque acampe contra mí un ejército..., estoy tranquilo» (Sal 27 [26], 3). Donde esta estrella resplandezca, allí está Cristo: «Ipso ducente, non errabimus; per ipsum ad ipsum eamus ut cum nato hodie puero in perpetuum gaudeamus» («Bajo su dirección no nos extraviaremos: por medio de él vayamos a él, para regocijarnos eternamente con el niño nacido hoy». San Agustín, Serm. 189, 4: PL 38, 1007).

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19 de diciembre de 2008

Fotos de la Misa por Pío XII celebrada por el Sr. Nuncio en Madrid el pasado 19 de noviembre



A continuación y por fina atención y cortesía de Dª Dolores de Lara, ofrecemos algunas fotografías de la Misa que por Pío XII ofició el Excmo. Sr. Nuncio Apostólico de Su Santidad, monseñor Manuel Monteiro de Castro, en la madrileña iglesia de la Concepción, el 19 de noviembre pasado. Acompañó al prelado el ilustre don Silverio Nieto Núñez, director del Servicio Jurídico de la Conferencia Episcopal Española. Entre los asistentes se encontraban la Excma. Sra. Duquesa de Franco, la Excma. Sra. Duquesa de Montealegre, la Excma. Sra. Dª Esperanza Ridruejo, señora de Stilianopoulos, la Excma. Sra. Dª Pilar de Aristegui, señora de Abella (Don Carlos) y el Ilmo. Sr. D. Daniel San Martín Viscasillas. El SIPA estuvo representado por el Ilmo. Sr. D. José Carlos de Goyeneche y Vázquez de Seyas.




Ilustres asistentes


Ingreso del clero


El Sr. Nuncio cierra la procesión de entrada


Recogimiento



En el trono


Elevación de la hostia consagrada


Ofrecimiento del cáliz



El SIPA agradece al Sr. Nuncio su deferencia




16 de diciembre de 2008

Una entrevista muy digna de tenerse en cuenta

Presentamos esta interesantísima entrevista que sobre Pío XII le hizo Maurizio Fontana al periodista italiano Paolo Mieli, director de Il Corriere della Sera, y que fue publicada por L'Osservatore Romano el 9 de octubre pasado. El juicio que le merece el papa Pacelli a Mieli es tanto más relevante y digno de ser tenido en cuenta cuanto que éste pertenece a una familia judía, varios de cuyos miembros perecieron en campos de concentración nazis.


La historia le hará justicia a Pío XII


Entrevista a Paolo Mieli


P. – Se habla con frecuencia del drama de Rolf Hochhuth El Vicario, escenificado por primera vez el 20 de febrero de 1963 en el Freie Volksbühne, de Berlín. Pero las críticas a las actitudes del Papa Pacelli salieron a la luz muchos años antes. ¿Cuándo nació realmente el "problema Pío XII"?

R. – El punto de inflexión es sin duda la puesta en escena de El Vicario, pero algunas acusaciones, aunque no se configuraron como las de Hochhuth, se remontan hasta el inicio mismo de la segunda guerra mundial. El primero en hablar de las vacilaciones de Pío XII fue en efecto Emmanuel Mounier, quien en mayo de 1939 reprochó amablemente el silencio que puso en situación embarazosa a miles de corazones: el silencio de Pío XII en ocasión de la agresión italiana a Albania.

De la misma naturaleza fue el segundo indicio dirigido por parte de otro intelectual católico francés, François Mauriac, quien en 1951, en el prefacio a un libro de Léon Poliakov, lamentó que los judíos perseguidos no tuviesen el consuelo de sentir que el Papa condenase con palabras netas y claras la “crucifixión de innumerables hermanos en el Señor". Por otra parte, se recuerda que el mismo libro – uno de los primeros textos importantes sobre el antisemitismo – adelantaba justificaciones a esos silencios. En esencia, escribió el judío Poliakov, el Papa había permanecido en silencio para no comprometer más todavía la seguridad de los judíos, por lo menos no más de lo que ya lo estaba.

P. – En consecuencia, ¿la primera intervención de un investigador judío sobre el argumento fue muy cauto?

R. – Diré algo más. Aparte de Poliakov, las primeras valoraciones de los exponentes de las comunidades judías de todo el mundo no fueron solamente cautas, sino hasta cálidas respecto a Pío XII.

P. – ¿Puede haber provocado esta cautela el hecho que las verdaderas acusaciones al Papa comienzan a llegar, ya durante la guerra, por parte de los soviéticos?

R. – Por cierto, Pío XII fue un Papa también – y subrayo este "también" – anticomunista. Y durante estas décadas de polémicas se le ha reprochado con frecuencia que él haya sido perturbado por esta visión. Recordemos, por ejemplo, dos de sus famosos discursos pronunciados antes de llegar a ser Papa, en el transcurso de dos viajes a Francia (1937) y a Hungría (1938), en los que mayormente puso más el acento en las persecuciones del régimen comunista que en las del régimen nazi.

Pero respecto a esto hay implícita una premisa: la tematización de la Shoah, tal como la recibimos hoy, es producto de muchas décadas sucesivas, desde finales de la segunda guerra mundial. Recuerdo que en los años 50 y 60 se hablaba todavía en forma imprecisa de los deportados en los campos de concentración. Se sabía que a los judíos les había tocado la peor suerte, pero la plena conciencia de la Shoah es algo posterior. En los años 30, muy pocos tenían idea de lo que podía sucederle a los judíos. Es cierto que en Alemania había tenido lugar la noche de los cristales. Pero obviamente, es mucho más fácil leer y comprender los hechos hoy, con el juicio que se formula después. Y los judíos que huyeron de Alemania no fueron acogidos con los brazos abiertos en ninguna parte del mundo, ni siquiera en Estados Unidos. En síntesis: fue un problema complejo. El mundo occidental, el mundo civil, excepto algunas salvedades, no comprendió ni se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Por eso, cuando hablamos de un Papa en los finales de los años 30, podemos comprender que fuese más sensible a las persecuciones anti-cristianas en la Unión Soviética que a lo que estaba emergiendo en el mundo nazi. Esto no significa que fuese un nazi camuflado.

P. – Los años 30: muchas veces la polémica se desplaza también hacia Pío XI…

R. – Uno de los reproches formulados al cardenal Pacelli, secretario de Estado de Pío XI, ha sido el de haber atenuado las condenas del nacionalsocialismo. Entre las numerosas acusaciones – para mí no justificadas del todo – que ha recibido Pacelli ha sido también la de haber embotado y la de haber atenuado los tonos de la encíclica Mit Brennender Sorge. En realidad, examinando bajo el perfil histórico la actividad del Papa Pacelli, recordaré algunos detalles particulares. Cuando comenzó la guerra, él criticó la apatía de la Iglesia francesa bajo la dominación nazi en la Francia de Vichy. Luego criticó el antisemitismo, tan evidente, del obispo eslovaco Josef Tiso. Como bien se cuenta en el libro La Chiesa e lo sterminio degli ebrei (La Iglesia y el exterminio de los judíos) de Renato Moro (Il Mulino), ofreció su propia disponibilidad y hasta una mano, en una decisión más que riesgosa, a los complotados contra Hitler entre 1939 y 1940. Continúo: cuando en junio de 1941 la Unión Soviética fue invadida por Alemania, hubo una cierta resistencia en el mundo occidental a apurar acuerdos con quien hasta ese momento había combatido la guerra de lado de la Alemania nazi. Por el contrario, Pío XII se dedicó mucho a facilitar una alianza entre Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética.

Por último, el capítulo más importante: durante la ocupación nazi de Roma –como se relata, por ejemplo, en dos libros el famoso La resistenza in convento (La resistencia en el convento) de Enzo Forcella (Einaudi) y el recién publicado por Andrea Riccardi, L'inverno più lungo (El invierno más largo) recién publicado por Andrea Riccardi (Laterza)– la Iglesia se puso totalmente a disposición: casi todas las basílicas, todas las iglesias, todos los seminarios y todos los conventos hospedaron y dieron una mano a los judíos. Tanto es así que en Roma, frente a los dos mil judíos deportados, dieciocho mil lograron salvarse. Ahora bien, no quiero decir que la Iglesia de Pío XII salvó a todos esos dieciocho mil, pero sin duda la Iglesia contribuyó a salvar a la mayor parte. Y es imposible que el Papa no tuviese conocimiento de lo que hacían sus sacerdotes y sus religiosas. El resultado fue que durante años, años y años –hay decenas de citas posibles– personalidades importantísimas del mundo judío reconocieron este mérito, atribuyéndolo explícitamente a Pío XII.

De estos testimonios se ha perdido ahora toda huella. Se ha hablado, por ejemplo, del hermoso libro Pio XII il papa degli ebrei (Pío XII, el Papa de los judíos) de Andrea Tornielli (Piemme). Es una literatura muy vasta, de la que querría suministrar algún ejemplo. En 1944, el gran rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, declaró: "El pueblo de Israel no olvidará jamás lo que Pío XII y sus ilustres delegados, inspirados por los principios eternos de la religión que constituyen la base de una auténtica civilización, están haciendo por nuestros desventurados hermanos y hermanas en la hora más trágica de nuestra historia. Una prueba viviente de la providencia divina en este mundo".

Ese mismo año, el sargento mayor Joseph Vancover escribió: "Deseo hablar de la Roma judía, del gran milagro de haber encontrado aquí miles de judíos. Las iglesias, los conventos, los frailes y las monjas y, sobre todo el Pontífice, han acudido en ayuda y para el salvataje de los judíos, sustrayéndolos de las garras de los nazis y de los fascistas colaboracionistas italianos. Se llevaron a cabo grandes esfuerzos no exentos de peligros para esconder y alimentar a los judíos durante los meses de la ocupación alemana. Algunos religiosos pagaron con su vida por efectuar esta obra de salvataje. Toda la Iglesia se movilizó a tal fin, obrando con gran fidelidad. El Vaticano fue el centro de toda actividad de asistencia y salvataje, en el marco de la realidad y del dominio nazi".

Cito luego una carta enviada desde el frente italiano por el soldado Eliyahu Lubisky, miembro del kibbutz socialista Bet Alfa. Fue publicada en el semanario Hashavua, el 4 de agosto de 1944: "Todos los prófugos describen la admirable ayuda por parte del Vaticano. Los sacerdotes pusieron en peligro sus vidas para esconder y salvar a los judíos. El mismo Pontífice participó en la obra de salvataje de los judíos".

Un dato más todavía, del 15 de octubre de 1944. Registremos el relato de Silvio Ottolenghi, comisario extraordinario de las comunidades israelitas de Roma: "Miles de hermanos nuestros se han salvado en los conventos, en las iglesias, en las zonas extraterritoriales. El 23 de julio tuve el honor de ser recibido por Su Santidad, a quien le he llevado el agradecimiento de la comunidad de Roma por su heroica y afectuosa asistencia realizada por el clero, a través de los conventos y los colegios… He referido a Su Santidad el deseo de los correligionarios de Roma de concurrir en masa para agradecerle. Pero no se podrá efectuar tal manifestación sino al final de la guerra, para no perjudicar a todos los que en el norte tienen todavía necesidad de ser protegidos".

P. – Esto durante la guerra todavía en curso. Vayamos al hoy...

R. – Lamentablemente, hoy la atención sobre Pío XII es tan fuerte que también un debate normal provoca un incendio.

P. – La cuestión quema a tal punto que todavía está vigente el problema de la fotografía de Pío XII en Yad Vashem y de su epígrafe. No obstante ello, la gran cantidad de testimonios precisamente lo señala. ¿Qué ha ocurrido?

R. – Ocurrió que en el transcurso de los años se difundió la leyenda negra de Pío XII. Recordemos los libros de John Cornwell –Hitler's Pope (El Papa di Hitler)– y de Daniel Goldhagen –Hitlers willige Vollstrecker (Los verdugos voluntarios de Hitler)–, en los que estas acusaciones se tornan más explícitas. Se ha formado una opinión generalizada según la cual Pío XII es visto como un Pontífice precisamente cómplice del Führer nazi. ¡Una locura! Y pensar que en el proceso a Eichmann en 1961 se expresó un juicio sobre el Papa que vale la pena releer y recordar. Para decirlo está Gideon Hausner, procurador general del Estado en Jerusalén: "En Roma, el 16 de octubre de 1943 se organizó una vasta redada en el viejo barrio judío. El clero italiano participó en la obra de salvataje y los monasterios abrieron sus puertas a los judíos. El Pontífice intervino personalmente a favor de los judíos arrestados en Roma".

P. – Sólo dos años antes de la representación de El Vicario...

R. – Y es precisamente desde 1963 que se abre camino una revisión del rol desempeñado por Pío XII, en dos formas diversas. Una maliciosa –en el interior de la misma Iglesia– que oponía a Pío XII la figura de Juan XXIII. Fue una operación devastadora: se ha tratado a Juan XXIII como un Papa que en el transcurso de la segunda guerra mundial habría tenido la sensibilidad que, por el contrario, Pío XII no habría tenido. Es una tesis muy bizarra. Y al leer entre líneas las invectivas contra Pacelli, parecería que se le ha facturado al Pontífice su anticomunismo. En realidad, Pío XII ha sido un Papa en línea con la historia de la Iglesia católica del siglo XX. Si se lee lo que ha escrito o se escuchan sus discursos grabados nos damos cuenta como él expresó, por ejemplo, también críticas al liberalismo. Quiero decir que de ninguna manera fue un alfil del atlantismo anticomunista.

P. – No era el capellán de Occidente...

R. – De ninguna manera. La imagen de Pío XII como capellán de la gran ofensiva anticomunista en la guerra fría es desviacionista, aun cuando es cierto, naturalmente, que era anticomunista. A causa de este anticomunismo le ha sido facturada a él una cuenta carísima que ha deformado su imagen por medio de representaciones teatrales, publicaciones y películas. Pero todo aquél que no tenga una actitud prejuiciosa y se esfuerce en conocer a Pascelli a través de los documentos, no puede sino sorprenderse por esta leyenda negra que no tiene ningún sentido. Pío XII fue un gran Papa, a la altura de las circunstancias. Es como si hoy le echásemos en cara a Roosevelt que no haya pronunciado palabras más claras respecto a los judíos. ¿Pero como se puede criticar en el interior de una guerra y por demás a una personalidad desarmada como lo es un Papa? La fisonomía de esta ofensiva respecto a Pío XII parece realmente sospechosa a toda persona de buena fe y es una fisonomía a la que se le debe oponer resistencia. Antes o después habrá también alguno que releerá los hechos a la luz de los testimonios que hemos señalado antes.

P. – ¿Hay diferencias entre la historiografía europea, en particular la italiana, y la americana sobre Pío XII?

R. – Para mí, sí. No debemos olvidar que esta aversión respecto a Pío XII nació en el mundo anglosajón y protestante. No nació en el mundo judío que, por el contrario, se ha adaptado en el tiempo para no marchar a contramano a partir de una campaña internacional. Es cierto: si un Papa es acusado de haber dejado propagarse al antisemitismo, es obvio que el mundo judío se siente obligado a ver con claridad. Se llega así al episodio de la séptima sala en el Yad Vashem, en Jerusalén, donde ha aparecido una fotografía del Papa con un epígrafe que define “ambiguamente” su comportamiento. O bien el pedido, en 1998, por parte del entonces embajador de Israel en la Santa Sede, Aaron Lopez, de una moratoria en la beatificación de Pío XII. Ahora bien, en esta historia de la moratoria yo no entro, porque no es un problema historiográfico. Pero hay algo excesivamente perverso respecto a este Papa y ya de lejos huele apestosamente.

Desde 1963 se han encendido los reflectores sobre Pío XII, en la búsqueda de las pruebas de su culpabilidad, pero no se ha encontrado nada. Más aún, los estudios han sacado a la luz una documentación muy abundante que atestigua cómo la Iglesia dio a los judíos una ayuda fundamental. Respecto a esto, recuerdo un gesto muy bello: en junio de 1955 la Orquesta Filarmónica de Israel pidió celebrar un concierto en honor de Pío XII en el Vaticano, para expresar su gratitud a este Papa y ejecutó en presencia del Papa un movimiento de la 7ª Sinfonía de Beethoven. Éste era el clima. Y cuando el Papa falleció, dijo Golda Meir, ministro de relaciones exteriores de Israel y futura premier: "cuando el martirio más espantoso golpeó a nuestro pueblo durante los diez años de terror nazi, la voz del Pontífice se elevó a favor de las víctimas. Lloramos la pérdida de un gran servidor de la paz". Para algunos no se había elevado la voz del Pontífice, pero en realidad ellos no la habían escuchado. ¿Comprende? Golda Meir había oído su voz, y William Zuckermann, director de la revista Jewish Newsletter, escribió lo siguiente: "todos los judíos de América rinden homenaje y expresan su dolor porque probablemente ningún estadista de esa generación ha dado a los judíos una ayuda más poderosa en la hora de la tragedia. Más que ningún otro, nosotros hemos tenido el modo de beneficiarnos de la grande y caritativa bondad y de la magnanimidad del llorado Pontífice durante los años de persecución y de terror". Así ha sido considerado Pío XII durante años y durante décadas. ¿Quizás estaban todos locos? No, más que eso, eran ellos los que habían sufrido las persecuciones de las que Pío XII fue culpado como cómplice. Si lo tomamos como un caso historiográfico, el de la leyenda negra es una locura. Pero pienso que, aparte de cualquier polémica, todo historiador digno de este nombre se batirá – también en el caso de personas como yo que no soy católico – para restablecer la verdad.

P. – ¿Qué ha surgido hasta hoy desde la historiografía israelita? ¿Ha habido una evolución en el juicio de los historiadores? ¿Todavía hoy es accesible un debate sobre Pío XII?

R. – Diría que la historiografía israelita es muy contenida. En realidad, el caso está todavía abierto por la obstinación de otro mundo que no es el mundo hebreo. Para mí, hay que considerar tres aspectos. Antes que nada, Pío XII paga el precio por su anticomunismo. Segundo: este Papa conocía bien a Alemania y había tenido una actitud germanófila que, atención con esto, no quiere decir filonazi. Por último, se dice que las críticas a Pío XII provienen de mundos respecto a los cuales las críticas podrían ser diez veces más grandes. Se trata de mundos que en el transcurso de la Shoah no supieron proporcionar una presencia ni siquiera mínimamente aproximada a la que ellos criticaron a Pío XII por no haberla tenido.

P. – ¿Quiere darnos algún ejemplo?

R. – Pienso en todo lo que ha sucedido en Francia, en Polonia, pero también en los mismos Estados Unidos. Razonemos: la tesis de los que acusan a Pío XII es que todos sabían y que de todos modos se podía saber. Ahora bien, yo pregunto: ¿a quién recordamos durante la segunda guerra mundial, entre las personalidades de estos mundos, que hayan levantado su voz de la misma manera que se critica al Papa de no haberlo hecho? Yo no conozco a nadie.

P. – ¿Se refiere también a los antifascistas italianos?

R. – Absolutamente sí. Pero en síntesis: ¿quién puede ser indicado como alguien que hizo por los judíos algo que el Papa no ha hecho? Yo no lo conozco. Habrá casos particulares, como ha habido casos particulares de altos prelados de la Iglesia. Al menos, este Papa hizo todo lo que le fue posible hacer. Ha permitido a diez mil judíos que estaban en Roma –pero sucedió lo mismo también en otras partes de Italia– salvarse, en contraposición a los dos mil que fueron asesinados. No comprendo cuál debería ser el término de comparación. En consecuencia, creo que se puede suponer que estas críticas y estas inventivas parten de mundos que no tienen su conciencia en orden respecto a este problema.

P. – ¿La leyenda negra es entonces un caso de mala conciencia?

R. – Diría que sí. De otro modo no se explica. La verdad es que el odio hacia Pío XII nació en un contexto preciso, el del inicio de la guerra fría. Recordemos que fue el Papa quien hizo posible en Italia la victoria de la Democracia Cristiana en 1948. Estoy convencido que las acusaciones respecto a él son la ebullición de un odio nacido en la segunda mitad de los años 40 y en los años 50. La literatura hostil a Pío XII es posterior al final de la guerra. En Italia, comienza luego de la ruptura del gobierno de unidad nacional de 1947 y madura durante toda la década del 50 en forma más encendida. Todo este depósito de odio o de fuerte aversión emergió en los años subsiguientes. Por lo demás, si hubiese salido a luz inmediatamente, los judíos que habían salvado su vida gracias a esta Iglesia, no habrían permitido que se dijese y se escribiese cuanto se ha dicho y escrito. Al haberse ido veinte o treinta años después todos los testigos, todos los que se habían salvado –estamos hablando de miles de personas– ya no estaban y la nueva generación de sus hijos absorbió esas acusaciones. ¿Y de hecho quiénes han resistido y resisten contra esas acusaciones? Los historiadores.

P. – Pero además se han agregado después las voces de los católicos que han contrapuesto a Pío XII con su sucesor, Juan XXIII.

R. – De hecho, creo que no es ciertamente por casualidad que el inicio de las causas de beatificación de los dos Papas ha sido anunciado contemporáneamente. Por lo demás, cuando Pablo VI fue a Tierra Santa en 1964 y habló en términos muy cálidos de Pío XII, no hubo grandes protestas. Nadie protestó. Y ya había comenzado la "operación Vicario". Las acusaciones parecían increíbles. Posteriormente, la avalancha ha ido creciendo paulatinamente hasta que desapareció la generación de los testigos directos. De todos modos, pienso que a Pío XII se le hará justicia por parte de los historiadores.

P. – Hemos aludido a los católicos. La Civiltà Cattolica ha escrito que Pío XII no tuvo voz de profeta. ¿No se trata de un juicio un poco anacrónico? ¿Quizás el Pontífice habría debido ir el 16 de octubre de 1944 al ghetto como había ido al barrio de San Lorenzo, bombardeado pocas semanas antes?

R. – Sinceramente, esa parte de sangre judía que corre por mis venas me hace preferir un Papa que ayuda a mis correligionarios a sobrevivir, más que uno que lleva a cabo un gesto demostrativo. Un Papa que va a un barrio bombardeado es un Papa que llora sobre las víctimas, efectúa un gesto de calor y afecto por la ciudad, mientras que su presencia en el ghetto podía ser controvertida. Ciertamente, con el juicio posterior se puede decir de todo, también –como se ha escrito– que habría sido justo que se hubiese arrojado sobre las vías para impedir que los trenes partieran. Pero pienso que se trató de juicios expresados a la ligera. Y además, sinceramente, sobre estos argumentos, reprochar a otro no haber hecho lo que nadie de los tuyos ha hecho, es un poco arriesgado. De hecho, a mí no me consta que exponentes de la Resistencia antinazi romana hayan ido al ghetto o se hayan arrojado sobre las vías. Son discursos realmente poco serios.

P. – Sobre la polémica en el interior del catolicismo, el rabino David Dalin ha llegado a escribir que Pío XII es el bastón más grueso del que los católicos progresistas pueden disponer para utilizarlo como arma contra los tradicionalistas...

R. – El aspecto más indecente, pero para mí evidente (aunque si lo juzgo es desde afuera), es que esta batalla en el mundo católico, que contrapone las figuras de Juan XXIII y de Pío XII, no es muy valiente, porque nadie la libra a cara descubierta. No hay un libro o un artículo de un representante conocido del mundo católico que diga claramente sí a Juan XXIII y no a Pío XII. Es una batalla conducida entre líneas, hecha de sutilezas. Para mí, el discurso es simple: o se está verdaderamente convencido que Pío XII ha sido un Papa cómplice del nazismo, o bien si las cosas se plantean en los términos discutidos en esta entrevista, entonces cierta gente debería darse cuenta que estos argumentos contribuyen sólo a mantener vigente la leyenda negra respecto a este Papa. Adviértase bien: creo que esta leyenda negra tiene las horas contadas. Pío XII no será un Papa signado por una damnatio memoriae.

P. – ¿Por qué dice esto?

R. – Justamente desde el punto de vista histórico las evidencias a favor son tales y tantas, y la falta de evidencias contrarias es tan amplia que esta ofensiva contra Pío XII está destinada a agotarse.

P. – Una última pregunta sobre la actitud de Pío XII. ¿Cómo se pueden reconstruir los rasgos de su silencio activo respecto a la Shoah?

R. – He pensado muy frecuentemente en Pío XII, intentando imaginar que tipo de personalidad tenía. Ha sido parangonado con Benedicto XV, el Papa de la primera guerra mundial. Pero la segunda guerra mundial ha sido muy distinta. Seguramente Pacelli ha sido una persona atormentada, que ha tenido sus dudas. Él mismo se detuvo en 1941 sobre su propio “silencio”. Se encontraba en una encrucijada terrible que puso en discusión algunas de sus convicciones. Luego tuvo un período posterior a la guerra muy largo, hasta 1958, en el que siguió siendo un Papa fuerte, presente, importante, decisivo para la reconstrucción de la Italia de posguerra. Quizás ha sido el Papa más importante del siglo XX. Seguramente estuvo atormentado por dudas. Sobre la cuestión del silencio, como he dicho, se ha preguntado. Pero precisamente esto me da la idea de su grandeza.

Entre otros, me ha impactado un hecho. Una vez concluida la guerra, si Pío XII hubiese tenido la conciencia sucia, se habría jactado de la obra de salvación de los judíos. Por el contrario, jamás lo hizo. Jamás ha dicho una palabra. Podía hacerlo. Podía hacerlo escribir o decir, pero no lo hizo. Ésta es para mí la prueba de cuán grueso era el espesor de su personalidad. No era un Papa que sentía la necesidad de defenderse. En lo que se refiere al juicio sobre Pío XII, debo decir que me he guardado en el corazón todo lo que en 1964 escribió Robert Kempner, un magistrado judío de origen alemán y que fue el número dos de la acusación pública en el proceso de Nuremberg: "Cualquier postura propagandística de la Iglesia contra el gobierno de Hitler habría sido no solamente un suicidio premeditado, sino que habría acelerado el asesinato de un número mucho más grande de judíos y sacerdotes".

Concluyo afirmando que durante veinte años los juicios sobre Pío XII han sido compartidos unánimemente. Para mí, entonces, en la ofensiva contra él las cuentas no cuadran. Todo aquél que se dispone a estudiarlo con honestidad intelectual debe partir precisamente de esto, de las cuentas que no cuadran.




11 de diciembre de 2008

Homilía del Sr. Nuncio Apostólico en la solemne misa celebrada en Madrid por Pío XII

Foto cortesía: Dª Dolores de Lara


50º Aniversario fallecimiento Pío XII
Parroquia de la Concepción de Nuestra Señora



Madrid, 19 de noviembre de 2008.


Ecl 2, 1-11
1 Pe 1, 3-9
Jn 10, 11


Reverendo Señor Párroco de la parroquia de La Concepción de Nuestra Señora,
Sacerdotes concelebrantes,
Hermanos y Hermanas en Cristo:

1. “El buen pastor da la vida por sus ovejas”, hemos escuchado en la lectura del texto del evangelio. Este Buen Pastor es el Señor Jesús. Es Él quien da la vida por nosotros. No le es indiferente nuestra vida, nuestro modo de ser y de actuar, nuestro bienestar, nuestra felicidad eterna. Digámosle que queremos escuchar su voz, acoger su palabra y darle espacio en nuestra inteligencia y en nuestro corazón.

En este momento deseo presentar a todos y a cada uno de ustedes el saludo cariñoso y la bendición de Su Santidad Benedicto XVI, a quien humildemente represento en España.

Querría, además, congratularme con el Rvdo. Sr. D. José Aurelio Martín Jiménez, Párroco de la Concepción de Nuestra Señora, y con el Sr. D. José Carlos de Goyeneche y Vázquez de Seyas, representante en Madrid de la Asociación Sodalitium Internationale Pastor Angelicus, quienes han tenido la feliz iniciativa de promover la celebración de este 50º aniversario del tránsito del siervo de Dios Pío XII, tránsito que nos hace pensar en el nuestro.

Les invito, ahora, a una breve reflexión sobre las lecturas litúrgicas de esta celebración eucarística.

2. El texto del Evangelio nos presenta al Señor Jesús como el Buen Pastor. “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas”.

La meditación de este entrañable texto ha sido y continuará siendo motivo de profunda alegría interior. Refleja la amorosa solicitud de Dios por cada uno de nosotros. Nos creó como seres libres. Pero nuestra vida no le es indiferente. Se interesa por nosotros, como un buen padre o madre, por lo que afecta a sus hijos.

“Yo soy el buen pastor”. “Yo soy”.

Para el Señor no hay pasado ni futuro. Todo es presente. Ayer como hoy, tiene cuidados solícitos por cada uno de nosotros. Nos nutre con su palabra, con sus sacramentos y, particularmente, con la Eucaristía, pan de vida eterna.

“El buen pastor da su vida por las ovejas”.

El mercenario ve venir el lobo, es decir, las dificultades, y huye. No le preocupa el bien de las ovejas, sino su propio bien. El buen pastor se gasta, se consume, da la vida por sus ovejas. El Señor Jesús sufrió por nosotros. Nos dejó el ejemplo de cómo afrontar los ultrajes, las tribulaciones, la cruz, la muerte, hasta llegar a la gloria eterna.

“Conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí”.

El Señor nos conoce a cada uno de nosotros, por dentro, por nuestro nombre. Nos llama, nos conduce, si nos dejamos guiar. Él es el camino cuyo término es la vida eternamente feliz en la casa del Padre.

“Tengo otras ovejas que no son de este redil”.

Su solicitud no tiene límites. Abarca a todos cuantos son sensibles a los signos que les va enviando. Son muchos los casos de personas que vivían lejos de los caminos del Señor y han cambiado de rumbo, desde San Pablo, San Agustín hasta Edith Stein.

Al timón de la Iglesia, querida y fundada y conducida por el Señor Jesús, después de su ascensión, quedó el apóstol Pedro. Él es ejemplo de la persona que, sensible a los signos de Dios, acepta la invitación del Señor Jesús, deja la comodidad de su trabajo, acoge su palabra, le sigue y transmite las enseñanzas del Maestro Divino desde Tierra Santa hasta la capital del Imperio Romano, en la cual daría su sangre en testimonio de la fe que profesaba.

En la primera lectura hemos escuchado un texto de su primera carta. Dándose cuenta de las dificultades que asolaban la vida de las comunidades cristianas en diversas regiones de Asia Menor, san Pedro les escribe animándoles a mantenerse firmes en la fe. La fe en la palabra del Señor Jesús y en la esperanza de la vida futura, “la esperanza viva a una herencia incorruptible […] reservada en los cielos”. Esta esperanza segura de la herencia eterna ha dado a los cristianos y nos da también a nosotros la fuerza necesaria para superar con alegría las dificultades, pequeñas o grandes, que encontramos en nuestro camino, para llevar nuestra cruz que conduce a la gloria eterna. San Pedro, buen pastor, dio la vida por sus ovejas, martirizado en el tiempo del emperador Nerón.

3. Pío XII siguió el camino de sus predecesores, desde San Pedro. Es un enriquecimiento congregarnos para recordar su figura, su incansable trabajo en los momentos sumamente difíciles en que le tocó vivir, para traer a la memoria su plena dedicación a la tarea que le fue confiada y sobre todo, para rezar por el exitoso resultado de la causa de su beatificación, como señaló Su Santidad Benedicto XVI en la Misa de sufragio celebrada en la Basílica de San Pedro, el día 9 del recién pasado mes de octubre.

El Papa Pablo VI, en 1965, anunciando el inicio de las causas de canonización de sus predecesores Juan XXIII y Pío XII, dijo que de este modo quedaría satisfecho el deseo manifestado por muchos que les han conocido y, asimismo, se aseguraría para la historia el patrimonio de la herencia espiritual de ellos. Se evitaría también que ningún otro motivo sino el culto de la verdadera santidad, es decir, de la gloria de Dios y de la edificación de su Iglesia, resplandeciera en la auténtica figura de estos grandes Papas.

Pío XII, seguidor de las huellas del Buen Pastor

El Papa Pío XII nació en Roma el día 2 de marzo de 1876, hijo de la familia Pacelli, de la nobleza pontificia, y recibió el nombre de Eugenio. Ordenado sacerdote el día 2 de abril de 1899, prestó servicio a la Santa Sede durante 57 años, es decir, desde 1901 hasta 1958. Inició su labor en el pontificado de León XIII y continuó en el de San Pío X, Benedicto XV y Pío XI. Fue elegido Papa el día 2 de marzo de 1939. Después de 18 años de pontificado, partió para la casa del Padre el día 9 de octubre de 1958, a la edad de 82 años.

El día 13 de mayo de 1917, día de las apariciones de la Virgen en Fátima, Eugenio Pacelli, fue ordenado obispo en la capilla Sixtina por el Papa Benedicto XV que le había nombrado Nuncio Apostólico en Munich. Era el único representante pontificio en los territorios alemanes. En el encuentro mantenido con Guillermo II, le manifestó la preocupación de la Santa Sede por la prolongación de la guerra, por el aumento del odio, de la destrucción, de la desolación y de la inmoralidad. El suicidio de la Europa civil y el retroceso en valores humanos era claro. Guillermo II le contestó que su país se defendía de la potencia beligerante, Inglaterra, que debería ser aplastada.

En 1920 le fue confiada la Nunciatura Apostólica de Berlín. Lo previsto por la Santa Sede se realizó. La indigencia era mucha. Es conocida y bien documentada la actividad humanitaria de la Nunciatura y de su Nuncio Pacelli a favor de los necesitados y particularmente de los prisioneros de guerra.

Pasados diez años, el 7 de febrero de 1930, el Papa Pío XI le nombró Secretario de Estado. En el documento de nombramiento, escrito a mano por el Pontífice, Pío XI manifiesta los motivos que le llevaron a escoger a Pacelli: su espíritu de piedad y de oración, que no dejará de propiciarle abundante ayuda divina y también las cualidades y dotes que recibió de Dios. Especificaba después el buen trabajo desarrollado por el Nuncio Pacelli en Alemania.

Colaboró con Pío XI en la elaboración de varias encíclicas: la Nova impendet, sobre la gravedad de la crisis económica y la creciente carrera de armamento, y la Quadragesimo anno, sobre los derechos humanos, publicadas en 1931; la Dilectissima nobis, de 1933, dirigida a España; la Mit brennender Sorge (“Con ardiente preocupación”), condenando la ideología racista y pagana que se propagaba en el Reich alemán, la Divini Redemptoris, contra el comunismo ateo, y la Firmissimam constantiam, sobre las sangrientas persecuciones del laicismo masónico contra los católicos mexicanos.

Como legado pontificio actuó en tierras como Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Las Palmas de Gran Canaria y Barcelona, en 1934-35. Presidió las ceremonias en Lourdes, estuvo en Lisieux, París. En 1938 participó en el Congreso Eucarístico de Hungría. De resaltar es la visita a Estados Unidos de América y el encuentro allí con los obispos y con el presidente Roosevelt.

El día 2 de marzo de 1939, Eugenio Pacelli fue elegido Papa y tomó el nombre de Pío XII. Una semana antes de la invasión de Hitler a Polonia, el Papa hacía una fuerte llamada, usando las siguientes expresiones: “Suena una hora grave para la grande familia humana; hora de tremendas deliberaciones, de las cuales nuestro corazón no se puede desinteresar […] para conducir los ánimos a la paz. […] Es con la fuerza de la razón y no con la fuerza de las armas como se hace Justicia. Y los imperios no fundados en la Justicia no son bendecidos por Dios. La política emancipada de la moral traiciona a aquellos mismos que la quieren. Es inminente el peligro, pero estamos todavía a tiempo. La humanidad entera espera justicia, pan, libertad, no hierro que mata y destruye”. Y en su primera encíclica Summi Pontificatus definía la autoridad ilimitada del Estado como un “error pernicioso” no sólo para la vida interna de las naciones, sino también para las relaciones entre los pueblos, haciendo difícil la convivencia. En innumerables familias reina la muerte, la desolación y la miseria. El deber del amor cristiano, piedra fundamental del reino de Cristo, no es palabra vacía, sino realidad viva.

Durante el tiempo de la guerra, la caridad de la Iglesia católica fue gigantesca.

En 1940, en Times, Albert Einstein escribió: “Solamente la Iglesia ha osado oponerse a la campaña de Hitler de suprimir la verdad. Hasta ahora nunca he tenido un interés especial por la Iglesia, pero al día de hoy siento un gran afecto y admiración porque sólo la Iglesia ha tenido el coraje y la fuerza constante de estar de la parte de la verdad intelectual y de la libertad moral”.

La labor de Pío XII y de su Cuerpo diplomático ha sido incansable a favor de la asistencia a los pobres, a los hambrientos, a los desaparecidos, a los que buscaban un hogar. Terminada la guerra en 1949, Pío XII se encontró con el comunismo que declaraba su ideología incompatible con la religión y con planes fuertemente preparados procuraba eliminar la religión, expulsando a los misioneros extranjeros, encarcelando obispos y sacerdotes, clausurando escuelas católica e iglesias. La política educativa era atea y materialista. Empezó por Rusia; se extendió por los países de la Unión Soviética hasta la China Popular. El Nuncio Apostólico tuvo que dejar Pekín en 1954.

Pero Pío XII brilla en la historia de la Iglesia sobre todo por su magisterio doctrinal. Ninguna cuestión de interés para sus contemporáneos quedó sin la palabra del Papa. Sus alocuciones, sus discursos, sus homilías, sus cartas encíclicas exponen en un lenguaje claro la doctrina de la Iglesia en materia de fe y costumbres y del derecho natural.

Entre los documentos más importantes pueden citarse Mystici Corporis, Divino afflante Spiritu, Mediator Dei, Sacramentum ordinis, Humani generis, Munificentissimus Deus, Sacra Virginitas, Haurietis aquas, Fidei donum. Pío XII muestra claramente la unidad de la Iglesia carismática con la Iglesia jurídica en una sola realidad, la Iglesia de Jesús, visible e invisible a un tiempo. Subraya la importancia de la piedad en la Iglesia, de la Eucaristía, de la oración, del culto a la Virgen y a los santos.

Su Santidad Benedicto XVI, hace diez días (9.XI.2008), en un discurso a los participantes en el congreso promovido por las Universidades Lateranense y Gregoriana sobre Pío XII, auspiciaba la reflexión sobre la “preciosa herencia dejada a la Iglesia por el inmortal Pontífice” Pío XII.

Continuemos esta celebración eucarística diciéndole al Señor que queremos corresponder cada vez mejor a sus designios sobre nuestra vida e implorando, por intercesión de la Santísima Virgen, el buen resultado del proceso de canonización del Papa Pío XII, que proclamó solemnemente el dogma de su Asunción en cuerpo y alma al cielo.



Manuel Monteiro de Castro
Arzobispo titular de Benevento
Nuncio Apostólico en España y Andorra

5 de diciembre de 2008

Interesante artículo sobre la Leyenda Negra contra Pío XII

Pio XII y la Leyenda Negra

Por: Juan David Velásquez (Sodalicio de Vida Cristiana)

El pasado 9 de octubre la Iglesia Universal recordó el quincuagésimo aniversario de la muerte del querido Siervo de Dios S.S Pio XII.

La figura del papa Pío XII es para muchos una figura controvertida. Para una parte de la opinión es “el Papa que colaboró con los nazis”. Sin embargo, la realidad de los hechos apunta en sentido exactamente contrario, como de hecho fue reconocido por voces indiscutibles en el momento de su muerte ocurrida en las primeras horas del 9 de octubre de 1958.

Cuando Pio XII murió, el mundo entero lloró su tránsito a la casa del Padre, los católicos nos enorgullecíamos de este papa grande y las comunidades hebreas manifestaban abiertamente su aprecio y reconocimiento por haber salvado a muchos judíos de la deportación y de la muerte. El presidente estadounidense Eisenhower –de confesión presbiteriana– declaró: “El mundo ahora es más pobre después de la muerte del Papa Pío XII. Su vida ha estado enteramente dedicada a Dios y a servir a la humanidad”. Golda Meir, ministra israelí de Asuntos Exteriores, dijo: “Lloramos a un gran servidor de la paz que levantó su voz por las víctimas cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo”. El político de izquierda y ex primer ministro francés Mendès-France –de origen judío- afirmó: “Quienquiera que se ha acercado al Papa se ha asombrado por su valor como estadista, cuya acción se extiende sobre uno de los periodos más dramáticos de la historia. No se puede olvidar que en el ardor de su fe, la adhesión a la paz fue uno de los constantes valores de su pontificado”. El rabino jefe de Londres, doctor Brodie, en un mensaje enviado al arzobispo de Westminster, escribió: “Nosotros miembros de la comunidad judía, tenemos razones particulares para dolernos de la muerte de una personalidad que, en cualquier circunstancia, ha demostrado valiente y concreta preocupación por las víctimas de los sufrimientos de la persecución”. El mariscal Bernard Law Montgomery –protestante convencido- declaró al diario Sunday Times: “Siento un inmenso respeto y admiración por Pio XII. Era un hombre sencillo y amigable que irradiaba amor y caridad.” Incluso el liberal gobernador del Estado de Nueva York, Haverell Harriman, afirmó: “Como ningún otro hombre de nuestro tiempo y como pocos hombres en la historia, ha sabido asumir en la santidad los principios de la humanidad”.

¿Qué pasó para que tan solo unos pocos años después comenzara a circular la leyenda negra de su supuesta pusilanimidad y colaboración con el régimen nazi? Y es que no deja de sorprender que solo cinco años después de su muerte una pieza teatral estrenada en Berlín el 20 de febrero de 1963 haya conseguido trocar la opinión, y así, el que hasta entonces había sido considerado un gran hombre y un gran Papa, se convertía de repente en un personaje oscuro y mezquino al que se acusaba de cinismo, oportunismo y filonazismo, culpable de un silencio y una pasividad cómplices de la Shoah.

Die Stellvertreter (El Vicario), del joven y hasta ese momento desconocido autor protestante alemán Rolf Hochhuth, era una anodina y sencilla obra de ficción que puede ser resumida así: un jesuita, el P. Ricardo Fontana se entera por un S.S, el teniente Kurt Gerstein, que Hitler se dispone a exterminar a los judíos. El religioso recorre Roma con el fin de suplicar al Papa que haga una declaración pública. Pio XII se niega. El P. Fontana se coloca entonces una estrella amarilla en la sotana y se va a morir a un campo de concentración nazi. En la obra también se afirma con desparpajo que muchos Jesuitas eran miembros de las S.S y que Himmler era admirador de la orden. También se afirma que solamente la Iglesia católica sabía lo de los campos de exterminio y a pesar de esto calla y guarda silencio. Se cuenta que los católicos consideraban a Hitler como un salvador, además que Pio XII era abiertamente admirador del Fuhrer. Todo esto en abierta contradicción a lo que podemos comprobar históricamente.

Esta obra que generó mucha polémica, sin embargo, pudo al final dejar en la atmósfera un ambiente e ideas erradas acerca del papel del papa en la cuestión judía durante la dolorosa época de la segunda guerra mundial. Sobre todo quedó sonando el tema del “Silencio de Pio XII” que luego a finales de los años noventa John Cornwell retomará junto con el tema del “filonazismo” de Pacelli en su libro El papa de Hitler, la verdadera historia de Pio XII.

Ante la obra de Hochhuth el cardenal Montini, entonces arzobispo de Milán y luego Papa Pablo VI y quien fuera cercano colaborador de Pio XII escribe una carta al director del periódico londinense The Tablet en la que afirma: “Tal como es presentada por Hochhuth la figura de Pio XII es falsa. Por ejemplo es absolutamente falso que fuera miedoso, ni por temperamento natural, ni por su conciencia de hombre, investido de un poder y de una misión. Asimismo no corresponde a la verdad mantener que Pio XII estuvo guiado por cálculos oportunistas de política intemporal. Sería igualmente calumnioso atribuirle a él y a su pontificado, un motivo de utilidad económica”.

También en contra de la obra El Vicario el 7 de marzo de 1963 el episcopado alemán declaró: “Pio XII cumplió con su tarea de pastor supremo de la Iglesia con un admirable sentido de responsabilidad, en una época en que la segunda guerra mundial y el caos que provocó en muchos pueblos la hizo particularmente grave y tensa. A este Papa la humanidad le debe en medida muy eminente su gratitud por haber levantado la voz contra hechos de una inhumanidad espantosa, sobre todo contra la opresión y el aniquilamiento de hombres y de pueblos que se produjeron durante y después de la guerra. Si la voz de Pio XII no encontró audiencia de los responsables, la culpa no puede recaer sobre él.”

El hecho es que la obra El Vicario cayó como una bomba sobre la reputación de Pío XII no obstante los abundantes y aplastantes testimonios que demostraban que Pío XII, contra lo que se sostenía en el drama de Hochhuth, sí intervino y eficazmente a favor de los perseguidos, de la mejor manera en que las gravísimas circunstancias sin precedentes de la segunda guerra mundial se lo permitieron. Pio XII habló y actuó con claridad y eficacia.

Una muestra de ello la podemos ver en el radiomensaje de Navidad de 1942. En este mensaje es contundente su posición en contra del régimen nazi y a favor de los judíos. Pio XII afirmaba ante el totalitarismo nacionalsocialista: “El ordenamiento jurídico tiene, además, el alto y difícil fin de asegurar las armónicas relaciones ya entre los individuos, ya entre las sociedades, ya también dentro de éstas. A lo cual se llegará si los legisladores se abstienen de seguir aquellas peligrosas teorías y prácticas, dañosas para la comunidad y para su cohesión, que tienen su origen y difusión en una serie de postulados erróneos. Entre éstos hay que contar el positivismo jurídico, que atribuye una engañosa majestad a la promulgación de leyes puramente humanas y abre el camino hacia una funesta separación entre la ley y la moralidad; igualmente, la concepción que reivindica para determinadas naciones, estirpes o clases el instinto jurídico, como último imperativo e inapelable norma; por último, aquellas diversas teorías que, diferentes en sí mismas y procedentes de criterios ideológicamente opuestos, concuerdan, sin embargo, en considerar al Estado o a la clase que lo representa como una entidad absoluta y suprema, exenta de control y de crítica, incluso cuando sus postulados teóricos y prácticos desembocan y tropiezan en la abierta negación de valores esenciales de la conciencia humana y cristiana”.

Y terminaba su discurso de Navidad afirmando: "Este voto la humanidad lo debe a los innumerables desterrados que el huracán de la guerra ha arrancado de su patria y ha dispersado por tierras extrañas; ellos podrían lamentarse con el profeta: «Nuestra heredad ha pasado a manos extrañas; nuestras casas, a poder de desconocidos» (Lam. 5, 2). Este voto la humanidad lo debe a los cientos de millares de personas que, sin culpa propia alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o de raza, se ven destinados a la muerte o a un progresivo aniquilamiento”.

Para entender lo que este radiomensaje significó en la época nos es muy esclarecedor leer lo que los servicios secretos nazis dijeron frente a esta declaración: “Él [el Papa] acusa virtualmente al pueblo alemán de injusticia contra los hebreos y se hace portavoz de los hebreos, criminales de guerra”. “Su discurso es un ataque a todos nuestros principios”. “Habla claramente a favor de los judíos. Está abiertamente acusando a los alemanes de injusticia hacia los judíos y se hace portavoz de los criminales de guerra judíos”.

También para la prensa de la época era muy clara la voz de Pio XII. El 25 de diciembre de 1942 el New York Times decía en su editorial: “La voz de Pio XII es una voz solitaria en el silencio y oscuridad que envuelven a Europa en estas navidades. . . el Papa es el único gobernante que ha quedado en el continente europeo que se atreve a alzar su voz”.

Paradójicamente este mismo periódico en su editorial del 18 de marzo de 1998 escribe: “Es necesaria una cuidadosa investigación sobre la conducta del Papa. . . Ahora le toca a Juan Pablo II y sus sucesores dar el próximo paso, reconociendo abiertamente que el Vaticano no se opuso firmemente al mal que se abatió sobre Europa”.

Por otro lado, en los juicios de Nuremberg (donde fueron juzgados los principales criminales nazis), el 27 de marzo de 1946, Joachim Von Ribbentrop, el ex canciller del Reich, declaró: “Habíamos recibido protestas del Vaticano. Teníamos cajones llenos de protestas del Vaticano”. Y cuando se le reprochó no haber contestado nunca a ellas, no haber acusado siquiera recibo de ellas, contestó: “El Führer había adoptado una posición tal en lo que respecta a los asuntos del Vaticano, que las protestas ni siquiera llegaban a mi”.

Otro dato –entre los innumerables que podríamos citar– que nos habla de la eficaz labor del Pontífice nos lo da el teólogo y diplomático judío Pinchas Lapide, cónsul israelí en Milán entre 1956 y 1958 y director del servicio de prensa del gobierno israelí. Lapide calculó que unos 850.000 judíos fueron salvados gracias a Pío XII, directa e indirectamente. Viniendo de quien viene, el argumento no puede ser más fiable.

El periodista Antonio Gasparri en su obra Pio XII, los judíos y la leyenda negra se pregunta “¿Cuál de los dos puntos de vista es el más cercano a la realidad? ¿Pio XII fue un héroe o un pusilánime?” y responde “Uno de los métodos para distinguir la calumnia de la verdad es ir a las fuentes originales, es decir, reconstruir a través de los documentos auténticos y los testimonios directos la acción del Papa”. En 1964 el papa Pablo VI autorizó la publicación de los documentos de la Santa Sede relativos a la segunda guerra mundial. Todo este material fue analizado, ordenado y recogido por cuatro padres jesuitas que se encargaron de su publicación. Con el título de Actes et documents du Saint-Siège relatifs à la Seconde Guerre Mondiale los padres Burkhart Schneider, Angelo Martini, Robert A. Graham y Pierre Blet nos dan una extraordinaria investigación (desconocida por muchos) en la que con claridad irrebatible se evidencia la ardua y heroica labor que la Santa Sede llevo a cabo durante la etapa previa a la guerra, tratando de impedirla, y luego ayudando a los perseguidos por el régimen nazi, entre ellos a miles de judíos.

En la eucaristía celebrada en la basílica de San Pedro por el 50º. Aniversario de la muerte de Pio XII, Su Santidad Benedicto XVI recordó durante la homilía que durante la guerra, el Papa Pacelli llevó adelante “una intensa obra de caridad que promovió en defensa de los perseguidos, sin distinción de religión, de etnia, de nacionalidad de pertenencia política”. El papa Pio XII, nos recordó el papa Benedicto XVI, se sometió voluntariamente a “privaciones en cuanto a comida, calefacción, vestidos, comodidades” para “compartir la condición de la gente duramente probada por los bombardeos y por las consecuencias de la guerra”. Finalmente declaró Benedicto XVI que Pio XII “actuó a menudo de forma secreta y silenciosa precisamente porque, a la luz de las situaciones concretas de aquel momento complejo histórico, intuía que sólo de esta forma podía evitarse o peor y salvar al mayor número posible de hebreos”.

También algunos años antes, con ocasión del 50º. Aniversario del comienzo de la segunda guerra mundial, el papa Juan Pablo II refiriéndose a su predecesor Pio XII afirmó: “El Papa Pío XII, desde su comienzo, el 2 de marzo de 1939, lanzó un llamamiento a la paz, que todos consideraban seriamente amenazada. Algunos días antes de desencadenarse las hostilidades, el 24 de agosto de 1939, el mismo Papa pronunció unas palabras premonitorias cuyo eco resuena todavía: «He aquí que vuelve a sonar una vez más una grave hora para la gran familia humana (...). El peligro es inminente, pero todavía hay tiempo. Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra». Por desgracia, la advertencia de este gran Pontífice no fue escuchada absolutamente y llegó el desastre. La Santa Sede, no habiendo podido contribuir a evitar la guerra, intentó —en la medida de sus posibilidades— limitar su extensión. El Papa y sus colaboradores trabajaron en ello sin descanso, tanto a nivel diplomático como en el campo humanitario, evitando tomar partido en el conflicto que oponía a pueblos de ideologías y religiones diferentes. En este cometido, su preocupación fue también la de no agravar la situación y no comprometer la seguridad de las poblaciones sometidas a pruebas poco comunes. Escuchemos una vez más a Pío XII cuando, a propósito de lo que sucedía en Polonia, declaró: «Tendríamos que pronunciar palabras de fuego contra tales hechos y lo único que nos lo impide es saber que, si habláramos, haríamos todavía más difícil la situación de esos desdichados»”.

Como católicos y como hombres que sirven a la verdad no podemos dejar pasar estos momentos para defender la memoria de Pio XII. No podemos ingenuamente dejar pasar de largo la leyenda negra que ha querido manchar la memoria del Papa Pacelli, quizá el papa que más manifestaciones de afecto y de gratitud recibió por parte de las autoridades y los representantes de la comunidad judía, e indudablemente uno de los grandes papas que, con su testimonio y santidad, guió a la nave de la Iglesia y orientó a la humanidad entera durante una de las épocas más difíciles del convulsionado siglo XX.



Artículo publicado en el número de noviembre 2008 de El Informador,
revista oficial de la Arquidiócesis de Medellín (Colombia)