Presentamos esta interesantísima entrevista que sobre Pío XII le hizo Maurizio Fontana al periodista italiano Paolo Mieli, director de Il Corriere della Sera, y que fue publicada por L'Osservatore Romano el 9 de octubre pasado. El juicio que le merece el papa Pacelli a Mieli es tanto más relevante y digno de ser tenido en cuenta cuanto que éste pertenece a una familia judía, varios de cuyos miembros perecieron en campos de concentración nazis.
La historia le hará justicia a Pío XII
Entrevista a Paolo Mieli
P. – Se habla con frecuencia del drama de Rolf Hochhuth El Vicario, escenificado por primera vez el 20 de febrero de 1963 en el Freie Volksbühne, de Berlín. Pero las críticas a las actitudes del Papa Pacelli salieron a la luz muchos años antes. ¿Cuándo nació realmente el "problema Pío XII"?
R. – El punto de inflexión es sin duda la puesta en escena de El Vicario, pero algunas acusaciones, aunque no se configuraron como las de Hochhuth, se remontan hasta el inicio mismo de la segunda guerra mundial. El primero en hablar de las vacilaciones de Pío XII fue en efecto Emmanuel Mounier, quien en mayo de 1939 reprochó amablemente el silencio que puso en situación embarazosa a miles de corazones: el silencio de Pío XII en ocasión de la agresión italiana a Albania.
De la misma naturaleza fue el segundo indicio dirigido por parte de otro intelectual católico francés, François Mauriac, quien en 1951, en el prefacio a un libro de Léon Poliakov, lamentó que los judíos perseguidos no tuviesen el consuelo de sentir que el Papa condenase con palabras netas y claras la “crucifixión de innumerables hermanos en el Señor". Por otra parte, se recuerda que el mismo libro – uno de los primeros textos importantes sobre el antisemitismo – adelantaba justificaciones a esos silencios. En esencia, escribió el judío Poliakov, el Papa había permanecido en silencio para no comprometer más todavía la seguridad de los judíos, por lo menos no más de lo que ya lo estaba.
P. – En consecuencia, ¿la primera intervención de un investigador judío sobre el argumento fue muy cauto?
R. – Diré algo más. Aparte de Poliakov, las primeras valoraciones de los exponentes de las comunidades judías de todo el mundo no fueron solamente cautas, sino hasta cálidas respecto a Pío XII.
P. – ¿Puede haber provocado esta cautela el hecho que las verdaderas acusaciones al Papa comienzan a llegar, ya durante la guerra, por parte de los soviéticos?
R. – Por cierto, Pío XII fue un Papa también – y subrayo este "también" – anticomunista. Y durante estas décadas de polémicas se le ha reprochado con frecuencia que él haya sido perturbado por esta visión. Recordemos, por ejemplo, dos de sus famosos discursos pronunciados antes de llegar a ser Papa, en el transcurso de dos viajes a Francia (1937) y a Hungría (1938), en los que mayormente puso más el acento en las persecuciones del régimen comunista que en las del régimen nazi.
Pero respecto a esto hay implícita una premisa: la tematización de la Shoah, tal como la recibimos hoy, es producto de muchas décadas sucesivas, desde finales de la segunda guerra mundial. Recuerdo que en los años 50 y 60 se hablaba todavía en forma imprecisa de los deportados en los campos de concentración. Se sabía que a los judíos les había tocado la peor suerte, pero la plena conciencia de la Shoah es algo posterior. En los años 30, muy pocos tenían idea de lo que podía sucederle a los judíos. Es cierto que en Alemania había tenido lugar la noche de los cristales. Pero obviamente, es mucho más fácil leer y comprender los hechos hoy, con el juicio que se formula después. Y los judíos que huyeron de Alemania no fueron acogidos con los brazos abiertos en ninguna parte del mundo, ni siquiera en Estados Unidos. En síntesis: fue un problema complejo. El mundo occidental, el mundo civil, excepto algunas salvedades, no comprendió ni se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Por eso, cuando hablamos de un Papa en los finales de los años 30, podemos comprender que fuese más sensible a las persecuciones anti-cristianas en la Unión Soviética que a lo que estaba emergiendo en el mundo nazi. Esto no significa que fuese un nazi camuflado.
P. – Los años 30: muchas veces la polémica se desplaza también hacia Pío XI…
R. – Uno de los reproches formulados al cardenal Pacelli, secretario de Estado de Pío XI, ha sido el de haber atenuado las condenas del nacionalsocialismo. Entre las numerosas acusaciones – para mí no justificadas del todo – que ha recibido Pacelli ha sido también la de haber embotado y la de haber atenuado los tonos de la encíclica Mit Brennender Sorge. En realidad, examinando bajo el perfil histórico la actividad del Papa Pacelli, recordaré algunos detalles particulares. Cuando comenzó la guerra, él criticó la apatía de la Iglesia francesa bajo la dominación nazi en la Francia de Vichy. Luego criticó el antisemitismo, tan evidente, del obispo eslovaco Josef Tiso. Como bien se cuenta en el libro La Chiesa e lo sterminio degli ebrei (La Iglesia y el exterminio de los judíos) de Renato Moro (Il Mulino), ofreció su propia disponibilidad y hasta una mano, en una decisión más que riesgosa, a los complotados contra Hitler entre 1939 y 1940. Continúo: cuando en junio de 1941 la Unión Soviética fue invadida por Alemania, hubo una cierta resistencia en el mundo occidental a apurar acuerdos con quien hasta ese momento había combatido la guerra de lado de la Alemania nazi. Por el contrario, Pío XII se dedicó mucho a facilitar una alianza entre Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética.
Por último, el capítulo más importante: durante la ocupación nazi de Roma –como se relata, por ejemplo, en dos libros el famoso La resistenza in convento (La resistencia en el convento) de Enzo Forcella (Einaudi) y el recién publicado por Andrea Riccardi, L'inverno più lungo (El invierno más largo) recién publicado por Andrea Riccardi (Laterza)– la Iglesia se puso totalmente a disposición: casi todas las basílicas, todas las iglesias, todos los seminarios y todos los conventos hospedaron y dieron una mano a los judíos. Tanto es así que en Roma, frente a los dos mil judíos deportados, dieciocho mil lograron salvarse. Ahora bien, no quiero decir que la Iglesia de Pío XII salvó a todos esos dieciocho mil, pero sin duda la Iglesia contribuyó a salvar a la mayor parte. Y es imposible que el Papa no tuviese conocimiento de lo que hacían sus sacerdotes y sus religiosas. El resultado fue que durante años, años y años –hay decenas de citas posibles– personalidades importantísimas del mundo judío reconocieron este mérito, atribuyéndolo explícitamente a Pío XII.
De estos testimonios se ha perdido ahora toda huella. Se ha hablado, por ejemplo, del hermoso libro Pio XII il papa degli ebrei (Pío XII, el Papa de los judíos) de Andrea Tornielli (Piemme). Es una literatura muy vasta, de la que querría suministrar algún ejemplo. En 1944, el gran rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, declaró: "El pueblo de Israel no olvidará jamás lo que Pío XII y sus ilustres delegados, inspirados por los principios eternos de la religión que constituyen la base de una auténtica civilización, están haciendo por nuestros desventurados hermanos y hermanas en la hora más trágica de nuestra historia. Una prueba viviente de la providencia divina en este mundo".
Ese mismo año, el sargento mayor Joseph Vancover escribió: "Deseo hablar de la Roma judía, del gran milagro de haber encontrado aquí miles de judíos. Las iglesias, los conventos, los frailes y las monjas y, sobre todo el Pontífice, han acudido en ayuda y para el salvataje de los judíos, sustrayéndolos de las garras de los nazis y de los fascistas colaboracionistas italianos. Se llevaron a cabo grandes esfuerzos no exentos de peligros para esconder y alimentar a los judíos durante los meses de la ocupación alemana. Algunos religiosos pagaron con su vida por efectuar esta obra de salvataje. Toda la Iglesia se movilizó a tal fin, obrando con gran fidelidad. El Vaticano fue el centro de toda actividad de asistencia y salvataje, en el marco de la realidad y del dominio nazi".
Cito luego una carta enviada desde el frente italiano por el soldado Eliyahu Lubisky, miembro del kibbutz socialista Bet Alfa. Fue publicada en el semanario Hashavua, el 4 de agosto de 1944: "Todos los prófugos describen la admirable ayuda por parte del Vaticano. Los sacerdotes pusieron en peligro sus vidas para esconder y salvar a los judíos. El mismo Pontífice participó en la obra de salvataje de los judíos".
Un dato más todavía, del 15 de octubre de 1944. Registremos el relato de Silvio Ottolenghi, comisario extraordinario de las comunidades israelitas de Roma: "Miles de hermanos nuestros se han salvado en los conventos, en las iglesias, en las zonas extraterritoriales. El 23 de julio tuve el honor de ser recibido por Su Santidad, a quien le he llevado el agradecimiento de la comunidad de Roma por su heroica y afectuosa asistencia realizada por el clero, a través de los conventos y los colegios… He referido a Su Santidad el deseo de los correligionarios de Roma de concurrir en masa para agradecerle. Pero no se podrá efectuar tal manifestación sino al final de la guerra, para no perjudicar a todos los que en el norte tienen todavía necesidad de ser protegidos".
P. – Esto durante la guerra todavía en curso. Vayamos al hoy...
R. – Lamentablemente, hoy la atención sobre Pío XII es tan fuerte que también un debate normal provoca un incendio.
P. – La cuestión quema a tal punto que todavía está vigente el problema de la fotografía de Pío XII en Yad Vashem y de su epígrafe. No obstante ello, la gran cantidad de testimonios precisamente lo señala. ¿Qué ha ocurrido?
R. – Ocurrió que en el transcurso de los años se difundió la leyenda negra de Pío XII. Recordemos los libros de John Cornwell –Hitler's Pope (El Papa di Hitler)– y de Daniel Goldhagen –Hitlers willige Vollstrecker (Los verdugos voluntarios de Hitler)–, en los que estas acusaciones se tornan más explícitas. Se ha formado una opinión generalizada según la cual Pío XII es visto como un Pontífice precisamente cómplice del Führer nazi. ¡Una locura! Y pensar que en el proceso a Eichmann en 1961 se expresó un juicio sobre el Papa que vale la pena releer y recordar. Para decirlo está Gideon Hausner, procurador general del Estado en Jerusalén: "En Roma, el 16 de octubre de 1943 se organizó una vasta redada en el viejo barrio judío. El clero italiano participó en la obra de salvataje y los monasterios abrieron sus puertas a los judíos. El Pontífice intervino personalmente a favor de los judíos arrestados en Roma".
P. – Sólo dos años antes de la representación de El Vicario...
R. – Y es precisamente desde 1963 que se abre camino una revisión del rol desempeñado por Pío XII, en dos formas diversas. Una maliciosa –en el interior de la misma Iglesia– que oponía a Pío XII la figura de Juan XXIII. Fue una operación devastadora: se ha tratado a Juan XXIII como un Papa que en el transcurso de la segunda guerra mundial habría tenido la sensibilidad que, por el contrario, Pío XII no habría tenido. Es una tesis muy bizarra. Y al leer entre líneas las invectivas contra Pacelli, parecería que se le ha facturado al Pontífice su anticomunismo. En realidad, Pío XII ha sido un Papa en línea con la historia de la Iglesia católica del siglo XX. Si se lee lo que ha escrito o se escuchan sus discursos grabados nos damos cuenta como él expresó, por ejemplo, también críticas al liberalismo. Quiero decir que de ninguna manera fue un alfil del atlantismo anticomunista.
P. – No era el capellán de Occidente...
R. – De ninguna manera. La imagen de Pío XII como capellán de la gran ofensiva anticomunista en la guerra fría es desviacionista, aun cuando es cierto, naturalmente, que era anticomunista. A causa de este anticomunismo le ha sido facturada a él una cuenta carísima que ha deformado su imagen por medio de representaciones teatrales, publicaciones y películas. Pero todo aquél que no tenga una actitud prejuiciosa y se esfuerce en conocer a Pascelli a través de los documentos, no puede sino sorprenderse por esta leyenda negra que no tiene ningún sentido. Pío XII fue un gran Papa, a la altura de las circunstancias. Es como si hoy le echásemos en cara a Roosevelt que no haya pronunciado palabras más claras respecto a los judíos. ¿Pero como se puede criticar en el interior de una guerra y por demás a una personalidad desarmada como lo es un Papa? La fisonomía de esta ofensiva respecto a Pío XII parece realmente sospechosa a toda persona de buena fe y es una fisonomía a la que se le debe oponer resistencia. Antes o después habrá también alguno que releerá los hechos a la luz de los testimonios que hemos señalado antes.
P. – ¿Hay diferencias entre la historiografía europea, en particular la italiana, y la americana sobre Pío XII?
R. – Para mí, sí. No debemos olvidar que esta aversión respecto a Pío XII nació en el mundo anglosajón y protestante. No nació en el mundo judío que, por el contrario, se ha adaptado en el tiempo para no marchar a contramano a partir de una campaña internacional. Es cierto: si un Papa es acusado de haber dejado propagarse al antisemitismo, es obvio que el mundo judío se siente obligado a ver con claridad. Se llega así al episodio de la séptima sala en el Yad Vashem, en Jerusalén, donde ha aparecido una fotografía del Papa con un epígrafe que define “ambiguamente” su comportamiento. O bien el pedido, en 1998, por parte del entonces embajador de Israel en la Santa Sede, Aaron Lopez, de una moratoria en la beatificación de Pío XII. Ahora bien, en esta historia de la moratoria yo no entro, porque no es un problema historiográfico. Pero hay algo excesivamente perverso respecto a este Papa y ya de lejos huele apestosamente.
Desde 1963 se han encendido los reflectores sobre Pío XII, en la búsqueda de las pruebas de su culpabilidad, pero no se ha encontrado nada. Más aún, los estudios han sacado a la luz una documentación muy abundante que atestigua cómo la Iglesia dio a los judíos una ayuda fundamental. Respecto a esto, recuerdo un gesto muy bello: en junio de 1955 la Orquesta Filarmónica de Israel pidió celebrar un concierto en honor de Pío XII en el Vaticano, para expresar su gratitud a este Papa y ejecutó en presencia del Papa un movimiento de la 7ª Sinfonía de Beethoven. Éste era el clima. Y cuando el Papa falleció, dijo Golda Meir, ministro de relaciones exteriores de Israel y futura premier: "cuando el martirio más espantoso golpeó a nuestro pueblo durante los diez años de terror nazi, la voz del Pontífice se elevó a favor de las víctimas. Lloramos la pérdida de un gran servidor de la paz". Para algunos no se había elevado la voz del Pontífice, pero en realidad ellos no la habían escuchado. ¿Comprende? Golda Meir había oído su voz, y William Zuckermann, director de la revista Jewish Newsletter, escribió lo siguiente: "todos los judíos de América rinden homenaje y expresan su dolor porque probablemente ningún estadista de esa generación ha dado a los judíos una ayuda más poderosa en la hora de la tragedia. Más que ningún otro, nosotros hemos tenido el modo de beneficiarnos de la grande y caritativa bondad y de la magnanimidad del llorado Pontífice durante los años de persecución y de terror". Así ha sido considerado Pío XII durante años y durante décadas. ¿Quizás estaban todos locos? No, más que eso, eran ellos los que habían sufrido las persecuciones de las que Pío XII fue culpado como cómplice. Si lo tomamos como un caso historiográfico, el de la leyenda negra es una locura. Pero pienso que, aparte de cualquier polémica, todo historiador digno de este nombre se batirá – también en el caso de personas como yo que no soy católico – para restablecer la verdad.
P. – ¿Qué ha surgido hasta hoy desde la historiografía israelita? ¿Ha habido una evolución en el juicio de los historiadores? ¿Todavía hoy es accesible un debate sobre Pío XII?
R. – Diría que la historiografía israelita es muy contenida. En realidad, el caso está todavía abierto por la obstinación de otro mundo que no es el mundo hebreo. Para mí, hay que considerar tres aspectos. Antes que nada, Pío XII paga el precio por su anticomunismo. Segundo: este Papa conocía bien a Alemania y había tenido una actitud germanófila que, atención con esto, no quiere decir filonazi. Por último, se dice que las críticas a Pío XII provienen de mundos respecto a los cuales las críticas podrían ser diez veces más grandes. Se trata de mundos que en el transcurso de la Shoah no supieron proporcionar una presencia ni siquiera mínimamente aproximada a la que ellos criticaron a Pío XII por no haberla tenido.
P. – ¿Quiere darnos algún ejemplo?
R. – Pienso en todo lo que ha sucedido en Francia, en Polonia, pero también en los mismos Estados Unidos. Razonemos: la tesis de los que acusan a Pío XII es que todos sabían y que de todos modos se podía saber. Ahora bien, yo pregunto: ¿a quién recordamos durante la segunda guerra mundial, entre las personalidades de estos mundos, que hayan levantado su voz de la misma manera que se critica al Papa de no haberlo hecho? Yo no conozco a nadie.
P. – ¿Se refiere también a los antifascistas italianos?
R. – Absolutamente sí. Pero en síntesis: ¿quién puede ser indicado como alguien que hizo por los judíos algo que el Papa no ha hecho? Yo no lo conozco. Habrá casos particulares, como ha habido casos particulares de altos prelados de la Iglesia. Al menos, este Papa hizo todo lo que le fue posible hacer. Ha permitido a diez mil judíos que estaban en Roma –pero sucedió lo mismo también en otras partes de Italia– salvarse, en contraposición a los dos mil que fueron asesinados. No comprendo cuál debería ser el término de comparación. En consecuencia, creo que se puede suponer que estas críticas y estas inventivas parten de mundos que no tienen su conciencia en orden respecto a este problema.
P. – ¿La leyenda negra es entonces un caso de mala conciencia?
R. – Diría que sí. De otro modo no se explica. La verdad es que el odio hacia Pío XII nació en un contexto preciso, el del inicio de la guerra fría. Recordemos que fue el Papa quien hizo posible en Italia la victoria de la Democracia Cristiana en 1948. Estoy convencido que las acusaciones respecto a él son la ebullición de un odio nacido en la segunda mitad de los años 40 y en los años 50. La literatura hostil a Pío XII es posterior al final de la guerra. En Italia, comienza luego de la ruptura del gobierno de unidad nacional de 1947 y madura durante toda la década del 50 en forma más encendida. Todo este depósito de odio o de fuerte aversión emergió en los años subsiguientes. Por lo demás, si hubiese salido a luz inmediatamente, los judíos que habían salvado su vida gracias a esta Iglesia, no habrían permitido que se dijese y se escribiese cuanto se ha dicho y escrito. Al haberse ido veinte o treinta años después todos los testigos, todos los que se habían salvado –estamos hablando de miles de personas– ya no estaban y la nueva generación de sus hijos absorbió esas acusaciones. ¿Y de hecho quiénes han resistido y resisten contra esas acusaciones? Los historiadores.
P. – Pero además se han agregado después las voces de los católicos que han contrapuesto a Pío XII con su sucesor, Juan XXIII.
R. – De hecho, creo que no es ciertamente por casualidad que el inicio de las causas de beatificación de los dos Papas ha sido anunciado contemporáneamente. Por lo demás, cuando Pablo VI fue a Tierra Santa en 1964 y habló en términos muy cálidos de Pío XII, no hubo grandes protestas. Nadie protestó. Y ya había comenzado la "operación Vicario". Las acusaciones parecían increíbles. Posteriormente, la avalancha ha ido creciendo paulatinamente hasta que desapareció la generación de los testigos directos. De todos modos, pienso que a Pío XII se le hará justicia por parte de los historiadores.
P. – Hemos aludido a los católicos. La Civiltà Cattolica ha escrito que Pío XII no tuvo voz de profeta. ¿No se trata de un juicio un poco anacrónico? ¿Quizás el Pontífice habría debido ir el 16 de octubre de 1944 al ghetto como había ido al barrio de San Lorenzo, bombardeado pocas semanas antes?
R. – Sinceramente, esa parte de sangre judía que corre por mis venas me hace preferir un Papa que ayuda a mis correligionarios a sobrevivir, más que uno que lleva a cabo un gesto demostrativo. Un Papa que va a un barrio bombardeado es un Papa que llora sobre las víctimas, efectúa un gesto de calor y afecto por la ciudad, mientras que su presencia en el ghetto podía ser controvertida. Ciertamente, con el juicio posterior se puede decir de todo, también –como se ha escrito– que habría sido justo que se hubiese arrojado sobre las vías para impedir que los trenes partieran. Pero pienso que se trató de juicios expresados a la ligera. Y además, sinceramente, sobre estos argumentos, reprochar a otro no haber hecho lo que nadie de los tuyos ha hecho, es un poco arriesgado. De hecho, a mí no me consta que exponentes de la Resistencia antinazi romana hayan ido al ghetto o se hayan arrojado sobre las vías. Son discursos realmente poco serios.
P. – Sobre la polémica en el interior del catolicismo, el rabino David Dalin ha llegado a escribir que Pío XII es el bastón más grueso del que los católicos progresistas pueden disponer para utilizarlo como arma contra los tradicionalistas...
R. – El aspecto más indecente, pero para mí evidente (aunque si lo juzgo es desde afuera), es que esta batalla en el mundo católico, que contrapone las figuras de Juan XXIII y de Pío XII, no es muy valiente, porque nadie la libra a cara descubierta. No hay un libro o un artículo de un representante conocido del mundo católico que diga claramente sí a Juan XXIII y no a Pío XII. Es una batalla conducida entre líneas, hecha de sutilezas. Para mí, el discurso es simple: o se está verdaderamente convencido que Pío XII ha sido un Papa cómplice del nazismo, o bien si las cosas se plantean en los términos discutidos en esta entrevista, entonces cierta gente debería darse cuenta que estos argumentos contribuyen sólo a mantener vigente la leyenda negra respecto a este Papa. Adviértase bien: creo que esta leyenda negra tiene las horas contadas. Pío XII no será un Papa signado por una damnatio memoriae.
P. – ¿Por qué dice esto?
R. – Justamente desde el punto de vista histórico las evidencias a favor son tales y tantas, y la falta de evidencias contrarias es tan amplia que esta ofensiva contra Pío XII está destinada a agotarse.
P. – Una última pregunta sobre la actitud de Pío XII. ¿Cómo se pueden reconstruir los rasgos de su silencio activo respecto a la Shoah?
R. – He pensado muy frecuentemente en Pío XII, intentando imaginar que tipo de personalidad tenía. Ha sido parangonado con Benedicto XV, el Papa de la primera guerra mundial. Pero la segunda guerra mundial ha sido muy distinta. Seguramente Pacelli ha sido una persona atormentada, que ha tenido sus dudas. Él mismo se detuvo en 1941 sobre su propio “silencio”. Se encontraba en una encrucijada terrible que puso en discusión algunas de sus convicciones. Luego tuvo un período posterior a la guerra muy largo, hasta 1958, en el que siguió siendo un Papa fuerte, presente, importante, decisivo para la reconstrucción de la Italia de posguerra. Quizás ha sido el Papa más importante del siglo XX. Seguramente estuvo atormentado por dudas. Sobre la cuestión del silencio, como he dicho, se ha preguntado. Pero precisamente esto me da la idea de su grandeza.
Entre otros, me ha impactado un hecho. Una vez concluida la guerra, si Pío XII hubiese tenido la conciencia sucia, se habría jactado de la obra de salvación de los judíos. Por el contrario, jamás lo hizo. Jamás ha dicho una palabra. Podía hacerlo. Podía hacerlo escribir o decir, pero no lo hizo. Ésta es para mí la prueba de cuán grueso era el espesor de su personalidad. No era un Papa que sentía la necesidad de defenderse. En lo que se refiere al juicio sobre Pío XII, debo decir que me he guardado en el corazón todo lo que en 1964 escribió Robert Kempner, un magistrado judío de origen alemán y que fue el número dos de la acusación pública en el proceso de Nuremberg: "Cualquier postura propagandística de la Iglesia contra el gobierno de Hitler habría sido no solamente un suicidio premeditado, sino que habría acelerado el asesinato de un número mucho más grande de judíos y sacerdotes".
Concluyo afirmando que durante veinte años los juicios sobre Pío XII han sido compartidos unánimemente. Para mí, entonces, en la ofensiva contra él las cuentas no cuadran. Todo aquél que se dispone a estudiarlo con honestidad intelectual debe partir precisamente de esto, de las cuentas que no cuadran.
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