18 de diciembre de 2011

13 de noviembre de 2011

Homenaje gráfico a la Madre Pascalina Lehnert

Ofrecemos a nuestros lectores el presente homenaje fotográfico a la Madre Pascalina Lehnert en un aniversario más de su pío tránsito, ocurrido en Viena, el 13 de noviembre de 1983.




Josephine Lehnert en la escuela


Sor Pascalina Lehnert, joven religiosa


Fotografía del pasaporte


Con dos hermanas de la Santa Cruz de Menzingen


Con su hermana sor Gradulpha Lehnert


Siempre discreta al servicio del venerable Pío XII


Con el conde Enrico Galeazzi, amigo del Papa


Rara foto de sor Pascalina en público


Con sor María Conrada y sor Ewaldis en el apartamento papal


Saliendo a hacer recados en el Vaticano


Velando la agonía del Pastor Angelicus


Orando ante el lecho mortuorio del Papa


Acude a San Pedro para los funerales de Pío XII


Asiste a la misa exequial de Pío XII discretamente desde una tribuna


La Madre Pascualina en la madurez


Siempre fiel a su hábito


Recibida por el papa Pablo VI junto a donna Elisabetta Pacelli


Con los benefactores de su proyecto: la residencia "Pastor Angelicus"


Recibida en audiencia privada por el beato Juan Pablo II


Cordialidad del papa Wojtyla para con la Madre Pascalina


Poco antes de morir: santa serenidad


Exequias de la Madre Pascalina en la iglesia del Campo Santo Teutónico:
oficiadas por su buen amigo Mons. Petrus Canisius van Lierde


Lápida de su sepulcro en el Campo Santo Teutónico,
no lejos de donde reposa su venerado Pío XII

20 de octubre de 2011

¡Por fin el Museo del Venerable Pío XII en Roma será una realidad!

Gracias nuevamente a nuestro buen amigo el Dr. Paolo Tontodonato Sardi nos enteramos de la conferencia que tendrá lugar en Roma el próximo miércoles 26 de octubre en la Sala Pietro da Cortona de los Museos Capitolinos, con motivo de la institución del proyecto del Museo del papa Pío XII, iniciativa de nuestra querida sor Margherita Marchione, que anticipáramos en este mismo blog, haciéndonos eco de una interesante entrada de ORBIS CATHOLICVS de John Sonnen, delegado del SIPA en la Urbe. No podemos por menos de expresar nuestra enorme satisfacción por este importante y decisivo paso hacia la concreción del ardiente deseo abrigado desde hace tiempo por los devotos del gran papa Pacelli: ¡ya era hora!






13 de octubre de 2011

Misa en memoria del Venerable Pío XII en la Cripta de la Basílica Vaticana





Como anunciábamos hace una semana, la el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Patriarcal Basílica Vaticana, ofició una Santa Misa en memoria del Venerable Pío XII en la cripta de los Papas. Después del sacro rito, los asistentes, entre quienes se encontraban miembros de la familia Pacelli, acudieron al pie de la tumba del gran pontífice para ofrecerle el piadoso homenaje de la oración. Esperemos que esta iniciativa se repita y no sólo en Roma, sino en todas partes. Publicamos una foto cedida gentilmente por nuestro buen amigo y delegado en Roma John Sonnen.


A título de curiosidad histórica incluimos dos imágenes del aspecto que ofrecía la capilla sepulcral del venerable Pío XII hasta pocos años después de su tránsito. Obsérvese en el lado derecho la existencia de un altar adornado con el tradicional antimensio romano y expedito para decir misa en él. Asimismo, puede notarse que entonces se podía poner flores y encender cirios ante la tumba del Pastor Angelicus. Hoy no es posible ya celebrar el santo sacrificio en este lugar, por lo que se hace uso de la Capilla Clementina, justo enfrente, pero con una capacidad exigua (para un máximo de seis personas). El único enriquecimiento que trajo la remodelación del recinto donde yacen los restos sagrados del gran papa Pacelli fue la imagen de la Virgen con el Niño que hoy luce en el muro del fondo.






9 de octubre de 2011

En el LIII aniversario del piadoso tránsito del venerable Pío XII. Así habló el que iba a ser su sucesor


El cuerpo yacente de Pío XII en Castelgandolfo



ELOGIO DEL PAPA PÍO XII*


pronunciado en la basílica de San Marcos
por el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli,
patriarca de Venecia (hoy beato Juan XXIII),
el 11 de octubre de 1958


« Bene omnia fecit : et surdos fecit audire et mutos loqui » (Marc. VII, 36).


En toda circunstancia mi palabra aquí en la basílica de San Marcos ama inspirarse en el Evangelista patrono nuestro. Este fúnebre rito en honor y en sufragio de la bendita alma del glorioso pontífice nuestro Pío XII, que ha volado en estas días a las regiones celestiales, no podría encuadrarse mejor que en el testimonio que precisamente san Marcos, “filius et interpres Petrus” (hijo e intérprete de Pedro), recogió y nos transmitió de los labios de la muchedumbre extasiada y conmovida por los prodigios de Jesús. De nada sirvió que se instase al silencio a estos admiradores: “magis plus praedicabant, eo amplius admirabantur, dicentes: bene omnia fecit: et surdos fecit audire et mutos loqui – tanto más lo publicaban, y se maravillaban sobremanera y decían: todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Marc VII, 36 ss).

Desde hace casi veinte años esta voz de Pío XII, Siervo de los Siervos de Dios, del Pastor Angélico, se hacía oír a diario dentro de los límites de su patria, anunciando la buena doctrina, amonestando, animando a hacer el bien a las almas individuales y a las innumerables multitudes. A menudo estos límites fueron superados, como en los tiempos de Jesús, más allá de Tiro, hacia el mar de Galilea, en la Decápolis, hasta los puntos más diseminados y remotos.

En tiempos de Jesús hablaban los milagros; con Pío XII esa voz suya se volvía más eficaz y penetrante, hasta transformarse en aclamación mundial.

Vuestro Patriarca, bienamados señores míos, recuerda todavía haber pronunciado, hace 36 años, a fines de 1922, un discurso fúnebre, pronunciado como siempre con palabras simples, en honor del papa Benedicto XV, precisamente en la iglesia parroquial de Castelgandolfo junto a la villa papal, entonces silenciosa y deshabitada, y sobre el tema de la misma citación de san Marcos “bene omnia fecit”.

Siete años, de los cuales cuatro de guerra sangrienta, habían bastado a la gloria de Benedicto XV, menudo de estatura, pero grandísimo en inteligencia y en corazón. De él había descendido un día, el 13 de mayo de 1917, por medio de la unción episcopal, aquella virtud divina que iba a encaminar al joven prelado Eugenio Pacelli hacia las alturas del sumo sacerdocio.

Pero ahora, ¿Qué decir de éste, del papa Pío XII? Después de casi cuatro lustros que fueron también para él más de guerra que de paz, ¿qué decir de aquel que ha llenado la Tierra con las vibraciones de su magisterio y los ecos de su palabra, añadiendo a su sonora voz la maravilla de una actividad pastoral que veinte volúmenes pueden apenas contener?

A mediodía de ayer, siguiendo en directo y por transmisión televisiva el traslado de los restos del Papa desde Castelgandolfo a Letrán y a San Pedro del Vaticano, me venía a la mente la pregunta de si un triunfo de antiguo Emperador Romano hacia el Capitolio habría podido igualar –no como manifestación de poderío militar, sino como dignidad imponente, majestad espiritual y penetración de sentimiento– las proporciones del espectáculo que ha conmovido tantos corazones. Una vez más me vino al espíritu la expresión de nuestro gran escritor lombardo: “¡Tan fuerte es la caridad! Entre los recuerdos variados y solemnes de un general infortunio, ella puede hacer sobresalir la de un hombre, porque ha inspirado a este hombre sentimientos y acciones más memorables aún que los males; imprimiendo en las mentes como un resumen de todos esos infortunios, en medio de los cuales lo ha interpuesto como guía, socorro, ejemplo, víctima voluntaria; ella puede hacer de una calamidad general una suerte de empresa para este hombre y gracias a él convertirla en una conquista o en un descubrimiento”.

Es a la eminente caridad de estas acciones ejercitadas durante el curso de más de ochenta años a la que cuadra el elogio de las multitudes sobre los pasos de Jesús de Nazaret. “Bene omnia fecit” (Todo lo ha hecho bien).

Y el elogio se cumple específicamente en de dos grandes éxitos que caracterizan el pontificado de Pío XII: con la continuidad de su magisterio, excelso y divino, abrir los oídos a los sordos y restituir a los mudos el uso de la palabra (que es tanto como decir hacer hablar a los silenciosos).

¡Oh, el magisterio de Pío XII! Las voces que la noticia de su muerte ha suscitado y continúa suscitando, ante todo concuerdan en la importancia, en la belleza variada y armoniosa, en la riqueza de las enseñanzas de este gran maestro de la fe, cuya profusión, emulando los grandes fastos de los Padres y Doctores de la Iglesia antigua, ha sabido adecuarse a las condiciones más modernas del pensamiento y dominarlo en el respeto de la herencia doctrinal de sus predecesores, enriqueciendo su sacro patrimonio en beneficio de la civilización humana y cristiana para el progreso de de las gentes según las premisas de su progreso, que –como bien se ha escrito– “residen en la religión, en el cristianismo, en el catolicismo, en aquel ejército formado en orden de incruenta y santa batalla que es la Iglesia, bajo aquel vértice orientador que es el pontificado de Pedro”.

Refiriéndose a Pío XII la Historia dirá cómo su magisterio, que en cuanto a intensidad fue sin igual, ha sido mirado como oportuno, eficaz e imprescindible en esta época en la que –notadlo bien– la sociedad ha dejado a la Iglesia tan sólo la libertad de la palabra, palabra necesaria para quien no quiere caminar entre tinieblas y perder de vista la estrella polar.

Me ha sucedido con frecuencia, hablando a las almas rectas y sinceras, el comparar el magisterio sacro  de la Iglesia, el magisterio característico del Santo Padre Pío XII, con la fuente pública que suele hallarse en el punto central de la localidad, ya se trate de una ciudad o de un pueblo. Sus enseñanzas se extienden a todos los diferentes aspectos de la vida, según las varias relaciones de la humana convivencia, a la intervención o la imprevista aparición de penosas circunstancias. Todos los ciudadanos pueden acceder a la fuente pública, beneficiarse de ella y sacar provecho según las diversas exigencias de la aventura humana.

No toca en la presente circunstancia que me adentre en más profundas aplicaciones de este elogio a la gran dignidad de maestro universal que completa en extraordinaria medida los méritos singulares de Pío XII. Es la luz de la caridad de Cristo el Señor la que reverbera sobre el rostro de este vicario suyo en la Tierra, dedicado a la exaltación teológica, ascética, mística, apostólica, social del Reino de Cristo, reino de verdad y de gracia, reino de justicia, de amor, de paz.

Este depósito de las verdades más sagradas puestas en evidencia, este empeño en hablar de ellas y de ilustrarlas cada día como alimento espiritual de las almas, fue uno de los rayos más fúlgidos del magisterio espiritual de Pío XII.




Dos papas, dos estilos: una misma vocación



Él operó, siempre y en todo, el milagro, poniendo los dedos sobre las orejas y gritando “éfeta” (Marc. VII, 34).

Los sordos a quienes habló, ¿han correspondido o corresponden en plenitud de sensibilidad auditiva? Es éste el misterio de la gracia. Es éste el mérito extraordinario del Pontífice, en su primera unción como maestro divino.

En el ministerio de las alamas constituye ya un gran éxito haber vuelto inexcusable la dureza del rechazo a la verdad conocida. Gran título de honor y de mérito lo de “bene omnia fecit: surdos fecit audire!”.

El otro aspecto del pontificado de Pío XII y de sus preclaros méritos, el “mutos loqui” (hacer hablar a los mudos), es el hecho consolador, el espectáculo de estos días, que atempera y dulcifica la tristeza por la partida del Padre común a las regiones del Cielo.

Preocupaciones y motivos de tristeza no han faltado nunca en la Iglesia del Señor. A veces inclusive aquello que puede ser ocasión de tranquila reflexión sobre las verdades religiosas se convierte en motivo de agravio si no de atroz sufrimiento.

Remontándome a los recuerdos de la muerte de los grandes Pontífices de los últimos tiempos no faltan penosas evocaciones.

Papa insigne y santo fue el Siervo de Dios Pío IX, de quien se escribió que ningún Papa fue nunca tan amado y tan odiado como él en la Tierra: y rememoro todo el beneficio y la edificación que la lectura emocionante de su vida y de la historia de su pontificado produjo en mi adolescencia y juventud. Se recuerda en cambio, con vergüenza para quien promovió la diabólica empresa y horror para toda alma bien nacida, el intento de arrojar sus venerables huesos al Tíber en ocasión de su traslado a la basílica de San Lorenzo en Campo Verano, donde los católicos de Europa le habían preparado una nobilísima sepultura, hasta hoy visitada con respeto y veneración.

En 1903 había yo desde hacía poco entrado en las órdenes mayores cuando el 20 de julio, a los 93 años, se apagó el astro de primera magnitud que fue León XIII, después de 25 años de pontificado. Ciertamente hubo ceremonias fúnebres solemnísimas, pero todas de carácter oficial únicamente eclesiástico y limitadas a la basílica de San Pedro. La Roma civil y política permaneció silenciosa y despectiva. Los Papas sucesivos, san Pío X, Benedicto XV y Pío XI fueron sí seguidos en la muerte con vivo respeto y con solemnidades religiosas en perfecto estilo litúrgico y pontifical. Pero sin insólitas vibraciones.

En cambio, con nuestro Santo Padre Pío XII –es muy reconfortante reconocerlo– asistimos a una apertura evidente de nuevos cielos y de algo misterioso que testimonia un gradual mejoramiento de los contactos del orden civil con el orden religioso y social; una tendencia más acentuada entre nosotros a respetar lo que es sagrado, a mirarnos, –pertenecientes como somos a diferentes tendencias en el campo político, en el económico, en el sociológico–, a mirarnos, digo, a los ojos con el deseo de un feliz entendimiento.

Se diría que el alzarse a lo alto de este Papa, cuyo nombre pasará a la historia entre los más grandes y los más populares de la época contemporánea, provoca una actitud respetuosa hacia todo aquello que la Cabeza de la Iglesia Católica significa y resume, y eso no puede ser sino ventajoso.

No estamos, pues, solamente ante los dedos del Divino Taumaturgo puestas sobre la oreja del sordo con la palabra “¡ábrete!”; estamos también ante la saliva misma de Jesús que toca los labios antes mudos y los reabre para la palabra viva y sonora.

El éxito del “bene omnia fecit” es, por lo tanto, perfecto: “et mutos fecit loqui”.

Sin embargo, en este punto una ola de tristeza pasa sobre mi espíritu. Todo el mundo se ha conmovido con la muerte del Papa y se encuentra con recogimiento como los discípulos en la cima del monte de los Olivos para el último adiós, casi como para acompañarlo con los ojos y con el corazón mientras se eleva al cielo.

Pero hay una parte del mundo donde vastas porciones de los hijos de la Iglesia Católica se hallan excluidos de la participación pública en el dolor universal.

El Santo Padre llamaba a estas porciones el conjunto de la “Iglesia del Silencio”.

¡Queridos señores y hermanos míos! Vosotros me entendéis. Pensar en la “Iglesia del Silencio”, en torno al Papa difunto y no obstante siempre vivo, que tantas veces transmitió su gemido, es como orar junto con él al Padre Celestial para que ponga término a esta prueba de tantos labios cerrados, mientras se oye cómo estallan los corazones en sollozos de angustia bajo el peso de su esclavitud y de una durísima persecución, que, en cuanto a organización audaz y diabólica, supera todo intento humano al que se haya llegado antes.

Oh Santo Padre, que atraviesas las regiones etéreas hacia la paz de Dios, he aquí que nosotros, que fuimos instruidos por tu ejemplo, te invitamos a fortalecer con la tuya nuestra plegaria: “Exsurge Domine, adiuva nos, et libera nos propter nomen tuum” (Levántate, Señor, ayúdanos y líbranos por tu nombre).

Una palabra todavía.

Tendiendo el oído a las voces de la Tierra se diría incluso que la marcha de nuestro santísimo Pontífice y padre se traduzca en un impresionante triunfo mundial de su nombre y de su persona. Hasta pareciera que, ya elevado a las regiones superiores, él, mirándonos, repita las palabras que creo poder atribuir a san Gregorio Magno: “Meus honor est honor universalis Ecclesiae: est fratrum meorum solidus vigor” (Mi honor, el honor que me tributáis, es el honor de la Iglesia universal; es para vosotros, hermanos míos, una comunicación de sólido vigor espiritual). Espero de todo corazón que lo sea verdaderamente.

Entretanto, oh Padre bendito y santo, acoge la gratitud inmensa que todo el mundo católico te debe y que no sólo de los católicos, sino de cuantos llevan en la frente, aunque no participen de la unidad católica, el nombre de Cristo, de todos aquellos a quienes une un sentimiento de humana fraternidad, te es testimoniada en conmovedor plebiscito de dolor, de admiración y de amor.

Las últimas palabras que dictaste en tu testamento fueron una invocación de misericordia, un último grito de paternidad, de fraternidad y de perdón.

De este perdón todos tenemos necesidad.

He aquí que nuestros brazos se tienden y con los santos de Dios te elevamos ante la presencia del Altísimo.

Tú fuiste el “Pastor Angélico” y nos guiaste a los pastos de la vida eterna; tu fuiste el defensor de nuestra patria en sus más trágicas horas: selo una vez más, oh Pontífice Pío, selo siempre, oh flor, oh gloria de la Ítala gente; selo siempre y bendice nuestras casas, nuestras familias, a nuestros sacerdotes, a los pobres, a los que sufren, a los niños; bendice a Venecia (cuyo horizonte, hoy, se hace extensivo en nuestra plegaria a toda la Cristiandad), que siempre ha sido sólida y fiel en torno a tu trono apostólico y que no cesará jamás de honrar tu memoria, tal como tú la alegrarás siempre con tu amor y tu protección desde el Cielo.

Oh Padre Santo inolvidable: “sit super nos Semper benedictio tua” (sea siempre com nosostros tu bendición). Amén.


* Publicado como prefacio del libro Pío XII del cardenal Domenico Tardini (Tipografía Políglota Vaticana, 1960). Traducción española del elogio: SIPA.



5 de octubre de 2011

El cardenal Comastri oficiará este domingo una misa en memoria del venerable Pío XII en San Pedro de Roma


Carta de convocatoria del Comitato Papa Pacelli



Como nos ha informado nuestro amigo el Prof. Paolo Tontodonato Sardi desde Sulmona (Abbruzzo), este próximo domingo 9 de octubre tendrá lugar en el altar del Sepulcro de San Pedro, en la cripta de la Basílica Vaticana, una misa en honor del Venerable Pío XII, al cumplirse el 54º aniversario de su piadoso tránsito (en Castelgandolfo, a 9 de octubre de 1958). El sacro rito está previsto que comience a las 11 horas y será oficiado por Su Emcia. Revma. el Sr. Cardenal Angelo Comastri, vicario de Su Santidad para la Ciudad del Vaticano, presidente de la Reverenda Fábrica de San Pedro y Arcipreste de la Basílica (cargos estos dos últimos que en su día ocupó el entonces cardenal Eugenio Pacelli). Conviene recordar que el Santo Padre Pío XII quiso ser sepultado lo más cerca posible de la Tumba del Príncipe de los Apóstoles, cuyo descubrimiento se debe a los trabajos que él mismo ordenó con no poca dosis de audacia y anunció en el curso del Año Santo de 1950. Es por ello por lo que no puede ser más a propósito el lugar elegido para la celebración litúrgica que conmemora al Romano Pontífice más importante del siglo XX y que merece sin duda el epíteto de “Magno”.

Muchas cosas, gracias a Dios, han ido cambiando desde los tiempos en el que sólo nombrar a Pío XII era tabú, incluso y sobre todo en los medios eclesiásticos. Quien esto escribe y que conoce bien Roma desde 1984, recuerda a propósito cómo era dificilísimo –por no decir prácticamente imposible– encontrar en las tiendas de recuerdos y artículos religiosos adyacentes a la Via della Conciliazione estampas u objetos relacionados con este Papa. Era un triunfo si por ventura se podía comprar una vieja postal en algún antiguo negocio. Una posibilidad era ir a estudios fotográficos como Santoni o Felici o al archivo de L’Osservatore Romano. Aún así los precios no eran accesibles. Eso sí: se podía visitar la tumba del hoy venerable porque el recorrido de entrada a las grutas vaticanas pasaba entonces frente a ella (hoy y desde hace varios años ese acceso permanece cerrado al público y hay que pedir a los amables sampietrini que le dejen entrar a uno para orar brevemente ante ella). Un solo detalle muestra la actitud que hasta hace no mucho primaba en los ambientes de la Basílica de San Pedro: en el año 2000, con ocasión del jubileo del Segundo Milenio, una delegación del SODALITIVM INTERNATIONALIS PASTOR ANGELICVS depuso una ofrenda floral ante el sepulcro de Pío XII por la mañana. Al volver algunas horas más tarde se pudo comprobar con decepción y desconcierto que la misma había sido retirada. Sin embargo, y aunque las comparaciones son odiosas, no pasaba lo mismo si se trataba de la tumba de Juan XXIII (antes de que sus reliquias fueran trasladadas a la nave con motivo de su beatificación).

Y ello por no hablar del proceso de beatificación, que ha sufrido toda clase de retrasos. La firma y publicación del decreto de heroicidad de virtudes de Eugenio Pacelli tuvo que esperar más de dos años y medio desde su aprobación por la Comisión de Cardenales y Obispos el 8 de mayo de 2007. Sin embargo, fue personalmente el Santo Padre Benedicto XVI, felizmente reinante, quien, siguiendo el ejemplo de Pablo VI (que no ahorró ocasión para honrar al Papa que había servido tantos años en la Secretaría de Estado), con gran coraje empezó a derribar el muro de silencio que rodeaba a su –en sus propias palabras– “amado predecesor”, cuando el miércoles 9 de octubre de 2008, al cumplirse el cincuentenario de su óbito, quiso tener capilla papal en su memoria en San Pedro. Hasta entonces, a nivel de las autoridades romanas, fue el denuedo de los reverendos Padres jesuitas Paolo Molinari, postulador de la causa, y Pierre Blet, especialista en la acción de la Santa Sede durante la Segunda Guerra Mundial, y, sobre todo, del P. Peter Gumpel, relator de la causa, el que mantuvo vivo y operante el recuerdo del venerable Pío XII, cosa por la que no se les podrá agradecer bastante.




Su Eminencia el cardenal Angelo Comastri 


En el momento presente las conferencias, los círculos de estudio y las exposiciones sobre Pío XII se multiplican y no está lejano el día en el que vuelva a reconocérsele universalmente como en los años que precedieron a la infame campaña propagandística promovida a partir de 1963 con ocasión del estreno de la pieza de ficción El Vicario del hoy revisionista y negacionista Hochhuth. Por otra parte, sus enseñanzas demuestran ser más actuales que nunca, por ejemplo en lo que respecta a la actual y grave crisis financiera y económica, que pone de manifiesto el olvido de dos de los temas fundamentales y recurrentes en el magisterio pacelliano: la justicia y el bien común, presupuestos para la paz, es decir, la tranquilidad en el orden, paz social, paz internacional, sin lo cual el mundo está abocado al caos. Olvidar el fundamento moral de la política, en el que tanto insistía Pío XII, conduce a situaciones deplorables como la actualmente aflige a tantos países, incluso a los más poderosos de la Tierra.

Quiera Dios que veamos pronto en los altares a su siervo fiel el venerable Pío XII. Confiemos en su intercesión y admiremos su eximio ejemplo de santidad. Los santos nos son dados para ser invocados e imitados. El SIPA, al aplaudir efusivamente esta feliz iniciativa del Comitato Papa Pacelli se une a la misa de este domingo 9 de octubre y ruega a todos los devotos de Eugenio Paceeli que no tengan el privilegio de poder asistir personalmente, que honren su memoria allí donde se encuentren, ofreciendo la santa misa y la comunión por el avance de su causa, en unión espiritual con la sacra ceremonia que se desarrollará en la Urbe, la ciudad natal del gran “romano de Roma”, que tanto le debe y a cuyos hijos lanzó el Papa Montini, en el centenario de su nacimiento, esta exhortación que resuena hoy con acentos de plena actualidad: “Recordad vosotros, romanos, a este vuestro insigne y elegido pontífice: recuérdelo la Iglesia, recuérdelo el mundo, recuérdelo la Historia. Muy digno es él de nuestra piadosa, agradecida y admirada evocación” (7 de marzo de 1976).




La Capilla Clementina, junto al sepulcro de San Pedro
en la cripta de la Basílica Vaticana





21 de septiembre de 2011

Texto íntegro del decreto de heroicidad de virtudes del Siervo de Dios (hoy venerable) Pío XII


Benedicto XVI durante la Misa de cincuentenario
del tránsito del hoy venerable Pío XII



Beatificationis et Canonizationis Servi Dei Pii XII
(Eugenii Pacelli), Summi Pontificis (1876-1958)


DECRETUM SUPER VIRTUTIBUS


« Dabo vobis pastores iuxta cor meum, et pascent vos scientia et doctrina » (Ier 3, 15).

Sanctos inter et sapientes pastores, quos Spiritus Sanctus Dei Populo dedit, haud dubie Summus Pontifex Pius XII est recensendus, qui, divinum Pastorem vestigiis sequens, Ecclesiae humanaeque familiae magna caritate et sollicitudine, vasta doctrina, evangelica prudentia et plena erga munus illi divinitus commissum fidelitate inserviit.

Hic sacerdos magnus Romae natus est die 2 mensis Martii anno 1876, secundus inter filios, a parentibus Philippo Pacelli et Virginia Graziosi; sequenti die baptismatis aqua ablutus est, nomina assumens Eugenii Mariae Iosephi.

Vitam evolvit apud familiam normis fidei suffultam et mutuis amoris rationibus praestantem.

Divinam ad sacerdotium persentiens vocationem, philosophica et theologica studia peregit et die 2 mensis Aprilis anno 1899 sacro presbyteratus ordine est insignitus; deinde studia perrexit, quibus expletis doctoris titulis in theologia et «in utroque iure» est cumulatus.

Praeclaris ingenii dotibus, officii conscientia eiusque actuositate perpensis, Benedictus XV anno 1914 Secretarium Congregationis pro Negotiis Ecclesiasticis Extraordinariis eum constituit, nuper agentem tantummodo octo et triginta aetatis annos.

Anno 1917 nominatus est Nuntius Apostolicus in Bavaria, titulo addito Archiepiscopi Sardiani; episcopali ordinatione ab ipso Benedicto XV die 13 mensis Maii eiusdem anni auctus est. Anno 1920 factus est Nuntius Apostolicus apud Germanum regimen vulgo Reich. Extremis annis primi belli mundialis et periodo quae cladem Germaniae est secuta, Servus Dei materialia et spiritualia caritatis opera sparsit in beneficium gentis et militum captivorum, idcirco hominum bonae voluntatis existimationem ac venerationem sibi conciliavit. Duodecim annis, quos in Germania degit, post diuturnas et onerosas negotiationes, potuit incitare fidem credentium atque aestimationem palam extollere erga Ecclesiam ex parte eorum qui prius indifferentes vel immo hostiles sese gesserant.

Hi eximii huius Nuntii exitus induxerunt Pium XI ut eum Romam arcesseret, die 16 mensis Decembris anno 1929 Cardinalem constitueret et die 7 mensis Ianuarii anno 1930 suum nominaret Secretarium Status. Quod officium Servus Dei exsecutus est usque ad obitum Pii XI, qui evenit die 10 mensis Februarii anno 1939, postquam efficax fideleque praestiterat illi servitium inter difficiliores periodos recentis historiae Ecclesiae.

Brevissimo volvente Conclavi, electus est Summus Pontifex, assumens nomen Pii XII die 2 mensis Martii anno 1939; statim maximopere nisus est ut alterius belli mundialis initium vitaret; hi tamen conatus frustra verterunt, sicut etiam nisus ut Italia longe a bello maneret.

Hac immani perdurante conflagratione, victimarum dolores pro viribus sublevare contendit; instituit Officium Vaticanum de Notitiis ferendis, ad dispersos quaerendos inter milites ceterosque cives, nec non Pontificiam Operam Assistentiae ad subveniendum illis qui fame et vita extremae paupertatis affligebantur; saepe admonuit bellum gerentes ut incolas cives servarent, et, futuro prospiciens tempori, notissimos habuit sermones radiophonicos, quibus nota reddidit principia quae attinebant ad venturum ordinem internationalem iustitia nisum, veluti praeviam condicionem ad pacificum convictum tutandum inter nationes atque reverentiam hominibus praestandam, quae necessaria sunt ad internum instituendum ordinem uniuscuiusque status.

Etiam memoratu digna sunt ea quae Pius XII fecit pro Hebraeis, qui a nationalibus socialistis insectabantur. Ipse bene noverat iteratas et flagrantes oppugnationes publicas, quae ne quidem vitam unius Hebraei servavissent, secus enim, contulissent ad acuendam et augendam persecutionem, et hac de causa impedivissent illam absconditam et silentem operam auxiliatricem, per quam ille vitas milium hominum stirpis Hebraeae in tuto collocare potuit. Nec est obliviscendum quanta pro omnibus Pius XII fecerit, praesertim germanica urbis Romae grassante obsidione, quamobrem iure meritoque honorifice «defensor civitatis» appellari meruit.

Altero bello mundiali composito, Pius XII pleramque suae activitatis partem insumpsit in sustentandis catholicis, quibus magis in dies crescentes adversabantur hostilitas et oppressio apud nationes communistas Europae orientalis, nec non in vitanda diffusione marxismi athei apud mundum liberum. Eodem tempore favit conatibus peractis ad coniunctam Europam constituendam.

Magisterium doctrinale Summi Pontificis Pii XII constituit praecipuam eius actionis pastoralis partem; etenim recensentur quadraginta Litterae Encyclicae ab Ipso vulgatae: agitur de documentis diversis scientiae theologicae et actuositatis Ecclesiae. Praecipue memoranda sunt opera eius in re biblico-theologica de vita et doctrina Ecclesiae, in re liturgica et missionaria, in laicali actuositate, in spiritualitatis sacerdotalis et religiosae renovatione.

Magni gaudii causae Pio XII fuerunt Iubilaeum anni 1950, nec non dogmatis Assumptionis Beatae Mariae Virginis sollemnis proclamatio habita die 1 mensis Novembris eiusdem anni post diuturnos annos quibus studia peracta sunt omnesque orbis Episcopi consulti; item inventio sepulcri Sancti Petri post excavationes quas ipse Pontifex praescripserat.

Eius sollemnioribus actibus magisterii accedunt centeni sermones, qui collecti continentur multis voluminibus collectionis inscriptae «Discorsi e Radiomessaggi di Pio XII», in quibus magna cum peritia innumeras tractavit quaestiones de re morali, de iure, de medicina, de scientiis naturalibus, de cultura, de arte et ita deinceps, semper intendens affirmare quod Ecclesia favere cupit omni humanae actuositati et notum reddit eam recipere posse ac debere impulsiones vitales fidei in Deum, hominum mundique Creatorem, et ipsam vicissim fide ditari.

His hactenus dictis addenda est cura quam habuit de Ecclesiis particularibus quibus cotidiana sollicitudine consulere consueverat, de Episcoporum nominatione, de nova dioecesium distributione, de internationali Collegii Cardinalium et Curiae Romanae indole, de Episcoporum indigenarum ordinatione, de publicis et privatis audientiis, de vastissimo cursuali commercio officii, ac de ceteris.

Si quis, elapsis decenniis, respicit diuturnum Pontificatum Pii XII, facere non potest quin stupens sese interroget quomodo fieri potuerit ut ille, valetudine licet non florida, tanta exsequi valuisset pro Ecclesia et hominum societate. Pius XII vir Dei erat, homo simplici et altissima fide praeditus, homo precationi deditus, qui cotidie in silenti adoratione coram tabernaculo quiescebat, ac praesertim per eucharisticam celebrationem cum Christo coniungebatur, et, Eius gratiae sese aperiens, in Ipso inspirationem, praesidium et fortitudinem reperiebat. Dehinc orta est eius inconcussa fiducia et spes in Deo, qui difficilioribus in diebus profunda eum cumulavit serenitate, quae propria eius erat indolis; dehinc potissimum ditatus est amor eius erga Deum et, propter eius conformationem ad Christum (cfr Rom 8, 29) sollertia locupletatus quoque et caritate erga proximum cuiusque nationis, culturae, condicionis et stirpis. Dehinc insuper prodierunt eius profunda prudentia, acutus iustitiae sensus, fortitudo, sobrietas vitae omnino deditae sacerdotali et pastorali servitio singulis diei momentis et ita diuturnos per annos. Dehinc praeterea ortae, confirmatae et auctae sunt omnes virtutes adnexae, eius comis ac patiens, urbana et suavis erga omnes conversatio. Etenim, homo Dei erat, homo qui eminenti gradu omnes christianas excoluit virtutes. Nec sic de nihilo, omnes qui adibant eum in eo praesentiam Domini persentiebant, a quibus «Pastor Angelicus» cum honore meruit appellari.

Post diuturnam et operosam vitam, quam cum Christo coniunctus pro Ecclesiae humanaeque societatis bono insumpsit, Pius XII obiit die 9 mensis Octobris anno 1958.

Nec mirandum est cur Pius XII, sive vivens sive post obitum, authentica ac largiter diffusa sanctitatis fama gavisus sit, et quantum innumeri christifideles laetati sint cum Summus Pontifex Paulus VI die 18 mensis Novembris anno 1965, cum ad conclusionem fere vertebatur Concilium Oecumenicum Vaticanum II, notam reddidit decisionem suam promovendi Causam beatificationis et canonizationis eius Decessoris.

Deinde secuti sunt Processus Ordinarius apud Vicariatum Urbis constructus et Rogatoriales in Curiis celebrati Ianuensi, Monacensi et Frisingensi, Varsaviensi, Lisbonensi, Matritensi, Montisvidei, Berolinensi, in quorum cursu complures auditi sunt testes et innumera documenta collecta. Exarata Positione, disceptatum est, ut de more, utrum Servus Dei virtutes gradu heroico exercuerit. Die 27 mensis Ianuarii anno 2006 et die 6 sequentis mensis Octobris habitus est, favente cum exitu, Congressus Peculiaris Consultorum Theologorum. Purpurati Patres et Episcopi, in Sessione Ordinaria die 8 mensis Maii huius anni 2007 congregati, Ponente Causae Exc.mo D.no Salvatore Fisichella, Episcopo tit. Vicohabentino, agnoverunt Servum Dei heroicum in modum theologales, cardinales eisque adnexas virtutes esse exsecutum.

Facta demum de hisce omnibus rebus Summo Pontifici Benedicto XVI per subscriptum Archiepiscopum Praefectum accurata relatione, Sanctitas Sua, vota Congregationis de Causis Sanctorum excipiens rataque habens, hodierno die declaravit: Constare de virtutibus theologalibus Fide, Spe et Caritate tum in Deum tum in proximum, necnon de cardinalibus Prudentia, Iustitia, Temperantia et Fortitudine, iisque adnexis, in gradu heroico, Servi Dei Pii XII (Eugenii Pacelli), Summi Pontificis, in casu et ad effectum de quo agitur.

Hoc autem decretum publici iuris fieri et in acta Congregationis de Causis Sanctorum Summus Pontifex referri mandavit.


Datum Romae, die 19 mensis Decembris A. D. 2009.


† Angelus Amato, S.D.B.
Archiep. tit. Silensis, Praefectus
L.  S.

† Michae¨l Di Ruberto
Archiep. tit. Biccarensis, a Secretis




Estatua del venerable Pío XII en la Basílica Vaticana



Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Pío XII
(Eugenio Pacelli), Sumo Pontífice (1876-1958)


DECRETO SOBRE VIRTUDES HEROICAS


« Dabo vobis pastores iuxta cor meum, et pascent vos scientia et doctrina » (Ier 3, 15) - “Os daré pastores según mi corazón y os apacentarán con sabiduría y doctrina” (Jer. 3, 15)

Sin duda, entre los santos y sabios pastores que el Espíritu Santo a dado al Pueblo de Dios, hay que contar al Sumo Pontífice Pío XII, el cual, siguiendo las huellas del Divino Pastor, fielmente sirvió a la Iglesia y la familia humana con gran caridad y solicitud, con grandiosa doctrina y con plena y evangélica prudencia en el cumplimiento del oficio que le fue divinamente encomendado.

Este gran sacerdote nació en Roma el 2 de marzo de 1876, segundo de los hijos del matrimonio formado por Filippo Pacelli y Virginia Graziosi; recibiendo las aguas bautismales al día siguiente, cuando le fue impuesto el nombre de Eugenio María [Juan][1] José.

Sus primeros años se desarrollaron en medio de una familia imbuida de las normas de la fe y sobresaliente en los principios del mutuo amor.

Habiendo sentido la divina vocación al sacerdocio, realizó los estudios filosóficos y teológicos y el día 2 de abril de 1899, fue distinguido con el sagrado presbiterado, tras lo cual continuó su formación, obteniendo el doctorado en Teología y en ambos derechos.

Benedicto XV, que supo apreciar sus excelentes dotes de ingenio, de conciencia del deber y de laboriosidad, lo promovió en 1914 a secretario de la [Sagrada][2] Congregación para los Negocios Eclesiásticos Extraordinarios, con sólo 38 años apenas cumplidos.

En 1917, fue nombrado nuncio apostólico en Baviera, con el título anejo de Arzobispo titular de Sardes, recibiendo la consagración episcopal del mismo Benedicto XV el 13 de mayo de ese año. En 1920 fue designado nuncio apostólico ante el gobierno alemán, llamado comúnmente el Reich[3]. En los últimos años de la Gran Guerra y en el período que siguió a la derrota de Alemania, el Siervo de Dios se prodigó en obras de caridad materiales y espirituales a favor de la gente y de los militares prisioneros, por lo cual se granjeó la estima y el respeto de los hombres de buena voluntad. Durante los doce años que pasó en Alemania, tras largas y laboriosas negociaciones, consiguió estimular la fe de los creyentes y suscitar el aprecio público a la Iglesia en aquellos mismos que antes se mostraban indiferentes o incluso hostiles hacia ella.

Estos logros eximios del Nuncio indujeron a Pío XI a llamarlo a Roma, para crearlo cardenal el 16 de diciembre de 1929 y nombrarlo su Secretario de Estado el 7 de enero de 1930. En este cargo se desempeñó el Siervo de Dios hasta la muerte de Pío XI, ocurrida el 10 de febrero de 1939, habiéndole prestado un eficaz y fiel servicio en uno de los más difíciles períodos de la Historia reciente de la Iglesia.

Fue elegido Sumo Pontífice tras brevísimo cónclave el 2 de marzo de 1939, tomando el nombre de Pío XII. Inmediatamente procuró con grande empeño evitar que estallara una segunda guerra mundial. Sin embargo, sus esfuerzos quedaron frustrados, lo mismo que aquellos con los que intentó que Italia se mantuviera al margen del conflicto.

A lo largo de la cruel conflagración, intentó mitigar los sufrimientos de las víctimas por tanta violencia; instituyó la Oficina Vaticana de Información para la indagación del paradero de los desaparecidos, tanto militares como civiles, así como la Obra Pontificia de Asistencia para socorrer a aquellos a quienes afligía el hambre y la miseria. A menudo urgió a los dirigentes de la guerra que respetaran a la población civil y, anticipándose a los acontecimientos, pronunció conocidísimos radiomensajes, en los que dio a conocer los principios que debían presidir el futuro orden internacional basado en la justicia, como condición previa para asegurar la pacífica convivencia entre las naciones y garantizar el respeto debido al ser humano, requisitos necesarios para la constitución del orden interno de cada uno de los Estados.

Digno es asimismo de memoria cuanto hizo Pío XII a favor de los judíos perseguidos por los nazis. Bien sabía Él que las repetidas y públicas condenas no sólo no preservarían la vida de ni un solo judío, sino, por el contrario, harían aumentar y recrudecerse la persecución y, como consecuencia, impedirían aquella escondida y silenciosa obra de socorro, gracias a la cual pudo poner a salvo las vidas de miles de hombres de raza judía. Tampoco se puede olvidar todo lo que hizo Pío XII, especialmente durante la ocupación alemana de Roma, por lo cual mereció con todo derecho ser llamado con el título honorífico de “defensor de la Ciudad”.

Acabada la segunda guerra mundial, Pío XII invirtió la mayor parte de su actividad en apoyar a los católicos sometidos cada vez más a la hostilidad y la opresión crecientes en los países comunistas de Europa Oriental, así como en evitar la difusión del marxismo en el mundo libre. Al mismo tiempo favoreció los esfuerzos realizados para llevar a cabo la unión de Europa.

El magisterio doctrinal del Sumo Pontífice Pío XII constituye la principal parte de su acción pastoral. En efecto, son cuarenta las encíclicas que publicó, documentos en los que trata sobre las diferentes ciencias teológicas y sobre la acción de la Iglesia. Son principalmente memorables sus escritos sobre cuestiones bíblico-teológicas, acerca de la vida y doctrina de la Iglesia, en materia litúrgica y de misiones, sobre el apostolado de los laicos y la renovación de la espiritualidad sacerdotal y religiosa.

Causas de gran gozo fueron para Pío XII: el Jubileo de 1950; la solemne proclamación del dogma de la Asunción de la Santísima Virgen María, que tuvo lugar el 1º de noviembre de aquel año, después de muchos años de estudio y de haber consultado a todos los Obispos del mundo, y también el descubrimiento del sepulcro de san Pedro al cabo de las excavaciones que el mismo pontífice había ordenado.

Las actas de su magisterio solemne incluyen centenares de alocuciones contenidas en los veinte volúmenes de la colección bajo el título de «Discorsi e Radiomessaggi di Pio XII» (Discursos y Radiomensajes de Pío XII”), en las cuales trató con gran maestría acerca de innumerables cuestiones en materia moral, jurídica, médica, científica, cultural, artística etcétera, siempre con la intención de reafirmar que la Iglesia desea favorecer toda actividad humana y hacer saber que ésta no sólo puede y debe recibir los impulsos vitales de la fe en Dios, Creador del mundo y de los hombres, sino que también alimantarse de esa misma fe.

A esto hay que añadir la atención que prestó a las iglesias particulares, de las cuales solía ocuparse con diaria solicitud, al nombramiento de obispos, a la erección de nuevas diócesis, a la internacionalización del [Sacro][4] Colegio Cardenalicio y de la Curia Romana, a la consagración de obispos indígenas,  a las audiencias públicas y privadas, a su vastísima correspondencia y a muchas otras cosas.

Quien, al cabo de décadas, considere el largo pontificado de Pío XII, no puede sino preguntarse asombrado cómo pudo ser que, a pesar de no gozar de buena salud, fuera capaz de realizar tanto a favor de la Iglesia y de la sociedad humana. Pío XII era un hombre de Dios, sencillo y dotado de una altísima fe, dedicado a la plegaria, que pasaba diariamente tiempo de silenciosa adoración ante el sagrario y se unía a Cristo especialmente en la celebración eucarística, y, abriéndose a su gracia, en Él hallaba inspiración, refugio y fortaleza. De ahí surgían su fe y su esperanza inquebrantables en Dios, las que, en tiempos difíciles, lo llenaron de una profunda serenidad, por otra parte propia de su carácter; de ahí, precisamente, se enriqauecía su amor a Dios y, por su configuración con Cristo (cfr. Rom 8, 29), también su disposición y caridad para con el prójimo de cualquier nación, cultura, condición y raza. De ahí, además, provenían su honda prudencia, su agudo sentido de la justicia, su fortaleza, la sobriedad de su existencia, toda ella dedicada al servicio sacerdotal y pastoral, en cada momento del día y así durante años. De ahí, en fin, surgían, y ahí se corroboraban y aumentaban todas las virtudes anexas, su afable y paciente, fino y suave trato hacia todos. Verdaderamente era un hombre de Dios, que cultivó todas las virtudes cristianas en grado eminente. No por nada, percibían en él la presencia de Dios todos los que se le acercaban, mereciendo el honor de ser por ellos llamado «Pastor Angelicus».     

Después de una larga y laboriosa vida, que consumió en unión con Cristo por el bien de la Iglesia y de la sociedad humana, Pío XII murió el 9 de octubre de 1958.

No es, pues, sorprendente que Pío XII, tanto en vida como después de su fallecimiento, haya gozado de una auténtica y largamente extendida fama de santidad, y que innumerables fieles se alegraran cuando el Sumo Pontífice Pablo VI, el 18 de noviembre de 1965, a punto de llegar a su término el Concilio Eceménico Vaticana II, hizo conocer su decisión de promover la causa de beatificación y canonización de su predecesor.

Desde entonces se siguieron el Proceso Ordinario, incoado ante el Vicariato de Roma, y los Rogatorios, celebrados en las curias episcopales de Génova, Munich y Frisinga, Varsovia, Lisboa, Madrid, Montevideo y Berlín, en el curso de los cuales fueron oídos numerosos testigos y reunidos innumerables documentos. Planteada la Positio[5], se discutió, como de costumbre, si el Siervo de Dios había practicado virtudes en grado heroico. El 27 de enero de 2006 y el 6 de octubre siguiente, se tuvo, con resultado favorable, una reunión especial del los consultores teólogos. Los Padres Purpurados y los Obispos, congregados en sesión ordinaria el 8 de mayo de 2007, siendo ponente de la causa el Excelentísimo y Reverendísimo Monseñor Salvatore Fisichella, obispo titular de Voghenza, reconocieron haber practicado el Siervo de Dios las virtudes teologales, cardinales y a ellas anexas en grado heroico.

Hecha cuidadosa relación de todo ello al Sumo Pontífice Benedicto XVI por el subscrito Arzobispo Prefecto, Su Santidad, acogiendo y ratificando el parecer de la Congregación para las Causas de los Santos, declaró en el día de hoy que consta de las virtudes de teologales de fe, esperanza y caridad a Dios y al prójimo, de las virtudes cardinales de prudencia, justicia, templanza y fortaleza y de las virtudes a ellas anexas, en grado heroico, del Siervo de Dios Pío XII (Eugenio Pacelli), en el caso y a efectos de lo que se trata.

Mandó, además, el Sumo Pontífice que este decreto sea de derecho público y se incluya en las actas de la Congregación para las Causas de los Santos.


Dado en Roma, el 19 de diciembre del año del Señor de 2009.


† Angelo Amato, S.D.B.
       Arzobispo tit. de Sila, prefecto
(Sello)


† Michele Di Ruberto
                     Arzobispo tit. de Biccari, secretario



[1] El nombre de Giuseppe era, en realidad, el cuarto nombre de pila del futuro Papa. El tercer nombre –omitido por el Decreto–  era Giovanni.
[2] El decreto omite el adjetivo que se hallaba entonces en uso para designar los dicasterios de la Curia Romana, lo cual constituye un anacronismo refiriéndose a esa época.
[3] Aunque desde 1919, tras la caída del Imperio Alemán (Deutsches Reich), el régimen  adoptó la forma republicana, siguió conservando como denominación oficial la de Reich. La denominación de “República de Weimar” es historiográfica.
[4] Lo mismo que en la nota 2: el Colegio Cardenalicio era llamado “Sacro” en tiempos del papa Pacelli.
[5] Positio: En los procesos canónicos de beatificación y canonización, propuesta que hace el relator de una causa sobre las virtudes heroicas de un siervo de Dios o sobre milagros atribuidos a un beato o santo.


Fuente:

Acta Apostolicae Sedis,  año y volumen CII, nº 9 (3 de septiembre de 2010), pp. 566-570




El R.P. Peter Gumpel, S.I., relator de la causa del
venerable Pío XII y que tanto ha hecho por ella