28 de octubre de 2008

En Moscú se conmemora también a Pío XII


Importante conferencia en la sede de la Curia Arzobispal de la Madre de Dios en Moscú

El 12 de octubre pasado tuvo lugar en Moscú una interesante conferencia sobre Pío XII en el marco de las conmemoraciones por el quincuagésimo aniversario de su piadoso tránsito. Monseñor Paolo Pezzi, arzobispo católico latino de Moscú bajo la advocación de la Madre de Dios, dio su bendición al evento, para el que puso a disposición la sede de la Curia Arzobispal.

La conferencia fue organizada por el SIPA y Una Voce Russia y consistió en cuatro ponencias:

La primera versó sobre la actividad diplomática y política de Eugenio Pacelli antes y durante la Segunda Guerra Mundial y estuvo a cargo del historiador de la Iglesia Eugenio Rosenblum, miembro del SIPA y Una Voce Russia y organizador del acto.

La segunda ponencia trató de la actividad política del Papa después de la guerra y estuvo a cargo de Oleg-Michael Martynov, miembro del consejo directivo de Una Voce Russia.

Habló en tercer lugar el historiador y también miembro de Una Voce Russia Dimitry Lialine, quien disertó sobre la obra litúrgica de Pío XII.

La última intervención corrió a cargo de Sergey Poryvaev, que ofreció un resumen detallado de los datos disponibles sobre la devoción al papa Pacelli entre los católicos de habla rusa.

Es de destacar el loable esfuerzo realizado por estos hermanos de la nación a la cual están ligadas importantes promesas de Nuestra Señora en Fátima, advocación presente en la vida de Pío XII (pues no se olvide que fue consagrado obispo el mismo día de la primera aparición de la Virgen a los tres pastorcitos, el 13 de mayo de 1917, y que años más tarde, ya Sumo Pontífice, vio reproducido en los jardines papales el milagro del sol).

Recordemos que existe un interesante y documentado blog ruso dedicado a Pío XII y que también lleva como nombre el lema que a este gran papa atribuyó la célebre profecía de San Malaquías: Pastor Angelicus. Su responsable es Roman Styran, miembro del SIPA y adherente al Comitato Papa Pacelli.

Nos congratulamos por estas iniciativas que son una valiosa contribución para realzar el cincuentenario de Pío XII y extender su devoción.

27 de octubre de 2008

Homilía en honor de Pío XII por el Reverendo Don Hernán Andrés Remundini, pbro.


Misa en honor de S.S. Pío XII Iglesia Catedral
La Plata (Argentina) - 3 de Octubre de 2008


Homilía por el Rvdo. D. Hernán Andrés Remundini


Un merecido homenaje

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia ha tenido siempre un especial y piadoso recuerdo de sus Pontífices: en primer lugar para con los Papas Santos, desde San Pedro al Beato Juan XXIII; pero también para con aquellos que se han destacado por la profundidad de su magisterio, por su honda espiritualidad, o por la sabiduría y temple con que condujeron al rebaño de Dios en circunstancias difíciles de la historia. Nosotros, al celebrar hoy la Misa votiva de San Pedro Apóstol, iniciamos con inmensa alegría, un mes de actos y homenajes al gran Papa Pío XII, con motivo de cumplirse el próximo 9 de octubre, 50 años de su muerte. Los textos litúrgicos de esta Eucaristía destacan en la persona de Pedro diversos aspectos del ministerio que Cristo le confirió, y que el Espíritu Santo ha garantizado a todos los sucesores del Obispo de Roma, y que nosotros iremos descubriendo a lo largo de estos encuentros, en el Papa Pacelli: su constitución como Piedra de la Iglesia, el poder sacramental de atar y desatar, la custodia de las llaves del Reino de los Cielos, la confirmación de los hermanos en la fe, en síntesis, el servicio de supremo Pastor del Pueblo de Dios.

Eugenio Pacelli

Eugenio Pacelli, nació en Roma en 1876, en el seno de una aristocrática familia italiana. Era el tercero de los cuatro hijos de los príncipes Filippo Pacelli y Virginia Graziosi. Desde muy pequeño manifestó sus intenciones de ser sacerdote, y después de prepararse en el seminario, fue ordenado en 1899. Estudió filosofía, se doctoró en teología y derecho civil y canónico bajo la tutela y protección del cardenal Vincenzo Vannutelli, un gran diplomático y amigo personal de los príncipes Pacelli, y quien hizo ingresar a Eugenio a trabajar en la Secretaría de Estado en el año 1901. Como diplomático, representó a los Papas León XIII y Pío X en numerosos acontecimientos internacionales. Durante la Primera Guerra Mundial llevó adelante el registro Vaticano de los prisioneros de guerra, y en 1917 el papa Benedicto XV lo nombró apostólico en Baviera, lo consagró Obispo e inmediatamente lo elevó a la dignidad arzobispal.

En 1929 el papa Pío XI lo nombró cardenal y Secretario de Estado, porque en un tiempo donde Alemania marcaba el ritmo de la época, Pacelli parecía ser el eclesiástico que mejor conocía el espíritu y las aspiraciones del nacionalismo germano, y que podía manejar con mayor habilidad las cuestiones de la política alemana. Una de sus actuaciones más importantes fue la de dar forma a la que luego sería la encíclica Mit brennender Sorge, con la cual se condenaba duramente las políticas del régimen nazi, y que fue leída en todas las iglesias Alemania el Domingo de Ramos de 1937, provocando la ira de Adolf Hitler. Durante su Secretariado, viajó como legado papal a los Estados Unidos, aquí, a la Argentina donde presidió el Congreso Eucarístico del 34, a Hungría y a Francia. Fue nombrado Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, y a la muerte de Pío XI, tuvo que organizar la sede vacante y el cónclave de sólo dos días, que en la tercera votación, lo elegiría Papa. el 2 de marzo de 1939.


Su Pontificado desde una perspectiva socio-política


En la perspectiva sociopolítica, tendríamos que destacar, dos contextos o realidades determinantes de su pontificado.

El primer contexto, terrible para el Papa y para todo el mundo, es el período de la II Guerra desde 1939 a 1945: un tiempo dramático signado por la destrucción, por las matanzas sistemáticas, por las persecuciones contra los judíos, pero también contra algunos cristianos, y por todos los males de la guerra, en una Europa caída en sus tres cuartas partes bajo el dominio alemán. Como Sumo Pontífice publicó documentos y dirigió mensajes que condenaban cualquier forma de totalitarismo, y mientras duró la guerra trató de conservar la presencia católica en los países beligerantes, llamando a la paz de una manera sistemática. Entre 1939 y 1940, más de una vez invitó a Mussolini a no involucrar directamente a Italia en el conflicto; y más de una vez llamó a las potencias europeas a negociar para solucionar pacíficamente sus diferencias. Si bien su actitud fue moderada, equilibrada y prudente, realizó una importante labor caritativa y paliativa de las consecuencias de la guerra.

A pesar de esto, muy injustamente, muchos han intentado desprestigiarlo sugiriendo que no tuvo valor para enfrentar abiertamente al nazismo. Sin embargo, sus mensajes, su correspondencia y sus alocuciones, parecen, dentro de la prudencia de quien tiene que velar por toda la Iglesia y de quien puede ser la voz de los que no tienen voz, demostrar una actitud firme y crítica respecto de las consecuencias de la guerra, y especialmente del holocausto judío. En 1943, en una alocución al Sacro Colegio, decía a los Cardenales: “Nuestro corazón responde con solicitud atenta y conmovida a las oraciones de los que vuelven hacia Nos una mirada de ansiosa súplica, atormentados como están, por causa de su nacionalidad o de su raza, con las mayores desgracias, con los más penetrantes y pesados dolores, y entregados sin ninguna culpa a medidas de exterminio.” Bajo la dirección de Monseñor Montini, el futuro Papa Pablo VI, Pío XII, creó una oficina de información que transmitía noticias sobre prisioneros y desaparecidos. Miles de judíos fueron socorridos y refugiados en instituciones pontificias y conventos; y otros tantos salvaron sus vidas, por actas de bautismo falsas que les fueron dadas por orden del Santo Padre.

El segundo contexto, también de suma complejidad es el de la postguerra, y para el Papa se extiende desde los acuerdos de Yalta de 1945, hasta su muerte en 1958. Es el contexto de una Europa que había quedado dividida en dos grandes bloques: el bloque occidental-capitalista, y el bloque soviético-comunista. Una división que generó nuevas tensiones internacionales, y presentó a la Iglesia y al Romano Pontífice nuevas dificultades. En este tiempo, Pío XII fue el vocero para instar a la clemencia y al perdón de todas las personas que participaron en la II Guerra. Presionó, mediante el nuncio de Estados Unidos, para conmutar las sentencias de los alemanes convictos por las autoridades de ocupación. Y solicitó el perdón para todos aquellos que estaban condenados a muerte. Sin embargo, el derrumbamiento del régimen nazi, trajo consigo el ascenso del comunismo que se presentó como la nueva ideología enemiga de la fe cristiana y de una sociedad que había sido construida sobre las bases del cristianismo.

El Papa comenzó así, una reflexión sistemática y crítica en contra del comunismo. En 1949, autorizó a la Congregación para la Doctrina de la Fe a excomulgar a cualquier fiel que militara o apoyara al Partido Comunista, porque muchos católicos sufrían directa o indirectamente la opresión soviética en los países del eje. Frente al socialismo y el comunismo que intentaban imponerse mediante huelgas en algunos países capitalistas, fue surgiendo con fuerza el compromiso de los católicos en la política mediante la democracia cristiana que recibió un fuerte apoyo de la Santa Sede y del Papa en persona. Sin embargo, el comunismo continuó en expansión, y en 1949 toda China cayó bajo el poder de los comunistas de Mao Tse Tung, y en 1954 pasó lo mismo en Vietnam. El telón de hierro tuvo consecuencias nefastas para los cristianos que fueron duramente perseguidos y combatidos en esos países.


Su Pontificado desde una perspectiva teológico-pastoral


En la perspectiva teológico-pastoral, se combinan durante el pontificado de Pío XII sus profundas y claras reflexiones doctrinales, con medidas y decisiones pastorales muy concretas. En lo doctrinal, debemos destacar la sólida formación teológica de Pío XII, expuesta a lo largo de su extenso magisterio. Podemos señalar el hermosísimo tratado de eclesiología de la encíclica Mystici Corporis (1943); o la encíclica Divino Afflante Spiritu (1943) con la cual intentó revitalizar la lectura de la sagrada Escritura en la espiritualidad católica, y motivar los estudios bíblicos; también sentó las bases a partir de las cuales podría más tarde continuarse una reforma litúrgica, con su encíclica Mediator Dei (1947). Con la encíclica Humani Generis (1950) ensayó una reflexión crítica sobre algunas posiciones falsas que amenazaban con arruinar los fundamentos de la doctrina católica, y repropuso la ortodoxia tomista tanto en la filosofía como en la teología. Más tarde, con la encíclica Fidei donum (1957), invitó a toda la Iglesia a reactivar su espíritu misionero. Sin lugar a duda, Pío XII, ha sido junto a Juan Pablo II, uno de los pontífices del siglo XX que no ha dejado tema sin tratar.

Además de las muchas beatificaciones y canonizaciones que se realizaron mientras fue papa, otro gran hito de su pontificado ha sido la gran constitución apostólica Munificentissimus Deus (1950) con la que promulgó la doctrina de la Asunción de la Virgen como dogma de fe católica y de la cual me permito, a modo de ilustración de la erudición y espiritualidad mariana del Pontífice, destacar algunos párrafos: “… las sagradas letras nos presentan ante los ojos a la augusta Madre de Dios en estrechísima unión con su divino Hijo y participando siempre de su suerte… por ello parece como imposible imaginar… que… siendo nuestro Redentor hijo de María… no podía menos de honrar… a su madre queridísima… que consiguió… como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inmune de la corrupción del sepulcro y,… vencida la muerte ser elevada… a la suprema Gloria… donde brillaría como Reina… Por eso,… proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.”

Desde el punto de vista pastoral, Pío XII se encontró con todo tipo de personas y sectores de la sociedad, y escribió y dirigió mensajes sobre distintas cuestiones morales y pastorales. Se encontró con mandatarios, políticos, militares, obreros, sindicalistas, empresarios, matrimonios, familias, religiosos y religiosas, comadronas, etc. Impulsó el apostolado de los laicos especialmente a través de la promoción de movimientos apostólicos como la Acción Católica que puso el acento de la evangelización de los ambientes. En uno de sus radiomensajes con motivo del III Congreso Eucarístico del Ecuador, en 1958 invitaba con consejos prácticos a vivir santamente teniendo a la Eucaristía como centro de la existencia: “Vida cristiana… es inocencia y candor en la niñez, pureza y moralidad en la juventud, integridad y fidelidad en el matrimonio, unidad y mutua asistencia en la familia, fraternidad y respeto entre los hombres, justicia, caridad y paz en las relaciones sociales. Vida cristiana, como Nos mismo hacíamos notar en determinada ocasión, es oración y frecuencia de sacramentos, santificación de las fiestas y moralidad conyugal, cuidado por estudiar y conocer la propia fe y observancia de los principios morales, que deben regir la vida… En una nación donde el Santísimo Sacramento del Altar es siempre bendecido y alabado, en un pueblo que se nutre de la Eucaristía, la vida cristiana nunca podrá morir…”


Su piadoso tránsito y nuestra súplica


El 9 de octubre de 1958 en la villa papal de Castel Gandolfo, muy debilitado por su entrega al ministerio de Pedro en los tiempos tan difíciles en los que le tocó reinar, después del agravamiento de una enfermedad que lo aquejaba desde hacía varios años, entregó piadosamente su alma al Señor. Las palabras de sus humildes últimas voluntades, son el broche de oro de la gran herencia que ha dejado a la Iglesia en su magisterio y con su santa vida: “Apiádate de mí oh Dios, según la grandeza de tu misericordia. Estas palabras que con plena conciencia de mi indignidad e insuficiencia pronuncié al aceptar con temblor la elección como Papa, las repito con mayor razón porque el recuerdo de las faltas y deficiencias en que he incurrido durante este largo pontificado me hace ver con mayor claridad mi indignidad. Humildemente quiero pedir perdón a cuantos con mis palabras u obras he herido o perjudicado y a cuantos haya sido causa de escándalo. No es necesario que deje un testamento espiritual… porque las múltiples manifestaciones y discursos que he hecho relacionados con los deberes de mi ministerio bastan a quienes quieran conocer mis ideas…”

Nosotros desde aquí, cincuenta años después, al recorrer su vida, al repasar su vastísimo y profundo magisterio, y al valorar su legado espiritual, damos gracias a Dios por su luminoso pontificado y le pedimos con fe, que pronto podamos venerar a Su Santidad Pío XII, sucesor de Pedro, en el coro de todos los Santos, para mayor Gloria de Dios y de su Santa Iglesia. Amén.

20 de octubre de 2008

Testimonio emotivo sobre el Cardenal Pacelli de un sacerdote ejemplar de Barcelona

Como bien se sabe, a su regreso del XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires (al que había asistido en calidad de legado a latere de Pío XI), el cardenal Eugenio Pacelli realizó una breve visita a Barcelona a invitación del gobernador militar general Domingo Batet, católico practicante. El 1º de noviembre de 1934, atracaba el transatlántico que lo llevaba de regreso a Roma –el Conte Grande– en el puerto de la Ciudad Condal. A recibirlo fueron autoridades civiles y religiosas. El obispo de entonces, don Manuel Irurita y Almandoz (que de ahí a poco sería martirizado) quiso que sus seminaristas tuvieran la experiencia -extraordinaria en aquel tiempo- de conocer personalmente a un purpurado de la Santa Iglesia Romana y que, además, era el secretario de Estado de Su Santidad, llevándolos con él para presentarle su respetuoso saludo. Entre esos seminaristas se hallaba el hoy mosén José Mariné Jorba, párroco emérito de la parroquia barcelonesa de San Félix Africano, quien, a sus casi noventa años de edad, ha tenido la gran bondad de regalarnos con su valioso testimonio sobre el emotivo encuentro con quien se convertiría en el papa Pío XII.

Impresiones de un joven seminarista sobre la persona de
Su Eminencia el cardenal Eugenio Pacelli (Su Santidad Pío XII)

+ Barcelona, octubre de 2008.

Corría el año 1934, cuando el papa Pío XI envió en representación suya al Cardenal secretario de Estado, Eugenio Pacelli, a presidir en su nombre el Congreso Eucarístico de Buenos Aires en Argentina.

En su travesía de regreso desde la Argentina el barco en el que viaja el Cardenal hizo una escala en la estación marítima del puerto de Barcelona. Éramos muchos los que fuimos a saludarle: estaban presentes las autoridades civiles y multitud de gente. El seminario en pleno fue a la estación marítima. El Cardenal bajó del barco y fue saludado por todos. Pudimos comprobar el gran prelado que era y su gran dignidad como persona.

A mí personalmente me quedó grabado para siempre este maravilloso momento. Yo era tan sólo un adolescente y estaba en el seminario menor. Este acontecimiento marcó mi vida y reafirmó mi vocación sacerdotal. Pasaron los años y ya ordenado sacerdote, durante una peregrinación a Roma, pasando el Papa delante de mí en la silla gestatoria, logré alcanzar su mano. Grande era el gozo y el entusiasmo de la gente pero para mí fue una experiencia única.
José Mariné Jorba, pbro.

El Padre Lombardi, portavoz de la Santa Sede, habla sobre Pío XII y el posible viaje de Benedicto XVI a Tierra Santa

DECLARACION SOBRE POSIBLE VIAJE PAPA A TIERRA SANTA

CIUDAD DEL VATICANO, 19 OCT 2008 (VIS).- A propósito de algunas noticias de agencia concernientes a Pío XII sobre el comentario escrito en el Museo de Yad Vashem en Jerusalén, así como sobre su causa de beatificación, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi S.I., realizó ayer por la tarde la siguiente declaración:

"Como ya se sabe, el representante de la Santa Sede en Israel presentó algunas objeciones al texto del comentario sobre Pío XII, en el Museo de Yad Vashem. Es de desear, por tanto, que los responsables del Museo analicen éste de una manera nueva, objetiva y profunda.

"Sin embargo, si bien es relevante, este hecho no puede considerarse determinante para una decisión sobre un posible viaje del Santo Padre a Tierra Santa, viaje que, como es sabido, forma parte de los deseos del Papa, aunque por ahora no ha sido concretamente programado.

"Por lo que se refiere a la causa de beatificación, repito lo que he dicho recientemente: que el Papa todavía no ha firmado el decreto sobre las virtudes heroicas del Siervo de Dios Pío XII, firma que constituye la premisa para continuar el proceso de la causa. Esto es objeto, por parte suya, de profundización y reflexión, y en esta situación no es oportuno tratar de ejercer presiones sobre él, ya sea en un sentido o en otro".
Fuente: Vatican Information Service: OP/PIO XII/LOMBARDI VIS 081020 (250)

Nuestro comentario:

El Yad Vashem es una institución oficial del Estado de Israel, habiendo sido creado en 1953, en virtud de la Ley de la Memoria votada por el Knesset (el parlamento israelí), para honrar a las víctimas de la Shoah u holocausto perpetrado por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.

La inscripción sobre Pío XII que se encuentra bajo su retrato en el museo que esta entidad tiene en Jerusalén ya fue objeto de desaprobación por parte dos nuncios apostólicos: monseñor Pietro Sambi y monseñor Antonio Franco. Éste último elevó su protesta formal en carta a los responsables del Yad Vashem en abril de 2007, en la que se dolía de que una fotografía del papa Pacelli estuviera colocada entre las de auténticos responsables del genocidio contra los judíos, soslayando lo que el pontífice hizo a favor de éstos, y que la leyenda que la acompaña sea injuriosa a su memoria. Avner Shalev, presidente de la entidad israelí, aseguró en respuesta al nuncio que se reconsideraría el modo en el que Pío XII ha sido presentado. De esto hace ya año y medio sin que se haya hecho honor a lo prometido. La foto de Pío XII no ha sido removida ni cambiada de lugar ni la explicación bajo ella ha sido modificada. Se ve que la “reconsideración” toma su tiempo…

Nos preguntamos si las autoridades israelíes se lo tomarían con tanta parsimonia si fuera al revés. Imaginémonos que hubiera una exposición en los Museos Vaticanos sobre Historia Contemporánea y que en ella se incluyera una foto de Moshe Dayan con una inscripción que dijera que fue un terrorista en cuanto que perteneció a la Haganá (organización ilegalizada por el Mandato Británico de Palestina) y por este motivo fue encarcelado. El revuelo sería mayúsculo, se promoverían protestas mundiales, se amenazaría con la ruptura de relaciones diplomáticas y el Vaticano retiraría no sólo la foto sino toda la exposición en un santiamén con las más rendidas excusas. Por supuesto estamos en el terreno de la pura hipótesis porque la Santa Sede jamás permitiría que se produjese un hecho así, consideración que el Estado de Israel no tiene, en cambio, para con ella.

Sentimos, pues, tener que disentir con el Padre Lombardi: el hecho que él mismo reconoce que es relevante sí debería ser determinante a la hora de sopesar la posibilidad de un viaje del Santo Padre a Tierra Santa. El Estado de Israel, a través de un ente oficial bajo su dependencia, permite que se insulte gratuita, gravemente y sin pruebas la memoria de un antecesor de Benedicto XVI (prejuzgando con ello un dictamen que la Historia aún no ha dado). Y no se puede hablar de inadvertencia en este caso, pues es público y notorio y media la protesta de dos nuncios apostólicos, al último de los cuales se dieron seguridades que no se han cumplido. Eso en buen romance es tomar a Roma por el pito del sereno. Todo el interés que pueda tener un viaje del Papa a Israel no puede prevalecer sobre el buen nombre y la buena fama de Pío XII.

En cuanto a la cuestión de la beatificación es algo en lo que decide el Papa y, aunque mucho nos gustaría que el decreto de heroicidad de virtudes fuera firmado ya, no somos nadie para reprochar esta dilación al Santo Padre Benedicto XVI, que bastante tiene con las presiones que recibe de todas partes, pero que sabe perfectamente lo que hace. Ya pasó con el motu proprio Summorum Pontificum y al final lo hemos tenido. Pasa con el documento explicativo de dicho motu proprio y lo tendremos pronto. Pasará también con el decreto de heroicidad de virtudes de Pío XII: si Dios quiere, lo acabaremos teniendo también.

El rabino de Haifa contra Pío XII

El pasado lunes 6 de octubre, el rabino en jefe de Haifa, el azhkenazi Shear-Yashuv Cohen, efectuó unas desafortunadas declaraciones sobre la figura de Pío XII en el curso de una entrevista concedida a la agencia Reuters, horas antes de su intervención ante el Sínodo de los Obispos, al que fue invitado por expreso deseo del papa Benedicto XVI.

He aquí los párrafos polémicos:

“Puede que él [Pío XII] haya ayudado en secreto a muchas de las víctimas y a muchos de los refugiados, pero la cuestión es si debió haber alzado su voz y si ello hubiera sido de ayuda o no. Nosotros, las víctimas, sentimos que sí. No estoy autorizado por las familias de los millones de muertos para decir; olvidamos y perdonamos”.

“Creemos que el difunto papa debió haber hablado mucho más fuerte de lo que lo hizo. No debería ser beatificado o tomado como modelo quien no levantó la voz, aunque de manera secreta intentara ayudarnos. Queda el hecho de que no habló, tal vez porque tuviera miedo o por otros motivos. Pero la realidad es que no podemos olvidarlo”.

“No sabía que
[las conmemoraciones del aniversario] iban a tener lugar durante el mismo evento [el Sínodo]; si lo hubiera sabido me hubiera abstenido de venir, pues el dolor todavía está presente”.

“Debo dejar bien claro que nosotros, los rabinos, los líderes del pueblo judío, en tanto que los sobrevivientes sufran, no podemos estar de acuerdo en que este líder de la Iglesia de tiempos de la guerra sea honrado ahora. No es una decisión que nos concierna, pero nos duele y lamentamos que se lleve a cabo”.

Vaya por delante que el rabino de Haifa es muy libre de pensar y decir lo que le venga a las mientes y lo que le dicte su real saber y entender. Ahora bien, no ha estado acertado en absoluto.

Primero, porque era un invitado del Papa y no se puede ser majadero con el propio anfitrión, sacando a relucir públicamente cuestiones sobre las que se sabe que se va a armar revuelo. Si no se tiene nada bueno que decir sobre algo que toca de cerca a quien a uno le recibe más vale callarse.

Segundo, porque la beatificación y canonización de los siervos de Dios es un asunto interno y privativo de la Iglesia Católica en la que ninguna autoridad extraña tiene por qué entrometerse. A ningún obispo católico se le ocurriría, por ejemplo, decirle al rabino cómo tiene que observar el sábado.

Tercero, porque no puede uno arrogarse la representatividad de una colectividad si no hay unanimidad moral para ello y no es el caso, ya que existen muchos rabinos (más de los que se piensan) que tienen de Pío XII una opinión muy diferente de la de su colega de Haifa. Lo mismo dígase de organizaciones judías (el simposio de la Pave the Way Foundation del mes pasado es un recentísimo ejemplo). Y ello por no hablar de las muchísimas víctimas (especialmente las beneficiadas por la acción positiva y eficaz del papa Pacelli) que guardan de él un agradecido recuerdo. Así que lo mejor hubiera sido que el rabino Cohen aclarara que hablaba a título personal .

Cuarto, en fin, porque antes de aceptar una invitación uno se informa sobre todos los pormenores que implica. Que venga el rabino ahora a decir que no sabía que se conmemoraban los cincuenta años de la muerte de Pío XII por las mismas fechas del sínodo porque, de lo contrario, no hubiera acudido a él, denota inepcia y deja en mal papel a la Sinagoga de Roma, ya que una de dos: o ignoró completamente al rabino local o éste no le informó adecuadamente.

Episodios lamentables como el que nos ocupa ponen de manifiesto la necesidad de que la Secretaría de Estado vaticana sea más vigilante a la hora de asesorar al Santo Padre sobre las personas con las que trata. Está bien que se quiera tener gestos de buena voluntad hacia los hermanos mayores judíos para propiciar una futura visita de Benedicto XVI a Israel, viaje del cual se espera que contribuya a normalizar definitivamente las relaciones del Catolicismo con el mundo hebreo, pero no a costa del honor de otro Romano Pontífice. No es admisible que a la diplomacia mejor informada y con más experiencia del mundo -para decirlo en términos coloquiales- se le cuele un gol como el que le ha marcado el rabino de Haifa.

Además, si no la reciprocidad en los gestos al menos se tiene derecho a esperar el respeto. A comienzos de este año, por ejemplo, el Papa tuvo la delicadeza de cambiar, por su autoridad suprema, el tenor de la oración solemne de Viernes Santo pro conversione Iudaeorum (juzgada ofensiva por algunos) en el Misal del beato Juan XXIII. Esta vez se había invitado al rabino de Haifa a asistir al Sínodo de los Obispos, no ya sólo como observador, sino además como orador, cosa sin precedentes en este tipo de reuniones. Arremeter contra Pío XII no es la reacción que cabía esperar a esta mano tendida, que ha sido con ello ingratamente escupida (para decirlo de una manera gráfica).

Menos mal que el cardenal secretario de Estado Bertone respondió rápidamente a la provocación mediante un artículo en L'Osservatore Romano, pero por mucho que se publiquen documentos y pruebas a favor de Pío XII ello no cuenta para los que, como el rabino Cohen, ya han sentenciado a Eugenio Pacelli, mucho antes de que los historiadores y los canonistas emitan sus pareceres.

En todo este asunto el que mejor ha reaccionado, demostrando una vez más su gran señorío, es sin duda el Papa, que expuso en su homilía de la misa del 9 de octubre (reproducida en la entreda anterior) la mejor defensa que su antecesor podía tener y en la que resonaron nuevamente, como el mentís más autorizado al rabino, las palabras que dedicó Golda Meir a Pío XII al conocer su muerte: "Cuando el martirio más espantoso golpeó a nuestro pueblo, durante los diez años de terror nazi, la voz del Pontífice se elevó en favor de las víctimas. Nosotros lloramos la pérdida de un gran servidor de la paz".

18 de octubre de 2008

Magnífica homilía del Santo Padre Benedicto XVI sobre el siervo de Dios Pío XII


MISA DE SUFRAGIO EN 50° ANIVERSARIO
DE LA MUERTE DEL SIERVO DE DIOS PÍO XII


HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica Vaticana
Jueves 9 de octubre de 2008

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

El pasaje del libro del Sirácida y el prólogo de la primera carta de san Pedro, proclamados como primera y segunda lecturas, nos ofrecen significativos elementos de reflexión en esta celebración eucarística, durante la cual recordamos a mi venerado predecesor el siervo de Dios Pío XII. Han trascurrido exactamente cincuenta años desde su muerte, que tuvo lugar en las primeras horas del 9 de octubre de 1958. El Sirácida, como hemos escuchado, ha recordado a todos los que se proponen seguir al Señor que tienen que prepararse para afrontar pruebas, dificultades y sufrimientos. Para no sucumbir a ellos —advierte— se necesita un corazón recto y constante, hacen falta la fidelidad a Dios y la paciencia, unidas a una inflexible determinación de mantenerse en el camino del bien. El sufrimiento afina el corazón del discípulo del Señor, como se purifica el oro en el fuego. "Todo lo que te sobrevenga, acéptalo —escribe el autor sagrado—; y en las humillaciones sé paciente, porque en el fuego se purifica el oro, y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación" (Si 2, 4-5).

San Pedro, por su parte, en el pasaje que hemos escuchado, dirigiéndose a los cristianos de las comunidades de Asia menor que se veían "afligidos con diversas pruebas", va incluso más allá: les pide que, a pesar de ello, "rebosen de alegría" (1 P 1, 6). En efecto, la prueba es necesaria —observa— "a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la revelación de Jesucristo" (1 P 1, 7). Y luego, por segunda vez, los exhorta a rebosar de alegría, incluso a exultar "de alegría inefable y gloriosa" (v. 8). La razón profunda de este gozo espiritual está en el amor a Jesús y en la certeza de su presencia invisible. Él hace inquebrantables la fe y la esperanza de los creyentes, incluso en las fases más complicadas y duras de su existencia.

A la luz de estos textos bíblicos podemos leer la vida terrena del Papa Pacelli y su largo servicio a la Iglesia, que comenzó en 1901 durante el pontificado de León XIII y continuó con san Pío X, Benedicto XV y Pío XI. Estos textos bíblicos nos ayudan sobre todo a comprender cuál fue la fuente de la que sacó valor y paciencia en su ministerio pontificio, realizado durante los atormentados años de la segunda guerra mundial y el período siguiente, no menos complejo, de la reconstrucción y de las difíciles relaciones internacionales que pasaron a la historia con el significativo nombre de "guerra fría".

"Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam". Con esta invocación del Salmo 50 comienza Pío XII su testamento. Y sigue: "Estas palabras, que, consciente de no ser digno y de no estar a la altura, pronuncié en el momento en que acepté, temblando, mi elección a Sumo Pontífice, con mayor fundamento las repito ahora". En ese momento faltaban dos años para su muerte. Abandonarse en las manos misericordiosas de Dios: esta fue la actitud que cultivó constantemente este venerado predecesor mío, último de los Papas nacidos en Roma y perteneciente a una familia vinculada desde hacía muchos años a la Santa Sede. En Alemania, donde llevó a cabo su misión de nuncio apostólico, primero en Munich y luego en Berlín hasta 1929, dejó tras de sí un grato recuerdo, sobre todo por haber colaborado con Benedicto XV en el intento de detener "la inútil matanza" de la gran guerra, y por haber percibido desde el principio el peligro que constituía la monstruosa ideología nacionalsocialista con su perniciosa raíz antisemita y anticatólica. Creado cardenal en diciembre de 1929, y nombrado poco después secretario de Estado, durante nueve años fue fiel colaborador de Pío XI, en una época marcada por los totalitarismos: el fascista, el nazi y el comunista soviético, condenados respectivamente en las encíclicas Non abbiamo bisogno, Mit brennender Sorge y Divini Redemptoris.

"El que escucha mi palabra y cree (...) tiene vida eterna" (Jn 5, 24). Esta afirmación de Jesús, que hemos escuchado en el Evangelio, nos hace pensar en los momentos más duros del pontificado de Pío XII cuando, al darse cuenta de que fallaban todas las certezas humanas, sentía gran necesidad, también mediante un constante esfuerzo ascético, de adherirse a Cristo, única certeza que no falla. La Palabra de Dios se convertía así en luz de su camino, un camino en el que el Papa Pacelli consoló a desplazados y perseguidos, tuvo que secar lágrimas de dolor y llorar las innumerables víctimas de la guerra. Sólo Cristo es verdadera esperanza del hombre; sólo confiando en él el corazón humano puede abrirse al amor que vence al odio.

Esta certeza acompañó a Pío XII en su ministerio de Sucesor de Pedro, ministerio que comenzó precisamente cuando se adensaban sobre Europa y sobre el resto del mundo las nubes amenazadoras de una nueva guerra mundial, que intentó evitar por todos los medios: "El peligro es inminente, pero todavía hay tiempo. Con la paz, nada está perdido. Todo puede perderse con la guerra", exclamó en su mensaje por radio del 24 de agosto de 1939 (AAS, XXXI, 1939, p. 334).

La guerra puso de relieve el amor que albergaba por su "Roma amada", un amor testimoniado por la intensa obra de caridad que promovió en defensa de los perseguidos, sin distinción alguna de religión, etnia, nacionalidad o ideología política. Cuando, tras la ocupación de la ciudad, le aconsejaron repetidas veces que dejara el Vaticano para ponerse a salvo, su respuesta fue siempre idéntica y decidida: "No dejaré Roma y mi puesto, aunque tuviese que morir" (cf. Summarium, p. 186). Los familiares y otros testigos hablaron también de privaciones de alimento, calefacción, ropa y comodidades, a las que se sometió voluntariamente para compartir las condiciones de la gente duramente probada por los bombardeos y las consecuencias de la guerra (cf. A. Tornielli, Pio XII, Un uomo sul trono di Pietro). Y ¿cómo olvidar el mensaje navideño pronunciado por radio en diciembre de 1942? Con la voz quebrada por la emoción deploró la situación de los "centenares de miles de personas, las cuales, sin culpa alguna, a veces sólo por razones de nacionalidad o raza, están destinadas a la muerte o a un progresivo deterioro" (AAS, XXXV, 1943, p. 23), con una clara referencia a la deportación y al exterminio perpetrado contra los judíos.

A menudo actuó de manera secreta y silenciosa, precisamente porque, consciente de las situaciones concretas de ese complejo momento histórico, intuía que sólo de ese modo se podía evitar lo peor y salvar el mayor número posible de judíos. Debido a estas intervenciones, recibió numerosos y unánimes testimonios de gratitud al final de la guerra, así como en el momento de su muerte, de las más altas autoridades del mundo judío, como, por ejemplo, de la ministra de Asuntos exteriores de Israel Golda Meir, que escribió lo siguiente: "Cuando el martirio más espantoso golpeó a nuestro pueblo, durante los diez años de terror nazi, la voz del Pontífice se elevó en favor de las víctimas", y concluyó con emoción: "Nosotros lloramos la pérdida de un gran servidor de la paz".

Lamentablemente, el debate histórico, no siempre sereno, sobre la figura del siervo de Dios Pío XII, ha descuidado algunos aspectos de su poliédrico pontificado. Fueron muchísimos los discursos, las alocuciones y los mensajes que dirigió a científicos, médicos y exponentes de los más variados grupos profesionales, algunos de los cuales conservan todavía hoy una extraordinaria actualidad y siguen siendo un punto seguro de referencia. Pablo VI, que fue su fiel colaborador durante muchos años, lo describió como un erudito, un estudioso atento, abierto a los modernos caminos de la investigación y de la cultura, con una fidelidad siempre firme y coherente tanto a los principios de la racionalidad humana como al intangible depósito de las verdades de la fe. Lo consideraba un precursor del concilio Vaticano II (cf. Ángelus del 10 de marzo de 1974).

En esta perspectiva, muchos documentos suyos merecerían ser recordados, pero me limito a citar sólo algunos. Con la encíclica Mystici Corporis, publicada el 29 de junio de 1943 mientras la guerra aún arreciaba, él describía las relaciones espirituales y visibles que unen a los hombres con el Verbo encarnado y proponía incluir en esa perspectiva todos los temas principales de la eclesiología, ofreciendo por primera vez una síntesis dogmática y teológica, que sería la base de la constitución dogmática conciliar Lumen gentium.

Pocos meses después, el 20 de septiembre de 1943, con la encíclica Divino afflante Spiritu estableció las normas doctrinales para el estudio de la Sagrada Escritura, poniendo de relieve su importancia y su papel en la vida cristiana. Se trata de un documento que testimonia una gran apertura a la investigación científica de los textos bíblicos. ¿Cómo no recordar esta encíclica mientras se están desarrollando los trabajos del Sínodo que tiene como tema precisamente: "La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia"? Se debe a la intuición profética de Pío XII la puesta en marcha de un serio estudio de las características de la historiografía antigua, para comprender mejor la naturaleza de los libros sagrados, sin debilitar ni negar su valor histórico. Un estudio profundo de los "géneros literarios", cuya finalidad era comprender mejor lo que el autor sagrado quiso decir, hasta el año 1943 se miraba con cierta sospecha, debido entre otras razones a los abusos que se habían producido.

La encíclica reconocía su justa aplicación, declarando legítimo su uso no sólo para el estudio del Antiguo Testamento, sino también del Nuevo. "Hoy, además, este arte —explicó el Papa— que suele llamarse crítica textual y en las ediciones de los autores profanos se emplea con gran aprobación y también con frutos, se aplica con pleno derecho a los Libros sagrados precisamente por la reverencia debida a la Palabra de Dios". Y añade: "El objetivo de ese arte es devolver al texto sagrado, con la mayor precisión posible, su contenido originario, limpiándolo de las deformaciones introducidas por los errores de los copistas y liberándolo de las glosas y lagunas, de la trasposición de palabras, de las repeticiones y de otros defectos de todo género, que en los escritos transmitidos a mano durante muchos siglos suelen infiltrarse" (AAS, XXXV, 1943, p. 336).

La tercera encíclica que quiero mencionar es la Mediator Dei, dedicada a la liturgia, publicada el 20 de noviembre de 1947. Con este documento el siervo de Dios impulsó el movimiento litúrgico, insistiendo en el "elemento esencial del culto", que "debe ser el interior: de hecho, —escribió— es necesario vivir siempre en Cristo, dedicarse por completo a él, para que en él, con él y por él se dé gloria al Padre. La sagrada liturgia requiere que estos dos elementos estén íntimamente unidos. (...) De otra forma, la religión se convierte en un formalismo sin fundamento y sin contenido".

Además, no podemos menos de mencionar el impulso notable que este Pontífice dio a la actividad misionera de la Iglesia con las encíclicas Evangelii praecones (1951) y Fidei donum (1957), poniendo de relieve el deber de toda comunidad de anunciar el Evangelio a las gentes, como el concilio Vaticano II hará con valiente vigor. Por lo demás, el Papa Pacelli demostró su amor a las misiones desde el inicio de su pontificado cuando, en octubre de 1939, quiso consagrar personalmente a doce obispos de países de misión, entre los cuales un indio, un chino, un japonés, el primer obispo africano y el primer obispo de Madagascar. Una de sus constantes preocupaciones pastorales fue, por último, la promoción del papel de los laicos, para que la comunidad eclesial pudiera aprovechar todos los recursos y las energías disponibles. También por este motivo la Iglesia y el mundo le están agradecidos.

Queridos hermanos y hermanas, mientras oramos para que continúe felizmente la causa de beatificación del siervo de Dios Pío XII, conviene recordar que la santidad fue su ideal, un ideal que propuso siempre a todos. Por eso impulsó las causas de beatificación y de canonización de personas pertenecientes a pueblos diversos, representantes de todos los estados de vida, funciones y profesiones, reservando un gran espacio a las mujeres.

Y precisamente indicó a María, la Mujer de la salvación, como signo de esperanza cierta para la humanidad cuando proclamó el dogma de la Asunción durante el Año santo de 1950. En este mundo que, como entonces, está afligido por preocupaciones y angustias por su futuro; en este mundo, donde, tal vez más que entonces, el alejamiento de muchos de la verdad y de la virtud deja entrever unos escenarios privados de esperanza, Pío XII nos invita a dirigir nuestra mirada a María elevada a la gloria celestial. Nos invita a invocarla con confianza, para que nos haga apreciar cada vez más el valor de la vida en la tierra y nos ayude a fijar la mirada en la meta verdadera a la que todos estamos destinados: la vida eterna que, como asegura Jesús, posee ya quien escucha y sigue su palabra. Amén.


© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana

4 de octubre de 2008

Misa Pontifical por Pío XII diferida

SODALITIVM INTERNATIONALE
PASTOR ANGELICVS

Comitatus pro commemoratione quinquagesimale (1958-2008)


SIPA 002/08

COMUNICADO URGENTE

1. Como se anunció en su momento, el Emmo. Sr. Cardenal Darío Castrillón Hoyos, presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, iba a celebrar una misa pontifical en la forma extraordinaria del rito romano en memoria del Siervo de Dios Pío XII, el próximo miércoles 8 de octubre, a las 11 horas, en la Capilla Paulina (Borghese) de la Basílica de Santa María la Mayor.

2. Razones de oportunidad han aconsejado diferir el sagrado rito, de manera que toda la atención se concentre en la magna y solemne ceremonia que, en conmemoración del cincuentenario del piadoso tránsito de su amado predecesor, presidirá Su Santidad el papa Benedicto XVI el próximo jueves 9 de octubre, a las 11:30 de la mañana, en la Basílica de San Pedro del Vaticano.

3. Oportunamente se comunicará nuevas fecha y hora exactas de la misa pontifical, que en todo caso tendrá lugar en la primera quincena del mes de marzo de 2009, en conmemoración del septuagésimo aniversario de la elección papal y coronación del Siervo de Dios Pío XII, como digno colofón de los homenajes del año pacelliano.

4. Deseamos expresar nuestro profundo agradecimiento al Emmo. Sr. cardenal Darío Castrillón Hoyos por su disponibilidad, su comprensión y la buena voluntad manifestada en todo momento hacia el SODALITIVM INTERNATIONALE PASTOR ANGELICVS, así como a todas aquellas personas que han interpuesto sus buenos oficios a favor de nuestras iniciativas.

† Barcelona, 4 de octubre de 2008.
Año Pacelliano

Rodolfo Vargas Rubio
SIPA Praeses

1 de octubre de 2008

Mons. Julián López Martín, obispo de León, habla sobre Pío XII

El Sr. Obispo de León, Mons. Julián López Martín, presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española, ha publicado ayer un artículo sobre Pío XII recordando el próximo cincuentenario de su tránsito. En él trata sobre su obra en materia litúrgica, que fue, a su entender, decisiva a la hora de abordar la cuestión el Concilio Vaticano II, cosa en la que estamos de acuerdo. Es más, siempre hemos creído que Pío XII es acreedor al título de Doctor Liturgicus ya sólo por haber escrito esa maravillosa encíclica -citada por Mons. López- que es Mediator Dei de 1947, auténtica Carta Magna del culto católico, que conviene tener más presente que nunca en estos tiempos de pax benedictina, en los que no hay ya pretexto para alzar un rito contra otro porque todos son una riqueza para toda la Iglesia.

Reproducimos, pues, por su interés el artículo del Sr. Obispo de León, agradeciéndole desde aquí su aportación al cincuentenario del gran Pío XII.


LA OBRA LITÚRGICA DEL PAPA PÍO XII

por Mons. Julián López Martín

El día 9 de octubre de 1958, en la villa pontificia de Castel Gandolfo, entregaba su alma a Dios el Papa Pío XII. Se cumplen ahora cincuenta años de la muerte del Pastor Angelicus como se le denominaba según la famosa lista atribuida a San Malaquías (†1148). Yo estaba aún en el Seminario Menor, entrando en la preadolescencia. Todavía conservo con cariño una estampa de Pío XII en actitud orante que el Obispo de Zamora nos había entregado a los seminaristas al regreso de la visita ad limina meses antes de la muerte del Papa. Y recuerdo la conmoción que produjo la noticia y el duelo que siguió, ampliamente difundido por la radio de entonces. Desaparecía el Pontífice que había llenado con su magisterio y su actividad los años sin duda más difíciles del siglo XX, los de la II Guerra Mundial, la guerra fría y la Iglesia del silencio.

Desde hace tiempo algunos consideran el pontificado de Pío XII como el final de una época, sobre todo cuando quieren remarcar el vuelco atribuido al Beato Juan XXIII y al Concilio Vaticano II. Sin embargo, vistas las cosas de manera más profunda, se aprecia que la muerte de Pío XII no sólo no significó una ruptura o discontinuidad en la vida de la Iglesia sino que ha existido un verdadero progreso en la continuidad según las claves interpretativas del Papa Benedicto XVI en su célebre discurso a la Curia Romana de 22-XII-2005, cuando afirmaba: “La constitución esencial de la Iglesia viene del Señor y nos ha sido dada para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna y, partiendo de esta perspectiva, podamos iluminar también la vida en el tiempo y el tiempo mismo” (AAS 98 [2006] 46).

Por medio de este artículo quiero asociarme a la acción de gracias al Señor por la vida y la obra del Papa Pío XII, particularmente en el campo litúrgico. Fue efectivamente Pío XII quien afirmó, ante los participantes en el Congreso Internacional de Liturgia de Asís (a. 1956), que el Movimiento litúrgico representó un paso del Espíritu Santo por la Iglesia, frase que hizo suya el Concilio Vaticano II (cf. SC 14) a la vez que recordaba "el valor inapreciable de la liturgia para la santificación de las almas y, por lo tanto, para la acción pastoral" (AAS 48 [1956] 712).

La obra litúrgica de Pío XII es igualmente inseparable de la realizada por sus predecesores, especialmente por San Pío X, el Papa que promovió el que los fieles tuviesen como fuente primera e indispensable de la vida cristiana la participación activa en la sagrada liturgia y en la oración de la Iglesia (cf. el Motu proprio Tra le sollecitudini de 22-XI-1903). El objetivo de aquel Pontífice era la santidad y dignidad de la liturgia y, más en concreto, el sentido sagrado, la belleza o bondad en las formas, y la universalidad de la música destinada a la liturgia. Con este fin promovió la restauración del canto gregoriano, la comunión frecuente y la admisión de los niños a la Eucaristía, llegando incluso a pensar en una revisión general del Breviario, del Misal Romano y del Calendario. Las líneas renovadoras trazadas por S. Pío X fueron explícitamente confirmadas 25 años después por Pío XI en la encíclica Divini Cultus de 20-XII-1928, en la que escribió otra célebre frase asumida también por el Vaticano II: la Iglesia desea que los fieles no asistan a la liturgia "como extraños a ella o como mudos espectadores, sino que, penetrados por la belleza de las realidades litúrgicas, participen en las ceremonias sagradas...” (AAS 21 [1929] 40; cf. SC 48).

Mientras tanto el Movimiento litúrgico, en sintonía con la renovación bíblica y eclesiológica, se había extendido y consolidado por toda Europa asimilando las aportaciones teológicas de D. Lambert Beauduin, Romano Guardini y Odo Casel entre otros grandes maestros. Todavía en plena guerra mundial se habían suscitado fuertes debates, primeramente acerca del significado de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo y, más tarde, entre los que presentaban la liturgia como el único cauce de la piedad de la Iglesia -denominada piedad objetiva- y los defensores de una espiritualidad individualista y de corte devocional -conocida como piedad subjetiva-. Sobre ambos temas se pronunció el Papa Pío XII. En efecto, en 1943 publicaba la encíclica Mystici Corporis, que trata de la misteriosa realidad de nuestra unión con Cristo, aportando así el fundamento de la auténtica participación en la liturgia (AAS 35 [1943] 193-248). Cuatro años después regalaba a la Iglesia la encíclica Mediator Dei (AAS 39 [1947] 521-595). Ambos documentos se complementan sobre todo a la hora de presentar la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, que asocia a sí a la Iglesia y nos santifica mediante los sacramentos. La conocida frase de Romano Guardini alusiva al “despertar de la Iglesia en las almas” (a. 1922) cobraba realismo y actualidad gracias a la liturgia. La eclesiología y la teología de la liturgia estaban caminando juntas. El punto de contacto entre ambas no era otro que el misterio de Jesucristo, presente en las acciones litúrgicas y celebrado a lo largo y a lo ancho del sagrado recuerdo que la Iglesia hace de su Señor en el curso del año, afirmaciones expresamente recogidas también por el Concilio Vaticano II (cf. SC 7; 102; etc.).

La encíclica Mediator Dei enseñó expresamente que la Eucaristía es centro y fuente de la verdadera piedad cristiana, ocupándose también de la participación de los fieles en el sacrificio eucarístico para poder obtener sus frutos de salvación. Con todo detalle analizó Pío XII el significado y el alcance de la participación. Ésta constituye un deber de los fieles, "no con un espíritu pasivo y negligente, discurriendo o divagando por otras cosas, sino de un modo tan intenso y tan activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote". La participación ha de ser, ante todo, interna, es decir, "ejercitada con ánimo piadoso y atento, a fin de unirse íntimamente al Sumo Sacerdote... y con él y por él ofrecer el sacrificio". Los fieles participan de modo activo al ofrecer el sacrificio eucarístico por ministerio del sacerdote, y en cuanto ellos mismos se ofrecen unidos a Cristo. La encíclica alaba a quienes "se afanan porque la liturgia, incluso externamente, sea una acción sagrada en la que tomen realmente parte todos los presentes".

La Encíclica describe también los modos de participar en la Misa: las respuestas al sacerdote, los cantos del Ordinario y de las partes propias de la solemnidad. En estos modos consiste la participación externa, que se hace activa cuando se une a la participación interna, y perfecta o plena cuando se produce la participación sacramental en la Comunión, por la que los fieles alcanzan más abundantemente el fruto del sacrificio eucarístico. Este modo de referirse a la participación de los fieles, subrayando la dimensión interna, es tomado por la Constitución litúrgica del Vaticano II y ha sido puesto de relieve también en la Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis del Papa Benedicto XVI (n. 52).

Pío XII publicó también, en 1955, un documento dedicado a la música sagrada, la encíclica Musicae Sacrae Disciplina (AAS 46 [1956] 5-25), en la que expuso el ideal de que toda la asamblea participe en el canto litúrgico. Parece evidente que deseaba continuar la obra renovadora de la liturgia iniciada por S. Pío X. Con este fin creó en 1948 una comisión especial, dentro de la Congregación de Ritos, que fue la encargada de preparar las sucesivas reformas efectuadas hasta el Concilio Vaticano II. Entre todas destacan la instauración de la Vigilia pascual en 1951 y de la Semana Santa en 1955. Con motivo del cincuentenario de esta reforma, asumida plenamente en las ediciones típicas del Misal Romano y de la Liturgia de las Horas promulgadas después del Concilio, se han publicado numerosos estudios que han puesto de relieve cómo aquella instauración ha contribuido decisivamente al “descubrimiento” del Misterio Pascual de Jesucristo sobre la base de los propios ritos y de los textos de la liturgia. Para ello se realizó una depuración de las adherencias que se habían acumulado en periodos de decadencia a la vez que las celebraciones se situaban en los momentos más adecuados de los días santos de acuerdo con la tradición litúrgica. Aquella reforma, efectuada en el centro mismo del año litúrgico, marcó también la pauta para plantear la renovación general de la liturgia por el Concilio Vaticano II.

Pío XII permitió rituales bilingües en la celebración de algunos sacramentos y concedió varios indultos para usar las lenguas modernas, dando también una autorización general de las misas vespertinas y modificando el ayuno eucarístico. Estas dos últimas medidas, efectuadas en 1953, contribuyeron decisivamente a facilitar la participación plena de los fieles en el Sacrificio eucarístico mediante la Comunión dentro de la propia celebración eucarística, como se reconoció expresamente en el Congreso Internacional Litúrgico de Asís el año 1956. Este Congreso supuso una verdadera recepción de la obra renovadora de la liturgia por aquel gran Pontífice. En el campo litúrgico como en otros aspectos de la vida y de la misión de la Iglesia, el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica postconciliar de Pablo VI y de Juan Pablo II son deudoras del magisterio y de las decisiones del Papa Pacelli.

+ Julián López Martín
Obispo de León
Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia
Fuente: Ecclesia Digital