31 de enero de 2010

Novena mensual al Venerable Pío XII



Con motivo de la declaración de virtudes heroicas de Pío XII, a quien podemos ya dar el título de Venerable desde el 19 de diciembre de 2010, se ha renovado el interés por su vida y pontificado, de lo cual el SIPA no puede por menos de regocijarse. Pero el conocimiento lleva naturalmente a la admiración y la admiración a la devoción. Por eso, al mismo tiempo que intentamos desde este blog contribuir a divulgar todo lo relativo al gran papa Pacelli, deseamos difundir más ampliamente su devoción con el objeto de tomarlo como modelo de vida cristiana y, al mismo tiempo, encomendarse a Dios por su intercesión. El R.P. Peter Gumpel, relator de la causa de beatificación, ha exhortado recientemente a pedir gracias por medio del venerable Pío XII para que pronto pueda aprobarse el milagro necesario para su beatificación. Recogiendo esta recomendación proponemos la idea de una novena mensual en su honor a hacerse nueve días antes del 9 de cada mes (como se sabe, el Papa murió un 9 de octubre). En ella se pueden pedir las gracias que más se necesiten, pero, sobre todo, que Dios se digne glorificar a su siervo en esta tierra con el honor de los altares.




El calendario para esta novena mensual correspondiente al año 2010 es como sigue:

Jueves 31 de diciembre de 2009 a viernes 8 de enero de 2010
Domingo 31 de enero a lunes 8 de febrero
Domingo 28 de febrero a 8 de lunes marzo
Miércoles 31 de marzo a jueves 8 de abril
Viernes 30 de abril a sábado 8 de mayo
Lunes 31 de mayo a martes 8 de junio
Miércoles 30 de junio a jueves 8 de julio
Sábado 31 de julio a domingo 8 de agosto
Martes 31 de agosto a miércoles 8 de septiembre
Jueves 30 de septiembre a viernes 8 de octubre
Domingo 31 de octubre a lunes 8 de noviembre
Martes 30 de noviembre a miércoles 8 de diciembre
Viernes 31 de diciembre de 2010 a sábado 8 de enero de 2011




Como fórmula de la Novena se propone la oración compuesta por Mons. Petrus Canisius van Lierde (que se incluye en estas líneas) acompañada de tres Pater, Ave y Gloria Patri y una Salve a la Madonna Salus Populi Romani (la Santísima Virgen bajo la advocación de Salvadora del Peublo Romano venerada en la Basílica romana de Santa María la Mayor), a la cual el venerable Pío XII profesó especial devoción, coronándola canónicamente el 1º de noviembre de 1954. El rezo se puede acompañar de la lectura meditada de la vida de Eugenio Maria Pacelli o de alguno de los documentos de su rico magisterio. Invitamos a todos a observar esta práctica piadosa, en la seguridad de que Nuestro Señor escuchará las plegarias de quienes le invoquen por intercesión del venerable Pío XII.


Venerabilis Pie XII: ora pro nobis

19 de enero de 2010

Más sobre el milagro atribuido a Pío XII




Al hilo de la información que este blog fue el primero en dar en español, publicamos con mucho gusto la traducción hecha por nuestros amigos de La Buhardilla de Jerónimo del artículo que el periodista Andrea Tornielli ha publicado en Il Giornale sobre el milagro que se atribuye al Venerable Pío XII, dando interesantísimos detalles del mismo, como que el papa Wojtyla habría favorecido desde el otro mundo la causa de su predecesor, lo cual no deja de ser extraordinario. Como siempre, agradecemos a La Buhardilla de Jerónimo su disponibilidad para con todo lo referente al Venerable Pío XII.



El milagro de Pío XII y el rol de Juan Pablo II


Hay un presunto milagro atribuido a la intercesión de Pío XII que podría llevar, en plazo relativamente breve, a su beatificación. Un milagro que vería implicado, de modo misterioso, también a Juan Pablo II, el decreto de cuya heroicidad de las virtudes fue promulgado por Benedicto XVI el mismo día que el del papa Pacelli: la curación de una joven madre de un linfoma maligno. En estas circunstancias, el condicional es obligatorio, pero el caso está siendo atentamente analizado por la postulación de la causa y por la diócesis de Sorrento-Castellammare di Stabia, donde ha ocurrido. La noticia ha sido hecha conocida por el periódico online Petrus, sin ningún detalle, pero con la importante confirmación del vicario de la misma diócesis. Il Giornale ha podido ahora reconstruir el asunto, que será estudiado en los próximos meses.

Estamos en el 2005, poco tiempo después de la muerte del Papa Wojtyla. Una joven pareja que ya ha tenido dos niños, espera un tercero. Para la madre de treinta y un años, que es maestra, el embarazo se presenta difícil: tiene fuertes dolores y los médicos no logran inicialmente comprender el origen de sus molestias. Finalmente, después de muchos análisis y una biopsia, se le diagnostica un linfoma de Burkitt, tumor maligno del tejido linfático más bien agresivo, que frecuentemente aparece en los huesos mandibulares y se extiende a las vísceras del abdomen y la pelvis y al sistema nervioso central. La espera de la nueva vida que la mujer lleva en su seno se transforma en un drama. El marido de la mujer comienza a rezar al Papa Wojtyla, fallecido poco tiempo atrás, para pedirle que interceda por su familia. Una noche, el hombre ve en sueños a Juan Pablo II. “Tenía el rostro serio. Me dijo: «Yo no puedo hacer nada, debéis rezar a este otro sacerdote...». Me mostro la imagen de un sacerdote magro, alto, delgado. Yo no lo reconocí, no sabía quién era”. El hombre permaneció preocupado por el sueño pero no pudo identificar al sacerdote que Wojtyla le indicó. Pocos días después, abriendo casualmente una revista, encontró una foto del joven Eugenio Pacelli que llamó su atención. Era el que había visto retratado en el sueño.

Consagración episcopal de Mons. Karol Wojtyla:
Pío XII lo preconizó obispo en 1958


Se pone en marcha una cadena de oración para pedir la intercesión de Pío XII. Y la mujer sanó después de los primeros tratamientos. El resultado se considera tan importante que los médicos piensan en un posible error en el diagnóstico inicial. Pero los exámenes y la historia clínica confirman la exactitud de los resultados de los primeros análisis. El tumor desapareció, la mujer está bien, tuvo su tercer hijo, y volvió a su trabajo y escuela. Luego de dejar pasar un poco de tiempo, es ella quien se dirige al Vaticano para señalar su caso.

Una confirmación del vicario general de la diócesis de Sorrento-Castellammare di Stabia, don Carmine Giudici: “Es todo cierto – ha declarado a Petrus -, la Santa Sede nos ha comunicado un milagro por intercesión de Pío XII. El arzobispo Felice Cece ha decidido, por lo tanto, instituir en días el correspondiente Tribunal diocesano”. Este tribunal será el que examine el caso para formular una primera sentencia. Si es positiva, los documentos pasarán a Roma, a la Congregación para las Causas de los Santos: aquí deberán ser estudiados primero por la Consulta médica, llamada a pronunciarse sobre la imposibilidad de explicar la curación. Si también los médicos que colaboran con la Santa Sede dicen sí, el caso de la madre curada será discutido primero por los teólogos de la Congregación, luego por los cardenales y obispos. Sólo después de haber superado estas tres etapas de juicio, el expediente sobre el presunto milagro llegará al escritorio de Benedicto XVI, que es quien decidirá sobre el reconocimiento final. Entonces, y sólo entonces, el Papa Pacelli podrá ser beatificado.

La institución de un Tribunal diocesano y la eventual llegada de la documentación al dicasterio que estudia los procesos de beatificación y canonización no significan ningún reconocimiento sino sólo que el caso en cuestión es juzgado interesante y digno de atención. Por lo tanto, es totalmente prematuro predecir desarrollos, aún más imaginar fechas. Lo que impresiona, en la historia de la familia de Castellammare di Stabia, es el rol que tuvo en el asunto el papa Wojtyla, que en sueños habría sugerido al marido de la mujer rezar a aquel “sacerdote delgado”, que luego se revelaría como Pacelli. Casi parecería que Juan Pablo II hubiese querido, de algún modo, ayudar a la causa de su predecesor. La noticia del presunto milagro ha llegado al Vaticano pocos días antes de que Benedicto XVI promulgara el decreto sobre las virtudes heroicas de Wojtyla y, sorpresivamente, desbloquease también el de Pío XII, que estaba en espera por dos años con motivo de ulteriores verificaciones en los archivos vaticanos.


¡Dos grandes papas, dos futuros santos!


17 de enero de 2010

¿Milagro de Pío XII? Noticia en el día en el que Benedicto XVI ha dicho en la Sinagoga que Pío XII socorrió a los judíos



Curación milagrosa atribuida a Pío XII en Castellamare di Stabia. La curia diocesana: “Es verdad. Nos ha informado el Vaticano”. El Obispo establece el Tribunal diocesano para valorar el caso


Por: Gianluca Barile


Castellmmare: ¿milagro al pie del Vesubio?


Ciudad del Vaticano.– Nuestro periódico, tras haber efectuado una serie de verificaciones, está en posición de ofrecer una exclusiva a nivel mundial: el Vaticano se está ocupando de un presunto milagro, ocurrido hace pocas semanas, atribuido a la intercesión de Pío XII.

Ha sido curada prodigiosamente de un mal incurable después de haber rezado al papa Pacelli una persona de Castellamare di Stabia (provincia de Nápoles), ante el estupor de los médicos, que han podido constatar la regresión del cáncer que padecía sin saber ni poder dar una explicación científica. La persona en cuestión tomó papel y pluma y, adjuntando su expediente clínico, escribió a la Santa Sede refiriendo su propia vivencia. Considerando que el testimonio era atendible, el Vaticano pidió inmeditamente al arzobispo de Sorrento-Castellammare di Stabia, Mons. Nicola Cece, instalar el Tribunal archidiocesano para convocar a la persona interesada, recabar todos los documentos, emitir una primera valoración y enviar el expediente a la Congregación para las Causas de los Santos. Será este último organismo, en efecto, a través de un estudio teológico y médico-científico de la documentación, el que establezca si la curación que la persona en cuestión atribuye a Pío XII es o no sobrenatural. Entonces corresponderá al Papa inscribir al Pastor Angelicus en el catálogo de los Beatos. Para la canonización, sin embargo, hará falta otro milagro.

De momento no nos es dado saber si el protagonista es hombre o mujer, pero el mal prodigiosamente desaparecido después de haber invocado a Pío XII sería un cáncer. De todo habría sido informado ya el relator de la causa de beatificación, el Padre Peter Gumpel, S.I. La noticia del presunto milagro llega a casi un mes de la aprobación del decreto de virtudes heroicas del papa Pacelli por parte de Benedicto XVI y ha sido confirmada por el vicario general de la archidiócesis de Sorrento-Castellammare di Stabia, Don Carmine Giudici: “Es verdad todo. La Santa Sede nos ha comunicado que fue contactada por un fiel de nuestra diócesis que sostiene de haber obtenido un milagro por intercesión de Pío XII. El Arzobispo ha decidido, por tanto, instituir el correspondiente tribunal diocesano”. Naturalmente, la cautela es obligatoria, pero después de haber dado una ojeada “informal” a la historia clínica del habitante de Castellammare di Stabia que proclama el milagro, parece que existen de verdad todos los elementos y las condiciones para llegar, a través de esta curación, a la beatificación del Pastor Angelicus. Un papa amadísimo por el pueblo cristiano, aunque muy criticado por amplios sectores de la comunidad judía que lo acusan de haberse culpablemente callado sobre el Holocausto.

Los historiadores y la Iglesia siempre han reiterado con energía que Pío XII escogió la vía del silencio no por complicidad con el régimen de Hitler o por cobardía, sino para no empeorar aun más la situación, es decir, para no empujar a los nazis a perseguir y matar a un número mayor de judíos como represalia contra eventuales denuncias del Obispo de Roma. El pontífice de la Segunda Guerra Mundial prefirió, así, los hechos a las palabras, ordenando a parroquias, conventos, seminarios, monasterios, en fin, a todo tipo de estructura religiosa sometida a su jurisdicción, acoger y proteger a todos los judíos que lo necesitaran. Dentro del mismo Vaticano y de la residencia papal de Castelgandolfo, muchos dependientes eran, en realidad, judíos escondidos por voluntad del Santo Padre. Obra ésta, la de Pío XII, que ayudó, incluso, a la conversión del entonces Gran Rabino de Roma. Obra, sin embargo, que para la comunidad judía, en especial la de Roma, a la que Benedicto XVI ha visitado precisamente hoy*, no es suficiente para cerrar el capítulo de las polémicas. De hecho, en una declaración que siguió a la aprobación del decreto de virtudes heroicas de Pío XII, el director de la Oficina de Prensa vaticana, Padre Federico Lombardi, S.I., quiso precisar que, al declarar Venerable al papa Pacelli, no se pretendía emitir un juicio histórico sobre su acción.

Benedicto XVI, por su parte, nunca ha hecho misterio de su enorme admiración por Pío XII y varias veces ha alabado y resaltado públicamente su diligente compromiso, real y concreto en defensa del pueblo judío, víctima de la barbarie nazi. El decreto sobre heroicidad de virtudes de Pío XII (listo desde hacía dos años y medio, pero firmado por Ratzinger sólo tras ulteriores revisiones) ha sido publicado simultáneamente con el de otro gran Siervo de Dios, Juan Pablo II. Esta circunstancia hizo pensar en un primer momento que la beatificación de ambos papas podría verificarse contemporáneamente. Pero, al contrario de Wojtyla (que será elevado al honor de los altares presumiblemente en octubre de este año), faltaba un milagro parta hacer avanzar el proceso del papa Pacelli. Ahora el milagro podría haber efectivamente tenido lugar, por primera vez desde la muerte de este inolvidable pontífice, ocurrida en 1958, después de una vida intensa consumida al servicio del pueblo de Dios.


*Nota.- A poco de aparecer este artículo, el servicio de información de la Santa Sede ha hecho público el discurso del Santo Padre Benedicto XVI en el curso de su visita a la Sinagoga de Roma (a la que se refiere Gianluca Barile). Pues bien, el Papa, de una manera que todos han podido entenderlo y sin que pueda acusársele de provocación, ha dejado claro Pío XII no se mostró indiferente o inactivo frente al sufrimiento de los judíos perseguidos. He aquí el párrafo donde el papa Ratzinger se pronuncia:

"¿Cómo no recordar en este lugar a los judíos romanos que fueron arrancados de sus casas, frente a estos muros, y con horrendo tormento acabaron muertos en Auschwitz? ¿Cómo es posible olvidar sus rostros, sus nombres, las lágrimas, la deseperación de hombres, mujeres y niños? El exterminio del pueblo de la Alianza de Moisés, primero anunciado y después sistemáticamente programado y llevado a cabo en la Europa bajo dominio nazi, llegó aquel día trágicamente también a Roma. Por desgracia, muchos permanecieron indiferentes, pero otros muchos, católicos italianos entre ellos, sostenidos por la fe y las enseñanzas cristianas, reaccionaron con coraje, abriendo sus brazos para socorrer a los judíos perseguidos y fugitivos, a menudo con riesgo de la propia vida, mereciendo así una perenne gratitud. También la Sede Apostólica desarrolló una acción de socorro, frecuentemente escondida y discreta”.

La Sede Apostólica o Santa Sede es una expresión que ha sido siempre entendida como la posición del Papa en tanto cabeza suprema de la Iglesia Católica. De hecho es el Papa o Romano Pontífice su titular. Por extensión, Santa Sede se refiere al gobierno central de la Iglesia, conformado por el Papa y la Curia Romana. De modo que, decir que la Sede Apostólica ayudó a los judíos en los trágicos tiempos de la persecución y el exterminio equivale a decir que fueron Pío XII y sus colaboradores, lo que la Historia confirma. ¡Magníficas palabras del sabio Benedicto XVI!


16 de enero de 2010

Magnífico análisis sobre el supuesto "silencio" del Venerable Pío XII

La decisión del Santo Padre Benedicto XVI de firmar el decreto de virtudes heroicas de dos de sus predecesores –Pío XII y Juan Pablo II– el 19 de diciembre pasado, desató, como se sabe una oleada de comentarios (la mayoría críticos y adversos) por lo que se refiere a la causa de beatificación de Eugenio Pacelli, que con este acto papal, quedaba desbloqueada después de más de dos años de espera desde el unánime dictamen favorable de la comisión de cardenales y obispos de la Congregación para las Causas de los Santos. El semanario France Catholique publicó el 24 y el 26 de diciembre un análisis de la cuestión que nos parece lo mejor que se ha escrito en mucho tiempo en la materia. Su autor es el periodista y ensayista Gérard Leclerc (Hirson, 1942), editorialista del periódico (foto), el cual gentilmente nos ha autorizado a traducir su artículo para el blog del SIPA, por lo cual le estamos muy agradecidos.


El silencio de Pío XII

Por: Gérard Leclerc


Sábado 19 de diciembre: ¡sorpresa! Benedicto XVI dio su beneplácito al mismo tiempo a los procesos de beatificación de los papas Juan Pablo II y Pío XII. La aprobación del decreto de virtudes heroicas del primero era esperada y estaba programada. La del segundo ha sido imprevista y ha suscitado la pregunta que se hacen muchos acerca de las razones que han llevado al Papa a precipitar las cosas en lo concerniente a su predecesor del tiempo de la Segunda Guerra Mundial a pesar del enorme juicio de sospechas desatado desde hace casi cincuenta años en su contra. Sobre esto tengo mi propia hipótesis, que es bastante sencilla. No hay por qué retardar la decisión sobre un proceso cuando las conclusiones de la Congregación para las Causas de los Santos son positivas y han sido unánimemente aprobadas por la correspondiente comisión de cardenales y obispos. Si no, se debe entonces dejar de lado definitivamente la causa de Eugenio Pacelli como incompatible con la corriente de la opinión pública y el veto impuesto por los medios de comunicación. Se me replicará que el verdadero problema concierne a la comunidad judía internacional y a las relaciones existentes entre la Iglesia Católica y el judaísmo.

Si en verdad fuera éste el caso, soy de la opinión que una suspensión sería la peor de las soluciones y que el diálogo judeo-cristiano no ganaría nada en absoluto de una lamentable sumisión a una imposición externa. De otro modo, habría que explicar claramente que hay graves razones que se oponen a una beatificación y que son de un orden completamente ajeno al de la oportunidad política o mediática. Espero, pues, con firmeza que se me indique cuáles serían esas graves razones o “la razón determinante”. En lo que a mí concierne y después del examen de un “caso” que dura casi medio siglo, yo no la veo. Todo comenzó con la pieza teatral El Vicario, estrenada en 1963. Su autor, Rolf Hochhuth, pone en escena al papa Pío XII con la pretensión de arrojar luz sobre sus intenciones y sus reacciones a la tragedia del exterminio de los judíos. Lo menos que de ello se puede decir es que Hochhuth tiene en la cabeza una tesis que quiere imponer al espectador de la obra y que se revela como un proceso totalitario y un descarado montaje histórico.

¡Qué importa! Desde 1963 esta tesis es generalmente aceptada y no solamente como plausible, sino como perfectamente conforme a la realidad de los acontecimientos. Lo que ya por sí mismo constituye un objeto de reflexión y de perplejidad. Hochhuth no sólo ha sido tomado en serio, sino autentificado como el más imparcial de los intérpretes de la actitud de Pío XII durante la guerra. Sin ninguna distancia crítica las más de las veces. Ciertamente, una sobreabundante literatura iba a surgir de la controversia de El Vicario (foto del cartel), pero fundada a menudo sobre los mismos presupuestos, los mismos fantasmas y la ausencia de todo examen histórico serio.

Es por ello por lo que el papa Pablo VI, que fue el colaborador directo de Pío XII en la Secretaría de Estado, indignado por el proceso lanzado contra su predecesor, decidió, sin dilación, romper la cláusula que prohibía la publicación de los archivos de la guerra antes del plazo de rigor. Cuatro historiadores jesuitas se pusieron a la tarea, entre ellos el P. Pierre Blet, que al morir, el 29 de noviembre último, era el último sobreviviente del grupo. Tuve la ocasión de conversar largo y tendido con él, que era verdaderamente el más sabio e íntegro de los historiadores. Refutaba todas las alegaciones de genet que pretendía que el Vaticano retenía piezas esenciales incómodas para Pío XII. Todo había sido rigurosamente publicado (en lo que concierne a la Secretaría de Estado) en los 12 volúmenes editados por la Santa Sede entre 1965 y 1982.

Comprendo, por supuesto, la impaciencia de los investigadores que querrían acceder a las piezas materiales de los archivos, pero no deben hacerse ilusiones. No encontrarán nada inédito como esperan. Es algo extraño que muchos se obstinen en cultivar el mito de los archivos escondidos cuya revelación traería por fin la luz sobre un pasado ignorado. ¡Pura mitología! Pero todo es de naturaleza pasional desde el origen del asunto. Todo ocurre como si el expediente mismo, con sus múltiples piezas reunidas, fuera secundario. Me quedo pasmado por la ligereza de mis estimados colegas, incluso cuando uno de ellos editorializa sentenciosamente en un periódico de referencia. Es manifiesto que no conocen casi nada de los hechos y no parecen querer saber más.

Un ejemplo, importante por lo demás, ya que se trata de comprender lo que pasó en la misma Roma desde el momento en el que se comprobó que era toda comunidad judía de la ciudad la que se hallaba en peligro. Un primer convoy –es verdad– dejó desgraciadamente Roma rumbo al peor de los destinos. Se reprocha a Pío XII de no haber intervenido para detener dicho convoy. Pero él no pudo sino protestar a posteriori, pues, aun cuando se le advirtió muy pronto, el hecho ya estaba consumado. Lo que es cierto es que el Papa intervino inmediatamente para socorrer al conjunto de la comunidad judía. Varios miles de judíos serían acogidos en casas religiosas (especialmente contemplativas, cuya clausura será levantada al efecto) y en el mismo territorio vaticano, en Castelgandolfo y hasta en el Palacio Apostólico, cerca del mismísimo Papa. Aquí se han llegado a contar cuatrocientas cincuenta personas refugiadas, hasta en los corredores del palacio, entre las cuales se encontraba el Gran Rabino de Roma, Israel Zolli.

Después de la guerra, Israel Zolli (foto) se hará bautizar con el nombre de Eugenio-Maria Zolli. Eugenio, por Eugenio Pacelli, a propósito de quien el que antiguo Gran Rabino debía escribir: «La resplandeciente caridad del Papa, inclinado sobre todas las miserias engendradas por la guerra, su bondad para con mis correligionarios acosados fueron para mí como el huracán que barrió mis escrúpulos de hacerme católico». Pero su decisión fue de orden estrictamente personal e íntimo. Zolli no se convirtió por agradecimiento a Pío XII, sino que su propia trayectoria espiritual lo llevó a reconocer en Cristo al heredero de las Promesas y a la figura del Siervo Sufriente.

Según su hija, Zolli había profetizado el papel de chivo expiatorio del que se iba a hacer portador a Pío XII. ¿Cómo podrían hoy ser ignorados tales testimonios? Es verdad que el tiempo pasa y que los datos en masa que eran los de la memoria romana de postguerra han podido difuminarse. El cardenal Paul Poupard, que es actualmente uno de los relevos de esa memoria por haber conocido bien a personas que vivieron esa época, se acuerda de que en Roma, en el momento de la ocupación nazi, muchos reprochaban a Pío XII que hacía demasiado por los judíos, hasta el punto de poner en peligro a la comunidad católica.

¿Por qué, entonces, ese afán de venganza contra el papa de la guerra? Debe haber razones psicoanalíticas en esta violencia incesantemente realimentada respecto a la única grande personalidad de la época que se opuso concretamente a la persecución y que acudió en ayuda del pueblo judío. El carácter inaudito de la desgracia de todo un pueblo es insoportable y parece insuficiente de abandonar en Hitler y su banda de criminales toda la responsabilidad. Pío XII es un chivo expiatorio proporcionado a la inmensidad del mal, habida cuenta del altísimo cargo que reposaba sobre sus espaldas. Hochhuth lo representa lavándose las manos de la masacre que iba a producirse, marcándolo para siempre con la ignominia de la más aplastante de las culpas. Desde ese día, Pacelli está inscrito en la conciencia colectiva como el culpable supremo, marcado por el hierro candente de la vergüenza. Es extremadamente difícil luchar contra una representación semejante, que se ha adentrado en lo más recóndito del imaginario colectivo. Las refutaciones históricas parecen trágicamente inadecuadas para borrar la idea arquetípica.

Y, sin embargo, todo lo que se expone a título de acusación es falso. Dejo aparte, provisionalmente, la cuestión del “silencio”, que es específica y que merece una particular atención.


1) ¿Es necesario detenerse en el supuesto contraste entre la intransigencia de Pío XI (hombre que ha mantenido la imagen misma de la inflexibilidad) frente al nazismo y la pretendida indulgencia de su sucesor? Ambos hombres tenían caracteres muy diferentes, lo que podía determinar conductas diferentes. Pero deducir de ello una diferencia de fondo sobre la apreciación del nazismo no se sostiene, tanto más cuanto que ni siquiera existe una oposición de conductas observable. El Papa y su Secretario de Estado caminaron siempre con igual paso en el trato de los asuntos de Alemania y tenían la misma aversión al nazismo. ¿Hace falta recordar que fue Pacelli el principal redactor de la encíclica Mit brennender Sorge?

2) Los adversarios de Eugenio Pacelli pretenden que su apego a Alemania y a su cultura explicarían su solidaridad con un país del cual nunca quiso ser adversario. Afirmación especiosa e incluso falsa en todos sus puntos. Pacelli jamás tuvo la menor indulgencia hacia Hitler, el partido nazi y su política. Y si era solidario, por definición, de los católicos alemanes y de su episcopado, estuvo siempre al lado de los más resistentes y de los más intratables respecto del nazismo. Sus amigos más queridos entre los obispos alemanes eran los más duros, como Monseñor von Preysing, arzobispo de Berlín, y Monseñor von Galen, “el León de Munster”, algunas de cuyas intervenciones aprendió de memoria el Papa, tanta era su adhesión y admiración a su autor.

Por otra parte, la consciencia que Pío XII tenía de la maldad diabólica de Hitler lo llevó a alentar la resistencia alemana, civil y militar, que tenía el proyecto de un golpe de Estado en los primeros meses de 1940 y quería negociar con los británicos. El Papa hizo dos veces de intermediario entre este movimiento de resistencia y el gabinete de guerra de Londres. Fue el ataque de la Wehrmacht del 10 de mayo en el Oeste el que puso fin al plan acordado (cf. Xavier de Monclos: Les chrétiens face au nazisme et au stalinisme, Plon 1983).

3) Muchas veces se ha repetido la acusación según la cual Pío XII, obsesionado por el peligro comunista, habría minimizado el peligro nazi hasta el punto de preferir la victoria de Hitler a la de Stalin. Si bien es verdad que no subestimaba el peligro staliniano (y tenía buenos motivos para ello), el Papa jamás pensó que el nazismo fuera un mal menor frente al comunismo. Ninguna prueba seria ha podido nunca presentarse en apoyo de semejante reproche. Es más: Pío XII se opuso a que la condenación del comunismo en la encíclica Divini Redemptoris sirviera de argumento contra la legitimidad de la ayuda norteamericana a la Unión Soviética. Dice Monclos: «El Papa hizo saber al representante del presidente Roosevelt, Myron Taylor, que el comunismo había sido condenado y que esta condena permanecía vigente, pero que no había abrigado nunca ni podía abrigar sino sentimientos paternales hacia el pueblo ruso».

¿Es oportuno a este punto volver sobre la cuestión de la “famosa” encíclica contra el antisemitismo, preparada bajo Pío XI y no publicada por Pío XII? Me pregunto si aquellos que imputan al papa Pacelli la culpa de no haber retomado ese texto como suyo lo han leído realmente. Tengo serias dudas. Tuve conocimiento de la “encíclica” o más bien del documento de trabajo en cuestión desde que fue publicado en forma de libro (L’encyclique cachée de Pie XI, éd. La Découverte, 1994). Se me aclararon las cosas. A pesar de sus buenas intenciones, La unidad del género humano retomaba un buen número de motivos del viejo antijudaísmo cristiano y justificaba incluso legislaciones de excepción respecto a los judíos en los países occidentales. No es absolutamente el tono ni, sobre todo, el contenido de Nostra Aetate, la declaración del Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, que operó una rectificación teológica a propósito del judaísmo. La mentalidad del jesuita estadounidense John La Farge, a quien Pío XI había encargado elaborar un proyecto de texto contra el racismo, estaba muy lejos de la doctrina conciliar. Debo añadir que la revelación editorial de dicho proyecto fue acompañada de maniobras y de chapuzas destinadas a tomar el relevo en la ofensiva contra la memoria de Pío XII.

¿Hubo conexión Hochhuth-Hudal?

De todos modos, existe el enigma Hochhuth. ¿Por qué su pieza El Vicario marca un giro crucial que llega a modificar de arriba abajo la imagen hasta entonces muy positiva del papa Pío XII frente al nazismo? Haría falta que algún día un verdadero historiador acometa el tema. ¿Quién inspiró a este joven novicio? ¿Quién le proporcionó la documentación y le indicó las líneas de acusación? No tengo ningunas ganas de fantasear sobre el papel de los servicios secretos soviéticos, sin perjuicio de la polémica suscitada al cabo de muchos años y alimentada por la confesión de un antiguo agente rumano, Yon Mihai Pacepa. Este testimonio ha sido vivamente discutido por los especialistas, a pesar de los inquietantes elementos que conlleva. Los historiadores serios que he podido consultar son, sin embargo, concordes en la opinión de que el rol de los soviéticos en las campañas denigratorias contra Pacelli es constante desde el final de la guerra y se explica por la oposición frontal del Vaticano a las persecuciones religiosas en el mundo comunista. Lo que yo ignoraba es que Monseñor Alois Hudal, personaje turbio, sostenedor comprobado del régimen nacionalsocialista, se habría vengado de Pío XII por haberlo dejado de lado, inspirando directamente El Vicario. Decididamente ahí hay un libro para escribir.

4) Más de una vez me ha sorprendido que no se piense en recordar el papel heroico de Monseñor Angelo Rotta (foto), nuncio apostólico en Budapest durante la guerra. Sin embargo, los medios de comunicación evocan regularmente –y a justo título– la extraordinaria figura de Raoul Wallenberg, hombre de negocios sueco misteriosamente desaparecido después de haber sido raptado por los soviéticos en enero de 1945. Recuerdo una teleserie en la que se rememoraba de manera notable su extraordinaria empresa para salvar a los judíos húngaros. En el film no se cesaba de asociarle a Monseñor Rotta, que no dejó de trabajar con él, codo con codo, con el mismo propósito. Pero el nuncio de Pío XII ejerció también su misión de manera autónoma, distribuyendo millares de certificados de bautismo. Por lo demás, fue reconocido como “justo entre las naciones” en el memorial de Yad Vashem. Se cuenta que él mismo se interpuso entre las víctimas y los verdugos en la estación de Budapest para impedir la partida de un tren hacia los campos de exterminio. Al final, logró extraer un centenar de personas a las que había entregado pasaportes vaticanos.

Hubo también otros representantes de Pío XII que desempeñaron un papel análogo en otros países: Monseñor Giuseppe Burzio en Eslovaquia, Monseñor Andrea Cassulo en Rumanía, Monseñor Angelo Giuseppe Roncalli en Turquía, el sacerdote Marcone también en Eslovaquia. Unos y otros obraron conforme a las instrucciones del Papa y de la Secretaría de Estado, interviniendo ante los gobernantes para hacerse los intérpretes de las protestas de la Iglesia.

En cuanto a los hechos, he aquí, pues, al menos algunos elementos. Pero volvamos a la cuestión del silencio, que constituye ella misma un capítulo distinto de crítica. La admito con mayor motivo por el hecho de que se trata de un orden particular que atañe a la conciencia personal de un hombre colocado en una situación excepcionalmente dramática y que no responde de sus determinaciones sino a Dios. En tres siglos y en más se estará siempre en el derecho de preguntarse sobre si las decisiones del Papa de la Segunda Guerra Mundial estuvieron bien fundadas. Él explicó abiertamente, delante de los cardenales romanos el 2 de junio de 1943, las razones por las cuales no podía hablar más claramente contra el exterminio (que había, sin embargo, denunciado en su mensaje de Navidad de 1942). Su obsesión era la de no agravar la suerte de los perseguidos y la de no acarrear otras persecuciones contra los católicos. Veo que las amistades judeo-cristianas echan también en cara al Papa su silencio, poniendo de relieve su misión «de iluminar al pueblo cristiano mediante sus enseñanzas, independientemente de las circunstancias, en nombre de las exigencias de la Palabra de Dios de la cual es el primer intérprete según la tradición católica».

Pío XII también tuvo que callar sobre la persecución
contra los católicos en la Wartheland (Polonia)

Confieso que, a la vez, soy sensible al argumento y me siento perplejo ante el caso preciso. ¡Como si pudiera caber la mínima duda sobre la reprobación moral del exterminio! El dilema de Pío XII hay que reconducirlo al drama de un cuerpo a cuerpo con el exterminador que hubiera implicado todavía más víctimas. Lo cual no sólo era válido respecto a los judíos. Pío XII se encontró ante un caso idéntico de conciencia cuando Polonia fue invadida y repartida entre Hitler y Stalin en 1939. La experiencia del Wartheland (foto arriba), un territorio de 46.000 km2, fue terrible. Según la expresión de Xavier de Monclos, «Hitler soltó allí su jauría» y aquello desembocó en una espantosa persecución de la Iglesia Católica. Ahora bien, en este caso preciso Pío XII «fue tan prudente y reservado como en el del genocidio judío».

No obstante, en un primer momento, Radio Vaticano había reaccionado enérgicamente. Pero frente a la perspectiva de represalias, Pío XII renunció a la protesta pública: «Nos deberíamos fulminar palabras de fuego contra esto; el único motivo que nos retiene de hacerlo es saber que, si habláramos, la suerte de los pobres infelices se volvería todavía más difícil». Una vez más se puede ser de diferente opinión. Pero no es posible ignorar los motivos que impidieron al Papa fulminar esas palabras de fuego. Queda en pie que siempre se deberá distinguir entre el expediente que compete exclusivamente a los historiadores y el que corresponde a la Congregación para las Causas de los Santos, que no obedece necesariamente a los mismos criterios.


Desde hace ya bastante tiempo hay una querella acerca de los archivos del Vaticano. Ya he evocado mis conversaciones telefónicas con el Padre Blet (foto) sobre este asunto. Me decía: «Lo hemos publicado todo, excepto las piezas que no tenían interés o eran redundantes respecto de otras. Por supuesto, siempre es posible que se encuentre una caja perdida en algún desván o en algún sótano, pero ello no añadirá gran cosa a lo que ya sabemos». Los 12 volúmenes publicados, fruto del trabajo de los cuatro jesuitas nombrados por Pablo VI, no representan la totalidad de los archivos de la Santa Sede relativos a la Segunda Guerra Mundial. Son exclusivamente los correspondientes a la Secretaría de Estado. Se trata, pues, de las piezas más significativas de la “política” observada por el Papa y sus directos colaboradores. Faltan todavía los archivos de todos los demás dicasterios, que tienen sin duda su interés, pero no poseen el grado de información precisa y determinada de la organización central de gobierno de la Santa Sede.

Por otra parte, la regla en el Vaticano es publicar los archivos del conjunto de un pontificado. Los que corresponden al pontificado de Pío XII sobrepasan el período de la guerra, llegando hasta 1958. Estamos hablando de unas 600.000 piezas. Creo que es la misma cifra dada por el responsable de los archivos vaticanos, que de este modo ha señalado la amplitud de la tarea del personal que clasifica esos documentos y que no es numeroso. El mismo responsable, por lo demás, ha disparado una flecha en dirección de los historiadores y de los periodistas, lamentando que la publicación de los archivos de Pío XI haya atraído tan pocos investigadores. Por un lado se reclaman con toda energía los archivos; cuando se los tiene, se los desprecia.

Me he paseado por un cierto número de sitios internet interesados en la actual controversia y he encontrado lo peor y lo mejor, Lo peor se expresa con mayor frecuencia de una manera tanto más perentoria cuanto mayormente se ignora el expediente. Cuando la discusión es más seria, lo deja a uno perplejo. Leo, por ejemplo, que el Padre Blet sería uno de los raros historiadores en defender a Pío XII. Pero se omite precisar que si nuestro llorado compatriota se sentía tan vinculado a la memoria del papa de la guerra, tenía sus buenos motivos para ello, habiendo gozado del privilegio de trabajar años enteros en las piezas del expediente. ¡Lo que no han hecho sus adversarios!


(Traducción de: RVR)

Artículo original en francés: France Catholique.



8 de enero de 2010

Sellos y calendario de bolsillo 2010 conmemorativos del Venerable Pío XII





El Bienio Pacelliano 2008-2009 se cerró de la mejor manera que cabía imaginar: con la firma puesta por el Santo Padre Benedicto XVI en el decreto de heroicidad de virtudes del Siervo de Dios Pío XII, el cual, desde el 19 de diciembre de 2009 puede ser honrado con el título de Venerable. Gran regalo éste que Dios ha permitido que el Papa nos haga a todos los devotos del gran Eugenio Pacelli.

Ahora el camino hacia la beatificación ha quedado expedito gracias al acto de valentía de un pontífice como Joseph Ratzinger, para quien “amicus Plato sed magis amica veritas”. Benedicto XVI -como Juan Pablo II- está especialmente empeñado en que las relaciones entre la Iglesia y la Sinagoga sean fluidas y normales, dejando atrás viejas reticencias, pero acaba de demostrar que su simpatía hacia los judíos no le impide cumplir un acto de justicia respecto de aquel a quien ha llamado en alguna ocasión su “amado predecesor”. No ha cedido finalmente al chantaje de una parte de ellos (hay que insistir, en efecto, en el hecho de que no todos los judíos son contrarios a Pío XII).


Comentando con el R.P. Peter Gumpel, S.I. la feliz noticia, afirmó al SIPA: “Aún queda camino por hacer. Hay que lograr que se apruebe el milagro necesario para la beatificación y mientras tanto trabajar para que el Venerable Pío XII sea cada vez más y mejor conocido”. El milagro, es más, los milagros atribuidos al papa Pacelli existen. Se trata de que sean examinados y reconocidos como tales milagros, al menos uno de ellos.

¿Cuál es el papel que nos toca a los seglares devotos del Venerable Pío XII? En primer lugar, encomendarnos más a Dios por su intercesión y rogar para que pronto sea beatificado. En segundo lugar, contribuir a difundir su devoción. En tercer lugar, divulgar la figura, la obra y el pontificado de este gran Vicario de Cristo, sobre todo su luminosa doctrina en todos los aspectos de la doctrina católica.



El SIPA quiere aportar su humilde granito de arena; por eso, como ya hizo para el Año Pacelliano 2009, ha encargado la edición de unos sellos de correos (de curso normal) conmemorativos del decreto de heroicidad de virtudes del Venerable Pío XII (los tres modelos son los que se ven en las ilustraciones arriba de estas líneas). La correspondencia postal es un buen medio de cultura y de divulgación. Franquear una carta con sellos que representan a este gran pontífice contribuye a darlo a conocer o a hacerlo recordar a todos aquellos por cuyas manos pasa aquélla entre el remitente y el destinatario.





También hemos hecho publicar unos prácticos calendarios de bolsillo del año 2010 con su imagen (ver foto sobre este párrafo), que pueden servir también de estampa para satisfacer la devoción personal. Los sellos están a disposición de quien quiera franquear sus cartas con ellos a razón de 25 euros el pliego de 25 sellos (ver abajo), es decir, a razón de 1 euro por sello. Cada sello es válido para una carta normalizada interurbana en España. Para Europa se necesitan dos sellos. Se trata de piezas más caras que las de emisión general por pagarse el diseño personalizado, pero utilizarlas es un buen medio de apostolado pacelliano. Obviamente los sellos sólo pueden ser utilizados en envíos que se hacen desde España.



Los calendarios 2010 de Pío XII son gratuitos remitiéndose hasta 3 por persona que lo solicite al correo electrónico del SIPA: sodalitium@pastorangelicus.org, dando las señas para el envío. Lo mismo para solicitar los pliegos de sellos. Esperando que estas iniciativas agraden a nuestros amables seguidores y lectores, hacemos votos para que en este 2010 veamos avanzar decisivamente la causa del Venerable Pío XII, cuya intercesión nos obtenga toda clase de gracias y bendiciones del buen Dios.

2 de enero de 2010

Nuevo artículo de Sor Margherita Marchione en defensa del Venerable Pío XII



Una joven sor Margherita Marchione recibida en audiencia
por Pío XII en compañía de Elisabetta Pacelli Rossignani (1957)




La verdad acerca del papa Pío XII


Por Sor Margherita Marchione. Ph. D.


El papa Pío XII no fue un colaborador con los alemanes ni mucho menos pro-nazi. Tampoco permaneció pasivo o silencioso. Como miembro de la Iglesia Católica me molestan las descaradas acusaciones contra la diplomacia del Papa y de la Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial. Y no es sólo un periodismo indecente, sino también una injusticia hacia un hombre que salvó más judíos que cualquier otra persona, incluso que Oscar Schindler y Raoul Wallenberg. Desgraciadamente, hasta en el nuevo Museo del Holocausto de Battery Park en Nueva York el Papa es inicuamente criticado. Y sin embargo es históricamente inadecuado imputarlo con el cargo de “silencio”.

¿Es que los medios de comunicación van a seguir perpetuando semejantes falsedades? Los documentos prueban que estas distorsiones no son verdad. Pío XII habló hasta la medida de lo posible y puso así hacer más con las acciones que con las palabras. Al final, se convenció de que si hubiera denunciado a Hitler públicamente, se hubieran producido represalias. Y las hubo. Cada vez que se elevaron protestas el trato a los prisioneros empeoró inmediatamente. Robert Kempner, el consejero en jefe por los Estados Unidos en el Tribunal de Nüremberg que juzgó crímenes de guerra, escribió: “Todos los argumentos y escritos usados por la Iglesia Católica contra Hitler al final fueron suicidas, pues provocaron que a la ejecución de judíos siguiera la de sacerdotes católicos”.

Pío XII –a través de sus alocuciones públicas, sus llamados a los gobiernos y su diplomacia secreta– se comprometió más que cualquier otra persona en el esfuerzo de detener la guerra y reconstruir la paz. Los documentos muestran cómo Pío XII estuvo en contacto con los generales alemanes que querían derrocar a Hitler. También muestran cómo la comunidad judía recibió una ayuda incalculable: los fondos personales de Pío XII sirvieron para rescatar a judíos perseguidos por los nazis. Los representantes del Papa en Croacia, Hungría y Rumanía intervinieron para acabar con las deportaciones. El Papa, en un intento de última hora por evitar el baño de sangre, había propuesto en 1939 una conferencia para preservar la paz que reuniera a Italia, Francia, Gran Bretaña, Alemania y Polonia.

Un interesante documento lo constituye el testimonio de Albert Einstein, el cual, desencantado del silencio de las universidades y los editores de periódicos, declaró a la revista Time (23 de diciembre de 1940): “Sólo la Iglesia se ha mantenido como es debido, interponiéndose en el camino de la campaña de Hitler para suprimir la verdad… La Iglesia sola ha tenido el coraje y la perseverancia de erigirse a favor de la verdad intelectual y la libertad moral”. Y, en efecto, siguiendo las directivas del papa Pío XII, religiosos y religiosas abrieron sus puertas para salvar a los judíos.

Nunca estuvieron los judíos y el Vaticano tan cerca como durante la Segunda Guerra Mundial. El Vaticano era el único lugar en el continente donde aquéllos tenían amigos. La respuesta del papa Pío XII a la apremiante situación de los judíos fue la de salvar el mayor número posible. Poco se ha hecho, sin embargo, para desbaratar las críticas contra Pío XII que comenzaron en 1963, cuando Rolf Hochhuth lo caracterizó como un colaborador de los nazis en su pieza teatral El Vicario. En contraste con la imagen sugerida por esta obra, los documentos vaticanos indican que la Iglesia puso en acción un mecanismo encubierto gracias al cual más de 800.000 judíos se libraron del Holocausto. Después de un cuidadoso estudio de los documentos disponibles, cualquiera que esté interesado en la verdad no puede persistir honestamente en condenar las acciones ni las palabras del papa Pío XII y de la Iglesia Católica durante este trágico período.

Una honrada valoración de las palabras y acciones de Pío XII no puede por menos de exonerarlo de falsas acusaciones y mostrar que ha sido injustamente calumniado. El Papa no favoreció ni fue favorecido por los nazis. El día después de su elección, el 3 de marzo de 1939, el periódico nazi Berliner Morgenpost manifestó claramente su postura: “La elección del cardenal Pacelli no es bienvenida en Alemania porque él siempre se ha opuesto al nazismo”.

El editorial del New York Times del 25 de diciembre de 1942 fue explícito: “La voz de Pío XII es una voz solitaria en medio del silencio y de la obscuridad que envuelven a Europa en estas Navidades. Es prácticamente el único gobernante que queda en Europa que se atreve a alzar su voz”. El mensaje papal de Navidad fue también objeto de interpretación en un informe de la Gestapo: “de un modo sin precedentes […] el Papa ha repudiado en Nuevo Orden Europeo Nacionalsocialista [nazismo]. Es verdad que el Papa no se refiere directamente a los Nacionalsocialistas en Alemania por su nombre, pero su discurso es un amplio ataque a todo aquello que propugnamos […]. Es claro que aquí está hablando a favor de los judíos”. Quizás el resto del mundo debería interpretar las palabras del Papa por lo que ellas querían decir y, sin duda, en el sentido en que correctamente las entendieron los nazis, o sea: que el papa Pío XII se opuso siempre al nazismo.

La comunidad judía agradeció públicamente la sagacidad de la diplomacia del papa Pío XII. En septiembre de 1945 el Dr. Joseph Nathan –en representación de la Comisión Hebrea– declaró: “Agradecemos, sobre todo, al Sumo Pontífice y a los religiosos y religiosas que, cumpliendo las órdenes del Santo Padre, reconocieron a los perseguidos como sus hermanos y, con gran abnegación, se apresuraron a socorrerlos, despreciando los terribles peligros a que ello los exponía”. En 1958, a la muerte de Pío XII, Golda Meir envió un elocuente mensaje de condolencias: “Compartimos el dolor de la Humanidad […]. Cuando sobrevino sobre nuestro pueblo el terrible martirio, la voz del Papa se alzó a favor de las víctimas. La vida de nuestros tiempos se enriqueció con una voz que hablaba de grandes verdades morales por sobre el tumulto del conflicto diario. Lloramos a un gran servidor de la paz”.


El Papa de la Justicia y de la Paz




SOBRE LA IGLESIA Y EL HOLOCAUSTO

Algunos extractos de libros y prensa
que se han ocupado de esta material


1. El más importante estudioso judío de Hungría, Jeno Levai, insistió hace algunos años en que es una “especialmente lamentable ironía que la persona, entre todas las de la Europa ocupada, que hizo más que ninguna otra para detener el espantoso crimen y aliviar sus consecuencias es hoy el chivo expiatorio de los fallos de los demás”. En un libro suyo Levai no duda en sostener que los ataques al historial de guerra del Papa son “manifiestamente maliciosos y fruto de la maquinación […]. Los Archivos del Vaticano, los de las autoridades diocesanas y los del Ministerio de Exteriores de Ribbentropp contienen toda una serie de protestas directas e indirectas, diplomáticas y públicas, secretas y abiertas. Los nuncios y los obispos de la Iglesia Católica intervinieron una y otra vez bajo las instrucciones del Papa”. Sus intervenciones fueron tan infructuosas como las exigencias y amenazas de los gobiernos británico y norteamericano. Además, la precariedad de la situación se intensificó a menudo por el hecho de que tales protestas podían aumentar el mortal peligro que corrían los propios judíos y sus protectores (Hungarian Jews and the Papacy).

2. El diplomático y publicista israelí Pinchas Lapide concluyó su cuidadosa revisión de las actividades de Pío XII durante la guerra con las siguientes palabras: “La Iglesia Católica bajo el pontificado de Pío XII desempeñó un papel decisivo en la salvación de tantas vidas como las de 860.000 judíos de una muerte segura a manos de los nazis”. Y añadió: “cifra que supera de lejos las de los salvados por otras iglesias y organizaciones de auxilio juntas”. Tras referir declaraciones de gratitud de una gran variedad de eminentes portavoces judíos, observó: “Ningún papa en la Historia ha recibido más expresiones cordiales de agradecimiento […]. Muchos han propuesto en cartas abiertas que debería plantarse un bosque de 860.000 árboles en las colinas de Judea para honrar como es debido la memoria del pontífice difunto” (Three Popes and the Jews). Lapide reconoció en su libro que la Iglesia “a través de una interminable serie de sermones, alocuciones, cartas pastorales y encíclicas, fue una clara e implacable enemiga de todas las formas del racismo de aquel tiempo, y todo el mundo lo supo: judíos, polacos, rusos y, más inquietantemente, la policía secreta nazi”. Sus archivos mencionan al recalcitrante clero católico más que a ningún otro grupo.

3. El que fuera rabino jefe de Roma durante la ocupación alemana, Israel Zolli, concluía su informe de primera mano sobre los acontecimientos de la época bélica de esta manera: “Se podrían escribir volúmenes acerca de las obras de toda clase de Pío XII y de los incontables sacerdotes, religiosos y seglares que se irguieron con él en todo el mundo durante la guerra”. “Ningún héroe –escribió– en toda la Historia fue más militante ni combativo, ninguna otra persona más heroica que Pío XII en procurar las obras de verdadera caridad […] y esto a favor de todos los hijos de Dios sufrientes”. Zolli se conmovió tanto por la obra de Pío XII que se acabó de decidirse a hacerse católico al acabar la guerra, tomando el nombre de pila del Papa (Before the Dawn).

4. En sus editoriales de Navidad de 1941 y 1942, el New York Times elogió a Pío XII por su liderazgo moral como una “voz solitaria que clama en medio del silencio de un continente”, denunciando, entre otras cosas, “la violenta ocupación de territorios y el exilio y persecución de seres humanos por no otra razón que la de la raza”. Ninguna otra institución produjo tantos héroes durante el Holocausto como la Igleisa: sacerdotes, monjas y laicos italianos, eslovacos, franceses, húngaros, etc., que arriesgaron y frecuentemente dieron sus vidas por el bien de los judíos perseguidos. Esto también merece recuerdo y respeto.

5. Golda Meir, por entonces representante de Israel ante las Naciones Unidas, fue la primera de los delegados en reaccionar a la noticia de la muerte del papa Pío XII: “Compartimos el dolor de la Humanidad por el fallecimiento de Su Santidad el papa Pío XII. En una generación afligida por guerras y discordias mantuvo los más altos ideales de paz y compasión. Cuando un terrible martirio sobrevino a nuestro pueblo en la década del terror nazi, la voz del Papa se alzó por las víctimas. La vida de nuestros tiempos se enriqueció por una voz que habló de las grandes virtudes morales por encima del tumulto del conflicto cotidiano. Lloramos a un gran servidor de la paz”.

6. Leonard Bernstein, al conocer la muerte de Pío XII mientras dirigía su orquesta el auditorio del Carnegie Hall en Nueva York, golpeó con su batuta pidiendo un minuto de silencio como homenaje al Papa que había salvado las vidas de tanta gente sin distinción de raza, nacionalidad o religión.

7. El gran físico Albert Einstein, que apenas pudo él mismo escapar a la aniquilación a manos de los nazis, planteó muy bien la cuestión en 1940 cuando dijo: “Siendo yo un amante de la libertad, cuando estalló la revolución nazi en Alemania, volví la mirada a las universidades por ver si la defendían, pero las universidades fueron inmediatamente silenciadas. Entonces me volví hacia los grandes editores de periódicos, pero, como en el caso de las universidades, fueron también silenciados en el corto curso de unas semanas. Miré en dirección de los escritores y también permanecían callados. Sólo la Iglesia se ha mantenido como es debido, interponiéndose en el camino de la campaña de Hitler para suprimir la verdad […] Nunca antes había tenido un especial interés en la Iglesia, pero ahora me inspira un gran afecto y admiración […] y debo confesar que lo que una vez desprecié ahora no puedo sino alabarlo sin reservas”.



Testimonios fidedignos