1 de octubre de 2008

Mons. Julián López Martín, obispo de León, habla sobre Pío XII

El Sr. Obispo de León, Mons. Julián López Martín, presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española, ha publicado ayer un artículo sobre Pío XII recordando el próximo cincuentenario de su tránsito. En él trata sobre su obra en materia litúrgica, que fue, a su entender, decisiva a la hora de abordar la cuestión el Concilio Vaticano II, cosa en la que estamos de acuerdo. Es más, siempre hemos creído que Pío XII es acreedor al título de Doctor Liturgicus ya sólo por haber escrito esa maravillosa encíclica -citada por Mons. López- que es Mediator Dei de 1947, auténtica Carta Magna del culto católico, que conviene tener más presente que nunca en estos tiempos de pax benedictina, en los que no hay ya pretexto para alzar un rito contra otro porque todos son una riqueza para toda la Iglesia.

Reproducimos, pues, por su interés el artículo del Sr. Obispo de León, agradeciéndole desde aquí su aportación al cincuentenario del gran Pío XII.


LA OBRA LITÚRGICA DEL PAPA PÍO XII

por Mons. Julián López Martín

El día 9 de octubre de 1958, en la villa pontificia de Castel Gandolfo, entregaba su alma a Dios el Papa Pío XII. Se cumplen ahora cincuenta años de la muerte del Pastor Angelicus como se le denominaba según la famosa lista atribuida a San Malaquías (†1148). Yo estaba aún en el Seminario Menor, entrando en la preadolescencia. Todavía conservo con cariño una estampa de Pío XII en actitud orante que el Obispo de Zamora nos había entregado a los seminaristas al regreso de la visita ad limina meses antes de la muerte del Papa. Y recuerdo la conmoción que produjo la noticia y el duelo que siguió, ampliamente difundido por la radio de entonces. Desaparecía el Pontífice que había llenado con su magisterio y su actividad los años sin duda más difíciles del siglo XX, los de la II Guerra Mundial, la guerra fría y la Iglesia del silencio.

Desde hace tiempo algunos consideran el pontificado de Pío XII como el final de una época, sobre todo cuando quieren remarcar el vuelco atribuido al Beato Juan XXIII y al Concilio Vaticano II. Sin embargo, vistas las cosas de manera más profunda, se aprecia que la muerte de Pío XII no sólo no significó una ruptura o discontinuidad en la vida de la Iglesia sino que ha existido un verdadero progreso en la continuidad según las claves interpretativas del Papa Benedicto XVI en su célebre discurso a la Curia Romana de 22-XII-2005, cuando afirmaba: “La constitución esencial de la Iglesia viene del Señor y nos ha sido dada para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna y, partiendo de esta perspectiva, podamos iluminar también la vida en el tiempo y el tiempo mismo” (AAS 98 [2006] 46).

Por medio de este artículo quiero asociarme a la acción de gracias al Señor por la vida y la obra del Papa Pío XII, particularmente en el campo litúrgico. Fue efectivamente Pío XII quien afirmó, ante los participantes en el Congreso Internacional de Liturgia de Asís (a. 1956), que el Movimiento litúrgico representó un paso del Espíritu Santo por la Iglesia, frase que hizo suya el Concilio Vaticano II (cf. SC 14) a la vez que recordaba "el valor inapreciable de la liturgia para la santificación de las almas y, por lo tanto, para la acción pastoral" (AAS 48 [1956] 712).

La obra litúrgica de Pío XII es igualmente inseparable de la realizada por sus predecesores, especialmente por San Pío X, el Papa que promovió el que los fieles tuviesen como fuente primera e indispensable de la vida cristiana la participación activa en la sagrada liturgia y en la oración de la Iglesia (cf. el Motu proprio Tra le sollecitudini de 22-XI-1903). El objetivo de aquel Pontífice era la santidad y dignidad de la liturgia y, más en concreto, el sentido sagrado, la belleza o bondad en las formas, y la universalidad de la música destinada a la liturgia. Con este fin promovió la restauración del canto gregoriano, la comunión frecuente y la admisión de los niños a la Eucaristía, llegando incluso a pensar en una revisión general del Breviario, del Misal Romano y del Calendario. Las líneas renovadoras trazadas por S. Pío X fueron explícitamente confirmadas 25 años después por Pío XI en la encíclica Divini Cultus de 20-XII-1928, en la que escribió otra célebre frase asumida también por el Vaticano II: la Iglesia desea que los fieles no asistan a la liturgia "como extraños a ella o como mudos espectadores, sino que, penetrados por la belleza de las realidades litúrgicas, participen en las ceremonias sagradas...” (AAS 21 [1929] 40; cf. SC 48).

Mientras tanto el Movimiento litúrgico, en sintonía con la renovación bíblica y eclesiológica, se había extendido y consolidado por toda Europa asimilando las aportaciones teológicas de D. Lambert Beauduin, Romano Guardini y Odo Casel entre otros grandes maestros. Todavía en plena guerra mundial se habían suscitado fuertes debates, primeramente acerca del significado de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo y, más tarde, entre los que presentaban la liturgia como el único cauce de la piedad de la Iglesia -denominada piedad objetiva- y los defensores de una espiritualidad individualista y de corte devocional -conocida como piedad subjetiva-. Sobre ambos temas se pronunció el Papa Pío XII. En efecto, en 1943 publicaba la encíclica Mystici Corporis, que trata de la misteriosa realidad de nuestra unión con Cristo, aportando así el fundamento de la auténtica participación en la liturgia (AAS 35 [1943] 193-248). Cuatro años después regalaba a la Iglesia la encíclica Mediator Dei (AAS 39 [1947] 521-595). Ambos documentos se complementan sobre todo a la hora de presentar la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, que asocia a sí a la Iglesia y nos santifica mediante los sacramentos. La conocida frase de Romano Guardini alusiva al “despertar de la Iglesia en las almas” (a. 1922) cobraba realismo y actualidad gracias a la liturgia. La eclesiología y la teología de la liturgia estaban caminando juntas. El punto de contacto entre ambas no era otro que el misterio de Jesucristo, presente en las acciones litúrgicas y celebrado a lo largo y a lo ancho del sagrado recuerdo que la Iglesia hace de su Señor en el curso del año, afirmaciones expresamente recogidas también por el Concilio Vaticano II (cf. SC 7; 102; etc.).

La encíclica Mediator Dei enseñó expresamente que la Eucaristía es centro y fuente de la verdadera piedad cristiana, ocupándose también de la participación de los fieles en el sacrificio eucarístico para poder obtener sus frutos de salvación. Con todo detalle analizó Pío XII el significado y el alcance de la participación. Ésta constituye un deber de los fieles, "no con un espíritu pasivo y negligente, discurriendo o divagando por otras cosas, sino de un modo tan intenso y tan activo, que estrechísimamente se unan con el Sumo Sacerdote". La participación ha de ser, ante todo, interna, es decir, "ejercitada con ánimo piadoso y atento, a fin de unirse íntimamente al Sumo Sacerdote... y con él y por él ofrecer el sacrificio". Los fieles participan de modo activo al ofrecer el sacrificio eucarístico por ministerio del sacerdote, y en cuanto ellos mismos se ofrecen unidos a Cristo. La encíclica alaba a quienes "se afanan porque la liturgia, incluso externamente, sea una acción sagrada en la que tomen realmente parte todos los presentes".

La Encíclica describe también los modos de participar en la Misa: las respuestas al sacerdote, los cantos del Ordinario y de las partes propias de la solemnidad. En estos modos consiste la participación externa, que se hace activa cuando se une a la participación interna, y perfecta o plena cuando se produce la participación sacramental en la Comunión, por la que los fieles alcanzan más abundantemente el fruto del sacrificio eucarístico. Este modo de referirse a la participación de los fieles, subrayando la dimensión interna, es tomado por la Constitución litúrgica del Vaticano II y ha sido puesto de relieve también en la Exhortación Apostólica postsinodal Sacramentum caritatis del Papa Benedicto XVI (n. 52).

Pío XII publicó también, en 1955, un documento dedicado a la música sagrada, la encíclica Musicae Sacrae Disciplina (AAS 46 [1956] 5-25), en la que expuso el ideal de que toda la asamblea participe en el canto litúrgico. Parece evidente que deseaba continuar la obra renovadora de la liturgia iniciada por S. Pío X. Con este fin creó en 1948 una comisión especial, dentro de la Congregación de Ritos, que fue la encargada de preparar las sucesivas reformas efectuadas hasta el Concilio Vaticano II. Entre todas destacan la instauración de la Vigilia pascual en 1951 y de la Semana Santa en 1955. Con motivo del cincuentenario de esta reforma, asumida plenamente en las ediciones típicas del Misal Romano y de la Liturgia de las Horas promulgadas después del Concilio, se han publicado numerosos estudios que han puesto de relieve cómo aquella instauración ha contribuido decisivamente al “descubrimiento” del Misterio Pascual de Jesucristo sobre la base de los propios ritos y de los textos de la liturgia. Para ello se realizó una depuración de las adherencias que se habían acumulado en periodos de decadencia a la vez que las celebraciones se situaban en los momentos más adecuados de los días santos de acuerdo con la tradición litúrgica. Aquella reforma, efectuada en el centro mismo del año litúrgico, marcó también la pauta para plantear la renovación general de la liturgia por el Concilio Vaticano II.

Pío XII permitió rituales bilingües en la celebración de algunos sacramentos y concedió varios indultos para usar las lenguas modernas, dando también una autorización general de las misas vespertinas y modificando el ayuno eucarístico. Estas dos últimas medidas, efectuadas en 1953, contribuyeron decisivamente a facilitar la participación plena de los fieles en el Sacrificio eucarístico mediante la Comunión dentro de la propia celebración eucarística, como se reconoció expresamente en el Congreso Internacional Litúrgico de Asís el año 1956. Este Congreso supuso una verdadera recepción de la obra renovadora de la liturgia por aquel gran Pontífice. En el campo litúrgico como en otros aspectos de la vida y de la misión de la Iglesia, el Concilio Vaticano II y la reforma litúrgica postconciliar de Pablo VI y de Juan Pablo II son deudoras del magisterio y de las decisiones del Papa Pacelli.

+ Julián López Martín
Obispo de León
Presidente de la Comisión Episcopal de Liturgia
Fuente: Ecclesia Digital

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé si se dan cuenta Vds. del verdadero objetivo de este señor al publicar este artículo. Hacer responsable a S.S. Pío XII de los desvaríos litúrgicos posconciliares de los que son responsables este obispo liturgo y otros como él es una verdadera aberración y una muestra de mala fe por su parte. Es evidente para cualquier católico medianamente formado que la labor litúrgica de S. Pío X o Pío XII no tienen nada que ver con lo que los iconoclastas postconciliares hicieron después. Por eso se han pasado 40 años vituperando y ridiculizando su magisterio litúrgico. Ahora parece que la estrategia es otra: ya no alaban la revolución litúrgica, ni siquiera citan a los que la maquinaron; ahora tratan de hacer responsables de ella a quienes tanto hicieron por evitarla. Es verdaderamente diabólico. Sr. Vargas, Vd. sabe muy bien que este Sr. López Martín se ha manifestado reiteradamente contrario a la celebración de la misa tradicional y ha hecho lo posible por evitarla en su diócesis ¿A qué viene entonces este reconocimiento y la divulgación de estos artículos inicuos? No sé muy bien a qué juegan ustedes.