Hace dos semanas nos hacíamos eco de las declaraciones del R.P. Peter Gumpel sobre el proceso de beatificación de Pío XII. Pues bien, el tema volvió a ser de primera actualidad cuando el 2 de julio pasado Mons. Sergio Pagano (foto), prefecto de los Archivos Secretos Vaticanos, anunció que los documentos relativos al pontificado de Pío XII no se podrían desclasificar hasta dentro de cinco o seis años y entonces la decisión de hacerlos accesibles al público corresponderá al Papa. El prelado dijo que una veintena de archivistas se hallan actualmente trabajando en los más de 15.000 lotes de material, que constan de millones de páginas.
La ingente documentación comprende no sólo las actas y los papeles de la secretaría de Estado y de los diferentes dicasterios de la Curia Romana, sino también los informes de las nunciaturas apostólicas. Debido a la norma –que data de Urbano VIII– de tratar sobre una sola cuestión en cada despacho, los archivos diplomáticos son particularmente voluminosos, aunque obviamente más fáciles de ordenar. Los correspondientes al período de la Segunda Guerra Mundial fueron, como se sabe, en parte ya desclasificados y publicadas sus Actas y documentos hace algunas décadas por iniciativa de Pablo VI. Ya entonces se comprobó la enorme dificultad de avanzar en medio de una masa descoordinada de toda clase de carpetas y legajos.
Existe también un importante fondo documental de propiedad de la Compañía de Jesús: el archivo personal del R.P. Robert Graham, S.I. (1912-1997), precisamente uno de los cuatro jesuitas a quienes encargó el papa Montini el trabajo al que nos acabamos de referir. El Padre Graham, gran defensor de la memoria de Pío XII, llegó a recopilar 25.000 documentos relativos al período bélico de su pontificado (1939-1945). Recientemente se corrió la voz de que el Prepósito General de la Compañía, R.P. Adolfo Nicolás, había autorizado su publicación, especie que fue desmentida públicamente el pasado 24 de abril por la Oficina de Prensa e Información de la Orden y por el Servicio Vaticano de Información. De lo que sí se trataba es de la luz verde a la catalogación y digitalización del archivo Graham, que en ningún caso se hará público antes que la Santa Sede haga lo propio con los Archivos Secretos del pontificado de Pío XII.
Hay quienes han puesto en relacíón el anuncio de monseñor Pagano y las declaraciones del Padre Lombardi de hace dos semanas (respondiendo sin nombrarlo al R.P. Gumpel) para ver una confirmación de los rumores que circulan insistentemente sobre un largo aplazamiento de la causa de beatificación de Pío XII, alimentados por unas declaraciones del rabino ortodoxo David Rosen, director del Instituto Heilbrunn para el Entendimiento Interreligioso Internacional y destacado miembro del Comité para el Diálogo Interreligioso Judeo-Católico amén de caballero pontificio, el cual, a la salida de una audiencia papal en octubre del año pasado dijo a la prensa que un miembro de su delegación había pedido a Benedicto XVI no beatificar a Pío XII hasta que no se conocieran los archivos secretos de su reinado, a lo que el Santo Padre habría respondido que “se lo estaba pensando”. A la luz de los acontecimientos, ¿debemos concluir que la información del rabino tenía fundamento? Pero, ¿es normal que la causa de un Siervo de Dios se haga depender del dictamen de los historiadores?
Si ello es así podemos, para decirlo coloquialmente, esperar sentados. Serán necesarios cinco o seis años hasta que se abran los archivos al público (uno menos de lo que se decía en octubre pasado el Padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, aunque entonces el proceso de beatificación de Pacelli no se vinculaba necesariamente a esta apertura). Podría acortarse el plazo si hubiera más personal dedicado a la ímproba labor de clasificación y puesta en orden de la documentación, pero no parece de momento que se vaya a emplear a más archivistas. Sin embargo, recién dentro de ese plazo de cinco a seis años será cuando comiencen las consultas de los investigadores y esto puede tardar bastantes más. Pero, además, ¿con qué criterio se podría dar por válido y definitivo un veredicto histórico sobre Pío XII? Existen cuestiones históricas que llevan siglos discutiéndose (por ejemplo el tema de los Borgia) y hasta ahora no se ha dicho una palabra concluyente sobre ellas aunque se vaya afinando cada vez más el conocimiento de las mismas. Y es que la Historia no es una ciencia exacta y está siempre sujeta a revisión.
En realidad, a la suposición de que no se pueda dar vía libre a la causa de beatificación de Pío XII hasta que no se abran todos los archivos sobre su pontificado subyace un criterio más positivista que propiamente religioso. Para saber que una persona es santa basta averiguar que su vida ha sido ejemplar y que sus escritos –si los hay– no contienen cosas contrarias a la fe católica o escandalosas. Este es el trabajo que toca a la postulación de la causa. Como ya tuvimos ocasión de señalar (pero vale la pena repetirlo aquí), cuando se ha averiguado que no hay nada que desmienta la fama de santidad del candidato a los altares, el relator redacta la positio y la expone ante la congregación ordinaria de cardenales y obispos para su aprobación y la consiguiente firma por el Papa del decreto de heroicidad de virtudes, lo que confiere al Siervo de Dios el título de Venerable. Normalmente se da por satisfactorio el trabajo del postulador y el relator, sin que sean necesarias ulteriores investigaciones. En este punto del proceso la santidad del venerable debe ahora ser ratificada por pruebas inequívocas de orden sobrenatural: dos milagros (uno para la beatificación y otro para la canonización). Mientras no haya milagro no avanza la causa. ¿Por qué no dejar, pues, que sea Dios quien se pronuncie sobre la santidad de Pío XII mediante el signo de su poder de intercesión ante Él?
Abrir los archivos del pontificado pacelliano puede ser, sin duda, muy útil para el estudio de la Historia y para una mejor comprensión del período más difícil del siglo XX, pero no creemos que sea necesario para esclarecer la santidad de Pío XII, de la que hubo convicción moral desde el momento mismo de su muerte e incluso antes. Dos papas del siglo XX ya han subido a los altares: Pío X (beatificado y canonizado precisamente por Eugenio Pacelli) y Juan XXIII (beatificado por Juan Pablo II). Para ninguno de ellos se consideró necesaria la desclasificación de los archivos de su pontificado. Bastó la indudable fama de santidad en la que murieron y fueron tenidos y el normal trámite del proceso canónico. Prevalecieron los criterios religiosos, como debe ser. También prevalecieron los criterios religiosos respecto a la causa de Pío IX (beatificado también por Juan Pablo II), con la que se pretendió obrar como con la de Pío XII. Y es que al papa Mastai no le perdonan la Quanta cura y el Syllabus ni un supuesto antisemitismo.
Quizás este último dato nos dé la clave de lo que realmente hay detrás de los obstáculos puestos en el camino del papa Pacelli a los altares. Porque no sólo está la oposición de amplios sectores oficiales del mundo hebreo debido a la acusación –muy divulgada pero nunca probada– de complicidad pasiva en el Holocausto (lanzada curiosamente por un alemán reconvertido hoy al revisionismo); está también la de todos aquellos que consideran a Pío XII como la encarnación de un modelo de Iglesia que rechazan (tridentina, triunfalista, monolítica e intolerante). Son los mismos que propugnan la hermenéutica de la ruptura denunciada por Benedicto XVI. Constituyen el sector autodenominado “progresista” de la Iglesia y gozan de poder en la Curia Romana. Son los que intentan sabotear las medidas del actual pontífice, al que consideran un retrógrado y cuya muerte esperan ansiosos para que haya un cambio de tornas. Pacelli como Ratzinger son sus bêtes noires. Y si pudieran descanonizar al antimodernista san Pío X sin duda lo harían. Así pues, las razones por las que la causa de beatificación de Pío XII no avanza hay que buscarlas en prejuicios de orden político e ideológico.
Existe un hecho, sin embargo, que nos parece de enorme relevancia. A nuestro entender hay un testigo cualificado como ninguno a favor de la santidad de Eugenio Pacelli: su sucesor Pablo VI. Giovanni Battista Montini fue miembro de la Curia Romana desde 1924, en el que ingresó en la Secretaría de Estado como minutante. Desde 1930, año en el que el entonces cardenal Pacelli fue nombrado secretario de Estado por Pío XI, estuvo en contacto con aquél y la relación fue aún más estrecha desde que en 1937 Montini fue promovido a Substituto de la Secretaría de Estado y secretario de la Cifra. Cuando Pacelli se convirtió en papa, estuvo a las órdenes del cardenal Maglione y, a la muerte de éste en 1944, él y monseñor Domenico Tardini fueron los que despacharon directa y regularmente con Pío XII en calidad de substitutos. Monseñor Montini acompañó al Santo Padre en su salida del Vaticano para confortar a las víctimas del bombardeo sobre un barrio populoso de Roma y fue con la Madre Pascualina uno de los que más ayudó, por disposición de Pacelli, a las víctimas de la guerra. Cuando en 1954 fue a Milán como arzobispo había pasado 24 años de su vida cerca de Pío XII (con un trato constante y prácticamente diario durante la Segunda Guerra Mundial). De hecho, de él aprendió a ser papa.
Pues bien, si Montini hubiera tenido alguna duda sobre el comportamiento moral de Pío XII, sobre todo en la cuestión de sus supuestos “silencios”, ¿cómo es que se erigió en su ardiente defensor? Él, como ninguno, pudo saber por su asiduidad con Pío XII, si el Papa tenía su lado obscuro. Si así hubiera sido, habría corrido un tupido velo sobre su predecesor. Pero hizo todo lo contrario. Ya antes de entrar en el cónclave del que saldría elegido (época por la que estalló el escándalo de El Vicario) escribió un carta enérgica al diario inglés The Tablet defendiendo la memoria de Pacelli. Ya papa no sólo dispuso la publicación de las Actes et documents du Saint Siège rélatifs à la Seconde Guerre Mondiale, sino que en 1965 incoó el proceso de beatificación de Pío XII, al que no ahorró elogios cada vez que tuvo ocasión (en su peregrinación a Tierra Santa, en el décimo aniversario de la muerte y el centenario del nacimiento de Eugenio Pacelli). ¿No basta esta conducta positiva de un papa (testigo, además, de primera mano) a favor de su predecesor para que se ahorre un tiempo de espera innecesario a un causa que ya debería estar en la fase de los milagros?
No seremos nosotros, por supuesto, los que queramos “forzar” a Benedicto XVI (como dice el Padre Lombardi) en este asunto (ya hay quienes lo intentan, aunque en sentido contrario), pero sí es lícito que, así como unos le piden (y hasta se atreven a exigirle) al Papa que frene la beatificación de su “amado predecesor”, otros le pidamos con toda humildad y sumisión que le dé curso cuanto antes para que la Iglesia pueda gozar del don de un nuevo santo en la figura del Pastor Angelicus.
Pues bien, si Montini hubiera tenido alguna duda sobre el comportamiento moral de Pío XII, sobre todo en la cuestión de sus supuestos “silencios”, ¿cómo es que se erigió en su ardiente defensor? Él, como ninguno, pudo saber por su asiduidad con Pío XII, si el Papa tenía su lado obscuro. Si así hubiera sido, habría corrido un tupido velo sobre su predecesor. Pero hizo todo lo contrario. Ya antes de entrar en el cónclave del que saldría elegido (época por la que estalló el escándalo de El Vicario) escribió un carta enérgica al diario inglés The Tablet defendiendo la memoria de Pacelli. Ya papa no sólo dispuso la publicación de las Actes et documents du Saint Siège rélatifs à la Seconde Guerre Mondiale, sino que en 1965 incoó el proceso de beatificación de Pío XII, al que no ahorró elogios cada vez que tuvo ocasión (en su peregrinación a Tierra Santa, en el décimo aniversario de la muerte y el centenario del nacimiento de Eugenio Pacelli). ¿No basta esta conducta positiva de un papa (testigo, además, de primera mano) a favor de su predecesor para que se ahorre un tiempo de espera innecesario a un causa que ya debería estar en la fase de los milagros?
No seremos nosotros, por supuesto, los que queramos “forzar” a Benedicto XVI (como dice el Padre Lombardi) en este asunto (ya hay quienes lo intentan, aunque en sentido contrario), pero sí es lícito que, así como unos le piden (y hasta se atreven a exigirle) al Papa que frene la beatificación de su “amado predecesor”, otros le pidamos con toda humildad y sumisión que le dé curso cuanto antes para que la Iglesia pueda gozar del don de un nuevo santo en la figura del Pastor Angelicus.
Oremos por la pronta beatificación del Pastor Angelicus
1 comentario:
os envío una oración que compuse (con licencia eclesiástica) y que aparece en mi blog,
www.blogsoleares.blogspot.com
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