El Año Pacelliano 2008 se cerró con dos eventos de los cuales queremos hacernos eco mediante estas líneas: la misa solemne presidida el 23 de noviembre por el R. P. Edoardo Cerrato, procurador general y prepósito de la congregación romana del Oratorio, en la Chiesa Nuova (Santa Maria in Vallicella) de Roma, y la misa pontifical presidida el 21 de diciembre por el cardenal Tarsicio Bertone, secretario de Estado de Su Santidad, en la concatedral de Montefiascone (provincia de Viterbo).
Eugenio Pacelli nació a dos pasos de la histórica iglesia de los oratorianos (donde reposan, por cierto, los restos de su fundador, el gran san Felipe Neri): el Palazzo Capponi-Pediconi (número 34 de la Via degli Orsini), justo enfrente de la Torre dell’Orologio, que campea en la parte posterior del Palazzo dei Filippini (la antigua residencia de los religiosos, expoliada en 1870 por el Risorgimento) y ostenta una hermosísima edicola (capillita) de la Virgen con el Niño realizada por Borromini sobre diseño de Pietro da Cortona. A esta imagen sacra sin duda dirigirían los Pacelli piadosos saludos, como era costumbre entre los romanos. Aunque la familia se trasladó más tarde a otro domicilio, no dejaron la vecindad de la Chiesa Nuova, por lo que fue éste el templo que Eugenio Maria Pacelli frecuentó durante su niñez y donde aprendió a servir la misa. Más tarde, ya sacerdote, ejerció allí mismo su ministerio mediante la celebración del santo sacrificio y la confesión. Su paso por esta iglesia ha quedado registrado en los libros de la sacristía y en la nave, donde puede admirarse el confesionario donde impartía el sacramento de la penitencia. Una lápida conmemora también el jubileo argénteo del episcopado del ya Pío XII, el 13 de mayo de 1942.
El domingo en que se conmemora según el calendario del rito romano ordinario la solemnidad de Cristo Rey, que cayó el 23 de noviembre en 2008, la congregación del Oratorio quiso honrar a Pío XII en el lugar mismo donde había dado sus primeros pasos de vida cristiana y donde había ofrecido las primicias de su sacerdocio, como una manera de unirse a la conmemoración universal del cincuentenario del pío tránsito del papa Pacelli. La misa solemne concelebrada fue retransmitida por la RAI y fue muy concurrida. Entre los asistentes se contaron no pocas personas –que vivieron la Segunda Guerra Mundial– deseosas de testimoniar con su presencia la gratitud hacia el pontífice que salvó Roma, alejando de ella la furia bélica de los contendientes y compartiendo personalmente los sufrimientos de los romanos en las dos ocasiones en que la intangibilidad de la Ciudad Eterna fue cobardemente violada, lo que le valió el merecidísimo título de Defensor Ciuitatis.
A continuación copiamos la parte de la homilía del R.P. Cerrato dedicada a Pío XII:
"Es hermoso, hermanos y hermanas, evocar con la mente y el corazón en este día la estupenda realidad de la fe cristiana en el recuerdo de un gran testigo que hace cincuenta años volvía a la Casa del Padre: el Pontífice Romano Pío XII, el cual precisamente en la festividad de Cristo Rey del año 1939 (en que fuera elegido), dirigía a la Iglesia la Summi Pontificatus, su primera encíclica.
"Trazando las líneas fundamentales de su pontificado, recordaba, ya desde las primeras palabras, que el inicio de su servicio como sucesor de Pedro coincidía con el cuadragésimo aniversario de la decisión de León XIII de consagrar la humanidad a Cristo Redentor, en la inminencia de aquel siglo XX que muchos saludaban con entusiasmo como un siglo de progreso y felicidad sin límites y que, en cambio, habría de conocer los horrores de dos guerras mundiales y sus terribles tragedias. León XIII, con aquella consagración, quería renovar solemnemente la profunda y convencida adhesión de la Iglesia a Cristo su Señor, a fin de que la humanidad entera fuese inundada por el río de gracia que brota de la presencia viva de Cristo en la Historia. Pío XII recordaba que la consagración se cumplía “justo por el tiempo –escribe– por el que, apenas ordenado sacerdote, habíamos podido recitar: Introibo ad altare Dei”.
"Eugenio Pacelli, en efecto, había sido ordenado, con sólo 23 años, el 2 de abril de 1899. La segunda misa la celebraría aquí, en el altar de san Felipe, en esta iglesia en la que se formó en el conocimiento del Evangelio y del catecismo, enamorándose del Sacrificio Eucarístico y de la vida litúrgica en el Collegio Vallicelliano, el grupo de los monaguillos de la Chiesa Nuova, dirigido por el P. Giuseppe Lais. Incluso sobre la Cátedra de Pedro, no se olvidará del tiempo de su formación inicial, que lo marcó profundamente, como tampoco de un santo filipense de la Chiesa Nuova que fue su maestro por aquellos años: el siervo de Dios P. Giulio Castelli, de quien Pío XII evocaría conmovido, durante una audiencia “la figura alta, estilizada, siempre en actitud de recogimiento, toda humilde y con los ojos bajos”, esperando poder ser él mismo quien proclamara su santidad.
"Pocos días antes de morir, recibiendo en Castelgandolfo a los padres del Oratorio reunidos en congreso general, recordará afectuosamente su vínculo con la Chiesa Nuova: “Desde los años de Nuestra juventud comenzamos a amar en modo especial vuestro instituto y en la iglesia que en esta amada Roma se halla confiada a vuestros cuidados, ejercitamos a favor de los fieles algunos servicios de Nuestro sacerdocio. Hoy, mientras Nos es dado veros en Nuestra presencia y hablaros con ánimo paternal, Nos parece como si aquel ministerio de singular caridad se renovara de alguna manera”.
"Cristo fue el centro de su vida sacerdotal y de su servicio a la Iglesia y a la humanidad. Lo expresará muchas veces, no sólo en los solemnes documentos de su magisterio, sino en las exhortaciones sencillas y familiares, como cuando afirmaba: “Hoy es la hora de la dedicación completa a Jesús. Haced de Jesús vuestra vida; transfomaos en Él; haced que Él viva en el mundo, sirviéndose de vuestra vida” (23 de noviembre de 1952); “Estad unidos a Jesús que está en vosotros, vivo, operante, habitante. Identificaos con Jesús: Jesús que ora, Jesús que predica, Jesús que obra, Jesús que sufre” (5 de marzo de 1957).
"Es el programa ya delineado en la Summi Pontificatus, en la cual escribía: “¿Y cómo podremos no aprovechar hoy con gozo la ocasión de hacer del culto a Cristo Rey de Reyes y Señor de los que dominan la plegaria de introito de este Nuestro Pontificado? […] Cristo es el alfa y el omega de Nuestro querer y de Nuestro esperar, de Nuestra enseñanza y Nuestra actividad, de Nuestra paciencia y de Nuestros sufrimientos, consagrados todos a la difusión del Reino de Cristo […] Pueda la inminente festividad de Cristo Rey, en la que os llegará esta Nuestra primera encíclica, ser un día de gracia y de profunda renovación y despertar en el espíritu del Reino de Cristo […] el único del que deriva la salvación del mundo”.
Misa en la Chiesa Nuova el 23.XI.2008
En su homilía el cardenal secretario de Estado rechazó las imputaciones que se han venido lanzando contra Pío XII, en el sentido de que no habría querido hacer nada a favor de los judíos perseguidos por el nazismo, tópico desacreditado por los historiadores, pero alimentado por los libelistas y escritores y periodistas sensacionalistas. Copiamos algunos fragmentos más significados de la alocución del cardenal Bertone:
“Mientras, ayudados por la liturgia de hoy, contemplamos a la Virgen María, icono de la Iglesia peregrina en el tiempo hacia la nueva Jerusalén, llena de luz y de gozo, me uno de buena gana a vosotros al evocar a un gran enamorado de Nuestra Señora, el siervo de Dios Pío XII, casi en la clausura del cincuentenario de su muerte, el 9 de octubre de 1958. Me complace recordar aquí, en esta vuestra antigua y noble ciudad, desde siempre ligada por vínculos de afecto a los Papas y a la Iglesia, al Pastor Angelicus, al papa Pacelli, sincero amigo de la humanidad y fiel servidor de la Iglesia, al Papa de la Asunción cuyo dogma proclamó el 1º de noviembre de 1950. En la bula Munificentissimus Deus, apelando al testimonio de los antiguos Padres y Doctores de la Iglesia, puso en relieve a María como la nueva Eva, unida al nuevo Adán, Cristo, al cual Ella se halla asociada en todo. Por otra parte, en la encíclica Mystici Corporis, había ya subrayado el ligamen que vincula a María con la Iglesia, observando que fue María con sus eficacísimas plegarias la que imploró “que el Espíritu del Divino Salvador, ya derramado sobre la Cruz, fuese infundido en el día de Pentecostés con dones prodigiosos sobre la Iglesia nacida hacía poco”. "Ella tuvo para el Cuerpo Místico de Cristo, nacido del Corazón atravesado de nuestro Salvador –escribió Pío XII– la misma solicitud maternal y diligente caridad con la cual sustentó y nutrió con su leche al Niño Jesús”.
“La silenciosa presencia de María junto a José en el misterio de Navidad, tan plásticamente representada en la gruta de todo pesebre, es una invitación a todos nosotros para que acojamos con total apertura de ánimo a Jesús, que por amor se ha hecho nuestro hermano. Él viene a traer al mundo el don de la paz: “sobre la tierra paz a los hombres que Él ama” (Lc 2, 14), anunciaron en coro los ángeles a los pastores. Sí, queridos hermanos y hermanas, don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo es nuestra “verdadera paz”. Esta verdad la reafirmó en muchas circunstancias Pío XII, no cesando nunca de invocar la paz en los años tormentosos de su largo pontificado. ¿Cómo no evocar, por ejemplo, su apremiante radiomensaje de Navidad de 1942? En él indicó al mundo los cinco puntos esenciales para construir la paz sobre sólidos fundamentos de una nueva sociedad. Los cito: reconocimiento y tutela de la dignidad y de los derechos de la persona humana; centralidad de la familia, fundamento de la sociedad; dignidad del trabajo y salarios justos para cubrir las necesidades de los trabajadores y sus familias; seguridad jurídica mediante un justo ordenamiento jurídico; una concepción del Estado y del poder como servicio a la persona. Y de la paz no se limitó a proclamar sólo la necesidad con repetidos llamados, sino que quiso en modo concreto testimoniar su ansia por la paz con una bien conocida e intensa actividad caritativa en favor de las familias más golpeadas por los trágicos acontecimientos bélicos. Y cuando se desencadenó la persecución contra los Judíos, quiso impartir urgentes y precisas disposiciones a las instituciones católicas de Roma para que abriesen las puertas a hombres, mujeres y niños, incluso con riesgo de la vida, de modo que éstos pudieron salvarse gracias precisamente al coraje y la sensibilidad del Papa y de la Iglesia. Con justicia, pues, ha sido definido el papa Pacelli “Arquitecto de la Paz”: con la palabra y la acción indicó y testimonió los presupuestos y las bases para construir establemente una sociedad basada en la justicia, la fraternidad y una paz duradera, con pleno respeto de los derechos y de los deberes de todos.
“Vivimos tiempos difíciles y, por muchos conceptos, confusos; hoy hay necesidad de verdad y de justicia, de solidaridad y de paz. Muchos son los que invocan un mundo mejor, pero, ¿cómo construirlo si no sobre la base de un auténtico respeto de los derechos humanos? A sesenta años de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre no debemos cansarnos de reafirmar su universalidad e inalienabilidad. Ello es tanto más urgente si se considera el individualismo y el relativismo cultural y ético que caracteriza ampliamente nuestro tiempo. Hoy más que nunca se advierte la común responsabilidad de obrar concretamente para que los derechos fundamentales de la persona humana, basados sobre la ley natural inscrita en el corazón del hombre, sean tutelados, promovidos y efectivamente ejercidos. He aquí un campo de acción apostólica para los cristianos, especialmente los fierles laicos; he aquí un desafío para todos los hombres de buena voluntad. Afirmar los valores humanos y evangélicos es un compromiso civil y apostólico al que llamó constantemente Pío XII a los cristianos de su tiempo. Hoy diríamos que se trata de testimoniar aquella “caridad política”, expresión concreta del amor de Cristo por el hombre y por lo creado, que debe hacerse proximidad a quien es pobre y está solo, a quien, forastero o extranjero, es el “último” en la sociedad, para construir una humanidad solidaria que transmitir a las generaciones futuras.
“Pero volviendo a los textos bíblicos de la liturgia de hoy, que nos indican como modelo a María, querría hacer resaltar una virtud de la Santísima Virgen que este venerado Pontífice se esforzó en imitar especialmente. María vivió totalemnte en función de su Divino Hijo; igualmente Pío XII tuvo siempre claro el objetivo de su ministerio; podríamos decir que observó siempre lo esencial: vivió una fe obediente y dócil, una esperanza inteligente y sólida incluso en las horas más obscuras de su pontificado, y ejercitó una caridad inagotable que el pueblo de Roma percibió con grande agradecimiento. De la Virgen quiso él hacer propia la actitud de contemplación, viviendo una vida austera y de penitencia”.
“La Santísima Virgen, venerada con tierna devoción por el papa Pacelli, nos ayude a seguir el ejemplo de este hijo suyo predilecto”.
Con estas palabras sentidas del cardenal Bertone cerramos la evocación de los últimos ecos del cincuentenario del pío tránsito de Pío XII en 2008, mientras nos aprestamos a celebrar el septuagésimo aniversario de su elección y coronación en este nuevo año pacelliano de 2009.
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