3 de marzo de 2009

Habemus Papam! A 70 años de la elección de Pío XII (y 3)


Mientras en todo el mundo la prensa difundía la nueva de la elección de Pío XII, en el Palacio Apostólico se vivía el período de euforia que implica todo comienzo de reinado. Antes de que los engranajes de la Curia Romana volvieran a rodar según su habitual rutina (pulida por una práctica plurisecular) pasarían unos días de ajuste a la nueva situación. En realidad, hasta después de la coronación del nuevo pontífice no se podía decir que la vida discurría normalmente en el Vaticano. Pacelli era ya bien conocido tras nueve años en el vértice del poder al lado de Pío XI como su secretario de Estado. Además, tenía otros cargos que lo hacían una figura habitual y familiar en el entorno vaticano, como el de arcipreste de la Basílica Vaticana y prefecto de la Reverenda Fábrica de San Pedro. A fuer de buen “romano di Roma”, por otra parte, poseía lo que los italianos llaman una perfecta dimestichezza del mundo social tan característico de la Ciudad Eterna y de la corte papal: sabía moverse en ellos como pez en el agua. A pesar de todo esto, sin embargo, había que ver cómo iba a ser como papa. Cada nueva elección, en efecto, reserva sus sorpresas.

El 3 de marzo debía tener lugar la tercera adoratio, a la hora señalada por el Pontífice (según rezaba el Ordo Conclavis). A las 11 de la mañana, Pío XII salió de sus aposentos y se encontró con algunos grupos que esperaban en la antecámara para presentarle sus parabienes: se trataba de algunos destacados personajes de la corte pontifica, que tenían acceso más directo al Papa; del conde Giuseppe Dalla Torre, director de L’Osservatore Romano, que acudía acompañado de sus redactores, y de profesores y alumnos del Almo Collegio Capranica, el prestigioso seminario donde Eugenio Pacelli había residido una temporada mientras se preparaba al sacerdocio. Habiendo sido cumplimentado, Pío se dirigió hacia la Capilla Sixtina, siguiendo el mismo itinerario de los ritos del cónclave: se revistió en el Aula de los Paramentos, donde le esperaba el cortejo que debía acompañarle, esta vez ya no como camarlengo sino como Sumo Pontífice. Los ceremonieros le ayudaron con los complicados ornamentos privativos de su altísima dignidad: la falda (vestimenta de seda blanca cogida al alba con agujas de plata para darle vuelo y dotada con cola), el manto (pluvial largo de color rojo) y la mitra alta con franja de oro.


El séquito se puso en marcha y enrumbó por las Salas Ducal y Regia hacia la Sixtina, donde ya esperaba un nutrido grupo de patriarcas, arzobispos, obispos y demás prelados que formaban parte de la corte pontificia. Éstos se hallaban detrás de la cancela, mientras los cardenales, esta vez revestidos de la púrpura y con capa magna (por haber cesado el luto por Pío XI), ocupaban los mismos puestos que habían tenido durante el cónclave. Todavía podían verse los doseles abatidos sobre los sitiales de Sus Eminencias, mientras el del papa electo aún se mantenía levantado. Pío XII hizo su ingreso al son del Tu es Petrus del maestro Perosi, ejecutado por la capilla pontificia. El Santo Padre, sentado en su trono colocado en la predela del altar, fue recibiendo el homenaje de los príncipes de la Iglesia, que se iban acercando uno a uno con sus respectivos caudatarios, bajo la dirección de ocho ceremonieros. Mientras tanto, resonaba el Tedeum de Baini, a cuyo término, el cardenal decano Granito Pignatelli di Belmonte entonó el oremus de acción de gracias.

El Papa, entonces, pronunció el primer discurso de su pontificado, que comenzaba con las palabras Dum gravissimum y fue radiado al mundo entero. El tema dominante era la paz, una paz que se había vuelto precaria y de la cual se hacía heraldo y abogado el nuevo pontífice, que no en vano la llevaba impresa en su apellido, como una especial vocación: Pacelli, Pax coeli, la paz del cielo, la paz de Dios, la única verdadera paz. Pío XII, en efecto, hacía un llamado, una invitación a “esa paz, don sublime de Dios, que es deseo de todas las almas sabias y fruto de la caridad y de la justicia (…); a la paz de las conciencias, tranquilas en la amistad de Dios; a paz de las familias, unidas y armonizadas por el santo amor de Jesucristo; a la paz entre las Naciones a través de la ayuda fraternal recíproca; a la paz, en fin, y a la concordia que deben ser instauradas entre las Naciones, a fin de que los diferentes pueblos, con admirable colaboración y cordial entendimiento, puedan llegar a la felicidad de la gran familia humana, con el apoyo y la protección de Dios”.


Pero Pío XII no se engañaba sobre lo delicado del momento y la precariedad de la paz: “En estas horas temblorosas, mientras tantas dificultades parecen oponerse a la consecución de la verdadera paz, que es la aspiración más profunda de todos, Nos elevamos suplicantes a Dios una especial plegaria por todos aquellos a quienes incumbe el altísimo honor y el peso gravísimo de guiar a los pueblos por el camino de la prosperidad y del progreso civil”. Es ésta la primera admonición a los grandes de este mundo, cuya locura y cuya sordera a las palabras de quien se dirige a ellos “inerme pero confiado”, conducirán desgraciadamente, de allí a pocos meses, al estallido de la tan temida conflagración, presagiada por “la visión de los males inmensos que afligen a los hombres” que se presentaba a los ojos del Vicario de Cristo.

La elección de Pío XII fue recibida, por lo general, con gran satisfacción en el ámbito internacional, a juzgar por las reacciones de la prensa mundial. Las manifestaciones de simpatía, de respeto y de complacencia hacia el nuevo papa provenían de todas partes del mundo civilizado. L’Osservatore Romano no tuvo tregua en varios días para poder reproducir los pasajes más significativos de los recortes de prensa. Como es natural, hubo un silencio sepulcral de parte de la Unión Soviética, lo cual era lógico por otra parte. Los periódicos italianos no mostraron el menor entusiasmo y se limitaron a hacerse eco indiferente de la noticia (que sin embargo les atañía de cerca). Los medios alemanes se mostraron fríamente circunspectos, pero ciertos voceros del nacionalsocialismo no ocultaron su disgusto. Así, por ejemplo, el Berliner Morgenpost del 3 de marzo decía: “la elección del Cardenal Pacelli no ha sido bien recibida por Alemania, pues él siempre se ha opuesto al nazismo”. Esto fue corroborado por La Correspondance Internationale, semanario oficial de la Internacional comunista, que dedicó al nuevo papa –al que califica de “persona non grata a los nazifascismos” – un artículo en el cual se lee: “llamando como sucesor a quien se había opuesto con resistencia enérgica a las concepciones totalitarias fascistas que tienden a eliminar a la Iglesia Católica, el colaborador más estrecho de Pío XI, los cardenales han hecho un gesto significativo, al poner a la cabeza de la Iglesia a un representante del movimiento católico de resistencia”.

En los días siguientes, el Papa se dedicó a recibir en audiencia a los cardenales, especialmente a aquellos que no residían en Roma y de ahí a poco (después de la coronación) se marcharían. Particular atención le merecieron los alemanes, debido a la delicada situación de la Iglesia en el Reich y a la amistad que le unía al antiguo nuncio apostólico en Alemania a los purpurados de aquel país, en particular Bertram y Faulhaber. Aprovechando su presencia, se quiso asesorar con ellos para poner a punto la notificación de rigor que debía enviar a Hitler, como a todo jefe de Estado, comunicándole su elección. Gracias a la labor de los jesuitas que trabajaron en la compilación de la monumental obra Actes et documents du Saint Siège rélatifs à la Seconde Guerre Mondiale, disponemos del protocolo verbal de la reunión que tuvo lugar el 9 de marzo de 1939, en la que Pío XII discutió sobre el tema con los cardenales germanos. Se aprecia en él el tacto exquisito desplegado para evitar aparecer cordial con el Führer, sin por ello dar pie a susceptibilidades que podrían haber causado más dificultades a la Iglesia en Alemania. El diálogo del Santo Padre con los purpurados es muy significativo y en él, por supuesto, no hay ni sombra de simpatía hacia el régimen nazi. Lo publicamos como colofón a esta serie que hemos dedicado al septuagésimo aniversario de la elección del gran papa Pacelli.

Cardenales Schulte, Innitzer, Faulhaber y Bertram


Proceso verbal de la segunda conferencia del papa Pío XII
y los Obispos alemanes (9 de marzo de 1939)

SANTO PADRE: En 1878 León XIII, al comienzo de su pontificado, envió un mensaje de paz a Alemania. En mi modesta persona, me gustaría hacer algo parecido. [A continuación, el Papa lee el borrador de la carta a Hitler en latín] ¿Es correcta? ¿Necesita algún cambio o ampliación? Agradecería infinitamente el consejo de Vuestras Eminencias.
CARDENAL BERTRAM: No me parece que haya nada que añadir.
CARDENAL FAULHABER: En una carta de este tipo no se puede expresar ningún deseo concreto. Sólo una bendición. Pero tengo una duda. ¿Debe ir redactada en latín? El Führer es muy susceptible con respecto de las lenguas extranjeras. No creo que desee recurrir a los teólogos para que se la expliquen.
CARDENAL SCHULTE: Por lo que se refiere a su contenido me parece excelente.
SANTO PADRE: Podría enviarse en alemán. Si la consideramos como una simple cuestión de protocolo, podría pasar inadvertida la connotación sobre el mal estado de cosas para la Iglesia Y nuestra mayor preocupación es el bien de la Iglesia en Alemania. Para mí es la cuesrtión más importante. Quizás podría redactarse en latín y en alemán.
CARDENAL FAULHABER: Es mejor enviarla en alemán.
[Al final se decidió enviarla también en alemán. Entonces surgió el siguiente problema:]
SANTO PADRE: ¿Nos dirigimos a él con el tratamiento de “Ilustre” (Hochzuehrender) o con el de “Ilustrísimo” (Hochzuverehneder)?
CARDENALES (al unísono:) ¡"Ilustre"!
CARDENAL SCHULTE: "Ilustrísimo" sería ir demasiado lejos. No se lo merece.
CARDENAL INNITZER: ¿Habría que usar el plural para dirigirse a él?
LOS DEMÁS CARDENALES: Ése es el uso normal.
CARDENAL INNITZER: Me refiero al saludo. ¿Hay que dirigirse a él con “Sie” o con “Du”?
CARDENAL BERTRAM: Una regla del Tercer Reich permite no usar los títulos. Yo pondría “Sie”.
SANTO PADRE: Actualmente en italiano se dice “Tu” o “Voi”. Personalmente, yo diría “Lei”. Pero supongo que ahora en Alemania será diferente.
CARDENAL BERTRAM: Yo diría “Sie”. Aparte de eso, me parece bien.
SANTO PADRE: ¿De acuerdo entonces?
CARDENAL BERTRAM: No os habéis referido a él con la expresión “Dilecte Fili”. ¡Me parece muy bien! No lo hubiera apreciado. [En broma:] Le gustaría que el Padre Santo gritara: “Heil! Heil!”.
CARDENAL INNITZER: En las escuelas los sacerdotes tienen que decir “Heil Hitler!” y “Jesucristo: ¡venga a nosotros tu reino!”.
CARDENAL BERTRAM: Yo dije a los niños que “Heil Hitler!” es para el reino temporal y que “Jesucristo: ¡venga a nosotros tu reino!” es el enlace entre la Tierra y el Cielo.
[Se acordó que Hitler no apreciaría en absoluto la forma habitual de saludo “Dilecte Fili”; el texto definitivo rezaba así:]

“Al Ilustre Señor Adolf Hitler, Führer y Canciller del Reich alemán.
Ilustre Señor:
Elevados a la cátedra del Sumo Pontificado por los votos de los Padres Cardenales de la Iglesia, hemos juzgado oportuno como parte de Nuestro oficio, comunicaros la noticia de Nuestra elección.
Al comienzo de Nuestro pontificado, deseamos aseguraros que seguimos consagrados al bienestar del pueblo alemán confiado a vuestra dirección (Obsorge). Por él imploramos a Dios Todopoderoso para que le conceda la felicidad auténtica que emana de la religión.
Recordamos con sumo gusto los muchos días que pasamos en Alemania en calidad de Nuncio apostólico, época en la que hicimos todo lo que estaba dentro de nuestro poder para establecer relaciones armoniosas entre la Iglesia y el Estado. Ahora que las responsabilidades de Nuestra función pastoral han aumentado Nuestras oportunidades, rezamos mucho más fervorosamente para conseguir ese objetivo.
Hacemos votos para que, con la ayuda de Dios, el pueblo alemán disfrute de prosperidad y progreso.
Mientras tanto, os enviamos, Ilustre y Honorable Señor, nuestros mejores augurios de bendiciones de Dios para vos y para todos los vuestros.
Fechada el día 6 de marzo de 1939 en Roma, junto a la Basílica de San Pedro, en el primer año de Nuestro pontificado”.

[Después de haber decidido la forma definitiva de su carta, el Papa dijo a los cardenales alemanes: “Así pues, nos hemos arriesgado a hacer un nuevo intento. Si quieren pelea, no nos asustaremos. Pero el mundo verá que hemos intentado todos los medios para vivir en paz con Alemania”. A ello siguió una discusión entre los cardenales sobre la posibilidad de romper relaciones si Hitler no respondía. ¿Debería llamarse al Nuncio de Berlín?]
SANTO PADRE: Sí, Pío XI estaba tan indignado por lo que estaba ocurriendo en Alemania que una vez me dijo: “¿Cómo puede la Santa Sede seguir teniendo un Nuncio allí? ¡Es algo que está reñido con nuestro honor!” El Santo Padre temía que el mundo no entendiera cómo era posible que siguiéramos manteniendo relaciones diplomáticas con un régimen que trataba a la Iglesia de aquella forma. Así que le respondí: “Santidad, ¿de qué nos serviría eso? Si mandáramos llamar al Nuncio, ¿cómo podríamos mantener contacto con los obispos alemanes?” El Santo Padre entendió y se calmó un poco. No, es mejor así. Si el Gobierno alemán tiene a bien romper relaciones, tanto mejor. Pero no daríamos prueba de demasiada inteligencia si las rompiéramos nosotros.
CARDENAL BERTRAM: Sí, no debe parecer que es la Santa Sede la que rompe.
SANTO PADRE: Algunos cardenales se han acercado a mí y me han preguntado por qué sigo concediendo audiencias al embajador alemán después de todo esto. Dicen: “¿Cómo puede tener la desfachatez de pedir una audiencia?” Y yo les respondo: “¿Qué otra cosa puedo hacer?” Debo tratarlo con modales cordiales. No hay otro camino. Romper relaciones es fácil. Pero, ¡sólo Dios sabe las concesiones que tendríamos que hacer para volver a entablarlas! Podéis estar seguros de que el régimen no las reanudaría sin concesiones por nuestra parte.
[a conferencia concluyó con unas palabras sobre el efecto “beneficioso” de la persecución en Alemania.]
CARDENAL SCHULTE: El interés general por los asuntos de la Iglesia es mucho más vivo que antes.
SANTO PADRE: Ése es el efecto de la persecución.
CARDENAL SCHULTE: Las iglesias están llenas a rebosar.
CARDENAL INNITZER: Lo mismo ocurre en Austria.
SANTO PADRE: En ese caso, no hemos de perder las esperanzas.
CARDENAL BERTRAM: Es una gran misión infundir ánimo a los sacerdotes: Christus vincit! Con frecuencia digo a los sacerdotes: “Los tiempos en que vivimos no son los peores. Los peores son los de la indiferencia” (Glaubensgleichgultigkeit).

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