13 de marzo de 2009

En el Septuagésimo Aniversario de la coronación de Pío XII (y 2)



La procesión papal, entretanto, salió por la puerta central de la basílica al atrio e hizo el camino inverso al de entrada. A través de la Scala y la Sala Regias ganó el Aula de las Bendiciones. Allí se detuvo hasta que todos los que estaban dentro del templo se hubieron acomodado fuera, en la plaza. Las campanas volvían a repicar con gran júbilo. Los graves y profundos tañidos del campanone de San Pedro marcaban el compás de los de sus hermanas de bronce. En la Loggia de las Bendiciones –el balcón central de la fachada– se había alzado el nivel del suelo mediante un entarimado con el objeto de hacer más visible la ceremonia que de allí a pocos momentos iba a tener lugar.

Precedía al Papa el marqués Patrizi Naro di Montoro, vexillifer o portaestandarte hereditario de la Santa Iglesia, en uniforme escarlata, llevando el gonfalón (de ahí su antiguo título de confaloniere) de la Santa Sede, que recordaba las victorias de las armas cristianas en las guerras contra los infieles. El vexillifer se colocó a la derecha con el pabellón izado. El Santo Padre, revestido aún con todos los ornamentos de la misa, llevaba la mitra constelada (gemmata). En el momento en que apareció por la loggia la muchedumbre lo vitoreó con entusiasmo desbordante, ahogando las notas del himno pontificio (compuesto por Charles Gounod) y de las marchas militares que ejecutaban las bandas. Los regimientos de las guardias vaticanas y de las fuerzas de orden italianas se cuadraron militarmente. Todas las banderas se inclinaron en señal de acatamiento.

El cardenal decano Caccia-Dominioni entonó lo más alto que pudo –para hacerse oír– la antífona conveniente, que no podía ser más a propósito: “Corona aurea super caput eius” (Una corona de oro sobre su cabeza). Los cantores prosiguieron. Tras el versículo y su respuesta, el mismo purpurado cantó la oración dirigida al “Padre de los reyes” para que infundiera en el coronando lasa cualidades que deben brillar en quien ha de regir a las almas. El momento cumbre había llegado. El segundo cardenal del orden de los diáconos, Nicola Canali, quitó la mitra de la cabeza de Su Santidad mientras el cardenal protodiácono tomaba la tiara del cojín que le presentó el vestiario, monseñor Venini. Con gesto seguro la colocó sobre las augustas sienes de Pío XII al tiempo que pronunciaba las palabras rituales, pletóricas de significado y que resumen la concepción del Papado en el mejor estilo de la Edad Media:

“ACCIPE TIARAM TRIBVS CORONIS ORNATAM ET SCIAS TE ESSE PATREM PRINCIPVM, RECTOREM ORBIS IN TERRA, VICARIVM SALVATORIS NOSTRI IESV CHRISTI, CVI EST HONOR ET GLORIA IN SAECVLA SAECVLORVM” (Recibe la tiara de las tres coronas y sepas que eres el padre de los príncipes y de los reyes, rector del mundo aquí en la Tierra y Vicario de Nuestro Salvador Jesucristo, a Quien corresponde el honor y la gloria por los siglos de los siglos).



San Gregorio el Grande, Adriano I, san Gregorio VII, Alejandro III, Inocencio III, Bonifacio VIII… sus espíritus estarían presentes junto a los manes de los Cornelios, Catones, Julios, Augustos, Flavios, de los que fueron herederos, en esta hora de triunfo y apoteosis. El Papa ha aparecido sucesivamente tocado con la mitra y con la tiara. Precisamente Inocencio III dijo: “Mitra pro sacerdotio, corona pro regno” (la mitra es propia del poder espiritual; la tiara lo es del poder temporal). Hacía ya siglos que el Papado se había resignado a no ser ya árbitro de los potentados de este mundo y una década desde que Pío XI había renunciado definitivamente al poder temporal, conservando tan sólo el “mínimo indispensable” para asegurar la independencia de la Iglesia en orden a su misión espiritual. Pero si los hechos habían impuesto su razón incontestable, la coronación del nuevo Romano Pontífice era un recordatorio del irrenunciable derecho público de la Iglesia. Si el Papa ya no era rey sí podía amonestar a los soberanos: “Et nunc reges intelligite! Erudimini qui iudicatis terram!” (Ps II). Lo malo es que eran tiempos –y se avecinaban terribles– en los que los dirigentes de las naciones hacían oídos sordos.

El Papa recién coronado parecía más romano que nunca, con su perfil aquilino, su aristocrático continente y la serena grandeza que se desprendía de su persona. Había llegado el momento de concluir los ritos de la coronación mediante la bendición Urbi et orbi. Extendió sus brazos y los elevó en un gesto que iba a ser característico en él: como recogiendo todas las necesidades de sus hijos y de toda la humanidad para presentarlos a Dios, a quien dirigía la mirada extática. Uniendo sus manos en lo alto y juntándolas sobre su pecho, trazó tres signos de la cruz en distintas direcciones, repartiendo las gracias que la Santísima Trinidad se dignara conceder a través de su representante en la Tierra. No pudieron verse entonces los estilizados dedos de Pacelli, finísimos y largos, ni lo diáfano de sus blancas manos, por estar éstas cubiertas por las quirotecas. Pero el Papa marcó ya su estilo inconfundible de Pastor Angelicus. De hecho, así lo llamaría, contagiado por el entusiasmo popular, el cardenal Caccia-Dominioni, en cuanto los cortinajes de la loggia hurtaron a Pío XII de la vista de un gentío exultante.

En el Aula de los Paramentos, donde Pacelli procedió a despojarse de sus galas litúrgicas, el protodiácono siguió una tradición que remontaba a Benedicto XIV (cuyo nombre de pila era Próspero). Se dirigió al Santo Padre con las palabras del salmo 44: “Prospere procede et regna” (Avanza prósperamente y reina). Al papa Lambertini, que era un espíritu ameno y divertido, le había gustado la ocurrencia del cardenal Albani en 1740, la que hizo fortuna y se fue repitiendo a cada elección. También le formuló el voto de que viera “annos Beati Petri” (los años de Pedro), augurándole de esta manera un reinado largo, pues es sabido que los años que el primer papa dirigió la comunidad de Roma fueron veinticinco (del 42 al 67, pues antes estuvo en Antioquía). Sólo tres pontífices habían llegado a superar el cuarto de siglo sobre el sacro solio: Benedicto XIII o Pedro de Luna (28 años), el beato Pío IX (31 años) y León XIII (25 años). Pío XII era relativamente joven, pues tenía 63 años. Su salud había sido algo endeble, pero había sabido siempre sobreponerse a sus molestias haciendo despliegue de una gran voluntad. Tendría, sin embargo, que llegar a los 88 años para ver los años de Pedro.

Ahora sí, pasados los fastos con los que quedaba inaugurado oficialmente su pontificado, comenzaba para Pío XII la rutina diaria. Como era un hombre habituado al trabajo no le costó hacerse a ella, pero pensaría con un tanto de melancolía en el viaje a Suiza que había planeado para después del cónclave y que su elección como papa había cancelado definitivamente. Para Eugenio Pacelli en lo sucesivo ya no habría vida privada en el sentido de poder solazarse con períodos de sano ocio vacacional. La solicitud universal por las almas no le iba a dar tregua.


(Tomado y adaptado del libro del Rev. Dr. D. José Apeles Santolaria de Puey y Cruells El Papa ha muerto ¡Viva el Papa!, publicado por Áltera con prólogo del Eminentísimo Cardenal Alfons María Stickler, bibliotecario y archivero emérito de la Santa Iglesia Romana).



DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII CON EL CUAL ANUNCIA
EL LEMA ESCOGIDO COMO DIVISA DEL SAGRADO MANDATO

Domingo, 12 de marzo de 1939

QUAE venerandus ac Nobis carissimus Cardinalis Decanus verba fecit, tam vehementer suaviterque Nos tangunt, ut immortales grates eidem ceterisque omnibus e Sacro Collegio referamus, qui propius Nobis adsunt, devotam eorum pietatem fidelitatemque paterno rependentes animo.

Per vos, Venerabiles Fratres ac Dilecti Filii Nostri, post obitum desideratissimi ac perpetuae recordationis Decessoris Nostri, Providentissimus Deus, arcano suo consilio, Nos, etsi invitos necopinantes, ad eiusmodi dignitatis auctoritatisque fastigium extulit, cuius ardua celsitudo, singularis ratio gravissimumque officium quemlibet hominem, nedum Nos, contremiscere iubeant.

Quapropter non nostris meritis viribusque subnixi, sed Dei gratia confisi, ad potentissimum sapientissimumque Eitxs nutum frontem reclinamus Nostram. Atque ad eum convertentes oculos qui est «Pater luminum et Deus totius consolationis», itemque illius tutela freti, quae Benesuadens Virgo Conclavis Patrona exstitit, petrianae navis gubernaculo admovemus manus, ut eam per tot fluctus et procellas ad pacis portum dirigamus.

Summi Pontificatus munus, per saeculorum decursum, non alio spectat, nisi ut veritati famuletur; veritati dicimus, quae integra ac germana sit, nullis obscurationibus obumbrata, nullisque obnoxia infirmitatibus, at numquam seiuncta a Iesu Christi cantate. In omnem siquidem Pontificatum, ac praesertim in hunc Nostrum, quem suas partes explere oportet pro hominum consortione tot discidiis ac conflictationibus laborante, illud S. Pauli Apostoli, veluti sacrum mandatum, dominari opus est: «Veritatem facientes in caritate» (1).

Vestram igitur operam, Venerabiles Fratres ac Dilecti Filii Nostri, vestramque alacritatem advocamus; qua adiuti, amplissimum hoc munus, quod hodie sollemni ritu auspicati sumus, ad peculiare hoc Apostoli gentium mandatum conformare totum valeamus, et caelestia ea dona, quae munus idem quodammodo continet, universo hominum generi impertire. Officii Nostri magnitudinem gravitatemque probe noscentes, neque spem exspectationemque ignorantes, quam in Beati Petri Solio ii non modo collocant, qui fide caritateque arctissime Nobiscum coniunguntur, sed seiuncti etiam non pauci a Nobis fratres atque universa propemodum hominum familia conciliandae paci inhians, hac hora, dum Pontificalis Diadematis maiestas atque onus fronti Nostrae imponitur, vos compellamus omnes, Senatus Noster, vosque, intimi consiliarii Nostri, adhortamur, S. Ioannis Chrysostomi mutuantes verba: «Vos laborem cognoscentes, cooperamini precibus, sollicitudine, alacritate, amicitia, ut nos vestra gloriatio, et vos nostra sitis» (2).

Firma eiusmodi fiducia erecti, tum venerando Cardinali Decano, mentis animique vestri interpreti disertissimo, tum unicuique vestrum effusa benevolentia gratissimaque voluntate Apostolicam Benedictionem impertimus.
______________

(1) Eph., IV, 15.
(2) Hom. XXIX in Ep. ad Romanos, n. 5.

Copyright © Libreria Editrice Vaticana


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay que ver este video sobre los que Arzobispo Cardenal de Sidney, Pell, dijó sobre Pío XII:

http://www.youtube.com/watch?v=eVEScuhge6E&feature=PlayList&p=6675C0967ED6296E&index=0&playnext=1

Curiosus Omnium Rerum Spectator dijo...

¡Muchas gracias! El vínculo completo es: http://www.youtube.com/watch?v=eVEScuhge6E&feature=PlayList&p=6675C0967ED6296E8, pues no se llega a ver bien en su comment.
Un saludo cordial.