R.P. Peter Gumpel, S.I., relator de la causa
de beatificación de Pío XII
(Foto por cortesía de Don Livio Spinelli)
Como anunció oportunamente la agencia de noticias Fides (dependiente de la Congregación romana para la Evangelización de los Pueblos), el pasado jueves 18 de junio, a partir de las 6 de la tarde, tuvo lugar en Roma, en el local de la Librería Internacional Pablo VI del Palacio de Propaganda Fide (Via di Propaganda, 4), un acto enmarcado en la serie de eventos culturales llamada “I Venerdì di Propaganda” (Los Viernes de Propaganda). En esta ocasión había un invitado de lujo: el R.P. Peter Gumpel, S.I. (foto), relator de la causa de beatificación de Pío XII, el cual disertó sobre el tema "Come si fanno i Santi" (Cómo se hacen los Santos), es decir, sobre las normas y el procedimiento de los procesos de beatificación y canonización en la Iglesia Católica. La conferencia fue organizada por el sacerdote salesiano Don Giuseppe Costa, director de la Libreria Editrice Vaticana (la librería editorial vaticana), y sus colaboradoras la Dra. Neria De Giovanni y la Dra. Francesca Bucciarelli.
Como era obvio y estaba previsto, el Padre Gumpel abordó también el asunto del estado actual de la causa de Eugenio Pacelli, de gran interés para el público y de constante actualidad, así como objeto de viva controversia, sobre todo por parte de un amplio sector del mundo hebraico, que se hace eco de las acusaciones vertidas desde hace casi medio siglo contra el pontífice que reinó en un período particularmente difícil de la Historia humana y a quien acusan de complicidad –por un supuesto silencio suyo– con la persecución nazi de los judíos. El jesuita austríaco, juntamente con el R.P. Paolo Molinari, postulador general de la Compañía de Jesús, lleva desde hace décadas el proceso canónico para la beatificación de Pío XII y es seguramente quien mejor y más detallada información maneja sobre este papa. Es él quien, como relator, elaboró la llamada “positio” (exposición) sobre sus virtudes.
Conviene recordar el trámite que se observa en la causa de un candidato a los altares. Cuando muere una persona con fama de santidad, el ordinario del lugar del fallecimiento o de donde ha transcurrido una parte importante de su vida inicia el proceso ordinario mediante una encuesta diocesana, que tiene por objeto recopilar toda la información posible sobre ella. Si la investigación resulta satisfactoria, la causa se incoa en Roma, donde el Papa normalmente la aprueba, momento en el que el candidato a los altares pasa a llamarse Siervo de Dios, asignándosele un procurador y un relator ante la Congregación romana para las Causas de los Santos. El relator, después de un estudio profundo sobre el Siervo de Dios, debe redactar la positio, paso previo a la fase decisiva de la causa. La positio se ha de leer delante del Congreso Peculiar de Consultores Teólogos y de la Congregación Ordinaria de Cardenales y Obispos. Después de un dictamen favorable de ambas, el Papa normalmente firma el decreto de heroicidad de virtudes, que otorga al Siervo de Dios el título de Venerable. A partir de este momento se estudia los milagros a él atribuidos: un primer milagro probado conduce a la beatificación (que implica la aprobación del culto particular del nuevo beato) y un segundo tiene como resultado la canonización (que constituye un pronunciamiento infalible del Magisterio y permite el culto del nuevo santo en la Iglesia universal).
Como era obvio y estaba previsto, el Padre Gumpel abordó también el asunto del estado actual de la causa de Eugenio Pacelli, de gran interés para el público y de constante actualidad, así como objeto de viva controversia, sobre todo por parte de un amplio sector del mundo hebraico, que se hace eco de las acusaciones vertidas desde hace casi medio siglo contra el pontífice que reinó en un período particularmente difícil de la Historia humana y a quien acusan de complicidad –por un supuesto silencio suyo– con la persecución nazi de los judíos. El jesuita austríaco, juntamente con el R.P. Paolo Molinari, postulador general de la Compañía de Jesús, lleva desde hace décadas el proceso canónico para la beatificación de Pío XII y es seguramente quien mejor y más detallada información maneja sobre este papa. Es él quien, como relator, elaboró la llamada “positio” (exposición) sobre sus virtudes.
Conviene recordar el trámite que se observa en la causa de un candidato a los altares. Cuando muere una persona con fama de santidad, el ordinario del lugar del fallecimiento o de donde ha transcurrido una parte importante de su vida inicia el proceso ordinario mediante una encuesta diocesana, que tiene por objeto recopilar toda la información posible sobre ella. Si la investigación resulta satisfactoria, la causa se incoa en Roma, donde el Papa normalmente la aprueba, momento en el que el candidato a los altares pasa a llamarse Siervo de Dios, asignándosele un procurador y un relator ante la Congregación romana para las Causas de los Santos. El relator, después de un estudio profundo sobre el Siervo de Dios, debe redactar la positio, paso previo a la fase decisiva de la causa. La positio se ha de leer delante del Congreso Peculiar de Consultores Teólogos y de la Congregación Ordinaria de Cardenales y Obispos. Después de un dictamen favorable de ambas, el Papa normalmente firma el decreto de heroicidad de virtudes, que otorga al Siervo de Dios el título de Venerable. A partir de este momento se estudia los milagros a él atribuidos: un primer milagro probado conduce a la beatificación (que implica la aprobación del culto particular del nuevo beato) y un segundo tiene como resultado la canonización (que constituye un pronunciamiento infalible del Magisterio y permite el culto del nuevo santo en la Iglesia universal).
Por lo que respecta a Pío XII, el proceso de su beatificación fue introducido –juntamente con el de su sucesor Juan XXIII– por Pablo VI, quien así lo anunció en su alocución del 18 de noviembre de 1965 a los Padres Conciliares en la penúltima sesión general del Concilio Vaticano II. Mientras la causa del papa Roncalli fue confiada a los franciscanos, la del papa Pacelli lo fue a los jesuitas, a cuya orden había manifestado una gran predilección (el P. Augustin Bea fue su confesor y el P. Robert Leiber, su secretario). El proceso, en este caso, compete incoarlo al Papa por ser los Sumos Pontífices obispos de Roma. Las circunstancias en las que Pablo VI introdujo las dos causas de sus predecesores al mismo tiempo fueron muy distintas. En el caso de Juan XXIII se trató de dar curso al deseo popular por honrar a alguien que gozaba de un unánime reconocimiento; en el de Pío XII hubo, en cambio, el interés personal del que había sido su estrecho colaborador durante décadas, en un afán por reivindicar su memoria, ultrajada por una indigna pero efectiva campaña mediática suscitada por el estreno, en 1963, de la pieza teatral Die Stellvertreter (El Vicario) de Rolf Hochhuth. En ella se acusaba a Pacelli de haber guardado un silencio cómplice sobre el holocausto de los nazis contra los judíos, debido a una supuesta afinidad del Papa con la ideología hitleriana.
Pablo VI sabía que el camino de los altares no sería fácil para su venerado Pío XII después de haber sido abierta la caja de los truenos, sobre todo desde la literatura y el espectáculo, vehículos eficacísimos de propaganda, que ni las más rigurosas investigaciones ni la documentación mejor contrastada son capaces de depurar en el ánimo del público. Aún así quiso que no pudiera haber resquicio de duda sobre la actuación de su predecesor y ordenó que se desclasificaran y publicaran las actas y documentos de la Santa Sede correspondientes al período de la Segunda Guerra, tarea que confió a cuatro historiadores jesuitas: los Padres Angelo Martini, Burkhart Schneider, Robert A. Graham y Pierre Blet. De ellos sólo vive aún el último, en su fecundo retiro de la Pontificia Universidad Gregoriana, dedicado a sus estudios y publicaciones y a reivindicar, siempre que se da la ocasión, la memoria de Pío XII. Fue este el comienzo de la apertura de los archivos secretos vaticanos relativos a este papa, que ha continuado bajo Juan Pablo II y prosigue bajo Benedicto XVI, en el afán de que se abra paso la verdad y prevalezca sobre la leyenda negra. Es significativo que en lo que ha emergido en estos cuarenta años de todo el caudal de documentación nada hay que incrimine a Pacelli . Ello no obstante, sus enemigos no cejan en su gratuita y vieja campaña de calumnia.
Pablo VI sabía que el camino de los altares no sería fácil para su venerado Pío XII después de haber sido abierta la caja de los truenos, sobre todo desde la literatura y el espectáculo, vehículos eficacísimos de propaganda, que ni las más rigurosas investigaciones ni la documentación mejor contrastada son capaces de depurar en el ánimo del público. Aún así quiso que no pudiera haber resquicio de duda sobre la actuación de su predecesor y ordenó que se desclasificaran y publicaran las actas y documentos de la Santa Sede correspondientes al período de la Segunda Guerra, tarea que confió a cuatro historiadores jesuitas: los Padres Angelo Martini, Burkhart Schneider, Robert A. Graham y Pierre Blet. De ellos sólo vive aún el último, en su fecundo retiro de la Pontificia Universidad Gregoriana, dedicado a sus estudios y publicaciones y a reivindicar, siempre que se da la ocasión, la memoria de Pío XII. Fue este el comienzo de la apertura de los archivos secretos vaticanos relativos a este papa, que ha continuado bajo Juan Pablo II y prosigue bajo Benedicto XVI, en el afán de que se abra paso la verdad y prevalezca sobre la leyenda negra. Es significativo que en lo que ha emergido en estos cuarenta años de todo el caudal de documentación nada hay que incrimine a Pacelli . Ello no obstante, sus enemigos no cejan en su gratuita y vieja campaña de calumnia.
Pero más allá de la polémica sobre “el silencio de Pío XII” está el hecho de que este papa representa un modelo de Iglesia repudiado por el sector liberal: jerárquica (basada en la monarquía papal y la autoridad de los obispos en comunión con el Romano Pontífice), magisterial (que enseña con autoridad y de modo vinculante a todos los fieles) y hierocrática (en la que hay un sacerdocio con el poder, que procede de la ordenación, para dispensar la vida sobrenatural en nombre de Jesucristo). A este modelo (llamado a menudo “pre-conciliar” y acusado de “constantiniano” y “triunfalista”) se opone el de una Iglesia (llamada “conciliar” y loada como “testimonial” y “popular”) democrática (Papa y obispos son servidores de la koinonía y su autoridad procede del Pueblo de Dios), de consenso (la doctrina no se enseña ni se impone, se propone libremente en un contexto de libertad y de adaptación a las exigencias de tiempo y lugar) y no clerical (el sacerdocio ministerial no es específicamente distinto del común). Ahora bien, como se considera que el prohombre del modelo liberal de Iglesia es el beato Juan XXIII, a quien se atribuye el haber convocado el Concilio Vaticano II para liquidar el pasado, resulta que Roncalli es contrapuesto a Pacelli. Los mismos que honran como santo varón al primero no tienen la mínima simpatía por el segundo, al que no consideran como alguien santo, oponiéndose a su proceso de beatificación.
Por supuesto, la anterior es una disyuntiva falsa. Pío XII vs Juan XXIII; Iglesia pre-conciliar o Iglesia conciliar... Es el engaño que ha hecho fortuna en las filas del Catolicismo hasta que Benedicto XVI denunció alto y claro la “hermenéutica de la ruptura” que a él subyace. El Vaticano II no fue una solución de continuidad ni fundó otra Iglesia: está, por el contrario, en perfecta continuidad con la Tradición. Y tanto es así que, precisamente, es Pío XII el autor más citado en sus actas después de la Sagrada Escritura. Es más: este pontífice se adelantó en varios aspectos al Concilio (por ejemplo, propiciando la pastoral litúrgica, promoviendo al clero indígena, potenciando el apostolado seglar, dando lugar a una opinión pública en la Iglesia, etc.).
Por el contrario, el beato Juan XXIII estuvo muy lejos de ser un papa revolucionario. Lo han atestiguado personas solventes que fueron colaboradores suyos, entre ellos el R.P. Pierre Blet, S.I. (que tanto ha hecho por reivindicar la figura de Pío XII), el cual fue llamado por Roncalli a Roma para investigar sobre un tema caro al Papa (como que fue su ocupación durante un importante período de su vida): la diplomacia pontificia. El papa del Sínodo Romano de 1960, de la Veterum Sapientia y del Misal Romano de 1962 (con la inclusión del nombre de San José en el canon) difícilmente podría ser considerado un rupturista a menos que se admita que estaba afectado por una especie de esquizofrenia. Tanto en su talante como en sus gustos era más bien un papa conservador y cultor de las formas. Lo que no está reñido con ser una persona benigna y tolerante como, sin duda, lo era el beato Juan XXIII. Y aquí cabe referirse al apelativo de “Papa Bueno” que se le aplicó (sin duda con buena intención y con verdad). El problema es que los liberales han venido repitiéndolo con una connotación maliciosa: hablan de Roncalli como “Papa Bueno” como si los anteriores –y en especial Pío XII– hubieran sido “papas malos”. Por lo que respecta a Pacelli, todos sus visitantes (y fueron legión) coincidían en subrayar su bondad, su cercanía y el aura de misticismo que emanaba de su augusta persona. Nada más lejos de un “papa malo”.
Por supuesto, la anterior es una disyuntiva falsa. Pío XII vs Juan XXIII; Iglesia pre-conciliar o Iglesia conciliar... Es el engaño que ha hecho fortuna en las filas del Catolicismo hasta que Benedicto XVI denunció alto y claro la “hermenéutica de la ruptura” que a él subyace. El Vaticano II no fue una solución de continuidad ni fundó otra Iglesia: está, por el contrario, en perfecta continuidad con la Tradición. Y tanto es así que, precisamente, es Pío XII el autor más citado en sus actas después de la Sagrada Escritura. Es más: este pontífice se adelantó en varios aspectos al Concilio (por ejemplo, propiciando la pastoral litúrgica, promoviendo al clero indígena, potenciando el apostolado seglar, dando lugar a una opinión pública en la Iglesia, etc.).
Por el contrario, el beato Juan XXIII estuvo muy lejos de ser un papa revolucionario. Lo han atestiguado personas solventes que fueron colaboradores suyos, entre ellos el R.P. Pierre Blet, S.I. (que tanto ha hecho por reivindicar la figura de Pío XII), el cual fue llamado por Roncalli a Roma para investigar sobre un tema caro al Papa (como que fue su ocupación durante un importante período de su vida): la diplomacia pontificia. El papa del Sínodo Romano de 1960, de la Veterum Sapientia y del Misal Romano de 1962 (con la inclusión del nombre de San José en el canon) difícilmente podría ser considerado un rupturista a menos que se admita que estaba afectado por una especie de esquizofrenia. Tanto en su talante como en sus gustos era más bien un papa conservador y cultor de las formas. Lo que no está reñido con ser una persona benigna y tolerante como, sin duda, lo era el beato Juan XXIII. Y aquí cabe referirse al apelativo de “Papa Bueno” que se le aplicó (sin duda con buena intención y con verdad). El problema es que los liberales han venido repitiéndolo con una connotación maliciosa: hablan de Roncalli como “Papa Bueno” como si los anteriores –y en especial Pío XII– hubieran sido “papas malos”. Por lo que respecta a Pacelli, todos sus visitantes (y fueron legión) coincidían en subrayar su bondad, su cercanía y el aura de misticismo que emanaba de su augusta persona. Nada más lejos de un “papa malo”.
Volvamos a las declaraciones del Padre Gumpel en la conferencia de Propaganda Fide. Afirmó que Benedicto XVI “tiene gran admiración y estima por Pío XII, también en consideración de lo que hizo a favor de los judíos”. Pero hay un hecho que llama la atención: el 9 de mayo de 2007 se reunió en sesión ordinaria la comisión de 15 cardenales y 15 obispos para dar su dictamen sobre la heroicidad de virtudes de Eugenio Pacelli. La votación fue unánimemente favorable, quedando expedito el decreto respectivo para su firma por el Papa. Pues bien, desde entonces (y de ello hace ya más de dos años) esta firma se hace esperar. La explicación que proporciona el Padre Gumpel es que Benedicto XVI se hallaría “turbado” (impressionato es la palabra italiana usada por el jesuita) debido a que en sus encuentros con representantes de diversas organizaciones hebraicas, éstos le habrían manifestado claramente su oposición al avance de esta causa de beatificación, bajo la amenaza de congelar las relaciones entre la Iglesia Católica y el mundo judío, a cuya buena marcha es muy sensible el papa Ratzinger.
El Padre Gumpel se refirió concretamente, como prueba de la hostilidad a nivel oficial del mundo judío a Pío XII, el hecho de que, a pesar de las protestas de los sucesivos nuncios apostólicos en Israel, se mantenga la inscripción injuriosa sobre el pontífice en el museo del Yad Vashem, organización que depende del gobierno israelí. Sólo con motivo del reciente viaje de Benedicto XVI se habló de una reconsideración a este respecto por parte de los responsables del museo, pero hasta el momento nada concreto se ha hecho, lo que demuestra que aquí se trata de política más que de honradez intelectual e histórica. Es por esto por lo que el conferenciante insistió en que no veía lo que tenía que haber: “fatti, fatti, fatti” (hechos, hechos, hechos). Reconoció que la postura adversa a Pío XII no es unánime –ni mucho menos– entre los judíos (muchos rabinos, al contrario, se muestran favorables a su causa), pero que a nivel de organizaciones y de entidades existe un consenso de clara oposición (citó, por ejemplo, a la Liga Antidifamación de la B'nai B'rith). Hizo el Padre Gumpel la salvedad de que a él le parece muy bien que se fomente el diálogo judeo-católico, pero no a costa de frenar el proceso canónico para llevar a Pacelli a los altares (lo cual es un chantaje político en toda regla).
Al día siguiente de estas declaraciones de su hermano en religión, el también jesuita P. Lombardi, portavoz oficial de la Santa Sede, publicó una nota en la que exhortaba a “cesar en toda presión sobre el Papa, cuya competencia en las causas de beatificación y canonización es exclusiva”, afirmando a continuación que si Benedicto XVI “piensa que el estudio y la reflexión sobre la causa de Pío XII han de prolongarse, esta postura suya debe ser respetada sin que interfieran intervenciones injustificadas e inoportunas”. Naturalmente, se pensó que el Padre Gumpel era el directamente aludido. Sobre esto hay que decir que el relator de la causa de Pío XII es una persona parca y ponderada, que jamás emite un juicio o realiza declaraciones a la ligera. En numerosas ocasiones se le ha querido sonsacar información y se ha mostrado escrupulosamente cauteloso y prudente. Por otra parte, no es un “hagiógrafo” de Eugenio Pacelli, sino un estudioso que juzga a la luz de la historia y se atiene al testimonio de la documentación. Es alguien que habla con conocimiento, autoridad y competencia, avalados por una experiencia de décadas al servicio de la Congregación para las causas de los Santos. No se pueden despachar, pues, sin más sus declaraciones como intervención “injustificada e inoportuna”.
Pero es que si vamos al contenido de lo dicho por el Padre Gumpel no se encuentra ninguna manifestación de presión sobre el Santo Padre para que acelere el proceso de beatificación de Pío XII. Simplemente ha puesto de relieve un hecho insólito (si se piensa en la celeridad observada en otros): el de que una firma de trámite de un decreto sobre el que una comisión de alto nivel ya decidió positivamente tarde más de dos años en ser puesta. Y ha dado también una explicación, la que, a la luz de los incidentes que a lo largo de este tiempo han marcado –por parte principalmente judía– una renovada campaña difamatoria anti-pacelliana (recuérdese el del rabino de Haifa: http://sipastorangelicvs.blogspot.com/2008/10/el-rabino-de-haifa-contra-po-xii.html), resulta no sólo lógica sino clarificadora. Si ha de haber una opinión pública en la Iglesia y se manifiesta en otros casos (como en el de la publicación del motu proprio Summorum Pontificum y el levantamiento de las excomuniones a los obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X) no se ve por qué se haya de callar en éste.
Desde estas líneas queremos expresar nuestro más decidido apoyo al R.P. Peter Gumpel, S.I., en su paciente e ímproba labor por llevar adelante la causa de beatificación de Eugenio Pacelli y nuestro agradecimiento por su invariable y permanente disponibilidad a todo aquel que se interesa sinceramente en ella (como hemos tenido muchas veces ocasión de comprobar). Elevamos fervientes preces para que el Santo Padre felizmente reinante, que ya el año pasado dio muestras inequívocas de su aprecio a su “amado predecesor” (en ocasión del cincuentenario de su muerte), tome la decisión que nos permita invocar a Pío XII como venerable.
El Padre Gumpel se refirió concretamente, como prueba de la hostilidad a nivel oficial del mundo judío a Pío XII, el hecho de que, a pesar de las protestas de los sucesivos nuncios apostólicos en Israel, se mantenga la inscripción injuriosa sobre el pontífice en el museo del Yad Vashem, organización que depende del gobierno israelí. Sólo con motivo del reciente viaje de Benedicto XVI se habló de una reconsideración a este respecto por parte de los responsables del museo, pero hasta el momento nada concreto se ha hecho, lo que demuestra que aquí se trata de política más que de honradez intelectual e histórica. Es por esto por lo que el conferenciante insistió en que no veía lo que tenía que haber: “fatti, fatti, fatti” (hechos, hechos, hechos). Reconoció que la postura adversa a Pío XII no es unánime –ni mucho menos– entre los judíos (muchos rabinos, al contrario, se muestran favorables a su causa), pero que a nivel de organizaciones y de entidades existe un consenso de clara oposición (citó, por ejemplo, a la Liga Antidifamación de la B'nai B'rith). Hizo el Padre Gumpel la salvedad de que a él le parece muy bien que se fomente el diálogo judeo-católico, pero no a costa de frenar el proceso canónico para llevar a Pacelli a los altares (lo cual es un chantaje político en toda regla).
Al día siguiente de estas declaraciones de su hermano en religión, el también jesuita P. Lombardi, portavoz oficial de la Santa Sede, publicó una nota en la que exhortaba a “cesar en toda presión sobre el Papa, cuya competencia en las causas de beatificación y canonización es exclusiva”, afirmando a continuación que si Benedicto XVI “piensa que el estudio y la reflexión sobre la causa de Pío XII han de prolongarse, esta postura suya debe ser respetada sin que interfieran intervenciones injustificadas e inoportunas”. Naturalmente, se pensó que el Padre Gumpel era el directamente aludido. Sobre esto hay que decir que el relator de la causa de Pío XII es una persona parca y ponderada, que jamás emite un juicio o realiza declaraciones a la ligera. En numerosas ocasiones se le ha querido sonsacar información y se ha mostrado escrupulosamente cauteloso y prudente. Por otra parte, no es un “hagiógrafo” de Eugenio Pacelli, sino un estudioso que juzga a la luz de la historia y se atiene al testimonio de la documentación. Es alguien que habla con conocimiento, autoridad y competencia, avalados por una experiencia de décadas al servicio de la Congregación para las causas de los Santos. No se pueden despachar, pues, sin más sus declaraciones como intervención “injustificada e inoportuna”.
Pero es que si vamos al contenido de lo dicho por el Padre Gumpel no se encuentra ninguna manifestación de presión sobre el Santo Padre para que acelere el proceso de beatificación de Pío XII. Simplemente ha puesto de relieve un hecho insólito (si se piensa en la celeridad observada en otros): el de que una firma de trámite de un decreto sobre el que una comisión de alto nivel ya decidió positivamente tarde más de dos años en ser puesta. Y ha dado también una explicación, la que, a la luz de los incidentes que a lo largo de este tiempo han marcado –por parte principalmente judía– una renovada campaña difamatoria anti-pacelliana (recuérdese el del rabino de Haifa: http://sipastorangelicvs.blogspot.com/2008/10/el-rabino-de-haifa-contra-po-xii.html), resulta no sólo lógica sino clarificadora. Si ha de haber una opinión pública en la Iglesia y se manifiesta en otros casos (como en el de la publicación del motu proprio Summorum Pontificum y el levantamiento de las excomuniones a los obispos de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X) no se ve por qué se haya de callar en éste.
Desde estas líneas queremos expresar nuestro más decidido apoyo al R.P. Peter Gumpel, S.I., en su paciente e ímproba labor por llevar adelante la causa de beatificación de Eugenio Pacelli y nuestro agradecimiento por su invariable y permanente disponibilidad a todo aquel que se interesa sinceramente en ella (como hemos tenido muchas veces ocasión de comprobar). Elevamos fervientes preces para que el Santo Padre felizmente reinante, que ya el año pasado dio muestras inequívocas de su aprecio a su “amado predecesor” (en ocasión del cincuentenario de su muerte), tome la decisión que nos permita invocar a Pío XII como venerable.
La mesa presidencial de la conferencia en Propaganda Fide.
De izquierda a derecha: Don Costa, el R.P. Gumpel y la Dra. Neria de Giovanni
(Foto por cortesía de Don Livio Spinelli)
1 comentario:
Finalmente, algo de honestidad ha salido sobre cual es la raíz del problema de la causa de Pío XII: Las luchas adentro de la Iglesia Católica entre liberales y conservadores.
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