El pasado jueves 23 de junio, a las 11 de la mañana, en el Centro Don Orione de Roma, el Excmo. Sr. Mordechay Lewy, embajador de Israel ante la Santa Sede, hizo entrega de la Medalla de los Justos entre las Naciones, al R.P. Flavio Peloso, superior general de la congregación de Hijos de la Divina Providencia, para honrar a título póstumo a un benemérito orionino: el P. Gaetano Piccinini (1904-1972), el cual, desde su cargo como rector del Instituto Pontificio Escolástico San Felipe Neri, en el barrio Appio de Roma, se prodigó en los terribles días de la ocupación nazi de Roma durante la Segunda Guerra Mundial, aun a riesgo de su propia vida, en socorrer y salvar a muchos judíos que, de otro modo, hubieran corrido la peor de las suertes. Recordemos que la mencionada medalla es una importante distinción con la que el Estado hebreo recompensa a personas no judías que se hayan distinguido en la protección y ayuda dispensadas a los judíos durante la persecución nazi.
Cabe recordar, por ejemplo, que la Medalla de los Justos entre las Naciones fue otorgada en su día al cardenal Pietro Palazzini por haber salvado a numerosos judíos refugiados en el Seminario Romano (del que era vicerrector). En dicha ocasión este alto prelado declaró: «el mérito es enteramente de Pío XII que ordenó hacer todo lo que estuviera a nuestro alcance para salvar a los judíos de la persecución». Las palabras dirigidas por el embajador israelí durante el acto del pasado jueves muestran cómo poco a poco se va abriendo paso una actitud más ponderada y ecuánime de personalidades oficiales del mundo judío y del Estado de Israel en lo tocante al tema Pío XII. Esperemos que el ejemplo cunda y acabe por imponerse la verdad histórica: la de un Vicario –no el de Hochhutz, sino el de Cristo– que hizo por los judíos lo máximo y lo mejor que podía hacer en unas circunstancias gravísimas y excepcionales, aun a costa de arriesgar su prestigio personal. Otro que no fuera Eugenio Pacelli quizás habría lanzado condenas estentóreas, pero cabe preguntarse si ello no hubiera sido una inútil provocación que hubiera sentenciado irremisiblemente también a aquellos a los que, de hecho, se logró salvar, que fueron muchísimos y que deben su vida a la acción prudente pero efectiva de Pío XII.
Ofrecemos nuestra traducción del artículo aparecido en la edición de L’Osservatore Romano correspondiente al 24-25 de junio.
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