El más que probable anuncio -que debería producirse en estos días- de una capilla papal el próximo 9 de octubre, en la que el Santo Padre Benedicto XVI honrará la memoria de su augusto predecesor Pío XII en el grandioso marco de la Basílica de San Pedro, nos trae a la memoria otros homenajes de los que ha sido objeto el papa Pacelli por parte de los pontífices que le han sucedido en el sacro solio. En esta ocasión nos referiremos de modo particular a Pablo VI (1963-1978), que manifestó varias veces su admiración hacia aquel a cuya luz y bajo cuya sombra había servido a la Iglesia durante los largos años que estuvo en la Curia Romana.
Monseñor Giovanni Battista Montini fue nombrado por Pío XI substituto de la Secretaría de Estado y secretario de la Cifra el 16 de diciembre de 1937. De este modo entró en estrecha relación con el entonces cardenal Eugenio Pacelli, secretario de Estado desde 1930 (cuando substituyó al cardenal Pietro Gasparri). Trabajó al lado de otro gran hombre de Iglesia como fue monseñor Domenico Tardini (futuro cardenal, que dejaría escrito un testimonio vívido de su experiencia junto a Pío XII). Tanto éste como Montini fueron los dos pilares sobre los que se apoyó la política de la Santa Sede durante el pontificado pacelliano, especialmente después de la muerte, en 1944, del cardenal secretario de Estado Luigi Maglione.
Monseñor Montini desempeñó un importante papel durante los años trágicos de la Segunda Guerra Mundial. Pío XII le encargó ocuparse personalmente de la ayuda a los perseguidos, especialmente a los judíos romanos. En esta tarea fue ayudado por sor Pascalina Lehnert, la fiel gobernanta del Papa, que contribuyó con su disciplina y sentido del orden germánicos a organizar el socorro pontificio a los refugiados. Monseñor Montini distribuyó ingentes cantidades de dinero de la caja personal del Papa, de la cual atestigua que llegó a quedar completamente vacía. Gracias a esta acción humanitaria pudieron ser salvados de la deportación más de 4.000 judíos que hallaron asilo en el Vaticano, la villa papal de Castelgandolfo, monasterios, conventos y residencias propiedad de la Iglesia. Cuando el 19 de julio de 1943 fue bombardeado el barrio popular romano de San Lorenzo, Pío XII salió inmediatamente del Vaticano en su coche para llevar consuelo a las víctimas. Iba acompañado de monseñor Montini, que también asistiría como testigo privilegiado a la visita a los barrios Tuscolano y Prenestino cuando, a su vez, fueron bombardeados el 13 de agosto del mismo año. La blanca sotana papal manchada de la sangre de los infortunados quedaría para siempre impresa en la memoria del substituto.
El 29 de noviembre de 1952, Pío XII nombró a los monseñores Tardini y Montini pro-secretarios de Estado respectivamente de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios y Ordinarios, con lo cual ampliaba las atribuciones de ambos. Dos años más tarde, monseñor Montini era preconizado arzobispo de Milán para suceder al cardenal Schuster, que acababa de morir. El 12 de diciembre fue consagrado por el cardenal Tisserant. Pío XII, que convalecía de una grave enfermedad que lo había puesto en trance de muerte, pronunció un discurso emocionado en honor del flamante titular de la sede ambrosiana que fue transmitido desde su habitación de enfermo. Algunos dijeron que el Papa, con este nombramiento, alejaba de Roma a un prelado incómodo sospechoso de simpatías políticas poco ortodoxas. Pero lo cierto es que en 1952, le había propuesto el cardenalato, lo mismo que a Tardini, dignidad que ambos consideraron que debían declinar.
Pasaron los años y el arzobispo de Milán, creado cardenal por el beato Juan XXIII, se disponía a entrar en el cónclave a la muerte del papa Roncalli en 1963 cuando estalló el escándalo de El Vicario, pieza teatral de Rolf Hochhuth en la que se vilipendiaba la memoria de Pío XII, presentándolo como un papa cobarde y cómplice de los nazis por su silencio sobre el holocausto. El cardenal Montini envió una enérgica carta de protesta al periódico británico The Tablet, que sería publicada siendo ya romano pontífice. Vale la pena copiarla por el valioso alegato que contiene de alguien que conoció muy bien al papa ultrajado:
«Me parece un deber contribuir al claro y honesto juicio de la realidad histórica, tan deformada por la seudorrealidad, propia del drama, haciendo notar que la figura de Pío XII que aparece en las escenas del Stellvertreter no muestra exactamente, es más, traiciona su verdadero aspecto moral. Puedo decir esto porque he tenido la suerte de estar cerca de él y de servirle cada día durante su pontificado, comenzando desde 1937, cuando él era todavía secretario de Estado, hasta 1954, por lo tanto, durante todo el periodo de la guerra mundial. La figura de Pío XII dada por Hochhuth es falsa. No es verdad que él fuera miedoso... Bajo un aspecto débil y gentil, bajo un lenguaje siempre elegante y moderado, escondía un temple noble y viril, capaz de asumir posiciones de gran fortaleza y riesgo. No es verdad que él fuera insensible o aislado. Era, por el contrario, de ánimo fino y sensible... Tampoco responde a la verdad sostener que Pío XII se guiara por cálculos oportunistas de política temporal. Como sería una calumnia atribuir a su pontificado cualquier móvil de utilidad económica. Que Pío XII no haya asumido una posición de conflicto violento contra Hitler, para evitar a millones de judíos la matanza nazi, no es difícil de comprender a quien no cometa el error de Hochhuth de juzgar la posibilidad de una acción eficaz y responsable durante aquel tremendo periodo de guerra y de prepotencia nazi, del mismo modo que se hubiera hecho en circunstancias normales, o en las gratuitas e hipotéticas condiciones inventadas por la fantasía de un joven comediógrafo. Si, como hipótesis, Pío XII hubiera hecho lo que Hochhuth le echa en cara, habría habido tales represalias y tal ruina que, terminada la guerra, el mismo Hochhuth podría haber escrito otro drama, mucho más realista e interesante que el Stellvertreter, puesto que por exhibicionismo político o por falta de clarividencia psicológica, habría tenido la culpa de haber desencadenado sobre el mundo, ya tan atormentado, una ruina y un daño más vastos, no tanto propio sino de innumerables víctimas inocentes. No se juega con estos temas y con los personajes históricos que conocemos con la fantasía creadora de artistas de teatro, no bastante dotados de discernimiento histórico y, Dios no lo quiera, de honestidad humana. Porque de otra manera, en el caso presente, el drama verdadero sería otro: el de aquel que intenta descargar sobre un papa los horribles crímenes del nazismo alemán».
Pablo VI quiso atajar la ola de infundios que se precipitó sobre la memoria de Pío XII, para lo cual mandó abrir los archivos secretos vaticanos y encargó a un equipo de tres jesuitas -los Padres Blet, Martini y Schneider- la compilación y publicación de los documentos concernientes a la acción de la Santa Sede durante los años bélicos del pontificado piano. El resultado fue la monumental obra en 11 volúmenes (12 tomos) que lleva por título Actes et documents du Saint Siège rélatifs à la Seconde Guerre Mondiale, ingente labor que se llevó a cabo entre 1965 y 1981 y que constituye un fundamentado mentís a las acusaciones contra Pío XII.
El papa Montini no ahorró oportunidades para demostrar públicamente su aprecio a su venerable predecesor. En 1965 mandó incoar el proceso de su beatificación (que sigue hasta ahora y se halla en un estado muy avanzado, gracias al trabajo de los Padre Molinari, vice-postulador, y Gumpel, relator). El 9 de octubre de 1968, tuvo capilla papal solemne en la Basílica Vaticana para conmemorar los diez años de su tránsito (de lo cual quedó constancia filatélica). El 7 de marzo de 1976, en fin, celebró el centenario del nacimiento de Pío XII, pronunciando una bella homilía que, después de ocuparse de su vida, culmina con estas emocionadas frases: "Tiembla Nuestra voz, palpita Nuestro corazón, dirigiendo a la venerada y paterna memoria de Eugenio Pacelli, el papa Pío XII, el afectuoso encomio de un hijo humilde, el devoto homenaje de un pobre sucesor. Recordad vosotros, romanos, a este vuestro insigne y elegido pontífice: recuérdelo la Iglesia, recuérdelo el mundo, recuérdelo la Historia. Muy digno es él de nuestra piadosa, agradecida y admirada evocación".
Pablo VI aprendió a ser papa junto a Pío XII. Les acomunaba la misma timidez, el mismo sentido trascendental de su misión, el mismo amor por la cultura y la misma consciencia de la dignidad como vicario de Cristo. Ciertamente, las circunstancias de ambos pontificados fueron distintas y diversas las políticas respectivas a ellas aplicadas. También en el gusto y la formación diferían Pacelli y Montini: el uno aristocrático y de cultura alemana; el otro burgués y de cultura francesa. A pesar de todo y a la luz de lo que antecede, no puede negarse que Pablo VI se sintió siempre unido de modo especial a su predecesor. El destino se encargaría de sugerir esa cercanía humana haciendo que el 6 de agosto de hace treinta años exhalara el último suspiro en este mundo en Castelgandolfo, tal como Pío XII.
2 comentarios:
Hola Amigo: gracias, questo blog e fantastico! Muy bien y tanti auguri da tutti noi!
La traducción rusa de esta entrada en:
http://www.piusxii.ru/biblios/f_art10.html
¡Gracias a los amigos rusos!
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